lunes, mayo 27, 2013

La Luna de Sigueleyendo


La Luna de Sigueleyendo, en el Raval de Barcelona, lo tiene todo para la burla de los cínicos y eso, obviamente, es bueno. Se ha convertido en un lugar que se da al tópico buenrollista: lo primero que sientes al llegar es la tranquilidad, la paz, como si los que estuvieran dentro hubieran pasado ya por la intuición de que no quedan esperanzas y eso en vez de preocuparles, les tranquilizara. Les envidio. A mí me gustaría pensar lo mismo, sentir lo mismo, esperar el derrumbamiento con calma y cervezas y algún pitillo y muchos abrazos.

Es la mañana de un domingo con lluvia y nada más entrar están ya Txiqui Navarro y Cristina Fallarás. Su mérito, enorme, es haber hecho equipo. Hacer equipo es algo muy complicado y que cuesta muchos disgustos pero a la vez es tremendamente gratificante y aleja la desconfianza, que es agotadora. La gente va entrando en la librería y todos son amigos, o lo parecen. Yo no creo mucho en la amistad pero creo mucho en los gilipollas y si no puedo tener de los unos al menos que me alejen a los otros lo máximo posible.

Cristina está contenta y Txiqui parece vivir contento. Cambiamos sillas como si fuera un juego cada vez que entra alguien, las conversaciones se cruzan desde proyectos literario-teatrales hasta biografías de Drazen Petrovic. Permanece la calma. A esa gente parece darle igual lo que pasa ahí fuera y eso me encanta. No es que les dé igual, es que están planificando la manera de sorprenderles a todos. No les tratan como si fueran chusma, no les tratan como pordioseros, les dan alternativas, más o menos logradas.

Cuando me voy para el tren, Txiqui me dice: "Puedes venir aquí cuando quieras, tienes una mesa para escribir y cama no te va a faltar" y lo curioso es que me lo creo. Venía de leer a Josep Pla y su odio a los cumplidos, a ese "lo digo porque sé que vas a decir que no" y cuando oí eso supe que era verdad, que podía volver cuando quisiera, que nadie me iba a preguntar nada, que podría pasarme horas escribiendo y quizás atendiendo a los escasos curiosos que entran en la tienda a llevarse libros a 3 euros (2 por 5, antiguas ediciones, muchos imposibles de encontrar en ningún otro sitio) y que sí, por la noche, Willy Uribe, o Jordi Corominas o Javier López Menacho me ofrecerían un colchón, al menos, y el día siguiente empezaría y seríamos unos maravillosos detectives salvajes.

Solo que yo no soy así. Yo coqueteo con querer ser así pero soy más bien un chico de NH Numancia y AVE de vuelta. Un chico que aún no lo ha perdido todo y se resiste a que todo se vaya a ir a la mierda, aunque esté convencido de ello por una cuestión meramente racional: no consigue hipótesis válidas que contradigan ese pensamiento. Un chico de arroces junto al puerto con Carlos y Álida en una tarde ventosa de sábado y paseos por La Rambla. Yo no soy Roberto Bolaño, pero de alguna manera siempre admiraré a los Roberto Bolaño del mundo, no sé si por una cuestión de estética o qué. Cuando no necesitas nada no le debes nada a nadie y puedes ser generoso de verdad. El mundo de la supervivencia se narra como un mundo de puñaladas traperas y quizá sea todo lo contrario, quizá sea el mundo de la generosidad.

Sí, hay algo de Puesto del Este en la librería del Raval y me gusta. No tanto como para ser uno de ellos, aún no, pero sí como para ser una especie de embajador del mundo de afuera, del de los vértigos y las ansiedades y las expectativas y los mundiales de Fórmula Uno en la Estación de Sants. Algo así. No sé exactamente el qué, porque si supiera el qué, me haría previsible y no hay nada que más odie en la vida, ya lo saben. Quizás en Madrid haya algo parecido, tiene que haberlo, pero yo no lo conozco. Con esa generosidad, no lo conozco, desde luego.