miércoles, diciembre 05, 2012

Lichis: "La industria antes era semimafiosa, pero la 2.0 es directamente El Padrino"

Lichis bebiendo cerveza. Fotografía: Lola Guerrera
Lichis pide un chupito para cerrar la comida a dos en un bar de Rivas Vaciamadrid. Pollo asado troceado y un buen montón de patatas. Cerveza y Coca-Cola. Poco antes, me ha dicho en la mesa: “Me alegra que la gente no me conozca por la calle, que ya no me paren todo el rato, que pueda ir por el metro o el autobús y solo de vez en cuando algún chaval me salude y me diga Ey, Lichis, de puta madre lo que haces, para adelante”.

Probablemente, él  nunca haya sido un fenómeno de masas, más allá de los dos-tres años de gloria de La Cabra Mecánica a principios de siglo, pero en este país no hace falta ser un fenómeno de masas para sentirte observado y que todo el mundo quiera ser tu amigo si las cosas van moderadamente bien.
Sin ir más lejos, cuando va a pagar el chupito en cuestión, el camarero se niega a cobrarle: “Esto es por todos los bailes que me he marcado gracias a ti”, dice, y Lichis sonríe, con esa sonrisa suya que a veces parece incómoda, como si no valiera para el puesto de hombre carismático pero hiciera todo lo posible por no decepcionar a nadie, como si toda su vida fuera una tensión constante entre la necesidad de no decepcionar y la inevitabilidad de esa decepción.

Su hija tiene un año y medio, casi dos. “Está en la edad en la que se merece que cada día sea una fiesta”, dice, como propósito de padre responsable. Parece que Lichis está harto de que la fiesta sea siempre la de los otros pero tampoco hace mucho por evitarlo. Por ejemplo, justo después del episodio del chupito, unos treintañeros de barra de bar le preguntan: “Oye, ¿tú eres músico, no?” y él contesta: “Lo que queda” y entonces la conversación se enreda en lo típico de “es que no sé quién eres pero te he visto varias veces y tu cara me suena”, cosa que yo sé que a Lichis le repatea, porque si no sabes quién soy, ¿para qué vienes a decirme nada?, pero él sigue con la misma sonrisa forzada, se despide con un “hasta luego, familia” y sale por la puerta sin mencionar el incidente. Como si nada.

Son las dos y media de la tarde, una hora impropia para haber acabado de comer, y todo esto empezó a las doce, cuando Lichis se bajó del coche de su padre y nos recogió a la fotógrafa, Lola, y a mí. La primera parada nos llevó al típico “bar de viejos”. Un bar, nos cuenta, que forma parte de un barrio en cooperativa, como tantas cosas en Rivas, un municipio a las afueras de Madrid que lleva lustros en una realidad aparte, con su alcaldía de Izquierda Unida y sus calles dedicadas a Pilar Bardem, José Saramago, Miguel Hernández… La vieja guardia. Parece el sitio ideal para la primera pregunta, la que hace referencia a una línea de su canción “El malo de la película” y que dice aquello de “Los canallitas sueñan con ser Sabina”, pero Lichis, Miguel Ángel Hernando, Miguel, quiere dejar las cosas claras desde el principio:

Yo nunca pretendí ser un canalla y me molesta que me lo atribuyan. De hecho, es un término que odio, porque se supone que canalla es el que, sin tener ni puñetera idea de hacer nada, sale adelante intentando medrar, engañar… y esa no ha sido mi intención en ningún momento. He podido ser más o menos patoso, tener más o menos talento pero nunca me he considerado un canalla… Lo que pasa es que es una estética que mola, que cae bien, forma parte de lo que yo llamo el lobby de la gente simpática. Esa gente que cuando aparece en la tele, muchos dicen: Joder, qué simpático es este tío, me voy a comprar su disco. Al final los canallas suelen estar forrados, como los malditos. De verdad, yo nunca he querido tener nada que ver con eso”.
La primera en la frente. ¿Y qué es de Sabina, de la comparación recurrente?  “Eso me lo decían al principio y me lo decían los que querían tumbar a Joaquín. A mí me daba igual Joaquín, me gusta lo que hace, y no me hacía ninguna gracia que de alguna manera nos enfrentaran. No quería ser Sabina ni dejar de serlo, pero parecía que había que quitarlo del pedestal y en un tiempo me tocó a mí. Ya te digo: no me gustó nada y creo que a Joaquín, tampoco”.


Lo bueno de Miguel es que preparas una entrevista sin saber por dónde va a tirar. Por ejemplo, lo siguiente es preguntarle por el éxito del “No me llames iluso” y por su empeño en negar esa canción, la enorme manía que le tiene hasta el punto de llevar casi diez años sin tocarla en directo. Lo primero que hace es negar la mayor, no permitir concesiones: “Es que ya no sé cómo explicar esto, el Iluso no fue ningún éxito, al revés, cortó lo que podría haber sido una trayectoria de éxito que sí se veía venir en Vestidos de Domingo. Ese disco vendió tres veces más que la historia del Iluso, pero la gente se quedó con eso, me la pedían en todos lados, me sentí un poco etiquetado con una canción que no me había dado nada en realidad”.

La batalla de Lichis con la realidad viene de lejos y la realidad en la música irremediablemente se llama “industria discográfica” y sus derivados. El último disco completamente inédito de La Cabra Mecánica, “Hotel Lichis”, es de 2005 y lo editó DRO. Pasó completamente desapercibido, nadie hizo nada por promocionar un álbum notable. Desde entonces han pasado siete años, ¿ha cambiado algo en el mundo de la música? “Se habla mucho de una revolución, pero sigue todo igual. Como mucho ha habido una involución: la industria antes era semimafiosa y la industria 2.0 es directamente “El Padrino”, un negocio para ADSLs y empresas de telecomunicaciones. Cada vez que sacan un invento nuevo como iTunes o Spotify, te dicen que va a cambiar la música y al final no sirve para nada, es lo mismo de siempre, puro marketing de gente que no tiene nada que ver con la música, son informáticos o ingenieros…”.

Puedes leer el resto de la entrevista a Lichis de forma gratuita en la revista Unfollow Magazine.