viernes, diciembre 20, 2013

Regreso a Bayswater Road


La primera vez que llegué a Londres me paseé con mi maleta por los pasillos de Heathrow cantando el "Hello" de Oasis a pleno pulmón. It´s good to be back, it´s good to be back. Por supuesto, yo no volvía a ningún lado porque nunca había estado ahí, es lo que tienen las primeras veces, pero digamos que todo me resultaba familiar y que, con 19 años dedicados a aprender inglés sin pisar Inglaterra, el entusiasmo estaba justificado.

No tenía más que el billete de ida y el billete de vuelta. Fue la típica decisión adolescente. En Londres esperaba Dani Pacios y conmigo viajaban A. y la Chica Langosta, motivación suficiente como para pagarle a Aerolíneas Argentinas lo que pidiera y protestar lo justo cuando el vuelo se retrasó un día. Creo que es la cosa más bohemia que he hecho en mi vida: tuve que buscar un hotel en plena tarde-noche, la Chica Langosta y yo bordeando Hyde Park hasta Sussex Gardens, para acabar en una buhardilla leyendo a Raymond Carver y a Bret Easton Ellis, paseando por Kensington Gardens y escribiendo un diario rencoroso para la que sería mi novia de los 90.

Por las tardes, Dani volvía de embotellar champú y comíamos-cenábamos en su casa. Generalmente, salchichas de perro o fish and chips recalentado. Vivía en una casa con otros 15 o 16 extranjeros. La precariedad no es algo del siglo XXI. Como todas las casas ajenas tenía un punto triste y un punto alegre. En la televisión, Tim Henman intentaba ganar Wimbledon y yo recitaba borracho la letra de "La violaciò" de Albert Pla para un agradecido público de chicas catalanas.

Una vez fuimos a bailar a una discoteca indie. Otra vez recogí a A. y nos perdimos en Marylebones. La Chica Langosta hacía camas y Miguel Induráin no aguantaba el ritmo en Larrau. Pagué una noche y me quedé diez. Al principio pedí que cuando quedara libre una habitación normal, no aquella cosa con camastro y baño en el pasillo, me avisaran; con los días me di cuenta de que si aquello tenía sentido, tenía sentido así, sin cambiar ninguna cosa: Serge Gainsbourg y Jane Birkin gimiendo en una habitación iluminada con velas y restos de tortilla de patata en la mesa.

La comodidad la dejé para el año siguiente, cuando volví con T., la citada Novia de los 90. No sé muy bien lo que T. quería comprar pero lo que yo le vendí fue de una decadencia exagerada. En un año envejecí veinte y cuando decidió dejarme -aguantó tres años más, hay veces que me cuesta entenderlo- solo me quedaba proponerle pasar los inviernos en Benidorm. Fue un viaje con billetes y con hotel, comme il faut, un hotel de Bayswater, puede que el Bayswater Inn y puede que no porque algunos recuerdos son una cosa de lo más resbaladiza. La habitación no era mucho mejor que la del año anterior: un cuartucho pequeño, con vistas al patio interior donde podíamos ver los humos de las chimeneas mientras los vecinos de arriba hacían el amor.

Visitamos museos como si no hubiera un mañana. En todos se podía entrar gratis y sin colas -era julio, la ciudad tenía un punto desordenado, como si nadie estuviera en su sitio- excepto en el Madame Tussauds, donde David Beckham sonreía bajo su media melena rubia. No hicimos nada que no se esperara de nosotros, en ese sentido, fuimos unos turistas irreprochables. Cuando llegamos a Covent Garden y tocaron el Canon de Pachelbel, yo casi me echo a llorar. Una vez sonó la alarma anti-incendios en plena madrugada y yo salí corriendo de la habitación gritando "sálvese quien pueda". A T. no le hizo gracia, aunque los dos sabíamos que en una emergencia, la que sobreviviría siempre sería ella.

Después pasaron seis años y tuvieron que pasar muchas cosas feas para que sucediera algo bonito. Algo como M. y yo en salas VIP de British Airways, viajes en Business, Gatwick Express, hotel de cuatro estrellas junto a Regent´s Park, dolor de cabeza insoportable, frío, mucho frío, paraguas de usar y tirar, Notting Hill con sus casitas de colores, donde M. soñaba con mudarse y yo quería pensar que soñaba con mudarse conmigo, aunque sus planes iban por otro lado. Comida del McDonald´s de Edgware Road, de nuevo Marylebone Road arriba. De nuevo el frío y los amagos de desmayo entre hooligans del Arsenal. Estuvimos un fin de semana pero yo prometí no olvidarlo nunca porque mi visión estética de la vida no tiene límites.

La suya, por entonces, tampoco.

La llevé a la Tate Gallery para ver al payaso que gritaba "No, no, no" mientras daba brincos dentro de un televisor pero me equivoqué de museo y acabamos viendo prerafaelitas algo insulsos. En general, lo encantador de aquel viaje fue la insistencia en el error, una insistencia inocente y desoladora a la vez. Era enero. Siempre pensé que hacía demasiado frío para quererse, pero que hicimos todo lo que estuvo en nuestras manos. En general, fue una relación de hacer todo lo que está en tus manos y hacerlo mal. Muchas veces. Hasta que el público se cansa, te nominan y te vas.

Lo que nos lleva a la última visita a Londres, que fue con mi madre y Gure, algunos meses después de aquel cataclismo, concretamente en octubre de 2003, es decir, hace más de diez años. Me dejaron tomar algunas decisiones y la primera fue repetir hotel. El Meliá White House. No hubo quejas al respecto. Ellos tenían su habitación doble y yo una individual en una planta distinta donde Astarloa y Valverde se repartían las medallas de un Mundial de ciclismo. Comíamos y bebíamos bien. Paseábamos con calma. Todo tenía sentido y en ese momento, créanme que lo agradecía. Viajar con tus padres es una cosa que solo puedes hacer a determinadas edades, nunca antes de los 25. A partir de ahí, más o menos, ya estáis en lo mismo: pubs, terrazas y algún monumento. Cuando me quería evadir bajaba Baker Street hacia Oxford Circus con los cascos puestos y el viento cortándome la cara. Pasaba pocas veces.

Fue una visita corta, en cualquier caso. Corta para mí, quiero decir, porque a los tres días cogí un avión para Dublín, donde trabajaba mi primo mientras recreaba su propia vida bohemia pero con más autenticidad, desde luego. Siempre ha sido un hombre de tomarse las cosas en serio.

A mí, con que lo pareciera, en general, ya me valía.

miércoles, noviembre 27, 2013

Peter Pan en Stockholm



Escribo a Rose of Sharon para preguntarle por Estela. Ninguno de los dos sabemos quién es aunque ella sabe al menos quién soy yo porque así se lo dijo a mi peluquera cuando coincidimos hace una semana. A mí, la verdad, el nombre me suena, a Rose of Sharon creo que ni eso. ¿Era amiga mía?, ¿nos llevábamos bien?, ¿fue mi jefa?, ¿me odió profundamente, la odié yo a ella? Aprovechando el contacto nos preguntamos qué tal y la conversación evoluciona a algo que a mí me gusta llamar "lánguido". Hay dos tipos de conversaciones que me han hecho feliz en la vida, las ingeniosas y las lánguidas. Son incompatibles. Uno puede ser ingenioso o puede ser lánguido pero no las dos cosas a la vez y representan mundos distintos: la sinceridad atrevida y la sinceridad derrotada, una sinceridad de Hans Schnier coleccionando momentos.

Rosasharn dice que ha visto las fotos de mi boda y que mi mujer es muy bonita. En ese momento se me saltan las lágrimas. Ella no lo sabe porque está en cualquier otro lado pegada a un teclado de móvil pero yo estoy tumbado en el sofá con un libro de Don de Lillo tirado sobre la manta -un libro sobre un rockero que huye y la huída, como toda huída que merezca la pena, consiste en quedarse- y me emociono. Sí, mi mujer es preciosa, le digo. Y la quiero con locura. Y ella se alegra y me pregunta qué tal todo y coincidimos en que nos estamos haciendo mayores y yo le reconozco que no lo llevo bien, que me cuesta. "Peter pan, ya sabes". Y ella me contesta: "Sí, ya sé", y en ese momento vuelvo a emocionarme porque tengo la sensación de que sí, que lo sabe, que me conoce, que incluso once años después me conoce.

Yo quise tanto a Rose of Sharon. Quise tanto a tanta gente. Recuerdo que llegó un momento, y no era precisamente mi mejor momento, en el que cuando llegaba a casa, me ponía la escena esa de "American Beauty", la de la bolsa dando vueltas por el aire y el chico comentando a la chica: "A veces siento que hay tanta belleza alrededor que no puedo soportarlo, que mi corazón se va a derrumbar". Así me he sentido yo en mi vida demasiadas veces, al borde del derrumbe, y, ¿saben una cosa? Lo echaba de menos. Echaba de menos la sensación de que el corazón explota y el cinismo, la distancia salen por la ventana.

A la Chica Diploma le cuesta a veces entender por qué no consigo desapegarme de la gente pero la razón es simple: porque no puedo, porque les quiero demasiado...

... Porque, supongo, tengo la intuición de que ellos me quieren a mí más o menos de la misma manera y, efectivamente, cuando me encuentro con la Chica Imán en medio de la Calle Delicias me pongo a abrazarla y besarla como loco, porque no sé hacerlo de otra manera. Soy un blanco perfecto. Soy un ingenuo. Soy el Mateu Lahoz de las relaciones personales, un "sigan, sigan" constante. But I like it.

En cualquier caso, todo comenzó ayer o lleva comenzando muchos años, desde que escuchaba a Pedro Guerra, a los 18, aquello de "Peter Pan, Pan, Pan, niño loco, ¿cuándo aprenderás a vivir solo?", pero yo ya viví solo muchos años y hacía frío, mucho frío y las paredes eran demasiado blancas en invierno. Extraña tarde de martes, sensación de fragilidad insospechada, viento en Madrid, planes que se caen -¿cuántos planes se caen?, y, en ese caso, ¿a qué hacer tantos planes?- y doble sesión en los Cines Princesa. Sesiones en familia. Cuatro, cinco espectadores por sala. Los precios populares no cuentan si no hay promoción alrededor. Todo en la vida es promocionarse. Todo en la vida tiene un punto asqueroso.

A las cuatro y diez -bonita hora- entro a ver "¿Quién mató a Bambi?", una chorrada con mayúsculas, impropia. A las seis, haciendo tiempo para una presentación, me meto a "Stockholm" y ahí, de repente, aparece la magdalena de Proust, que en mi caso ya debe de ser directamente un Mercadona. Javier Pereira exactamente igual que en "Tu vida en 65´", Aura Garrido, pose de chica entrañable, abrigo cerrado y paseo por todos los rincones de Malasaña y adyacentes. Conversaciones ingeniosas. Ya les he dicho algo de las conversaciones ingeniosas. Yo llené páginas y páginas de relatos y novelas de conversaciones ingeniosas, yo busqué desesperadamente a la chica que se supiera los diálogos y acabé en la languidez de la sinceridad que no oculta nada detrás. La sinceridad entregada.

Rollos de una noche y tiendas de 24 horas de la calle San Bernardo. Tan, tan débil y tan, tan pequeño. Yo viví parte de eso, solo una parte, porque no me atreví a vivir más. La Chica Diploma dice que sí tenía autoestima, pero yo creo que no, no la suficiente para llevar una vida de película, que, en el fondo, siempre ha sido mi aspiración. Tengo el convencimiento de que, si hubiera sido un poco más guapo, si le hubiera echado un poco más de morro, mi vida habría sido un puto desastre, así que mejor todo de esta manera. Cada cosa en su justo lugar. La sensatez consciente del insensato que la alberga, la mujer preciosa en medio del viento, agarrada a mi brazo porque se marea, los mil besos y las fotos y la conciencia de que nada hacía pensar que pudiera llegar a ser tan feliz.

Mucha gente alrededor me repite últimamente que me va a cambiar la vida. Eso tiene una parte buena y una parte mala. La parte buena es que, por primera vez desde que tengo recuerdo, mi vida es tan maravillosa que tengo pánico a que cambie. La parte mala, claro está, es que tengo pánico.

lunes, noviembre 18, 2013

Sondeos elecciones autonómicas 2015


Aunque parezca increíble ya queda menos de un año y medio para las próximas elecciones municipales y autonómicas. Parece que fuera ayer cuando el 15-M y los supuestos topos de Rubalcaba y todas las tonterías que se tuvieron que escuchar durante esos días por parte de una serie de periodistas muertos de miedo porque el partido del que dependen no arrasara en toda España. Arrasó. Otra cosa es lo que vaya a pasar cuatro años después. Yo siempre pensé que era bueno darle un palo al PSOE siempre que eso sirviera para poder darle luego un palo al PP, veremos si eso sucede o no. La última encuesta a nivel nacional, el barómetro de Antena 3, habla de una caída al 62,5% del voto conjunto, veinte puntos menos que en 2008, aunque eso no impida que, por ley electoral, se repartan tres cuartas partes del Congreso.

Yo creo que ahí hay un problema de representatividad, pero no sé de quién es culpa, es decir, no entiendo que en España haya 45 millones de habitantes, unos 35 millones de censados, haya una estimación de que solo 20 millones van a votar y entre los 13 que votan a PP o PSOE repartan prácticamente todo el poder del país de forma absoluta. 13 millones sobre 45. El caso es que si les votas, les beneficias; si no les votas y no votas a nadie, para protestar, les beneficias, y si votas a terceras opciones pero éstas no llegan a un mínimo, les beneficias también. Son la caja del Casino. Croupiers de primera.

Otra cosa es a nivel municipal y autonómico, donde el voto se dispersa entre tantos partidos que las mayorías absolutas sí se pueden complicar. De las trece autonomías que celebrarán elecciones en 2015, el PP gobierna en solitario en ocho, más Aragón, donde lo hace en coalición, y Extremadura, que lo hace en minoría. El resto queda en manos de UPN (Navarra), Coalición Canarias (Canarias) y PSOE (Asturias, lo que dure, que no parece mucho). La Razón, que no debería ser sospechosa, publica este lunes la siguiente encuesta comunidad a comunidad que vamos a analizar:

CASTILLA Y LEÓN

PP 43-44 (53)
PSOE 25-26 (29)
IU 6-7 (1)
UPyD 5-6
UPL 2-3 (1)

Empezamos en la vieja Castilla, donde se ejemplifica una tendencia que acompañará a toda la encuesta: la fragmentación del voto y la creación de un parlamento multipartidista, algo que, a mi entender, siempre es positivo. El desplome del PP es tal que pone en riesgo su eterna mayoría absoluta. Algo me dice que llegarán a los 43 escaños con facilidad y, si no, será complicado poner de acuerdo a todos los demás para quitarles del poder. A nivel municipal sí que puede que esta caída tenga peores consecuencias.

LA RIOJA

PP 17-18 (20)
PSOE 10 (11)
IU 2
PR 1-2 (2)
UPyD 1-2

Otra caída sin consecuencias. El PP tiene tanto colchón en algunas comunidades que aunque el parlamento se divida en cinco aquí también, su mayoría absoluta no corre riesgos salvo cataclismo a nivel nacional.

ARAGÓN

PP 27-28 (30)
PSOE 21-22 (22)
PAR 6-7 (7)
CHA 6-7 (4)
IU 6-7 (4)
UPyD 0-2

Esos dos escaños que parecen estar en juego pueden ser la diferencia entre un gobierno PP-PAR como el que gobierna en la actualidad o una alianza PSOE-CHA-IU de izquierdas. La cifra mágica es 34 diputados y si hacen las sumas, verán que PP + PAR están en 33-35 mientras que PSOE+CHA+IU están, oh, sorpresa, en 33-35 también, puesto que en ningún caso podrían llegar a 36. También podría darse un empate a 33 y que UPyD decida con su escaño, como sucedió en Asturias. Imposible saberlo con tantas variables en juego.

NAVARRA

UPN 16-17 (19)
Geroa Bai 10-11 (8)
Bildu 10-11 (7)
PSOE 9 (9)
I-E 4 (3)
PP 3 (4)

Enhorabuena a los dirigentes del PP navarro, que han conseguido que su partido sea la sexta fuerza política en su comunidad autónoma. En un primer vistazo, podemos ver que el nacionalismo crece en Navarra, y lo curioso es que es un nacionalismo vasco, importado, ni siquiera navarro al cien por cien salvo la excepción de Nafarroa Bai. Depende de cómo vayan las cosas en el resto del país, el futuro de Navarra será uno u otro. Si las tres fuerzas de izquierda más o menos nacionalista se unen llegarían a los 25 escaños, por 19-20 de PP y UPN. En medio quedaría el PSOE. ¿Optarán por una solución a lo Patxi López apoyando a UPN, que a nivel nacional no queda tan mal como apoyar al PP? Es lo más probable.

EXTREMADURA

PP 30-31 (32) 
PSOE 30-31 (30)
IU 4-5 (3)

Los resultados prácticamente se calcan, y es de los pocos sitios donde el PP gobierna y no recibe apenas voto de castigo. Ahora bien, si hace dos años y medio estuvo justificado que IU se plantara, se negara a ser sin más una filial del PSOE y se limitara a abstenerse en la investidura, dándole el gobierno a los populares, parece complicado que esta vez la historia se repita. Cuatro años en la oposición son muchos para cualquier partido y ocho, para el PSOE, serían insoportables. Se pondrán de acuerdo.

ISLAS BALEARES

PP 28-29 (35)
PSOE 19-20 (19)
MIS 6-7 (5)
PI 1-2
EUIB 1-2
UPyD 1-2

Pocas comunidades con más gusto por la alternancia. El PP volvería a ganar y con cierta suficiencia, se tendría que repetir un cuatripartito a lo Antich para quitarle el gobierno y parece complicado. Apostaría por un gobierno en minoría, aunque depende mucho de hacia donde bailen los escaños pendientes.

COMUNIDAD VALENCIANA

PP 39-40 (55)
PSOE 22-23 (33)
IU 14-15 (5)
Compromis 12-13 (6)
UPyD 8-9 

Que el PP siga ganando elecciones en Valencia después de lo que hemos visto en los últimos 20 años es algo que me desconcierta y hasta cierto punto me deprime. Al menos esta vez no lo hace con mayoría absoluta, en parte porque algunos de sus votos de centro van para UPyD, que aparece de la nada con una muy amplia representación, y en parte porque las fuerzas de izquierda avanzan posiciones, aunque me extrañaría que Compromis no acabara adelantando a IU. En cualquier caso, parece que tienen margen suficiente para pactar un tripartito de izquierdas. No es mi sueño dorado, pero cualquier cosa mejor que lo que hay.

ASTURIAS

PSOE 15-16 (17)
FAC 14-15 (12)
PP 7-8 (10)
IU 6-7 (5)
UPyD 1 (1)

Asturias ya tuvo que repetir unas elecciones por desacuerdos entre FAC y PP y va camino de repetir por segunda vez dados los desencuentros entre PSOE, IU y UPyD. Lo curioso es que según estos resultados podría darse de nuevo la misma situación: un empate a 22 entre los partidos de izquierda y los de derecha, con el voto de UPyD siendo decisivo. De lo contrario, si uno de los dos bloques consigue la mayoría, lo normal es que cambien concejalías por leyes electorales y punto. La política de siempre en este país, vaya.

CANARIAS

CC 23-25 (21)
PP 17-18 (21)
PSOE 14-15 (15)
NC 3-4 (3)
Otros 1-2

A los partidos nacionales no les gusta tocarle las narices a Coalición Canaria. Esto es así, para gran cabreo en su momento de Fernando López Aguilar, que ganó ampliamente las elecciones de 2007 pero fue invitado a no gobernar y ceder su puesto a Rivero. No hay más posibilidad de acuerdo en esta ocasión que un pacto de uno de los dos partidos a CC y cuatro años más de gobierno nacionalista o regionalista o llámenlo como quieran.

MURCIA

PP 24-25 (33)
PSOE 12-13 (11)
IU 4-5 (1)
UPyD 3-4

El PP se desploma en Murcia, pero se lo puede permitir. Al menos ya no gobernaría con tres cuartas partes del parlamento regional, así que las sesiones no serían un eterno aplaudirse. No hay supuesto en el que PSOE, IU y UPyD puedan sumar sus votos y ser alternativa. Si lo hubiera -constructores que hablan más de la cuenta, promotores de campos de golf con deudas, jueces incómodos...- probablemente estos tres partidos harían lo posible por gobernar juntos. Y harían bien.

CANTABRIA

PP 15-16 (20)
PRC 11-12 (12)
PSOE 6-7 (7)
IU 2

El "fenómeno Revilla" es responsabilidad primordial del PSOE, cuando lo votó como presidente de Cantabria en 2003 pese a tener más votos y más escaños solo con tal de quitar al PP de en medio y cantarle el "chincha rabiña". El resultado es que el partido se ha quedado en la nada, superado en el centro por el populismo revillero y viéndose amenazado en la izquierda por una IU que parecía desaparecida. Sorprende que UPyD no aparezca en la encuesta; en cualquier caso, con estos datos, Revilluca de nuevo gobernaría y al menos no podría cargarse al Racing porque ya está moribundo.

CASTILLA LA MANCHA

PP 27 (25)
PSOE 23-24 (24)
IU 1-2
UPyD 0-1

Aún pendientes de si se reducirá el número de diputados o se ampliará, quizá lo más sorprendente de esta encuesta es que Cospedal mantenga Castilla La Mancha pese a estar hasta el cuello en la polémica Bárcenas. Si hay algún sitio donde se pueda personificar todo el affair del ex tesorero del PP es en Castilla La Mancha y sin embargo parece que sus votantes no lo harán. En mi opinión, la cosa depende de UPyD. Si la formación de Rosa Díez remonta en las encuestas y consigue plantear una buena alternativa, muchos votos de centro irán allí. Si no, pues Cospedal cuatro años más en una comunidad donde ni siquiera reside.

MADRID

PP 52-53 (72)
PSOE 33-34 (36)
IU 24-25 (13)
UPyD 18-19 (8)

No sé qué haría falta para que el PP perdiera unas elecciones en Madrid. No lo hace desde 1987, cuando Leguina tenía el pelo negro. Parece que tampoco lo hará en 2014, su ventaja es holgada. Sin embargo, puede que no le valga para gobernar y sería una excelente noticia, porque el reparto de puestos, empresas y chanchullos que ha hecho el PP madrileño entre colaboradores y amiguetes ha sido colosal, destacando quizá lo del Madrid Arena por lo impactante de las muertes, aunque todo hace indicar que aquello no era excepción sino norma. Para la mayoría absoluta, Ignacio González necesitaría 65 escaños y está muy lejos. Sin mayoría absoluta, no gobierna. No creo que UPyD le deje gobernar después de las distintas tramas corruptas que han campado a sus anchas por aquí. Si lo hiciera, perdería votantes para muchas elecciones, y buena parte del futuro a corto plazo de UPyD pasa por cuidar bien a sus votantes madrileños, los que le han dado cuatro de sus cinco diputados en el Congreso.

En resumen, y si esta encuesta vale para algo y mis análisis también, el PP pasaría de gobernar en 10 de estas 13 comunidades a hacerlo en solo cinco. Perdería de esta manera, Madrid, Valencia, Baleares, Extremadura y Cantabria. ¿A manos de quién? Difícil saberlo. Muchas alianzas y mucho follón. Lo cierto es que el PP solo aumentaría escaños en Castilla La Mancha mientras el PSOE solo lo haría en Murcia y, quizás, en Baleares y Extremadura. Malos tiempos para las mayorías absolutas. En las distancias cortas es donde el bipartidismo empieza a tener serios problemas. En las largas, el monstruo tiene demasiadas cabezas.

sábado, noviembre 16, 2013

Festival Eñe 2013



Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver con el Festival Eñe, en concreto con aquel 2011 en el que me eligieron como blogger del asunto y ahí me pasaba yo el día corriendo de conferencia en mesa redonda, mochila en el hombro y ordenador bajo el brazo, buscando un sitio en medio de la oscuridad donde no molestar a nadie. Los demás invitados se perdían en entregas de premios y gin tonics y yo seguía ahí hasta la madrugada, hasta los últimos resistentes del Oulipo, los posts cada tres cuartos de hora, la compulsividad hecha letra y teclado, algo parecido a ser feliz en la distancia, mi propia idea de lo sublime.

Creo que a lo largo de estos cinco años me he hecho a una idea de lo que es el festival, con sus problemas y sus carencias pero también con sus éxitos y sobre todo con la necesidad de la propuesta en sí, una propuesta que cada año parece que languidece un poco y en la planta segunda, el bar deja algunas mesas libres, el stand de la librería Antonio Machado no está tan lleno y en la sala "chill-out", en ocasiones, incluso se oye al lector o al tertuliano. Las propias charlas ya no sufren las interrupciones constantes de gente que entra y que sale, en parte porque, ya digo, no hay tanta gente; en parte, y eso es un acierto, porque el reparto de las horas es más racional.

Yo he trabajado en La Fábrica y sé lo complicado que es porque los medios no son precisamente infinitos. Solo que estos chicos, que Camino y compañía -en su momento Toño o Doménico-, lo sigan intentando ya merece todo mi respeto y mi admiración y mis 15 euros del abono, porque sí, merece la pena un espacio así en Madrid y merece que al menos contribuyamos, que al menos nos enteremos y nos escuchemos unos a otros.

Otra cosa es cómo sale uno del Festival Eñe, que a veces es más abatido de lo deseable. Yo entiendo que uno escribe o edita o incluso lee por dos razones: por dinero o por diversión. Que no hay dinero o cada vez hay menos lo sabemos todos menos Botín, así que al menos podríamos esperar un poco de diversión, un poco de entusiasmo. Lo hay en muchas de las ponencias. Lo hubo en la maravillosa charla sobre Enrique Meneses o en las confesiones bibliópatas de Juan Bonilla y Miguel Albero. Lo hubo incluso, sábado por la mañana, frío polar en Madrid y ráfagas de lluvia, en la animosa conversación entre Lorenzo Silva, Jesús Marchamalo y Gonzalo Torné o en la discusión sobre novela histórica entre Juan Eslava Galán y Santiago Posteguillo.

Son ejemplos de lo que supone preparar una intervención pública, documentarse, saber llegar al público y mostrar amor por lo que haces.

No hubo ese entusiasmo y es una pena decirlo en la charla titulada, quizá demasiado genéricamente, "Los retos de la edición" y protagonizada por cuatro editores de cuatro editoriales relativamente independientes como son Alfabia, Salto de Página, Lengua de Trapo y Turner. Estos mismos cuatro editores anduvieron buscando autor a lo largo del fin de semana en una iniciativa del propio festival cuyo éxito no puedo valorar porque la han convertido de pago. 

El caso es que todo lo que pudo ir mal fue mal: eran las nueve, empezó a hacer un frío horroroso en la planta cuarta del Círculo, los micros funcionaban a veces sí y a veces no, no hubo nadie disponible para presentar a los cuatro contertulios y lo cierto es que estos no parecieron en ningún momento saber definir acerca de qué estaban hablando, quizás, insisto, porque el tema era demasiado vago y amplio. Jorge Lago fue el encargado de tirar hacia adelante como pudo, con una intervención sólida y discutible pero al menos argumentada. Lo que siguió fue un "dejarse ir" que espero que no resuma el futuro de la edición independiente en España porque vamos listos.

Yo sé que es desesperante trabajar y darlo todo a cambio de muy poco o nada. Conozco de primera mano los casos de al menos dos de estos editores y son gente currante, que se deja el dinero y el tiempo en sus libros y sus editoriales y que lucha por salir adelante. Es duro criticarles pero mi crítica tiene que ver precisamente con que su intervención no mostró nada de ese trabajo. Al contrario. Los cuatro parecieron coincidir en el tópico de que "en España no se lee", cosa que es discutible. Alguna gente lee mucho, otra gente lee poco, a veces nos gusta lo que leen y otras veces, no. Es indudable que se venden menos libros y que el mercado editorial está muy confuso. El asunto era saber qué estaban preparando esos cuatro editores para salir de la situación.

La respuesta quedó en el aire. La charla no estaba preparada, no había temas sobre la mesa, no aparecieron esos retos más que en vaguedades, todo empezó a languidecer, hubo un punto en el que incluso el lenguaje físico les traicionaba: cuatro treintañeros cansados, medio repantingados en el sofá, bajando cada vez más el tono de voz, sin saber qué decir, sin dar ideas, sin dar soluciones, aunque fueran de bombero. Consideras que no tienes público pero ahí te dejan el Círculo de Bellas Artes para ti, un Festival con nombres consagrados para que promociones tu editorial o que al menos expliques cómo estás enfocando esos "retos" de los que habla la conferencia y la reacción es mejorable: la gente se va poco a poco de la sala mientras tú apoyas la cabeza en la mano en gesto de abatimiento y murmuras, casi farfullas, que nada sirve de nada, que los españoles no leen, que los medios no nos reseñan, que los libreros no nos ponen en sus tiendas...

Ni un contraejemplo, ni un debate como tal, ni una esperanza, ni un "mira, a mí esto me está funcionando". Puede que sea verdad, puede que nada funcione, pero al menos cabría esperar un análisis de por qué esto es así. Por qué la no ficción sigue funcionando, por qué hay fenómenos más o menos fabricados tipo Grey pero otros completamente inesperados tipo Jonasson. Yo no pido que un editor sepa cómo se vende o no, porque eso es casi una lotería, pero sí pido que me venda con entusiasmo lo que está haciendo, que me convenza de que me tengo que comprar sus libros, de que no todo está perdido, de que merece la pena, que él, su editorial, sus autores, el festival, la literatura... todo merece la pena y he hecho bien en gastarme los 15 euros del abono y, así, yo me baje inmediatamente a la tienda y compre ese libro de relatos o esa novela que tan buena pinta tiene.

De eso se trataba, pero no fue posible. No porque no quisieran, estoy convencido, sino porque el verdadero reto de la edición independiente es tener tiempo: tiempo para leer originales, tiempo para cuidarlos, tiempo para promocionarlos y tiempo para preparar las conferencias a las que te invitan. Cuando no hay tiempo al final parece que no hay ganas y todo se nubla en un pesimismo decadente. Ganas hay, lo sé. Ahora, además, tiene que parecerlo.

P.D. Lara Moreno ganó el Premio Cosecha Eñe, sobre ella ya quedó todo dicho en 2008.

martes, noviembre 12, 2013

Un cachito de hierro y cromo


Me despierto a horas imposibles y me pongo a ver programas que durante el día no me llaman la atención. Uno de ellos es "España en serie". Decepcionante. El otro es "Cachitos de hierro y cromo". Fascinante. ¿Cómo se pueden orientar de maneras tan distintas dos proyectos similares, es decir, un repaso videoteca en mano del entretenimiento audiovisual en España? Se me escapa, sinceramente, pero hay algo en el programa de Canal Plus pesado, obvio, mitinero, un "la ficción cambia la no ficción y la no ficción cambia la ficción" que se repite constantemente de forma casi mesiánica.

No así en la producción de La 2 y Radio 3. Es una gozada. En el fondo, no hay nada allí que no hayamos visto o que no se haga en los especiales de Nochevieja. De ahí, quizás, el éxito, es decir, que es divertido, que te ríes, que la nostalgia la vives sin doctrina ni explicación. Yo, con la nostalgia, tengo que tener mucho cuidado porque soy capaz de no enterarme de nada de lo que está pasando ahora mismo pero ponerme a llorar por algo que me recuerda a mí mismo hace cinco minutos. Soy de un solipsismo enternecedor, hasta el punto de que mi mujer se tuvo que pasar ayer todo el camino desde el teatro -fuimos a ver, de nuevo, "Dos Ninas para un Chejov- intentando consolarme y convencerme de que yo volveré a ser creativo, yo volveré a escribir ficción, yo volveré a imaginar universos...

Cosa que probablemente nunca haya dejado de hacer, pero se estaba tan calentito en la desgracia.

El caso es que cada canción es un nudo en la garganta igual que solo oír el nombre de Chejov me remite a un hombre que ya no soy y que probablemente no vuelva a ser porque hay que elegir, eso es todo. Ayer, la canción en cuestión era el "Saturday Night" de Whigfield, desde el "dirilarará" hasta el último de los giros a toda velocidad, brazos adelante, mano izquierda en antebrazo derecho, mano derecha en antebrazo derecho, dedos rodando en el aire, sostener la cadera, luego el culo y saltar hacia adelante hacia atrás y hacia un lado y volver a una rutina que, si se prefiere la cámara lenta, degenera en La Macarena.

El programa hablaba de los "one-hit wonders" y en ese sentido es extraño que se dejaran en el tintero precisamente a Los del Río, cuya canción encabeza los rankings de la MTV en esa sección. Da igual. Si me ponen la "Macarena" me la lloro igual porque cuando a uno le ponen una canción le están poniendo un espejo en el que tiene diez, quince o en este caso veinte años menos, fiestas de San Mateo, Cuenca, bares donde poner vídeos de una Vanessa que luego se convertiría en Vanexxa, de los 4 Non Blondes y de U2, el "Numb", la única canción que le gustaba a Vicente.

Fueron días locos, aquellos, y no era lo habitual en mi vida pese a tener 16 años. Yo, en perspectiva, tuve una adolescencia muy normalita, otra cosa es que luego me haya cundido un montón libro a libro. Aquello, vivir Vicente y yo solos durante una semana, los escarceos con esas chicas guapísimas, las turbas, las peñas, la capacidad constante para esquivar el alcohol, las noches en vela escuchando "La violaciò" de Albert Pla para acabar desayunando chocolate con churros en cualquier lado, una eterna Nochevieja. ¡A mí, que ni siquiera me gustan los churros!

Las canciones y los bailes del "Negresco" y los torpes intentos de jugar al billar y la cancioncita, claro. Nadie se sabía el baile menos yo. A veces pienso que me he ganado bastante bien la vida solo observando, entrando en acción lo justo. Salinas le marcaba goles a Eire y en el balcón escuchaba constantemente el "London Calling" de los Clash, imaginando volver a una ciudad que luego siempre me ha sido extraña, una especie de "one-night stand". Ahora bien, si fue una noche y fue un polvo fue un polvo precioso: Vicente, Nuria, Estitxu, Manuel, Juan... Pasamos meses enviándonos cartas porque por entonces escribíamos cartas y no estoy hablando de "El tiempo entre costuras", estoy hablando de 1993, los Pixies aún seguían juntos, Kurt Cobáin aún seguía vivo, nos sabíamos de memoria los capítulos de "El príncipe de Bel-Air" y el anuncio de las picotas, que dejan una mancha roja...

En fin, que quieren que les cuente, la cosa acabó mal. Durante demasiados años mi vida parecía que la dirigía un híbrido entre Guardiola y Mourinho. Una mezcla entre "toco y me voy" y contraataques furiosos, intensos, que duran diez segundos y luego no tienen continuidad. Errático, podría ser la palabra. Con poca facilidad para agarrarme a lo que realmente quería, supongo, o con poca facilidad en general para querer algo o alguien de verdad, más allá de mis ensoñaciones y mis diarios. ¿Lo ven? Yo creaba porque no quería estar ahí y ahora que quiero estar aquí, no creo. No soy el primero al que se lo leen, seguro.

A veces, cuando veo ese programa por ejemplo, o alguno parecido, fantaseo con inicios de novela en las que presento a mi madre como una de las bailarinas setenteras de programas tipo "Aplauso", imagino sus aventuras con los distintos cantantes de la época, que pasaban de gira fugaz, grababan en blanco y negro o en ese color lleno de zooms y se iban. One-hit wonders, de nuevo. Imagino a mi madre iniciando la novela con esos tiempos como referencia, bordeando los 60, y conociendo a mi padre cuando él tocaba la guitarra en otro de esos programas. No porque supiera tocar sino porque parecía que sabía y eso era bueno en los play-backs.

Una madre bailarina y un padre guitarrista, queriéndose y teniéndome a mí en color sepia. Sus historias lejos de la televisión y estos programas recordándoles constantemente que se querían justo ahora que no, que no se quieren, que hace tiempo que no se ven y que los 80 pasaron por encima de ellos sin que se volviera a tener noticias de ninguno de los dos.

Pero ahí queda todo, no sé cómo seguir, y ante la falta de estímulos, me pongo a leer la autobiografía de Alex Ferguson y mi mundo es un poquito más triste. Creo.

viernes, noviembre 08, 2013

Los Pixies, disco a disco


"Surfer Rosa" nunca fue "Surfer Rosa" sino "Surfer Rosa + Come on Pilgrim", la edición especial, portada en blanco con foto de una chica en tetas y falda de bailadora de flamenco. "Surfer Rosa" era mi hermano. Mi hermano y yo en Padre Xifré, escuchando el disco mil veces hasta conseguir que nos gustara pero sin entender mucho más allá del "Where is my mind?" porque aquello era una locura, algo que no habíamos escuchado antes -teníamos 16 años, puede que 17- algo que teníamos que admirar porque Kurt Cobain nos había dicho que era admirable y si él lo decía, ¿cómo podía ser falso?

"Surfer Rosa" empezando por "Bone Machine" y lo que nosotros traducíamos libremente por "Eva, ¿tienes hora?; Eva, ¿tienes hora?" y luego el "Gigantic" y el "Caribou" y el miedo irrefrenable a perder el pene con una prostituta enferma y así hasta que empezamos a cogerle el tranquillo, años después, escuchas continuas del "Vamos" en modo repetición: "Estaba pensando sobre viviendo con mi sister en New Jersey; ella me dijo que es una vida buena allá, bien rica, bien chévere, allá voy...¡qué puñeta!" y el bajo constante apoyándose en la batería durante cuatro o cinco minutos sin cambiar, sin un solo giro más allá de los gritos espontáneos de Black Francis, un repentino "¡Ay, puñeta, cabrona, maricona, cabrona!" con redoble de tambor para volver al angustioso bucle bajo-batería-solo de guitarra de Joey Santiago.

En nuestro intento por pertenecer a una tribu descubrimos que "ser de los Pixies", como de alguna manera ser del Estudiantes, nos convertía en especiales. A nosotros nos gustaba pensar que el adjetivo era "interesantes" pero probablemente, en perspectiva, fuera "raritos", aunque también es cierto que, en perspectiva, esos primeros años de los 90, me parecen completamente irreales y desde luego ilógicos, una amalgama de demasiadas cosas. Supongo que todas las adolescencias son parecidas. Un día me puse el disco para estudiar un examen de literatura y lo aprobé con un sobresaliente. Decidí repetir en el siguiente. La cosa siguió funcionando, desde "Bone Machine" a "Levitate me", otra obra maestra. No volví a suspender un examen. Así, hasta 2010, oposiciones a profesor de Escuela Oficial de Idiomas, cuando decidí que no quería que nadie me volviera a examinar.



"Doolittle" fue 1994, y eso quiere decir que fue un campamento con vagones en San Martín de Valdeiglesias y un montón de pinos bajo los que sentarse a escuchar la cinta una y otra vez, porque ese disco hay que escucharlo entero, sin parar, una canción enlazada con la otra, sin que haya llegado a entender cómo es posible que "Hey" no fuera la última de todas porque después de "Hey" no se puede escuchar nada más, porque "Hey", si uno la siente de verdad, si uno tiene 17 años y cree que es ese chico al que la chica adora pero no deja de decirle "Uh", te deja completamente noqueado y sin ganas de "Gouge away" ni de historias.

De alguna manera, "Doolittle" es el recuerdo de algo parecido a la madurez. También es Santander. Viajes con mi padre a la playa de El Puntal, barcos que salen de la bahía y sensación de que deberías estar en otra parte, probablemente en Madrid, probablemente en casa de la Chica Langosta o de A., probablemente en el Parque de Berlín tirado en la hierba hablando de baloncesto. Algo así. Algo que no fuera estudiar matemáticas en una ciudad del norte con un hombre que no quería dar clases pero hacía lo posible porque fueran las mejores clases del mundo, igual que lo hacía todo en la vida.

Así que "Doolittle" soy yo y sobre todo es mi colección de amigos imaginarios: Crackity Jones, Paco Picopiedra, la chica de los ojos cortados, el mono que va al cielo... "Doolittle" es la confirmación de la rareza y a la vez de la individualidad porque curiosamente yo nunca he podido compartir los Pixies con nadie: jamás estuve con una chica que le gustaran los Pixies. Ni siquiera con una chica que le interesaran los Pixies, como si no existieran, como si formaran parte también del club imaginario que ellos mismos habían creado. Mis novias, incluso mi mujer, han podido entender Nirvana, han podido entender Radiohead o Blur o Radio Futura o incluso U2 si me conocieron muy joven... pero los Pixies, no. Yo tampoco lo he intentado imponer nunca. Con las luces apagadas, es menos peligroso.


"Bossanova", en cambio, es de nuevo el rebaño, aunque un rebaño precioso, porque a mí me parece un disco alegre en tiempos que aún no sé si fueron felices o no. "Bossanova" es la Chica Langosta y es A. devolviéndome un disco que creía haber perdido un par de años más tarde. El mundo en una especie de rojo y con apariencia de girar, con algo parecido a un anillo rodeándolo. "Bossanova" es el "Is she weird?" y es Black Francis, cada vez más sonado, desgañitándose, sin saber cómo era posible pasar del autismo a la rabia de esa manera. Era el bajo de Kim Deal que ya sonaba en las Breeders y en las Amps, porque nosotros conocimos a los Pixies en diferido, en nuestro imaginario lo mismo daban los Pixies que los Beatles, eran grupos a los que jamás veríamos actuar, de los que jamás escucharíamos canciones nuevas. Museos para jóvenes arqueólogos.

"Bossanova" era raro de cojones, ahora que lo pienso, porque incluía esa canción magnética, esa canción que también era Chica Langosta por aquello de que le regalé un disco de "Caras B" que empezaba con una versión acústica. Era el disco de "Down to the well", de Betty, que siempre sabe, que siempre dice, que ríe desesperadamente y dice que sintió como si un río atravesara sus huesos cuando bajamos juntos al pozo. Apenas puedo esperar, Betty. Apenas puedo esperar hasta que volvamos a bajar al pozo, y la segunda voz de Kim Deal, siempre en un mundo aparte, repitiendo "to the well", "to the well", "to the well"... como si Ted Downing la estuviera dirigiendo, como si alguna chica rubia preciosa -¿Betty?- estuviera bailando encima de una mesa rodeada de monstruos de feria.

"Down to the well" y por supuesto "The Happening" y su largo monólogo final que ya anunciaba lo que sería Frank Black en solitario, un pequeño cambio de apodo que servía para identificarle con uno de los populares cazadores de alienígenas en la cultura pop americana, el coche que se para al lado de Great Salt Lake para apreciar cómo vienen las naves desde otro planeta, un planeta lejano, tan lejano, que, ¿cómo no pasarse y al menos saludar? Francis -Frank- se iba, se metía en su universo de abducciones, un Richard Dreyfuss construyendo la Torre del Diablo con botes de espuma, plastilinas, arcilla...



Lo que nos lleva a "Trompe le monde", que, para mí, es su mejor disco, quizá porque me pilló en mi época universitaria y porque es un disco del que nadie esperaba nada, del que nadie habla bien, un disco de nuevo para "raritos" muy "raritos", un disco que no remite a nadie, que no lleva a más recuerdos que a fiestas en casa de René con María Glez haciendo sombras en la pared de madrugada mientras Dani Pacios y yo cantábamos canciones de Oasis. "Trompe le monde" es el disco que uno hace cuando quiere hacer el disco que le sale de las pelotas y entonces va y te junta extraterrestres en "Motorway to Roswell" con recuerdos universitarios en "U-Mass" con apologías de Gustave Alexander (Alec) Eiffel con visiones de naves espaciales en "Distance equals rate times time", una fórmula que obsesionaba al cada vez más orondo cantante hasta el punto de incluirla en otra de sus canciones, la que hablaba de un Jefrey que escribía su nombre con una "efe" y no con "dos", como se supone cabía esperar.

Encuentros de negro en "Subbacultcha", pájaros sobrevolando el Monte Olimpo, indios navajo, ángeles y cupidos que continuamente acosan sus sueños como recuerdos de otra vida, cartas a Memphis, días hermosos, punks tristes... y probablemente acierten quienes dicen que ese fue el primer disco de Frank Black y que Kim Deal ya no pintaba nada allí, porque Deal era Lennon y Black era McCartney o quizás al revés, quizá Deal no quería complicaciones y buscaba un pop más sencillo y Black llevó el tormento a un punto completamente solipsista, para fieles, para chicos que aún en 1996 cantaban todas las canciones del "Teenager of the year" y no podían ni imaginarse que acabarían viendo a los dinosaurios andar en ese parque jurásico que fue el Festimad de 2004, en esa excavación sentimental que fue La Riviera 2013, cuando ellos sonaban desafinados -Kim Deal, no, Kim Deal no sonaba, Kim Deal dijo "basta" y en su lugar pusieron a una entrañable chica con traje de "amish"- porque, ya digo, ellos empezaron en los Pixies cuando los Pixies decidieron terminar y estaban a punto de acabar con los Pixies, como uno acaba con casi todo, incluso con el "Heart-shaped box", cuando de repente los Pixies decidieron comenzar de nuevo.


miércoles, noviembre 06, 2013

A mí no me hables de impermanencia...



Hablo con Rodrigo Fresán y me dice que ya apenas lee y escribe más allá de lo que tiene que ver con su trabajo como reseñista y el proyecto de novela que espera terminar pronto. De alguna manera me ayuda a sentirme menos culpable por hacer exactamente lo mismo, solo que yo, como no tengo reseñas que hacer, me limito a devorar libros de deporte: autobiografías, escándalos, narraciones de grandes eventos... a ver qué saco para mis propios proyectos, que a veces se embalan y a veces se estancan, como todo en esta vida.

Cuando sucede esto último, cuando las cosas no van a la velocidad que yo quiero y eso pasa muy a menudo porque yo vivo demasiado deprisa, lo cierto es que me enfado. Me enfado mucho. Ayer, por ejemplo, cuando mi mujer llegó a casa lo primero que me dijo fue algo así como "Estás cabreado de verdad, ¿eh?" porque yo, como la española, cuando me cabreo, me cabreo en serio, y empiezo a soltar discursos para mí mismo no vaya a ser que acabe soltándoselos a alguien que no se lo merezca o que se lo merezca pero me arruine la vida.

Estos altos y bajos debería haberlos dejado de lado gracias a la meditación pero lo cierto es que lo que he abandonado es la propia meditación, cosa que era de esperar. Es una de esas prácticas a las que sé que volveré pero no sé cuándo y creo que debería estar preparado, no hacerlo por hacer. El maestro te habla de la impermanencia del mundo, te explica Schopenhauer de cabo a rabo, pero, claro, a mí me cuesta pensar en toda esa teoría como algo nuevo. Claro que el mundo cambia a cada momento, precisamente de eso me encargo yo, de que el mundo cambie, de que siempre haya una propuesta, un proyecto, una ilusión nueva que llevarme a la boca.

Hablando con Zahara, en una de nuestras míticas clases de inglés -a veces pienso que, como dijo Xavi de los entrenamientos del Barcelona de Guardiola, nuestras clases en Huertas deberían grabarlas- los dos nos preguntamos si no sería mejor llevar una vida normal y no meterse en tanto berenjenal, porque la verdad es que somos demasiado dados no solo a la excelencia sino a nuestra excelencia, es decir, a rizar el rizo como si lo hubiéramos inventado nosotros. Supongo que al fin y al cabo nos merece la pena. A los dos. Pelearte con directores de comunicación, jefes de prensa, editores, ladrones disfrazados de directores de periódicos y todo lo que es el mundo en definitiva o, al menos, este país frenético.

A mí no me hables de impermanencia, eso explícaselo a otros.

Precisamente en la última clase con Zahara salió la frase "get the monkey off my back", que yo traduje como algo así como "quitarse un peso de encima" aunque en algún contexto podría ser "quitarse una espina clavada", supongo, y de repente me acuerdo de la canción de George Michael -me paso las clases recordando canciones, mi educación es un CD dando vueltas, porque, sí, los CD también dan vueltas- y al levantarme, después de comprobar que mi teléfono se ha roto, o el cargador, o lo que sea, pero que está apagado, vaya, me pongo para desayunar el "Faith" y por un momento me remonto a la infancia en Dublín y cuando llega "Kissing a fool" pienso que es un buen disco, que, digan lo que digan, es un buen disco y que esa es una muy buena canción...

... y que esa canción, que ya cantaba, autocompasivo, en la EGB, me remite inmediatamente a la Chica Langosta, bar La Fira de Barcelona, noviembre, quizá diciembre de 1998, uno de esos días que podrían participar en el premio de "mejor día de mi vida" si la FIFA se decidiera a implantarlo de una vez, con T., con Perrine, con el chico colombiano absolutamente adorable, con la propia Chica Langosta y con su novio francés de entonces, cuyo nombre, por más que lo intento, no consigo recordar. Un bar que por entonces no era "latino", ni brasileño, sino incluso decadente, como toda feria de monstruos y nosotros, ahí, adolescentes, aventureros, recordando cualquier cosa felices mientras la tierra temblaba bajo nuestros pies y nunca podíamos decir adiós.

Y pienso, claro, que mi fascinación por la Chica Langosta tenía que ir más allá de lo sexual o del atractivo o simplemente del reto; que, a lo mejor, mi fascinación por la Chica Langosta, el hecho de que quince años después recuerde cada momento en que la Chica Langosta me hizo caso -quizá porque no fueron muchos- tiene que ver con una búsqueda de popularidad, o lo que yo internamente considere popularidad, que no puedo saberlo porque para algo es interno. Que, quizá, estando con la Chica Langosta yo me sentía popular o, mucho mejor, podía aprovechar lo mejor de la popularidad desde el anonimato, que es básicamente mi aspiración vital, y puede que la de Zahara o la de Fresán, no lo sé: ser populares desde el anonimato, o, lo que es lo mismo, francotiradores.

viernes, noviembre 01, 2013

You´ll never be alone again



Hay algo en la canción que me hace sentir culpable. Sé que no está pensada para eso sino para unirse en una especie de comunión discotequera, el espejismo de que todos somos hermanos y nos damos la paz en el templo, pero a mí me causa un cierto desasosiego pasados los años porque pienso que no lo hicimos bien o al menos no hicimos todo lo posible, que nosotros nos lo cantábamos y que cuando lo cantábamos creo que todos lo sentíamos pero luego quizá nos fallamos, no sé, o no nos lo tomamos tan en serio o simplemente es imposible ser perfecto y el caso es que no respetamos la promesa, no respetamos el "you´ll never be alone again" y a lo largo de estos cuatro, cinco, seis años, muchos se han sentido solos y nosotros nos hemos echado a un lado y quizá las promesas que valen la pena, como los desodorantes, son las que se usan por primera vez, sin pensar, las promesas del templo y la cara desencajada, la declaración grupal, el "we are your friends", el "aquí estamos, entretennos", el "nosotros" frente a la amenaza indeterminada del "ellos" y ahí, justo ahí, es donde fallamos, sin duda fallamos, y a ustedes les puede parecer una chorrada inmensa porque efectivamente la vida tiene suficientes vallas como para nos dediquemos a colocarles fosos con agua detrás de cada salto, pero qué quieren que le haga, yo me cojo el iPod de nuevo y salgo por la calle Párroco Eusebio Cuenca y me pongo dramático, melancólico y escucho la canción y la grito -algún vecino se asusta, hasta ahora he conseguido pasar completamente desapercibido; a partir de ahora, quién sabe- pero no me lo creo, por alguna razón no me lo creo porque no me creo a mí mismo cantándola porque recuerdo la cara de cada una de las personas a las que se lo dije en su momento, en el Honky, en el Top of The Pops en cualquiera de los Independance, sí, recuerdo sus caras: las de Rajon Rondo, Kevin Garnett, Ray Allen, Paul Pierce, Sam Cassell, Doc Rivers, Kendrick Perkins y compañía, repitiendo la promesa como un espejo y sé que no se cumplió y para qué prometer lo que no se cumple, mejor no hacer nada, mejor en casa y partido del Barcelona, Messi, Neymar y Alexis, mejor eso que andar prometiendo futuros improbables, futuros en los que todos cuidamos de todos, futuros de hermanos en la fe, nuestros futuros, que no fueron así, desde luego, y con eso no quiero decir que no fueran desastrosos sino que no fueron perfectos, que, en definitiva, sí, estuvimos solos de nuevo, muchas veces, demasiadas, y no digo que sea culpa de nadie -aunque yo por supuesto creo que es culpa mía, que podría haber salvado a los niños que saltaban desde los campos de centeno- simplemente que fue así y que es triste, supongo, aunque tampoco estoy seguro.

viernes, octubre 25, 2013

Cuando Ravanelli hizo añicos la libreta de Van Gaal


La primera señal de alarma debió haber saltado en el partido de ida de semifinales contra el Panathinaikos. Aquello estaba programado para ser un paseo rumbo a la segunda final consecutiva del Ajax de Amsterdam y se convirtió en una de las grandes sorpresas de los últimos años, mayor sorpresa aún que cuando ese mismo grupo de veinteañeros le ganó al Milan de Capello la final el año anterior. Aquel Panathinaikos sólido, noventero, sin concesiones, se plantó en Amsterdam, paró a los Litmanen y compañía y se llevó un 0-1 que en cualquier otra circunstancia le habría colocado como favorito para pasar a la final de la Champions League, un hecho que no se producía desde 1973, precisamente ante el Ajax de Cruyff.

Solo que, como es habitual en los equipos campeones y más aún en los equipos campeones con una estética y una narrativa detrás, esos equipos que más parecen un «Reich de los mil años» que un club de fútbol, la señal de alarma se tomó como un anecdótico toque de atención, una combinación de errores improbables y mala suerte acumulada. Aquel equipo era el mejor del mundo y llevaba dos años enteros siéndolo, sin matices. La culminación del juego holandés de precisión de los setenta y ochenta junto a la potencia y la presión italianas de los noventa. Un zumbido de jugadores que corrían hacia arriba, hacia abajo… y que todo lo que hacían, lo hacían con sentido.

Uno sabe que un equipo funciona cuando sus jugadores más vulgares parecen estrellas. Parte del error que asoló al fútbol europeo después —y en eso destacó el Barcelona— fue pensar que bastaba con llevarse a los individuos sueltos por millones de euros para repetir los triunfos del colectivo. Error. Van Gaal había engrasado una máquina casi perfecta, sin fisuras: una suerte de 3-4-3 que se reconvertía en 4-3-3 según Danny Blind o Frank de Boer quisieran iniciar el ataque unos metros más adelante, algo parecido a lo que Koeman hacía con Cruyff.

Los laterales eran torpes pero voluntariosos y buenos defensores: Reiziger y Bogarde. En medio, como queda dicho, cerraban el mayor de los De Boer y Blind. Por delante, Davids cubría la baja de Rijkaard, otro de esos jugadores multiusos, campeón de Europa el año anterior ocupando una posición que podría ser a la vez la de «libre» y «medio centro defensivo». A su derecha ya no estaba Seedorf, el primero en iniciar el éxodo a tierras latinas, vendido por una millonada a la pujante Sampdoria, sino Ronald De Boer, el gemelo pequeño.

Por delante, un cuadrado mágico: Jari Litmanen jugaba de media punta con llegada, el verdadero goleador del equipo; Patrick Kluivert o Nwanko Kanu en el puesto de nueve fijo que baja el balón y reorganiza el ataque con un toque atrás. Un vértice, más que un delantero. Lo que Guardiola pretendió que fuera Ibrahimovic hasta que el sueco decidió sobreactuar su papel de excéntrico. Por las bandas, extremos puros, de los pocos que quedaban en Europa después de demasiados años de defensas cerradas y delanteros tanque, Marc Overmars y George Finidi, con presencias esporádicas de Musampa, Wooters o el jovencísimo Babangida.

Ninguno era un «galáctico», ninguno era desequilibrante por sí mismo —quizás Overmars fuera el más talentoso, aunque las rodillas le traicionaran con una frecuencia desoladora—, pero el conjunto era arrollador: en la primera ronda se pasearon en el Bernabéu de manera insultante, un 0-2 que bien pudo ser 0-5. Aquel triunfo hizo más por la reputación del Ajax en España que la Champions del año anterior, más aún cuando se vio reforzada por una nueva doble exhibición ante el Borussia de Dortmund en cuartos de final, justo después de la devastadora lesión de Overmars, que colocó a Musampa en su lugar, sin el mismo éxito, desde luego.


En liga, el equipo se aproximaba a su cuarta liga consecutiva. En Europa, aparte del Panathinaikos, sus rivales eran la muy limitada Juventus y el sorprendente Nantes francés. ¿Quién podría evitar el doblete?

Sigue leyendo de manera totalmente gratuita el artículo sobre la final Juventus-Ajax de 1996 y el gol de Ravanelli en la revista JotDown.

miércoles, octubre 16, 2013

Andrés Montes como modo de vida


Cuando me recuperé de la ruptura con T. -me tomó unos diez meses, puede que un año- me dio por decir que nunca volvería a salir con una chica que no supiera qué era "el club de se dejaba llevar". Era una manera como otra cualquiera de decir "mi reino no es de este mundo", uno de los ataques recurrentes de estupendismo que me dan de vez en cuando y que en aquel momento tenían que ver con un cierto vitalismo, una especie de "aquí se está bien y si alguien quiere entrar va a tener que acertar muchos enigmas".

Eran días raros, como todo día que merezca la pena. Los Lakers ganaban anillos y mi hermano y yo repetíamos todas las coletillas de Andrés Montes, absolutamente todas. La magia de Andrés era la magia de los perdedores y de eso se dio cuenta pasados unos años. Si he de ser sincero, al principio me resultaba insoportable y eso que yo ya le escuchaba en la radio, junto a Siro López, cuando el Barcelona de Aíto sufría por esas canchas holandesas en las Copas de Europa de los años ochenta. En la radio, Montes era pasable, en televisión era un histrión. Luego le pasó algo parecido en La Sexta pero afortunadamente a mí el fútbol por entonces no me gustaba tanto.

Cuando se calmó, cuando se dio cuenta de que no tenía que agradar a nadie, que le bastaba con ser como era, Montes ganó mucho porque dejó de ser un comentarista para convertirse en un modo de vida. Montes era ese gesto de la "cuesta de los elefantes" con los socios cabeceando y diciendo "este Atleti...". En ello influyó mucho Antoni Daimiel, por supuesto, que sabía manejarle y darle el contrapunto a la perfección. En mi opinión, el mejor Montes no se entiende sin Daimiel porque Daimiel le daba conversación cuando era necesario, le permitía las bromas, se las devolvía, mitigaba la locura y a la vez la gestionaba hacia algo más humano.

Montes y Daimiel se convirtieron en humanos, no en expertos, y de hecho cuando se ponían con el libro gordo de Petete resultaban un poco irritantes porque a nosotros los Warriors y los Sixers nos habían empezado a dar un poco igual y nos interesaba qué demonios había pasado en el verano del 99, qué había que hacer para abandonar el Calabassas Club o por qué el talento estaba bajo sospecha. Entiendo que para muchos resultara molesto, incluso agotador, porque hay gente que se levanta de madrugada o se acuesta de madrugada porque le gusta el baloncesto y no quieren saber si el comentarista liga mucho o poco... pero a nosotros la realidad nos estorbaba como de alguna manera parecía estorbarles a aquellos dos locos, esa pareja en la que uno parecía dirigir al otro cuando en realidad era al revés.

Por lo demás, mi época de estupendismo montesiano culminó una noche de sábado en la que convencí a la Chica Ratón para que se viniera a casa a ver una película y cuando acabó no se me ocurrió otra que ponerle un Lakers-Sixers grabado y explicarle quién era "Memorias de África" Mutombo. A la Chica Ratón le había costado bastante decidirse a venir ya de entrada porque sabía lo que le esperaba y esas son las decisiones que no salen en las películas, las pequeñas decisiones que forman relaciones y vidas. Lo que no comprendo es cómo no salió huyendo después de eso. No sé si algún día supo qué era "el club de se dejaba llevar" pero le hacía gracia que imitara a aquel personaje de gafas redondas y pajarita.

Andrés Montes me hacía un tipo gracioso y eso se lo agradeceré siempre. Nos convirtió a todos en una panda de locos y fue precioso. Una locura con su propio lenguaje y su vocabulario exclusivo, es decir, una secta. Y aquel hombre improbable, como sumo sacerdote.

lunes, octubre 14, 2013

¿Por qué se hunde el cine en España?



Hace menos de un mes el Renoir Cuatro Caminos, uno de los cines en versión original más emblemáticos de Madrid, cerraba sus salas con un sobrio anuncio que se venía mascando desde hacía tiempo. Muchos hemos ido a ese cine, en sesiones de tarde, noche y madrugada, y muchos hemos disfrutado como enanos de todo tipo de películas que marcaron nuestra adolescencia y nuestra juventud, lo que podía apuntar a una nostálgica movilización para al menos despedir las salas como se merecían. No fue así: dos días después del cierre, un periódico publicaba un reportaje fotográfico centrado en aquel último día, concretamente en el último pase, y cifraba la asistencia en unas pocas decenas de personas, no más.

El hecho es bastante sintomático: no solo el cierre sino la apatía absoluta ante el cierre, que me incluye a mí también porque no recuerdo qué hice esa noche pero seguramente me quedaría con mi mujer viendo algo en la tele o leyendo algún artículo en Internet. Puede que cosas peores. El problema tiene muchas caras y responsables y matices que habría que atender, pero al final si el cine en España se hunde —y no digo el cine español sino el cine, en general- es simplemente porque la gente no va a las salas. No va cuando la entrada cuesta 9 euros, no va cuando hay planes de fidelización que dejan la entrada a 5 y no va cuando salen promociones desesperadas de dos por uno o de tres euros por entrada.

Lo fácil es echarle la culpa a Montoro. Digo que es fácil porque además él lo pone sencillísimo con ese desprecio con el que habla siempre de la cultura, como si fuera Millán Astray en una conferencia de Unamuno. Montoro es un indocumentado, que diría aquél, que no sabe lo que dice cuando habla del cine en España y eso es grave porque es el encargado de gestionar el dinero en este país —un saludo para el señor De Guindos y si alguien le ve por algún lado, que avise- así que si todo lo hace con esa agudeza estamos apañados.

Por supuesto, el aumento del IVA ha supuesto la puntilla para una industria que ya agonizaba de mucho antes y que no ha encontrado métodos para revitalizarse igual que pasó en su momento con la música y pasará dentro de nada con la edición. El problema no es de calidad, como dice nuestro ministro, porque las películas españolas a veces son muy malas y a veces son muy buenas y a veces aburren y otras, apasionan, es decir, como cualquier película en cualquier lugar del mundo. El hecho de que los mismos que hacen películas de cine sean los que hacen series de televisión y esas series triunfen con cierta frecuencia ya da idea de que no es un problema de falta de talento. El talento está ahí, son los espectadores los que fluctúan.

La bestia negra del cine —y no solo del cine- es Internet. Y no estoy hablando de la piratería, que es un debate que está ahí y que tiene su importancia, sino de la propia existencia de Internet y de cómo eso ha cambiado nuestras vidas, ofreciéndonos muchos más contenidos de ocio de los que podríamos asimilar en varios siglos. Internet ha arrasado porque prácticamente todo está ahí de manera legal o ilegal. La oferta es exagerada y demasiado potente como para que se pueda competir en condiciones dignas. Además, los contenidos, en su mayoría, son gratuitos... y no nos engañemos, la comodidad del salón, el escritorio, la soledad del hogar son factores a tener en cuenta para mucha gente.

Eso se une a otra circunstancia puramente española: la incapacidad de hacer cosas en solitario. Sí, hay gente que va sola al cine. Yo voy solo al cine y me encanta, por ejemplo, pero lo cierto es que normalmente el cine —que es una actividad solitaria, por mucho que derive luego en la típica cena con coloquio- se vive en España como una experiencia grupal. El típico “quedar para ir al cine”. Por razones que desconozco, esto está perdiéndose. El solitario se queda viendo series o navegando con su ordenador y el grupal, especialmente entre los jóvenes, prefiere hacer cualquier otra cosa... salvo que en salas haya una película de sus ídolos de televisión, un “fenómeno fan” que, salvo excepciones y mal que bien, sigue funcionando.

En definitiva, la caída del cine, la caída del valor de la cultura hasta algo prácticamente molesto, es consecuencia de una sociedad mucho más banal, no ya en su totalidad, sino desde luego en sus elites y sus clases medias, que se han vuelto marcadamente perezosas. Ir al cine no es una obligación moral y ese es un error en el que cae a menudo la industria, lo que la hace particularmente antipática a ojos de demasiados clientes potenciales: ese empeño en que el cine es necesario, debe estudiarse, debe patrocinarse y es una actividad digna y moral que redime a la sociedad de su estulticia.


No, no es nada de eso. Pero es divertido y estimulante. Una sociedad con una buena industria de cine puede no ser indispensable pero desde luego es preferible. Montoros aparte, la solución está en nosotros. En mí y en los que me estén leyendo. No tiene que suponer una obligación sino un pasatiempo. Dejen el ordenador y vayan a ver si echan algo que les guste en algún lado. Tiene que haberlo. Si lo encuentran y lo pueden pagar vayan antes de que llegue el derrumbamiento final.

Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"

miércoles, octubre 09, 2013

Encuentros en la realidad


A mí la realidad, en general, no se me da demasiado bien. Esto es algo relativamente reciente, es decir, que va empeorando con los años. Por eso mismo, intento esquivarla siempre que puedo y afortunadamente he vivido en un tiempo que me permite hacerlo con frecuencia y perderme en aplicaciones de Facebook, redes sociales, partidos del Barcelona por satélite y una esposa fantástica que hace que me sienta en casa en cualquier lugar donde esté ella.

Solo que ella no puede estar siempre conmigo porque entonces no sería una esposa sino una canguro y estaría bonito pedir algo así a los 36 años, así que, a veces, no queda más remedio de salir ahí y enfrentarse a un día de actos sociales, de viejos mundos que amenazan a los nuevos y nuevos mundos que aún están por construir, pequeñas Estrellas de la Muerte continuamente en obras. Una vida en andamios. Lo primero es un paseo hasta los cines Ideal para ver "Rush". Puede que haya que ser muy friqui del deporte para ir a las 17,15 de un martes a un cine para ver una película sobre Niki Lauda y James Hunt, pero es que yo soy muy friqui.

Además, tengo la esperanza de estar solo, es decir, de rodear de nuevo a la realidad y sorprenderla por la espalda. Una sala a oscuras, vacía, en silencio, me traslada a las sesiones de casi madrugada de festivales imposibles y me hace sentirme más joven, que diría mi psicólogo. El sueño se cumple a la mitad: en la sala somos ocho, que a mí me parece una barbaridad porque me estoy acostumbrando a pases en los que vamos la Chica Diploma y yo y los taquilleros se ponen en fila a aplaudirnos. Aun así, ocho no son muchos y la película está francamente bien. "Correcta" sería el término adecuado, un trabajo limpio y entretenido que dura dos horas y pico y se hace corto. Contar bien una historia, ese es el principio de todo. Y luego vamos inventando.

El problema es que al salir del cine me enfrento con problemas de agenda y con dos invitaciones a presentaciones de libro. Todos los que leen este blog saben que odio las presentaciones de libros y cualquier acto literario. No sé por qué pero las odio. No debería tener sentido porque están llenas de gente con la que me tomaría encantado un café en cualquier momento o a la que llevaría a ver "Rush" a las 17,15 de un martes si se dejaran pero así, en grupo, me siento sobrepasado. El viejo mundo por todos lados: Nacho Vigalondo por la calle Carretas abrazándome y llamándome "Bret Easton Ellis", la calle Mesoneros Romanos acechando a la derecha y la FNAC Callao esperando a la izquierda, los chicos del taller, Elvira, Miguel, Marina, Juan, Nano, David, Ernesto... todos escoltando a una Lara nerviosa, claramente nerviosa mientras Felipe Benítez Reyes desgrana "Por si se apaga la luz" a un ritmo lento, quizá demasiado.

Con todo, el nerviosismo de Lara no es nada comparable al mío, que estoy en la otra punta de la sala, es decir, pegado a la pared de atrás, como el típico asocial de clase de instituto. Pose de repetidor con gafas de pasta. Un sinsentido. Me prometo esperar hasta que Lara hable y cuando empieza a hablar me despido muy amablemente de Miguel, pido cita para un café tranquilo -porque ya hemos dicho que cafés tranquilos, sí; presentaciones, regular- y salgo rumbo a Tipos Infames, hablando con mi tío por teléfono, cruzándome con Borja Cobeaga, con Carmelo Gómez, con toda la industria cultural malasañera que sale o entra de los Lara, del Microteatro, o que simplemente pasea por la Corredera Baja de San Pablo como los burgueses paseaban por Vetusta, un poco por necesidad, un poco por dejarse ver.

Y yo, con mis dudas habituales, ¿quiero que me vean o quiero pasar desapercibido?, ¿y cómo puedo hacer todas las cosas que quiero hacer, que son muchas, pasando desapercibido, sin ayuda?, ¿cómo se escribe sin editores ni lectores? Cuando llego a la presentación de la novela de Eduardo Lago, la librería está hasta arriba, tan hasta arriba que hago algo muy propio: me meto en el Lozano a tomarme un bocata de tortilla. Dejemos algo claro: tenía hambre. Sin el hambre no habría habido Lozano. Eso no quiere decir que la estampa no me gustara estéticamente: Lago, Vicent, Trueba, Loriga... todos metidos en la librería riendo y pasando un buen rato y yo en el bar grasiento de enfrente tomando un bocata.

Creo que esa es exactamente la imagen que tengo de mí mismo y eso no quiere decir en absoluto que esté cómodo con ella ni que no quiera cambiarla. Solo que no sé cómo.

En fin, que la presentación acaba y yo me siento abrumado ante tanta gente a la que admiro y que me gustaría que me conocieran, claro que sí, pero que me gustaría que me conocieran por algo y no solo por "estar ahí" -"show off", dicen los ingleses, que saben más de estas cosas- y ante la imposibilidad de que ahora mismo nadie me conozca por nada que merezca demasiado la pena, pues prefiero no molestar, quedarme con mis primos, quedarme con mis tíos, algo de charla con Pepe Lasaga y mantener el tono bajo, el que me lleva a un bar en la calle Madera o alrededores esperando a que mi esposa me recoja con su coche y me lleve a casa tranquilo, donde las series, las redes sociales, las aplicaciones de Facebook...

Estoy tan acelerado que me acaba preguntando: "¿Y por qué no te has quedado más tiempo y luego volvías tranquilamente en un taxi?" y yo me lío a dar explicaciones cuando en realidad podría haberlo resumido en dos palabras: "Hace frío". Y ella, seguro, me habría entendido perfectamente.

martes, octubre 08, 2013

El hombre con el que nadie contaba: John Paxson


La eliminatoria ha vuelto a Phoenix. Los Bulls llevan todo el año así, un poco jugando al ratón y al gato: ahora me alcanzas, ahora me escapo. Sufrían como perros contra los Knicks en la final de conferencia, con un 2-0 en contra y unas sensaciones horrorosas, y a la semana la cosa ya estaba 2-4, billete asegurado para jugarse contra Charles Barkley la final de la NBA, su tercera consecutiva, la oportunidad de ser el primer equipo desde los Minneapolis Lakers y los Boston Celtics en ganar tres anillos de campeón en tres años.
Magic Johnson no pudo hacerlo. Kareem Abdul-Jabbar no pudo hacerlo. Larry Bird ganó tres en toda su carrera, nunca, por supuesto, consecutivos.

Ese es el reto que tiene ante sí toda una generación de jugadores que empezaron con Doug Collins a finales de los 80 y se asentaron con Phil Jackson a principios de los 90. Una generación de jugadores que poco a poco van llegando a los treinta años con lo que eso implica: mayor madurez en su juego pero la necesidad imperante de gestionar los esfuerzos: el verano anterior, Jordan y Pippen se han pasado meses con el Dream Team de gira en vez de descansar y preparar la temporada. Bill Cartwright ha estado casi todo el año lesionado y Horace Grant ya parece buscar un sitio donde le traten y le paguen mejor. El eterno agraviado.

Junto a ellos, los jornaleros de la gloria, esos jugadores que no pueden faltar en ningún equipo de Phil Jackson: el veterano base suplente John Paxson, el flamante base titular B.J. Armstrong, el pivot fajador Will Perdue, el siempre sólido Scott Williams y el bala perdida de Stacey King, figura universitaria que nunca llegará a más que a «tipo que hace vestuario» en la NBA. Ellos cinco, más las tres estrellas, más el entrenador, son los que quedan de aquel primer anillo ganado en el Forum de Inglewood en la misma cara de Jack Nicholson, el canto del cisne de unos Lakers que perderían a Magic por el SIDA apenas unos meses más tarde.

Ocho jugadores que aguantan tres años y aguantan ganando es algo de lo más inusual en la NBA y por eso pasan cosas como estas: pierdes la ventaja campo por una liga regular decepcionante, llegas a la final a base de talento… y cuando parece que está todo hecho y has ganado los dos primeros partidos en Phoenix, vas y pierdes dos de tres en tu Chicago Stadium para darle emoción a la historia. Uno de ellos, para añadir más dramatismo, después de tres prórrogas, el que hubiera puesto el casi definitivo 3-0 en el marcador.
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El hambre de una manada de lobos solitarios

En definitiva, como decía al principio, la eliminatoria ha vuelto a Phoenix, que lleva muchos años sin verse en una de estas, exactamente desde 1976, cuando otra triple prórroga en el Boston Garden y un poco de magia de John Havlicek dejaron al equipo de Paul Westphal y compañía a un paso del primer campeonato para una franquicia por entonces joven. Diecisiete años después, ahí sigue Westphal pero esta vez como entrenador y si algo se puede decir de sus Suns es que tienen hambre. Un hambre brutal. Un hambre de sesenta y dos victorias y solo veinte derrotas y contraataques constantes, triples imposibles, un juego veloz marcado por el espídico Kevin Johnson, que con los años acabaría como alcalde de Sacramento.

Es el hambre de un grupo de hombres que no están acostumbrados a la gloria, es decir, que no son los Chicago Bulls. Jugadores que se han tenido que ganar el respeto tras años y años en la liga como Danny Ainge, que han vivido con el peso de la final olímpica perdida en Seúl como Dan Majerle, que han recurrido a concursos menores para asomarse a Sports Illustrated como Richard Dumas o Cedric Ceballos… y sobre todo el hambre de dos campeones que nunca han llegado a serlo: Tom Chambers, estrella en Seattle, ya en sus treinta y muchos, con un papel residual en el equipo y sobre todos ellos Charles Barkley, el tipo que siempre estuvo «a punto de»… A punto de ser elegido por Bobby Knight para jugar los Juegos Olímpicos de 1984, a punto de ser el máximo anotador de la temporada en varias ocasiones, a punto de ser el mejor jugador de la liga sin llegar siquiera a los dos metros…

El hambre de Barkley es insaciable y la temporada de los Phoenix Suns no se entiende sin él. El paso por el Dream Team le ha venido de maravilla. Todo el mundo está de acuerdo en que fue el mejor dentro de la pista aparte de ser el más carismático fuera de ella. Por una vez el patito feo se sintió un cisne y le gustó. Harto de ser un perdedor en los Philadelphia 76ers, incapaz de continuar el legado de los Cheeks, Julius Erving o Moses Malone, con los que llegó a coincidir muy brevemente al principio de su carrera, Barkley había forzado su fichaje por los Suns para buscar por fin el anillo que le era esquivo. El resultado no podía haber sido mejor: MVP de la temporada dentro del mejor equipo de la liga.

Lejos quedan las polémicas, como cuando tras perder un partido en el último segundo, dijo a la prensa que lo que le apetecía era llegar a casa y pegarle una buena paliza a su mujer o como cuando tras ser expulsado por faltas de un partido le dijo al árbitro en cuestión: «¿Crees que esta gente ha pagado la entrada para verle a él?», refiriéndose al compañero de equipo que le sustituía. Barkley ahora no solo presume de hambre sino de madurez, y ahí está, a dos partidos de su primer título, los dos en casa, ante su público.

Sin embargo, si hay un equipo al que «el Gordo» no da miedo alguno es a los Chicago Bulls. Tiene sentido: Jordan le tiene comida la moral. Le ha vencido varias veces en la Conferencia Este, le ha superado como anotador y como estrella individual. Cuando los dos parecían condenados a ser primadonnas sin premio colectivo, Michael se ha puesto a ganar títulos como loco. Puede que alguien quiera ser como Charles, eso nadie lo duda, pero desde luego los niños lo que cantan es el «I wanna be like Mike» que les repite Nike cada cuatro anuncios.

Para los Bulls, Barkley es lo que Jordan era para los Pistons: un perdedor, un tipo predecible. De hecho, Phil Jackson apenas le presta atención y se centra más en parar como sea a Kevin Johnson y mitigar los daños que pueda causar Dan Majerle en ataque. El objetivo no es Barkley sino encerrar a los bases de Phoenix en esa tala de araña que tejen los brazos de Jordan y Pippen con las ayudas de Grant tras bloqueo. Parar el ritmo. Bajar la anotación. Llevar el partido al ritmo de las finales, donde los niños, dice el tópico, no pueden seguir el ritmo de los hombres.

La táctica tiene éxito a medias porque si no los Suns no estarían aún vivos y coleando: la anotación supera con creces los 100 puntos en casi todos los partidos y Barkley, sin ser del todo decisivo, presenta unos números impecables: 28,6 puntos, 12,2 rebotes y 4,8 asistencias por partido, aunque con unos porcentajes mejorables. Enfrente, Michael Jordan viene de tres exhibiciones majestuosas ante su público: 44 puntos en el tercer partido, 55 en el cuarto, y otros 41 en el quinto. Dos de los tres han acabado en derrota y no es casualidad: cuando el partido se convierte en una demostración individual —y así fue durante muchos años— lo normal es que el equipo pierda. Si los Bulls han aprendido a ganar y a ganar casi siempre es porque juegan en equipo, porque mezclan el uno contra uno con lo que Tex Winter y Phil Jackson han dado en llamar «el triángulo ofensivo» o «ataque de triple poste», una táctica algo confusa que solo ellos parecen entender de verdad, que, de hecho, a ellos les parece sencillísima, pero que en su sencillez esconde tal variedad de opciones que a los ojos del espectador es difícil buscar patrones.

Así que, en resumen, y tras cinco partidos, Jordan le va ganando el pulso a Barkley, pero esto no es un duelo entre dos sino entre diez y la ciudad de Phoenix se engalana para albergar el sexto encuentro con la esperanza de que la cancha vuelva a ser el fortín que fue durante la liga y no el coladero que viene siendo a lo largo de los play-offs. Los analistas coinciden en que los Suns son mejor equipo. También coinciden en que acabarán perdiendo. Sir Charles no está de acuerdo. Tras sobrevivir al quinto partido en Chicago, lo tiene claro: «Dios quiere que ganemos un campeonato del mundo». Jordan es más práctico: cuando se sube al autobús que lleva al equipo al America West Arena, lo hace con un puro de 30 centímetros entre los labios y saluda a todo el mundo de esta manera: «Hola, campeones, vamos a patear unos cuantos culos en Phoenix».

Puedes leer el resto del artículo sobre las finales NBA de 1993 entre Chicago Bulls y Phoenix Suns de manera totalmente gratuita en la revista JotDown

lunes, octubre 07, 2013

Rajoy debería saber que los españoles no votan con el bolsillo


Una de las leyendas que se extendieron durante los años noventa y buena parte de la primera década de este siglo era la de que el español votaba con el bolsillo, una manera de decir que, mientras la economía fuera bien, lo demás importaba lo justo. No sé de dónde vino esa creencia ni si tuvo algo que ver con el “Es la economía, estúpido” de la campaña de Bill Clinton en 1992, pero lo cierto es que no se basaba en dato empírico alguno: puede que la economía fuera un desastre en 1982, pero pensar que la hecatombe de UCD se debió a eso y no a su propia descomposición, el auge del terrorismo, la inseguridad ciudadana y el sentimiento de que el país estaba preparado para un cambio de caras no vinculadas al aparato franquista es simplificar todo un poco.

Las mayores muestras de que, al español, el bolsillo le aprieta pero no le ahoga el voto se dieron algo después: en 1993, los datos macroeconómicos de España eran un desastre y ganó el partido del gobierno; en 1996, parecía que el país se recuperaba... y ganó la oposición. Nada comparado a lo que sucedió en 2004, cuando la economía iba viento en popa en pleno esplendor de la burbuja inmobiliaria, el paro andaba por los suelos, los bancos daban crédito a cualquiera que se acercara... y el PP de Mariano Rajoy pasó de gobernar con mayoría absoluta a perder las elecciones.

Sí, claro, en medio estuvo el 11-M. En medio siempre hay algo y las razones a veces son unas y a veces son otras; a veces nos gustan y a veces, no, pero a lo que voy es a que la mayoría de votantes van o vuelven a las urnas, se deciden por un partido o por otro según parámetros de confianza de los que la economía no es sino uno más y a lo que se ve, ni mucho menos el más importante.

Por eso mismo, se entiende mal la polémica que el propio Rajoy ha creado con sus confusas declaraciones en Tokio presumiendo de sueldos bajos y mano de obra barata en España como incentivo para invertir en el país. Se entiende mal porque los sueldos bajos son para sus votantes y la mano de obra barata, de nuevo, son sus posibles electores. Debería entender que no sirve de nada tener unos datos macroeconómicos maravillosos si la microeconomía no funciona, es decir, si el ciudadano no siente que esas mejorías le afectan en su vida diaria.

El problema del paro es un problema de precariedad y no solo laboral, sino social. El ciudadano se siente excluido de la maquinaria, incluso culpable. Presumir de que la gente está tan desesperada que trabaja por cualquier cosa que le echen —un saludo al señor Adelson- puede que esté bien en las grandes reuniones de mandamases pero en público suena algo sucio, con un punto desesperado y de burla. No es cuestión de que mucha gente trabaje a mogollón sino de que lo hagan en las mejores condiciones posibles para desarrollar su capacidad y ayudar así a la empresa privada y al país a lsair del agujero.

No es de extrañar, en cualquier caso, que los políticos confundan cantidad y calidad tan a menudo. De hecho, el bipartidismo se basa en un concepto de calidad: nuestros votos valen más que los de las terceras opciones, salvo en aquellas circunscripciones donde las terceras opciones somos nosotros. Un dato al respecto: en las citadas elecciones de 2004, el PP consiguió 9.763.144 votos y aun así quedó a casi cinco puntos del PSOE de Zapatero. Siete años después, Rajoy logró 10.866.566 papeletas y logró la mayoría absoluta. Solo un millón de votos más supuso un 7% de incremento en porcentaje de voto y el paso de la nada al todo.

¿La razón? Obviamente, hay que encontrarla en los ciudadanos que no votaron, que votaron a terceras opciones como IU y UPyD o que prefirieron a partidos que intuían que no iban a obtener representación parlamentaria. Muchos, de hecho, votaron en blanco o nulo, hasta 650.000 españoles, que ya hay que estar cabreado para acercarse un domingo al colegio electoral de turno solamente para sabotear tu propio voto.

En resumen, la macroeconomía ayuda mucho a la propaganda y, ojo, la propaganda ayuda mucho a ganar elecciones... pero no a cualquier precio. Si el precio a pagar es el desprecio al ciudadano, el endurecimiento de sus condiciones laborales y el alejamiento de más gente del sistema, nos acercaremos a escenarios parecidos a los de Italia o Grecia, es decir, elecciones en las que todo es posible, porque la gente está tan desesperada que lo mismo te vota a Beppe Grillo que a Aurora Dorada y a ver qué pasa. La mano de obra barata es lo que tiene, que no le queda mucho que perder.

Bueno es que el paro baje o que no suba demasiado y muy bueno que las previsiones de crecimiento se revisen al alza, pero, ya lo sabe el propio Rajoy en sus carnes, si el ciudadano siente que te estás burlando de él, te quita la confianza. Tenga razón o no, que de eso la estadística y los escrutinios no entienden nada


Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"

lunes, septiembre 30, 2013

El último mate a una mano de Audie Norris


Tiene treinta y dos años y las rodillas destrozadas pero sigue sintiendo el miedo y el respeto a su alrededor. Después de un año casi en blanco, acaba una temporada 1992/93 que no le ha ido nada mal a Audie Norris: doce puntos y nueve rebotes en treinta minutos de juego. No es una barbaridad, no son los dieciséis y diez de la 1989/90, el apogeo de su carrera en el Barcelona, pero él nunca fue un jugador de números, ni siquiera en esa época: eso se lo dejaba a los Solozábal, Epi, Sibilio, Jiménez y compañía.

Norris era el hombre que lo hacía posible. El facilitador. El hombre que daba las ligas, camiseta interior roja bajo tirantes azulgrana. Su dominio apabullante no era un dominio de SuperManager, no era un dominio Tanoka Beard, era cualquier otra cosa: el dominio del físico, de la agresividad… la seguridad de que el tiro de tres metros con las manos muy por encima de la cabeza acabará en canasta. La seguridad de que el rebote ofensivo será suyo y machacará el aro a una mano. Eso era Norris: certezas. De hecho, todo aquel Barcelona de los 80 era un cúmulo de certidumbres, de seguridad. Un equipo hecho a la medida de Aíto García Reneses, donde nadie brillaba demasiado y nadie fallaba nunca. Un rodillo.

Eso, al menos, hasta la eclosión del Joventut de Badalona. Es curioso: les quitaron a Montero por un dineral pero les regalaron a Ferran Martínez y el vecino pobre se puso a ganar títulos como loco: una liga, dos ligas, una final de Liga Europea… Norris cumplió los treinta años pero ese no fue el problema: el problema fue que también los cumplió Epi, que los cumplió Solozábal, que Aíto se cansó de perder Final Fours o el público se cansó de que Aíto las perdiera… y que no había sucesión. Pareció haberla, con José Luis Galilea, Lisard González, Roger Esteller, Oliver Fuentes, Jose Antonio Paraíso… pero no, no la había. Quedó un puente estrechísimo tendido entre el pasado y el futuro. Un puente de dos pilares: Jiménez y Norris… solo que Norris se rompió la rodilla y el puente se vino abajo.

Y ahora, en el vestuario del Olímpico de Badalona, el mismo vestuario que nueve meses atrás usaran Bird, Magic, Petrovic, Jordan, Sabonis… todo tiene un aire a último baile. Acaba de terminar el quinto partido de la semifinal contra el Joventut, y el Barcelona ha perdido. Aíto está de nuevo al mando, después del experimento Maljkovic, y en la mente de todos los jugadores queda la oportunidad perdida en el Palau Sant Jordi, apenas dos días antes, cuando pudieron sentenciar la eliminatoria y meterse en la final tras un año aciago.


Al menos lo han intentado, pueden decirse. Al menos no se entregaron cuando el Joventut se puso once puntos arriba y el público cantaba el pase a la final. Al menos hizo falta que Jiménez se trastabillara al intentar el último contraataque para que el rival respirara tranquilo. Cuatro años de finales del Joventut de Villacampa, Jofresa, Corney Thompson y compañía. Al menos, y esto puede ser una buena noticia, los chavales no se han rajado: Fuentes, ocho puntos; Montero, trece; Galilea, solvente desde el banquillo. Por jugar, ha jugado hasta Almeida, aunque sean solo unos segundos.


Muchos buenos indicios pero los indicios no bastan y a Norris le duele. «Al principio de temporada, el objetivo era entrar en Liga Europea, así que hemos cumplido», dice a la prensa sin acabar de creérselo, una vez que el Estudiantes cae definitivamente con el Real Madrid en la otra semifinal. A Norris le queda una cuenta pendiente y es la cuenta de Sabonis. Norris quiere demostrar que el zar sigue siendo él. Que ya no puede ser más fuerte pero puede ser más listo. Que Sabas tiene más centímetros y más talento, pero él tiene más valor y puede trabajar el doble. ..

Puedes leer de forma gratuita el resto del artículo en la Revista JotDown, dentro de la sección "El último baile".