jueves, mayo 16, 2013

Pla, Fallarás y compañía


Primera mañana libre desde que llegué a Planetario hace casi ocho meses. No exagero. Primera mañana libre, sin compromisos, sin tener que ver a nadie, comer con nadie, entregar artículos, redactar guiones para programas de radio, editar para revistas, escribir libros... Nada en la agenda, una raya como todo destino. Eso será hasta las 16,15 que iré al trabajo. Por si les consuela, mi día acabará a las 3 de la mañana en la COPE después de hablar de el hombre que casi mató a Ronald Reagan.

Lo primero que siento, a eso de las 9, es un cierto malestar, una angustia del tiempo vacío. Mientras desayuno, me encuentro en La Otra con una reposición de "Colegio mayor" que resulta ser el mejor ansiolítico. Jorge Sanz y Lola Baldrich a sus veintipocos, Quique San Francisco de eterno opositor, Antonio Resines de director del Baroja-Siempre-Moja, Ernesto Alterio con greñas de estudiante y Achero Mañas haciendo de guarrete que se quiere ligar a Cayetana Guillén-Cuervo. Qué felicidad la de los primeros noventa en Telemadrid, qué continuidad de la burbuja ochentera, qué camisas. "Colegio mayor" era una mezcla de "Salvados por la campana" y "Parker Lewis Nunca Pierde" pero a lo castizo, a lo billares y picarescas, es decir, mejor.

El problema es que la serie acaba demasiado pronto y son las 10 y no tengo mucho que hacer así que me tumbo a leer el libro de Pla sobre Madrid que acaba de publicar Libros del K.O. A mí, con Libros del K.O. me pasa como a Borges con Matilde Urbach, que nunca desfalleció en mi abrazo del oso pese a las reuniones, los flirteos, las proposiciones siempre a punto de ser aceptadas... Yo no digo que no quiera publicar donde publico ni que no quiera publicar en Mondadori, Anagrama, Alpha Decay o Blackie Books. Claro que quiero. Están las cosas como para pedir. Pero no publicar en Libros del K.O. ni en Páginas de Espuma me mata, la verdad. Lentamente. Como su canción.

En fin, que hojeo a Pla y su ironía. Estas Navidades, en San Vicente de la Barquera, aproveché para devorar su libro sobre la llegada de la República a Madrid. Una joya. Lo bueno de Pla es que pones frases sueltas en Twitter y Manuel Jabois te las completa. Es ese tipo de escritor de filias irredentas y supongo que es una ventaja que aún tenga que descubrirlo, igual que un amigo decía en mi cumpleaños que tenía toda la suerte del mundo porque me acabaran de regalar "Cosas que los nietos deberían saber", de Mark Oliver Everett. Que me regalen libros me parece precioso. Arriesgado, pero precioso. Nada me hace más ilusión, salvo quizás un iPad.

Hablando de libros, antes de Pla estuvo Cristina Fallarás. Compré su "A la puta calle" con cierto recelo porque no me gustan los dramatismos ni las plañideras. Lo asombroso de Cristina es que no caiga nunca en ese lloriqueo de "Diario de Patricia". Al contrario, Fallarás es fuerte y tiene razón en argumentar que hace falta una narrativa "dura" sobre el paro, la ruina y el desahucio. Una narrativa que no parta del "pobrecito yo". Me es difícil hablar sobre el libro porque yo he trabajado estos años con Cris en Factual y he trabajado con Cris en Sigueleyendo, así que en parte he sido cómplice de sus desdichas y uno pasa las páginas buscándose, pero encontrándose solo a medias.

A mí no me gusta la narrativa llorona, ya lo he dicho, pero sí me gusta la narrativa con sangre, por variar un poco del cinismo este para el que todo tiene una explicación en un artículo o una cita rimbombante. La narrativa que dice "no, no, no, yo no soy narrativa, yo soy ley y progreso". Me gusta la gente viva -"compañeros de viaje busco, pero compañeros vivos", decía Zaratustra- y por eso "A la puta calle" me interesa y me parece recomendable, por su mezcla de universalidad y privacidad. La paciencia de ponerse como ejemplo. No es un libro de imperativos, además, y eso de verdad se agradece. No nos dice "Indignaos" ni "Reaccionad" ni "Comprometeos" ni "Abrigaos".

Y Fallarás escribe muy bien, eso está fuera de toda duda. El libro resulta algo inconexo a veces por la mezcla de artículos y reflexiones, pero la escritura es irreprochable.

En cualquier caso, nada de eso me ha levantado del sofá para llevarme al ordenador sino que ha sido de nuevo el recuerdo de mi cumpleaños, ya dos días atrás y que cada vez se irá perdiendo más y más en el horizonte. Es una mezcla entre recuerdo y reflexión: es raro que te feliciten unas 50-60 personas y solo te llamen cinco o seis al teléfono. En eso los tiempos cambian y a mí me parece una pena. No se crean: yo hago lo mismo. Me ahorro la llamada y dejo un mensaje en Facebook. Es triste. Cuando decidimos ahorrar el tiempo que dedicaríamos a hablar con nuestros amigos en el que se supone que es su día más especial, es triste. Lo hacemos todos y cada vez lo hacemos más.

Como contrapunto, queda la imagen pasada de la verbena del Claret. Un año, puede que 1994, puede que 1995, celebramos el cumpleaños en casa de mi madre y bajamos a la verbena para acabar la fiesta y bailar Jon Sedaca. Pienso en lo lejos que han quedado el Claret y las verbenas de mi vida, incluso de mis cumpleaños. De nuevo, una pequeña nostalgia. Nostalgia del Ramiro de Maeztu. Es raro pero a mi boda irán tres personas que conocí en el Willoughby y solo una que conocí en el Ramiro. Es raro y también me da pena -todo me da pena, es jueves- porque me da la sensación de que una boda casi debería ser como esas coronaciones en las que cada familia real manda a su representante y en la mía me gustaría tener a "el/la enviado/a del Ramiro de Maeztu" presentando sus credenciales y así sucesivamente con todos los lugares, toda la gente que ha sido importante en mi vida, incluso aquella con la que perdí contacto hace muchos años y llegamos a odiarnos, porque la complicidad que existe entre dos personas que se odian no se encontrará jamás en ninguna relación de amistad.

Más que nada porque a un amigo temes perderlo.