viernes, diciembre 21, 2012

El último baile de Joe Arlauckas


Joe Arlauckas llegó a España a los 23 años después de un breve paso por los Sacramento Kings de la NBA y la Juvecaserta italiana de Oscar Schmidt Becerra. Su destino no tenía demasiado glamour, precisamente: el Caja de Ronda era un equipo de mitad de tabla para abajo, acostumbrado a ascender y descender y que disfrutaba del apogeo tardo-ochentero de las Cajas de Ahorro vinculadas al baloncesto en una ciudad como Málaga donde competía con el Mayoral Maristas de Mike y Ray Smith, probablemente los mejores extranjeros de la liga.

El fichaje de Arlauckas, sin embargo, revitalizó por completo al equipo, completando un quinteto inicial histórico con Fede Ramiro, Luis Blanco, Rafa Vecina y Ricky Brown. A base de jugar 40 minutos por partido, con escasos relevos puntuales ordenados por Mario Pesquera en el banquillo, el Caja de Ronda pasó de ser un equipo comparsa a disputar los play-offs por el título con sus posesiones largas, tediosas, que acababan generalmente con un balón interior para cualquiera de sus tres pívots —Arlauckas solía salirse a jugar de alero pero su obsesión era el bote hacia dentro, todo potencia, una especie de Karl Malone blanco— o un triple de Ramiro o el escolta de turno.

Sus buenos números no pasaron desapercibidos a Josean Querejeta, un tipo al que normalmente no le pasa desapercibido nada de lo que tenga que ver con el baloncesto. Tras dos años en Málaga, Arlauckas fichó por el Taugrés, equipo heredero del Caja de Álava, en verano de 1990, y empezó lo que sería una trayectoria espectacular, probablemente la mejor de un estadounidense en la moderna liga ACB. En su primer año en Vitoria compartió vestuario con Pablo Laso, Chicho Sibilio, Scott Roth, Ramón Rivas, el mítico Alberto Ortega… El Taugrés estaba dando el paso de un buen equipo a uno de los grandes de España y en eso tuvo mucho que ver el propio Arlauckas, que consiguió el premio al mejor extranjero de la liga otorgado por la revista Gigantes durante tres años consecutivos: 1992, 1993 y 1994, este último ya en el Real Madrid.

Aquel Taugrés era un equipo rápido, explosivo, capaz de grandes parciales a favor y en contra. Con los años fueron apareciendo los Nicola y compañía, chicos adolescentes sacados de la cantera argentina, pero la estrella seguía siendo la misma: Joe Arlauckas, también obligado a sostener al equipo jugándose los 40 minutos y corriendo contraataques como loco, con Pablo Laso poniéndole el balón en el lugar preciso. Si Arlauckas era Malone, Laso era Stockton. Verles jugar juntos maravillaba a cualquiera: en 1991, dieron la campanada eliminando al Real Madrid y solo perdieron contra el Montigalá Joventut en semifinales; en 1992, el equipo repitió semifinales, poniendo contra las cuerdas de nuevo al Madrid de Clifford Luyk, que solo pudo ganar en cinco partidos. El tercer año, más modesto, el Taugrés cayó eliminado en octavos de final ante el Elosúa León de Xavi Fernández. Eso sí, Arlauckas fue nombrado MVP de la Copa del Rey de aquel año, que ganaría el Real Madrid de Sabonis

Y precisamente al Real Madrid de Sabonis viajó el estadounidense, a sus ya 28 años, dispuesto, como todos, a “ganar títulos”. Al principio, había dudas sobre su ubicación en el campo: en Caja de Ronda había sido un alero que jugaba por dentro, en el Taugrés, un ala-pivot con facilidad para el tiro de cuatro-cinco metros… ¿qué sería en el Madrid de Antonio Martín y Arvydas Sabonis? Su primer partido oficial, ante el Unicaja Polti, lo perdería, con una actuación algo discreta: 9 puntos, 11 rebotes y un pobre 4/11 en tiros de campo, alternando las posiciones de alero y pívot. Aquel Real Madrid venía de ganar el doblete y jugaba por y para Sabonis, cosa muy lógica, con las amenazas exteriores de los veteranos Kurtinaitis, Biriukov y Cargol y el extenuante trabajo defensivo de dos “juniors” como José Lasa, Isma Santos y el repescado Javier García Coll, héroe estudiantil en los 80, que acababa su carrera como tantos otros, en el eterno rival.

No le fue mal la cosa a Arlauckas. Poco a poco fue reivindicando su estatus, comiéndole minutos a Cargol y a Antonio Martín, sobre todo, y llevó al equipo a ganar la liga frente al Barcelona con 18 puntos de media por partido.

Su siguiente año fue aún mejor, con Zeljko Obradovic en el banquillo. Sabonis estaba en su esplendor, con partidos por encima de los 60 puntos de valoración, y Arlauckas era su fiel escudero. Sin duda, formaban la pareja interior más fuerte de Europa y lo demostraron en Zaragoza, donde consiguieron la octava Copa de Europa para el Real Madrid, la única que ha conseguido el club blanco en los últimos 32 años. Todo el mundo recuerda el partido de Sabonis, por supuesto, incluso la defensa de García Coll, pero Arlauckas no anduvo a la zaga, con 16 puntos y hasta 21 lanzamientos a canasta, buena muestra de su importancia en el equipo.

Aquella fue la última temporada de Sabonis en Madrid y el club entró en una especie de zozobra: Arlauckas se quedó como única referencia hasta la llegada de Dejan Bodiroga y Alberto Herreros en 1996. Se suponía que el Madrid había formado un equipo de ensueño, pero aquellos años se saldaron con solo una Eurocup —antigua Recopa— con exhibición incluida de Joe en Bolonia ante la Virtus: 63 puntos en una serie de 24 de 28 en tiros de 2 y 15 de 18 en tiros libres. Sigue siendo el record absoluto de la competición hasta la fecha y tiene pinta de que el récord durará bastante en unos tiempos donde muchos equipos ni siquiera llegan a los 63 puntos en total.

Los últimos años de Arlauckas en el Madrid fueron duros: más allá de la treintena, las lesiones empezaron a hacer mella junto a una cierta pérdida de protagonismo en el ataque: en la temporada 1996/97 solo pudo jugar 24 partidos aún a un nivel monstruoso, como atestigua su exhibición europea. En la 1997/98, sin embargo, fue cortado al poco de terminar la primera vuelta por su entrenador, Miguel Ángel Martín, con quien mantuvo una relación algo más que tensa. “En diez años en España no he tenido problemas, hasta que ha llegado este tío al que no pienso nombrar”, dijo Joe en su despedida. “El Cura” respondió: “Es un vago, todo el mundo lo sabe, por eso nadie lo quiere fichar”.

El caso es que el propio Martín fue cesado poco después, en ese club a la deriva que fue el Madrid post-Sabonis y que ha venido siendo, con momentos puntuales de esplendor, desde entonces.
Arlauckas tenía 33 años y un pedigrí importante en Europa. Quizá le faltara el atletismo de sus primeros años, esos contraataques fulgurantes culminados en mate inclinado a una mano, colgando casi el codo de la canasta mientras se reía de la hinchada del fondo rival. Pero un tío que viene de meterle 63 puntos a la Virtus de Bolonia no podía ser ni un vago ni podía estar acabado, así que el baloncesto griego, en su esplendor económico, apostó por él, en concreto el AEK de Atenas, que luchaba por combatir la dictadura de los Panathinaikos, Olympiakos, PAOK y Aris de Salónica…

El paso del baloncesto español al griego fue mortal para Arlauckas, que nunca supo adaptarse a ese juego parsimonioso, agónico, de posesiones eternas y marcadores ridículos. Un montón de multimillonarios jugando como universitarios al mando de los poderosos entrenadores yugoslavos de la época. Su equipo venía de perder la final de la Liga Europea el año anterior precisamente ante la Virtus de Bolonia, entrenada por Ettore Messina, después de anotar unos ridículos 44 puntos. Arlauckas llegó para aportar anotación y dinamismo y algo de eso hizo, pues rondó los 14 puntos por partido, pero el equipo no logró los objetivos marcados: jugó la final de Copa, pero la perdió contra el PAOK de Salónica. A lo largo de la temporada vio cómo hasta tres distintos entrenadores se sentaban en su banquillo: Giorgios Kalafakatis, el joven Fotis Katsikaris y el mítico Kostas Politis.

El fichaje de Dusan Ivkovic como técnico supuso la salida de Arlauckas, que tuvo que buscar refugio en el Aris de Salónica ya con la temporada 1999/2000 iniciada. El Aris estaba muy lejos de los tiempos de Gallis, Giannakis y compañía, cuando llegaba a Final Fours con asiduidad y representaba casi en exclusiva el baloncesto griego por Europa. Pese a todo, y gracias a jugadores como Charles Shackleford, Zarko Paspalj, Tiit Sokk, Mario Boni y el eterno “PiculínOrtiz, el Aris había conseguido ganar la Korac de 1997 y la Copa griega de 1998. Con el equipo fuera de posiciones de play-offs y dado el bajo rendimiento de su americano Darnell Robinson, la directiva decidió fijarse en Arlauckas, quien el 27 de diciembre de 1999, a los 35 años, debutaba por última vez en su quinto club europeo.

El Aris era un equipo con problemas económicos y continuos cambios en el banquillo y la directiva. Con todo en contra y pese a las bajas de hasta cinco jugadores a lo largo de la temporada por diversos problemas, Arlauckas consiguió liderar a sus compañeros hasta los play-offs, donde cayeron en primera ronda. El ganador de aquella liga sería el Panathinaikos, con su excompañero Dejan Bodiroga como estrella indiscutible. Más preocupado de su familia que del baloncesto y con 36 años ya cumplidos, uno de los mejores ala-pivots del baloncesto europeo de los 90, anunciaba su retirada.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown, dentro de la sección "El último baile"

miércoles, diciembre 19, 2012

No diga Argentina, diga Golpe de Estado

En plena Semana Santa de 1987, llega una noticia alarmante desde Argentina al resto del mundo: la sublevación armada de los llamados “carapintadas”, preparados para un posible ataque a Buenos Aires desde la base de Campo de Mayo. Apenas han pasado cuatro años desde la llegada de la democracia, encabezada por Raúl Alfonsín, y de nuevo el ejército da una señal de poder, eligiendo al teniente coronel Aldo Rico como líder para la ocasión. Rico, un oficial joven, que apenas cuenta con más de 40 años cuando la insurrección salta a los medios de comunicación, clama contra los juicios que han condenado a los miembros de las Juntas Militares que asolaron Argentina de 1976 a 1983 y pide una amnistía total, así como el cese de cualquier investigación posterior.

La situación es dramática: Alfonsín se dirige a la nación y al ejército, pidiendo que sofoquen la asonada… pero en el ejército nadie se mueve. Ni a favor ni en contra de Rico. Su silencio es el propio del que otorga: la cúpula militar sabe que su momento ha pasado, que los apoyos exteriores son menores y que la exhibición pública de sus masacres los ha dejado en una posición terrible ante la propia ciudadanía. Eso no quiere decir que le vayan a hacer ningún favor a Alfonsín, el hombre que les prometió borrón y cuenta nueva para acabar poniendo a los Videla, Massera y compañía entre rejas. Al contrario. Quieren sangre de presidente.

Aldo Rico y sus carapintadas ponen en jaque al Gobierno Alfonsín
Aldo Rico se dirige a sus “carapintadas” 

La calma tensa dura días, casi una semana. Alfonsín piensa en encabezar una marcha ciudadana indignada hacia Campo de Mayo, pero sus asesores le obligan a replanteárselo: al final acude él solo, se reúne con los líderes “carapintadas” y obtiene la promesa de su rendición. A cambio, según él, ninguna contrapartida. Como un héroe, vuelve a Buenos Aires y sorprende a todos con un discurso en el que viene a loar la fidelidad de las Fuerzas Armadas, como si aquí no hubiera pasado nada, y desea a todo el mundo una feliz Pascua.

Nadie lo entiende.

Apenas dos meses después, el 4 de junio de 1987, el gobierno radical anuncia la Ley de Obediencia Debida, por la cual la gran mayoría de los involucrados en torturas, violaciones, asesinatos y represión masiva durante siete años quedan liberados de cualquier responsabilidad penal bajo un concepto propio de Adolf Eichmann: “Yo cumplía órdenes”. La decisión aplaca los ánimos de los oficiales pero no los de Rico, quien escapa de la cárcel, se reúne con algunos de sus compañeros y vuelve a protagonizar un intento de golpe de estado en enero de 1988, amotinando a sus hombres en Montecasero. Aquello resulta ser una “tejerada” más que otra cosa, igual que el postrero intento de Mohamed Ali Seinildín en Villa Martelli.

El gobierno de Alfonsín acaba con una asonada tras otra mientras el país aguanta la respiración, destruye documentación, planea exilios y busca refugios para una represión que podía ser aún más brutal que la de los años 70. Los más veteranos no dejan de estar acostumbrados: llevan viendo lo mismo desde 1930. De hecho, cuando Menem gana las elecciones de 1989 y sucede a Alfonsín se produce un hecho histórico: por primera vez en más de sesenta años, un presidente argentino elegido en las urnas sucede a otro también elegido en las urnas. ¿Y qué es lo primero que hace Menem? Indultar a todos los oficiales de las Juntas Militares. Aquel hombre tiene claro que no quiere problemas aunque eso cueste manchar la memoria de miles de víctimas. Conoce su historia.

Lee el monográfico completo de la historia de las dictaduras militares en Argentina de 1928 a 1983 en la revista Unfollow

lunes, diciembre 17, 2012

Gran Cordero, circa 2005


Hasta 2002, el equipo no valía gran cosa. Nos reuníamos los sábados por la mañana y jugábamos lo mejor posible, para acabar perdiendo por 30 o 40 puntos de diferencia. Aquel año hubo varios cambios: fichamos a un par de jugadores, Dani Alonso y Carlos, sensacionales, de los que marcan diferencias, más un tirador como Lorenzo que a veces parecía infalible. De repente, empezamos a ganar. Un partido, dos, cinco, ocho... A mitad de temporada nos dimos cuenta de que podíamos acabar invictos la primera ronda después de haber ganado unos ocho partidos el año anterior. Yo hacía de entrenador porque repartir minutos no era fácil. Mis aportaciones tácticas eran limitadas: colocar al equipo en una 2-1-2 apañada y procurar que nuestro número 15 tuviera las mayores comodidades posibles.

Fue un año maravilloso, aunque el anterior también lo había sido, con todas sus derrotas: hacíamos fiestas, fundaciones, páginas web y cenas en un sitio que se llamó el Pepe´s y que entonces llevaba el nombre de Casa Francisca.

Había corderas fanáticas y jugadores entusiasmados. Rondábamos los 20-25 años y éramos imbatibles, es complicado recordar un sentimiento mayor de grupo, de equipo, de tocar el cielo. En primera ronda de play-offs (octavos de final) nos tocó un equipo que se llamaba Maravillas. No lo conocíamos de nada. Un equipo veterano y luchador, nos decían, pero nosotros veníamos de nuestro 16-0 y nos comíamos el mundo. La mañana del partido me pasé con mi primo Guille -él jugaba a ser director deportivo, su hombro no le dejaba aspirar a más- a ver a nuestro rival en cuartos y tomar notas, todo muy profesional, como si luego pudiera explicarles algo a mis propios jugadores, como si supiera qué explicarles.

El partido contra Maravillas fue un horror. Nosotros anotábamos muchos puntos porque nuestros rivales eran muy malos, pero estos chicos de amarillo no nos iban a dejar jugar fluido ni divertido. Amagos de tanganas y protestas constantes. Jugadores que no entran en la rotación y se van cabreados. Eliminación temprana. Decepción absoluta.

Para la siguiente temporada fichamos al, para mí, mejor jugador del distrito, Modorro, que venía de un año libre en Francia tras dejar un equipo llamado Paquetes. Con Modorro, Dani y Carlos dentro podía permitirme colocar a mi hermano Simón de base y a mi otro primo, Jorge, de escolta, cambiar la 2-1-2 por una 3-2 presionante y jugar con cinco tíos por encima del 1,90, posiblemente el único equipo de la liga en hacer eso. No repetimos el 16-0 pero la cosa debió de quedar en 14-2 o algo así. Cuando llegó la primavera, no vimos ningún partido sino que nos centramos en el nuestro. El rival eran los Al-Qaidos. Les ganamos bien. Yo estaba eufórico, en serio, salgo en aquellas fotos con mi camiseta interior -nunca me daba minutos a mí mismo en los partidos importantes- y una sonrisa deslumbrante, exagerada. En cuartos, perdimos fácil contra Rudulí.

La temporada 2004/2005 fue muy parecida en lo esencial a la anterior: los partidos del día a día los arrasábamos a base de presionar desde el minuto uno. Metimos más de 100 puntos en un par de ocasiones. Los equipos nos tenían manía y cuando no nos atrevíamos a jugar nuestro juego -que pasaba a veces- se nos subían a las barbas. Por entonces ya no había tantas fiestas ni tanto fanatismo. Yo me había distanciado y la plantilla, claramente, se había distanciado de mí. Acabamos 15-1, pero los chicos se aburrían, todo era demasiado fácil... En octavos, ganamos a ICD Mentes, un equipo lleno de amigos nuestros y que había ganado la liga un par de años antes. Fuimos demasiado para ellos, el equipo jugaba de maravilla y tenía ese punto de sensatez en los momentos clave. En cuartos nos tocó Desokupados y a falta de un minuto perdíamos por tres puntos, lo que tardó Modorro en marcarse un Michael Jordan y ganar él solo el partido.

Algunas cosas fallaban: Dani ya no tenía la participación que tenía antes, a mí me costaba confiar en la segunda unidad, en cuanto nos metían un par de canastas venían los nervios y los rivales nos sabían parar el contraataque con demasiada facilidad. En semifinales, jugábamos contra los Weekend Warriors, una barbaridad de equipo que contaba con Javier Velázquez, ex pivot ACB de 2,04, y un par de hermanos de Antúnez, el base de Estudiantes, Real Madrid y Fuenlabrada. Todo apuntaba a que nos iban a dar un repaso impresionante, pero un triple de Dani desde nueve metros nos colocó a cinco puntos a falta de un cuarto. Aquello era como un España-EEUU en los Juegos Olímpicos: ellos eran mejores, ellos dominaban el marcador... pero no consiguieron distanciarnos hasta el final. Probablemente, fue el mejor partido que he visto en mis años de distrito.

Sin embargo, fue un error de partido. Demasiada gente no jugó. El grupo se partió en dos, como poco, y la pretemporada se llenó de reuniones pidiendo cambios urgentes. Nos cambiamos al domingo y yo me dediqué a emborracharme todos los sábados. Perdí la motivación y las ganas. Los cambios se hacían solos porque a los partidos podíamos ir seis o siete jugadores y a menudo resacosos. Cuatro años después, todo era distinto, y yo soñaba con grabar un documental de todo aquello, de cómo mi sueño se había convertido en una especie de pesadilla con mal rollo constante. Con todo y eso, ganamos 15 partidos y solo perdimos 3, fuimos segundos de un grupo complicadísimo y pasamos a cuartos de final de manera directa.

Ahí nos enfrentamos a uno de los equipos que nos solían hacer daño. Se llamaban "Galácticos" y sabían jugar al baloncesto. Tenían conceptos tácticos básicos pero que explotaban al máximo. Un tipo con barba, muy bueno, y otro que se parecía a Rakocevic. Nos dieron guerra todo el partido pero nosotros éramos mejores: por tercer año consecutivo llegamos a semifinales.

A mediados de temporada yo ya tenía claro que no iba a seguir entrenando, que no tenía sentido ni para mí ni para los chicos. No es que hubiera muy malos rollos, de hecho, el que organizó la reunión de pretemporada acabó como titular simplemente porque se lo merecía. Simplemente, los malentendidos eran demasiados y la tentación de sentirse incomprendido era muy fácil. Además, yo no tenía a Florentino Pérez para recordarme que era el mejor entrenador del mundo, así que aquella semifinal contra Quinta de Pepe tenía un aire de "ahora o nunca" y salió "nunca". Les teníamos bastante estudiados, pero dio igual, supieron sacar las ventajas justas en los momentos justos y defenderlas.

Cuando acabó el partido felicité a todo el equipo rival y me aguanté las lágrimas. Era -y hasta la fecha sigue siendo- mi último partido oficial como entrenador de un equipo que había rozado tres años lo más alto. Solo una persona me abrazó y me dio las gracias. En ese momento supe, por si no lo sabía antes, que había hecho lo correcto.

domingo, diciembre 16, 2012

¿Cuándo el neoliberalismo se hizo marxista?



Por supuesto, Karl Marx aspiraba a verse en los libros de Historia como un gran agitador revolucionario, un aceptable economista y un filósofo con grandes intuiciones, pero mis años de carrera universitaria me invitan a pensar que él se creía —como casi cualquier economista o sociólogo del siglo XIX- un científico. Cuando Marx habla de las aporías del capitalismo y su futuro desplome, no lo hace como algo deseable o que dependa de la voluntad del pueblo. No, lo presenta como un hecho frío, consecuencia de la misma raíz del capitalismo y el liberalismo post-industrial. Hechos, no opiniones. ¿Se contradice eso con la necesidad de una vanguardia revolucionaria que dirija al proletariado para acelerar el proceso? Puede ser, ahí los expertos discuten, pero la presentación del cataclismo capitalista tiene la misma pretensión que la demostración de una ley física.
Los daños del cientificismo decimonónico.

La teoría de Marx era clara: si el capitalismo consistía en la mayor adquisición de riqueza posible a costa del trabajo del obrero y si esa riqueza era el único valor absoluto, lógicamente llegaría un momento en el que el comercio se convertiría en una jungla en la que los hombres serían esclavizados y depauperados, con unas condiciones cada vez más extenuantes, que hicieran a los propietarios de sus fábricas y empresas más “competitivos”, es decir, más ricos. Ahora bien, decía Marx, si los propietarios cada vez son más ricos y los trabajadores cada vez más pobres, ¿dónde queda la clase media?, ¿quién va a comprar todos esos productos que los obreros ayudan a construir con su trabajo?

La desaparición de la clase media burguesa a manos de la clase media industrial supondría el colapso del comercio como tal. En lo alto de la pirámide, cada vez menos multimillonarios. En la base, cada vez más desahuciados y lumpenproletarios, sin nada que llevarse a la boca. Aplicando la dialéctica de Hegel por la cual el amo necesita al esclavo tanto como el esclavo al amo, llegaría un momento en el que el dinero no valdría para nada… porque todo habría quebrado, porque no habría nada que comprar, porque las pequeñas y medianas empresas habrían caído por la incapacidad de comerciar con sus productos.

La lógica de Marx parecía aplastante pero partía de un prejuicio: la maldad genética del capitalista. No tuvo en cuenta el concepto de “piedad” de Adam Smith, ni las teorías igualitarias de Stuart Mill ni el hecho de que el capitalismo y el liberalismo económico nacieran de una tradición de pensamiento mayoritariamente británica que observaba un escrupuloso respeto a las reglas, el Estado y la paz social desde los tiempos del “Leviatán” de Hobbes.

Ahora bien, si quitamos esa regulación, si desmantelamos el Estado por completo, si efectivamente reducimos sueldos y ampliamos jornadas, si apelamos a la “austeridad” para colapsar el comercio, si seguimos protegiendo los intereses de los más ricos, aunque se hayan portado como ludópatas, a cambio de castigar a pensionistas, parados o trabajadores precarios. Si queremos vivir en un mundo sin leyes económicas, es decir, sin leyes sociales, políticas ni morales, tal y como propugna determinado neoliberalismo que nació en Estados Unidos y que ha anidado en ese conglomerado difuso que es “la derecha” española, una derecha capaz de defender a la vez a Cristo y a los mercaderes del templo con una fiereza encomiable…

…Si todo eso sucede, digo, enhorabuena. Habrán dado la razón a Marx más de 150 años después. Habrán destrozado los esfuerzos de miles de liberales que lucharon por tapar los agujeros que el marxismo había descubierto en su teoría y habrán conseguido el sueño comunista: acabar con la clase media, proletarizar la sociedad, romper la paz social, convertir el mercado en una jungla hasta colapsarlo por completo y ese largo etcétera.

En una frase: se habrán cargado el liberalismo. Su posibilidad de existencia. Tanto empeño y tanta ceguera, como liberal político que me considero, me resultan mucho más que preocupantes.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La Zona Sucia"


viernes, diciembre 14, 2012

Charles Manson en la COPE


Así que el día empieza con un ataque de ansiedad brutal en la ducha, justo al salir de la ducha, mientras suenan Golpes Bajos o Radio Futura o quizá Love of Lesbian, y sigue en la cocina, intentando coger una taza para el desayuno, apoyándome en las paredes o en los muebles con una naturalidad que a veces asusta porque uno se acostumbra tanto al mareo, al vértigo, a la sensación de inestabilidad y el corazón disparado que, en fin, no sabe qué será lo siguiente, lo que realmente lo tumbe, el azúcar y el café mezclándose bajo la cucharilla temblorosa.

El día empieza así y acaba leyendo en italiano y luego en francés, para simplificar las cosas. Una amiga doctora lo puso en su día en mi muro de Facebook: "Así me gusta, siempre fuera de la zona de confort". Esa es mi vida, una lucha constante por huir de mi zona de confort. El libro en italiano es de Ettore Messina y habla sobre su año de entrenador ayudante en Los Angeles Lakers, el libro en francés es "L´Adversaire", de Emmanuel Carrère, la narración del juicio de Jean-Claude Romand tras el múltiple asesinato de esposa, padres e hijos.

Algo suavecito.

¿En medio? Caer rendido en la cama tras el ataque de ansiedad, comer un pollo y una paella en la calle Cartagena, dar cuatro horas de clase, sin parar, un curso tras otro, acostarme junto a la Chica Diploma para que la Chica Diploma se quede dormida mientras yo dejo mi libro en italiano, cojo mi libro en francés, salgo al frío horroroso de la una y media de la mañana en Planetario, la bruma sobre el parque, el silencio y el mendigo que pierde el tren en dirección a Legazpi mientras Romand inventa una novia, un examen, una carrera, un puesto de trabajo, una vida... y las estaciones pasan y todo termina, como cada jueves, a las 3, señales horarias, final de la sección. En Historias de la Historia, hoy, Charles Manson. Los Knicks acaban con los Lakers y la Chica Diploma susurra "No te vayas" cuando yo en realidad lo que he hecho es volver.

miércoles, diciembre 12, 2012

She moves in mysterious ways




"(...) Está en la parte de atrás de un taxi. Sola. Delante de ella hay dos hombres, uno conduce y el otro se limita a fumar mientras mira hacia adelante. Lleva gafas de sol y un traje de etiqueta impecable. Laura cree haberse quedado dormida, no recuerda nada. De repente, se ríe y la risa consigue que el hombre mire por el espejo retrovisor y pregunte:

-          ¿Cuál es el chiste?

Laura se quita uno de los zapatos y se lo enseña, casi se lo entrega, como el que entrega un ejército:

-          Se ha roto el tacón –dice, y vuelve a reír.

El hombre se gira y sonríe. No acepta el regalo pero acepta la conversación. La tregua. Laura intenta pegar el tacón a la suela pero es imposible, se rompió en algún momento y ella no recuerda cuándo.

-          ¿Sabes si…?- va a preguntar, pero el hombre ya se ha dado la vuelta de nuevo.

Se siente mareada, pide que bajen un poco la velocidad pero no le hacen caso. Pide que le digan adónde van pero tampoco responden. Dispuesta a llamar la atención, amenaza con vomitar, como un niño pequeño que quisiera hacer pis en mitad del camino. Fuera, por los cristales, se ve una ciudad a doble velocidad, una ciudad que probablemente siga siendo la suya pero desde otra perspectiva. A ras de suelo. A ras de asfalto. Vuelve a reír. Vuelve a intentar pegar el tacón al zapato. Grita:

-          ¿Me vas a decir tu nombre al menos?

Al hombre se le ha acabado el cigarrillo y tiene las manos apoyadas en las piernas. El conductor parece 
asustado. Si no asustado, al menos tenso, como si la noche se le hubiera complicado de una manera tremendamente absurda, estas cosas que pasan, anécdota para contar durante horas y horas muertas de parada de aeropuerto: Aznar, la final de Champions contra el Valencia y la pareja a la que llevé el otro día, no os imagináis el cuadro que formaban; ella completamente despeinada y revolviéndose en la parte de atrás como un gremlin y él quieto, callado, todo un caballero. Un caballero psicópata, en mi opinión, pero mi opinión ahí no contaba nada, solo mi taxímetro y la dirección en pleno Paseo de la Castellana. “Da una vuelta larga”, dijo el tipo, porque desde el Círculo de Bellas Artes al hotel no sé ni si habrá quinientos metros. “Por dónde quieras, pero larga”. ¿Qué podía hacer? El cliente manda.

Laura vuelve a despertarse y tiene la cabeza aplastada contra una ventanilla, al colocar las manos sobre el asiento tropieza con el zapato roto. Sin avisar a nadie porque nadie le va a hacer caso, baja la ventanilla y tira el zapato con rabia. El conductor parece a punto de decir algo pero es el hombre el que se vuelve inmediatamente:

-          ¿Por qué cojones has hecho eso?

-          Porque estaba roto.

-          Eres una niña caprichosa.

-          Soy una niña caprichosa, ¿y tú quién eres?

-          Un amigo de tu “padrino”. Un amigo tuyo, por extensión.

Laura se queda en su rincón, resignada, sin tener nada que añadir. El taxista sigue imaginándose como rey de la tarde siguiente, cuando despierte y coja de nuevo el coche. La historia va pasando de carne de parada a carne de cliente. “¿Oiga, quiere saber lo que me pasó anoche? No se lo va a creer… Una chica de la tele casi me vomita encima del tapizado, justo donde está usted ahora. No, tranquilo, no llegó a hacerlo, no se preocupe. ¿Qué hacemos para parar al Piojo López, a usted qué se le ocurre?”

El coche va frenando poco a poco, el hombre se lleva la mano al bolsillo y saca la cartera. Laura piensa en su zapato, en dónde estará ahora su zapato y cómo le explicará a Carlos que ha vuelto a casa con un zapato de menos. Luego se acuerda de que Carlos nunca está en casa y cuando está, desde luego, no pide explicaciones. Vuelve a sonreír pensando en que a lo mejor alguien encuentra el zapato y se pone a buscarla. Sueña con que alguien la encuentre, con que, después de todos estos años, alguien por fin la encuentre, y como la idea le hace gracia, coge el otro zapato, lo tira también por la ventanilla, perfectamente soldado el tacón a la suela, la suela a las tiras y sale descalza cuando el hombre abre la puerta y tira de ella de una manera poco galante. Sigue con las gafas de sol puestas y por un momento le recuerda a una estrella del rock. Una estrella del rock que se hubiera arrodillado ante su imagen gigante delante de decenas de miles de espectadores.

Algo que en algún momento debió soñar porque nadie lo recuerda."

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lunes, diciembre 10, 2012

Presentación de "Ganar es de horteras" en el Magariños



Es mi cuarta presentación de un libro. La primera fue en 2005, junto a Raúl, Pedro y Juanjo, en La Champañería de la Plaza de los Vistillas y con un poeta como invitado, algo raro tratándose de un libro de relatos pero que funcionó bastante bien. El bar se llenó de caras conocidas, incluyendo mis abuelos y muchos de mis amigos y fue un momento emocionante, pero nada que ver con lo que pasaría un año después, cuando presenté "Pequeños objetivos", el libro que da nombre a este blog y que nos lo curramos entero entre un fotógrafo, FD Simón, y yo.

Toda la gestación, la edición y la "publicación" de "Pequeños objetivos" sigue siendo lo más bonito que me ha pasado en el mundo editorial, quizá por ese rollo de "hágaselo usted mismo y hágaselo como le dé la gana". Era un libro en solitario y los presentadores fueron mi tío Pancho y mi madre Gloria. Aún más extraño, porque uno es música y la otra es letrista y aquello seguía siendo un libro de relatos. Fue precioso. Lo hicimos en el Viejo Café Colonial, por entonces el epicentro de mi vida social y sentimental y vino tanta gente que casi me ruborizo al pensarlo. Yo nunca tuve tantos amigos, nunca me quisieron tanto. Lo increíble es que todo pareciera tan fácil.

La tercera fue doble, es decir, hablamos del mismo libro pero de dos presentaciones: en Madrid, para dar a conocer "Cuando las cosas dejaron de tener sentido", elegimos la sede de una Fundación de la UGT en la calle Maldonado. Buena elección. La presentadora fue mi gran amiga Lara Moreno, que escribió unas palabras preciosas para la ocasión. También se nos unió el editor, Ángel María Herrera, con quien venía trabajando en otros proyectos durante más de cuatro años. Aquella presentación venía rodeada de un momento vital espantoso: mi abuela acababa de morir y las cosas no iban demasiado bien en demasiados aspectos. Aun así, conseguí volver a llenar la sala y vendimos un porrazo de libros.

Pablo Ager y Emite Poqito pusieron la música. Siempre he pensado que la música ameniza cualquier cosa y que las presentaciones tienden a ser densas. Por eso, cuando repetí experiencia con el mismo libro pero en Barcelona, elegí a Sandra Martínez, periodista, como presentadora, y a Dani Flaco como acompañante musical. Fue una semana maravillosa en Barna. Realmente maravillosa. Una semana de altos y bajos, de amigos inesperados y de besos por la calle Gran de Gràcia. Una semana bohemia, encerrado en el NH Belagua y paseando todos los días las mismas calles en busca de un milagro, tomando doradas con estrellas del rock...

Desde entonces han pasado cinco años casi exactos. Iba a comerme el mundo y el mundo (editorial) me merendó. Hoy volvemos y no volvemos a cualquier sitio sino al Ramiro de Maeztu, donde me crié durante mi adolescencia, donde fui tan enormemente feliz y conocí a tanta gente tan especial que quiero pensar que siguen ahí. El Ramiro de Maeztu y el Magariños, donde en los ochenta iba con mi tío a ver partidos de Pedro Rodríguez y Carlos Montes y donde en los noventa iba a clase de gimnasia o a correr el Test de Cooper. Acompañado por Pablo Martínez Arroyo, uno de mis ídolos de aquella época, y por los periodistas Lartaun de Azumendi y Antonio Rodríguez, dos autoridades en esto del basket.

Que crean que merezco un libro y que merezco que me acompañen para presentarlo ya es un honor. Se hará en la tienda del Estudiantes, a las 13 horas de hoy, lunes 10 de diciembre, un día muy especial por otros motivos aún mejores. Os espero a todos allí, de lo que no cabe duda es de que nos divertiremos.

Para más información sobre el libro, consulta www.ganaresdehorteras.com

domingo, diciembre 09, 2012

Suicidios: causas y consecuencias



En una película de 2006 que pasó relativamente desapercibida y cuyo título era “Tu vida en 65 minutos”, tres chavales que apenas sobrepasan la veintena, son guapos y toman paella en la Barceloneta discuten acerca del suicidio. Acaban de descubrir que uno de sus compañeros de colegio se ha suicidado y la noticia, lógicamente, les impacta. Uno de ellos por fin lanza la pregunta: “¿Nunca habéis pensado vosotros en hacer lo mismo?”, a lo cual los otros dos por supuesto responden que no, escandalizados por la idea. Ellos nunca han sido tan infelices como para contemplar algo así.

El chico que pregunta es el único que responde de verdad: él sí ha pensado en quitarse la vida. Pero no por ser infeliz. No. Al contrario. Por ser tan feliz que sentía que no tenía más sentido seguir viviendo. Que el resto de su vida sobraba.

En torno a los suicidios hay en España y en el resto del mundo un silencio tenebroso alentado por los medios de comunicación por aquello del miedo al “efecto contagio”. Contar con cifras exactas es muy complicado porque muchas muertes se maquillan: gente que cae accidentalmente por ventanas mientras limpiaban cristales, cruces imprudentes por carreteras, sobredosis accidentales de botellas de vodka o ingesta masiva de alcohol y barbitúricos que sorprenden a la víctima en una bañera llena de agua. Ya saben de lo que les hablo.

Es difícil aceptar con normalidad la palabra “suicidio” y más lo será mientras se siga viendo al posible suicida como un inadaptado o un loco o un enfermo depresivo. Lógicamente, hay una relación estrecha entre depresión y tentativa de suicidio, pero no toda consecuencia tiene su causa y aquí entran en juego muchos más factores que son difíciles de comprender desde fuera: impulsos, miedos, decepciones… incluso la sensación de “ya no pinto nada aquí” que contaba la película, no necesariamente por lo malo sino por lo bueno.

El suicida no es alguien que habla continuamente del tema; a menudo, de hecho, nos encontramos con aquel “pero si parecía tan normal” del vecino del tercero, como si hiciera falta ser Kurt Cobain para pegarse un tiro o colgarse de mala manera de cualquier cuerda. Precisamente por eso, buscar motivos en cada suicidio es un modo terriblemente torpe de enfocar el tema. El periodismo, como la sociedad, se siente violento e incómodo ante el asunto así que se niega a dejarlo sin más en manos de la decisión espontánea del hombre o la mujer o en la acumulación de motivos particulares.

No. Tiene que haber un culpable. No podemos soportar que quitarse la vida sea algo normal, algo que sucede sin una gran catástrofe detrás.

El último caso ha sido el de la enfermera del hospital donde Kate Middleton se recuperaba de unas molestias producto de su embarazo. La enfermera había sido víctima de una broma pesada por parte de unos imitadores que se hicieron pasar en la radio por la Reina Isabel II y el Príncipe Carlos y es de suponer que no le haría ninguna gracia. Ahora bien, ¿podemos sin más atribuir el suicidio a la broma y calificar de asesinos, como se ha hecho en algún medio británico, a esos imitadores? No hay evidencia para ello. No se sabe lo suficiente de la enfermera Jacintha Saldanha como para acusarles de “tener las manos sangradas”. Puede que Saldanha se hubiera quitado la vida ese día por cualquier otra razón. Puede que si otras veinte enfermeras hubieran sufrido esa broma ellas mismas se habrían partido de risa.

¿Por qué buscar culpables antes de investigar? Hace poco sucedió algo parecido con los suicidios post-desahucio. Los periodistas buscaban un desahucio detrás de cada suicidio y en una ocasión llegaron a titular en primera plana de sus ediciones de internet cuando el desahuciante era ni más ni menos que la familia del desahuciado. Una vez se supo el parentesco, todos recularon, ahí no había culpables, ahí no había asesinos.
Solo hay una cosa peor que no hablar de los suicidios y es hablar mal. Desinformar. Es responsabilidad del periodismo no caer en abismos sensacionalistas. Si entre los prejuicios de la masa enfurecida y la realidad no media el periodista, entonces el periodista está abocado a desaparecer.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"

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sábado, diciembre 08, 2012

"Ganar no es tan importante como divertirse"

Hace poco más de una semana salió a la venta Ganar es de horteras, un repaso a los últimos 25 años del baloncesto nacional a través del Estudiantes, uno de los clubes españoles de mayor tradición. Su autor es Guillermo Ortiz, que se define en su página web como un escritor, “sea eso lo que sea. Con él hemos hablado sobre su libro y sobre la actualidad baloncestística.

¿De qué trata Ganar es de horteras?

Es un libro que arranca en el descenso del Estudiantes del año pasado, un repaso a la historia del club en los 25 años que he sido socio.La gente estaba de celebración en el partido que perdíamos contra el Murcia y que nos mandaba a la LEB. Esa es la actitud, pasarlo bien por encima de todas las cosas. Si no hay dinero para hacer un equipo mejor, pues no hay dinero.
En cuanto a temática, yo comparo este libro con Fiebre en las gradas, de Nick Hornby. En cuanto a temática y no en cuanto a calidad.

¿De dónde viene ese nombre?

Lo decía mi tio Coque todo el rato y yo me enfadaba muchísimo. Cuando tenía 17 años no me daba igual ganar o perder, y encima en ese momento ganábamos bastante. Cuando pasó el tiempo me di cuenta de que ganar no es tan importante como pasar un buen rato. Encima ves celebraciones como las victorias de la Eurocopa o el Mundial, logros que a mí me emocionaron mucho; y compruebas que, efectivamente, ganar es de horteras.

¿Piensa que esto habría sido posible de no existir Cestos de Melocotón?

Quizá es algo injusto pensar eso, pero a la vez es cierto que esta editorial está apostando por libros de este perfil y van a salir más proyectos de este tipo.

Todo empezó cuando yo puse en Twitter que estaría muy bien hacer un libro sobre el Estudiantes y Lartaun de Azumendi, a quien le estoy muy agradecido, se puso rápidamente en contacto conmigo. Le dije que el libro aún no estaba escrito, pero que era algo que tenía dentro de mí. Cuanto lo tuve, lo mandé a Cestos de Melocotón y no me tocaron ni una coma.

La temporada pasada rogaría por que el equipo fuese un poco más hortera.

El año pasado se hizo una apuesta muy mala, especialmente por  tres americanos muy limitados y muy juerguistas. A raíz de algunos fichajes, los aficionados estaban más pendientes de otras cosas que no eran el baloncesto, una constante desde 2006.

Como anécdota, diré que el pasado año había un abonado veterano que se sentaba detrás de mí y que se pasaba los partidos insultando a los jugadores, algo que no pasaba antes. Siempre se ha apoyado a cualquier jugador, por muy limitado que fuese.

Como aficionado estudiantil estará feliz por seguir viendo al equipo en Liga Endesa, ¿pero no es a la vez un poco amargo el motivo de la permanencia?

Cuando empecé el libro no sabía si el Estu iba a seguir en la ACB. En el prólogo escribí que hubiese preferido el descenso a LEB, aunque habría peligrado su existencia y mucha gente que vive de él se habría visto perjudicada.

Los aficionados de verdad vamos a ver al equipo, esté bien o esté mal. Yo me he criado en Magariños, con la mentalidad de que ganar o perder es algo accidental. Está claro que se juega para ganar, pero si no se consigue no se puede echar a tres entrenadores en una temporada. Lo bonito es que cuando se juega bien y se gana, se ascienda de categoría; y cuando se juegue mal, y se pierda se descienda...

Puedes leer el resto de la entrevista de Gonzalo Carpio del Saz, reflexiones sobre la ACB, la NBA, Pau Gasol y Ricky Rubio en La Huella Digital 

viernes, diciembre 07, 2012

"Ganar es de horteras" en la SER, ONDA CERO y el MARCA (entre otros)


Yo me he entrevistado muchas veces. Me he entrevistado en diarios, en blogs e incluso en libros editados, es decir, siempre me he interesado mucho a mí mismo. Otra cosa es que te entrevisten los demás y que te entrevisten de los grandes medios. Eso es nuevo. Gratificante pero nuevo, con esa dosis irremediable de ataque de pánico segundos antes de entrar al micrófono.

Estos últimos días están siendo un derroche de fuerzas para que "Ganar es de horteras" llegue al mayor número de lectores posible dentro de nuestras capacidades. Por eso, creo que es bueno que aquí podáis escuchar y leer en primera persona de qué va el libro, qué os puede transmitir y por qué se puede convertir en una buena compra o regalo.

- En SER Deportivos, Jesús Gallego me preguntó por mi mayor decepción como aficionado. Yo no dije el descenso. Yo dije: "Cuando se fue Alberto Herreros" El audio completo está aquí, a partir del minuto 37.

- En "Al Primer Toque", de Onda Cero, Héctor Fernández y David Camps me hicieron revivir momentos mágicos, como aquel "Tu puta madre" de Pinone nada más llegar a España, lo importantes que fueron Thompson y Vandiver y lo difícil que era divertirse con todo lo que rodeaba al equipo de 2005 en adelante. Me entrevistan a partir del 01:17:00 en este enlace. La entrevista se emitió el 7 de diciembre.

- En Marca.com llovieron preguntas de todo tipo, como es habitual en estos chats. Yo me quedo con estas dos: ¿cuál es tu quinteto ideal del Estu? y ¿cuándo se jugará el partido de vuelta de la Korac del 99? . Si queréis saber las respuestas, las tenéis aquí.

- En El País, tanto impreso como en web, Tono Castaño me entrevista sobre el libro y el Estudiantes: http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/12/16/madrid/1355685054_809240.html

Muchas gracias y perdón por la promo, pero uno lleva una vida esperando este momento para algo, en seguida se pasará.

* Actualización de intervenciones de prensa:

- En JotDown Magazine, Javier Brizuela dice cosas preciosas sobre el libro que conviene leer para saber de qué estamos hablando: http://www.jotdown.es/2012/12/ganar-es-de-horteras/ 

- En Radio Marca, charlo con Rafa Sahuquillo en el programa local de Madrid sobre el Estudiantes, los derbis, lo que era la Demencia en los 80 y 90 y por supuesto, "Ganar es de horteras": http://www.ivoox.com/ganar-es-de-horteras-radio-marca-audios-mp3_rf_1642873_1.html

- En el Magazine de Perarnau publico extractos relacionados con los distintos derbis de estos 25 años: http://www.martiperarnau.com/baloncesto-2/la-rivalidad-estudiantes-real-madrid-resumida-en-diez-derbis/

- En la web del Club Estudiantes sacan el primer capítulo, el de la conversión con diez años al Estudiantes de Russell, Pinone y Carlos Montes: http://clubestudiantes.com/frontend/clubestudiantes/noticia.php?id_noticia=9082&id_seccion=6

- En  La Huella Digital fueron muy amables conmigo y sacaron esta entrevista: http://www.lahuelladigital.com/guillermo-ortiz-ganar-no-es-tan-importante-como-pasar-un-buen-rato/

En ShowTime de Cope, Albert Díaz me entrevistó durante un buen rato para captar la esencia del libro (a partir del minuto 59:00) http://t.co/QkFwl4Z2

- También en COPE, pero en La Noche, estuvimos charlando un poco sobre el libro y baloncesto y bastante sobre nuestra generación setentera-ochentera: http://www.cope.es/player/id=2012121100040001&activo=10

- En Radio Palafolls (minuto 19) , Jose cuela una buena promo en el programa "Enjoc": http://www.ivoox.com/enjoc-13e-programa-t5-audios-mp3_rf_1637255_1.html








jueves, diciembre 06, 2012

El último baile de Michael Laudrup


 
El inicio lo saben. Todas las leyendas mil veces contadas. El jugador talentoso que deslumbrara en el Bröndby de los primeros 80 hasta que la Lazio y luego la Juventus se fijaron en él y lo ficharon para poder culparle de cada derrota ante Nápoles o Milan. El fichaje por el Barcelona en 1989, las primeras dudas, sus problemas para aclimatarse al nuevo sistema de Cruyff, que bien le metía en banda izquierda, bien le dejaba de falso nueve, bien le ponía de media punta detrás del Bakero, Salinas o Romario de turno para buscar los espacios.
 
Se saben de memoria lo de las cuatro ligas y la Copa de Europa que ganó en el Camp Nou y cómo sus disputas con Cruyff le llevaron al Real Madrid de Jorge Valdano, un Madrid que llevaba demasiados años a la sombra del rodillo azulgrana y que quería sacarse de encima el 5-0 del año pasado con un 5-0 igual de humillante, que hundiera de una vez por todas ese “Dream Team” de las narices. Seguro que recuerdan el hambre de Laudrup en ese partido. El hambre que no se sació hasta llegar al quinto gol, como si en vez de colaborar en la afrenta perpetrada por Romario en 1994 la hubiera sufrido en sus carnes.
 
Al final del partido, Cruyff le elogió públicamente: “Hoy, Michael ha demostrado que tiene el instinto competitivo que otros de mis jugadores han perdido”.
 
Se acuerdan de todo aquel año, claro que sí: su conexión con Amavisca y Zamorano, su clase infinita, sus goles esporádicos pero carne de repetición constante. El título de liga a los 31 años, por entonces una edad sospechosa, y la confianza en que aquel ciclo duraría otros cuatro o cinco años, con Hierro como mediocampista llegador, Redondo dominando los partidos, Buyo aún preparado para unas cuantas “palomitas” cara al espectador, el imberbe Raúl deslumbrando en su adolescencia.
 
Pero seguro que también recuerdan el eclipse: las derrotas contra el Valladolid, el Rayo, el Espanyol, el Oviedo… el público silbando, Mendoza muerto de miedo amenazando con convocar unas elecciones que derivarían en una simple dimisión con Golpe de Estado incluido de Lorenzo Sanz, el segundo de a bordo —Dos pelotas y un balón, escribiría posteriormente el socarrón Mendoza, antes de morir de un infarto disfrutando de la vida—. Con Lorenzo Sanz, el cambio de entrenador: Arsenio Iglesias, que venía de tres años gloriosos en el Deportivo de la Coruña, enfrentado a sus 65 años con un montón de chavales rotos en pequeños grupos, conscientes de que su futuro en el Madrid había acabado. Un grupo ingobernable.
 
Mientras, Laudrup silbando. Laudrup, apurando sus últimos minutos de blanco, los últimos de gloria según sus cuentas, 32 años cumplidos y unas ganas de salir de los focos que no podía con ellas: había reflotado al Barcelona, había reflotado al Real Madrid, ya iba siendo hora de que el fútbol pudiera ir viviendo sin él y él pudiera hacerse sus millones en algún retiro dorado de la época: el Celaya de Michel y Butragueño o cualquier otro lado, el Vissel Kobe japonés, por ejemplo. Un lugar sin exigencias, donde disfrutar con la familia del exotismo capitalista, como Bill Murray y Scarlett Johansson, cantando quizá More than this en algún karaoke.
 
Su despedida del Bernabéu llegó en la jornada 41, aquellas temporadas eternas de partidos en Antena 3 y manifestaciones en la calle para que los equipos no descendieran y para que alguien, fuera quien fuera, Hacienda o la Comunidad Autónoma o el Estado, financiaran el pan y el circo local. Fue un partido intrascendente contra el Mérida porque el Madrid ya se había asegurado la UEFA y no aspiraba a nada más: Laudrup jugó el partido entero, como lo hizo Míchel, que se marchó definitivamente del Bernabéu con dos goles y unas ganas de gritar “Me lo merezco” que no le cabían en el pecho. Los otros dos goleadores fueron dos canteranos: Raúl e Iván Pérez, el hermano de Alfonso, que por entonces triunfaba en el Betis. Laudrup podía irse tranquilo, en su lugar llegaban los Suker, Mijatovic y compañía. Depredadores al mando de Capello.
 
Los dos años en Japón le mantuvieron al margen de todo. Nadie esperaba que volviera. Butragueño no volvió de México, Zico no volvió de Japón. Schilacci seguía por ahí goleando como si no hubiera un mañana… Japón, Estados Unidos, Qatar, México… son ligas concebidas como agujeros negros, dispuestos a comerse las últimas energías de las estrellas europeas, tragarse todo su brillo y devolverlas avejentadas, algo entradas en kilos, preparadas para coger un micrófono y comentar el siguiente partido desde cualquier cabina donde paguen bien, lo suficiente para que al Ferrari no le falte gasolina para unos cuantos años.
 
Lo curioso de Laudrup es que el danés sí que volvió. Con 34 años y a un club que le venía como un guante: el Ajax de Amsterdam, el mismo equipo donde se retiraría dos años después su hermano Brian. Michael no estaba para exhibiciones pero sí era competitivo dentro de una plantilla desmantelada a partes iguales por el Milan de Berlusconi y el Barcelona de Van Gaal. En aquel Ajax ya no estaban Overmars ni Finidi ni Kluivert ni Seedorf ni Davids ni Reiziger ni Bogarde… Después de la Champions del 95, la final del 96 y las semifinales del 97, el equipo seguía siendo dominante en Holanda pero le costaba triunfar más allá de sus fronteras.
 
Laudrup no llegó para marcar distancias sino para ayudar a los jovencitos: los Arveladze, Babangida, McCarthy, el talentosísimo Dani… Pese a tener un rol algo secundario, su año fue magnífico: ganó la liga jugando 21 partidos y marcando 11 goles, su mejor registro desde que en 1992 marcara 13 con el Barcelona, en el apogeo de su carrera. La guinda final llegó en el mítico De Kuip, cancha del Feyenoord, eterno rival del Ajax. Ahí se disputaba la final de la Amstel Cup, ahora KNVB Beker, es decir, la Copa de Holanda. Enfrente, el PSV Eindhoven, rival de finales de los 80, cuando Hiddink y Beenhakker luchaban por dominar la escena futbolística holandesa y mundial.
 
Michael salió de titular y dio una auténtica lección durante 70 minutos, combinando a la perfección con Litmanen, la estrella indiscutible de aquel grupo. Con 3-0 ya en el marcador, su compatriota Morten Olsen, el mismo que lo convirtiera en figura en los 80, decidió cambiarlo para que recibiera su última ovación como jugador de club. El partido acabaría 5-0, un doblete para acabar su carrera, como hizo en su momento Johan Cruyff, aquel cuyo nombre le unía y le enfrentaba a partes iguales.
Laudrup anunció su retirada definitiva a los 34 años y después de 17 como profesional en primera división. Una barbaridad. Antes de cerrar el telón le quedaba sacarse la última espinita clavada: el Mundial de 1998 con la selección danesa.
 
La Dinamarca que nadie se esperaba
 
Michael había sido el segundo jugador más joven en debutar con Dinamarca, allá por 1982, con 18 años recién cumplidos. Su estallido se produjo en la Eurocopa de 1984 y maravilló a todos con su habilidad para el regate y el pase en México 1986, antes de que Butragueño y sus cuatro goles de Querétaro le mandaran a casa antes de tiempo. Lo que vino después no fue agradable: Dinamarca se clasificó para la Eurocopa de 1988 pero su rendimiento fue bajísimo, pese a dos goles de su estrella.
 
En 1990, ni siquiera se clasificó para el Mundial y cuando llevaban tres partidos de clasificación para la Eurocopa de 1992, el mágico mediocampista decidió que suficiente tenía con aguantar a Cruyff día a día como para encima tener que tragarse las broncas y exigencias de Möller-Nielsen en los ratos libres. En una estampida que le costaría las críticas de sus compatriotas durante algún tiempo, Michael y su hermano Brian se marcharon de la concentración junto a Jan Molby, probablemente la otra estrella del equipo.
 
Dinamarca no consiguió clasificarse, pero la guerra de Yugoslavia y la sanción al equipo balcánico le abrieron una puerta de atrás cuando ya estaban todos sus jugadores de veraneo. Brian decidió volver y liderar al equipo a una insospechada victoria ante Alemania en la final, con un Peter Schmeichel portentoso. Michael se quedó en casa. Dieciséis años jugando para tu selección y el único título te pilla frente a la tele.
 
En agosto de 1993 hizo las paces con el seleccionador pero España le volvió a cortar el camino —en concreto Bakero se lo cortó a Schmeichel para que Hierro marcara— al Mundial del 94 y hubo que esperar cuatro largos años más para volver a ver a los dos hermanos Laudrup compitiendo por todo lo alto. Su último torneo juntos. Dinamarca era una selección ajada y sin esperanzas, pero quiso despedirse a lo grande: en la primera ronda, aprovechó un grupo muy débil para vencer a Arabia Saudí, empatar con Sudáfrica y colarse como segundo en octavos de final. Algo más de lo que consiguió la España de Clemente, por poner un ejemplo.
 
En el cruce le tocó precisamente Nigeria, que venía de ganar a los españoles y presentaba un equipo temible encabezado por los Oliseh, Finidi, Babangida, Yekini, Babayaro, Okocha… Los africanos no tenían ni idea de la exhibición que le tenían preparada los hermanos Laudrup. A los doce minutos, los daneses ya ganaban 2-0 y llegaron a poner el 4-0 en el marcador tras un pase espectacular, marca de la casa, de Michael Laudrup a Ebbe Sand: después de deshacerse de dos defensores nigerianos, el ex de Barcelona y Real Madrid mira hacia la grada y con el exterior del pie bombea la pelota hacia el desmarque de su compañero en la otra dirección, como si aquello fuera El Sadar y Sand fuera Romario. El público enloquece. Los daneses enloquecen. Dinamarca está en cuartos de final y su rival será Brasil.

¿Cuáles son las posibilidades de Dinamarca ante la Brasil de Ronaldo, Rivaldo, Denilson, Roberto Carlos, Cafú, Bebeto y compañía? Todo el mundo está de acuerdo: ninguna. El equipo brasileño es un rodillo desde que se bajó del avión para rodar el anuncio de Nike a ritmo de Mais que nada. El 3 de julio de 1998, en el Estadio de la Beaujoire en Nantes, y con arbitraje del egipcio Al-Ghandour, todo se prepara para el último partido de Michael Laudrup. Su último baile sobre un campo de fútbol. La confianza brasileña es tal que a los dos minutos Jorgensen les pilla por sorpresa y pone patas arriba el Mundial.
 
No duraría mucho la alegría: Bebeto empata en el minuto 11 y Rivaldo adelanta a Brasil pocos minutos después. Eso no quiere decir que Dinamarca se vaya a rendir. Todo lo contrario. Bo Johansson, el seleccionador de origen sueco, mete en el campo a Tofting para darle la vuelta al partido y en otro despiste de los brasileños, de nuevo dormidos en los laureles, ese motorcito que era Brian Laudrup marca el empate tras un error descomunal de Roberto Carlos, que intenta despejar con una tijereta en área propia. Brasil se lanza con todo a por la victoria y los minutos no pasan en balde para una selección danesa ya muy cansada, muy azotada por los años y que se defiende solo con oficio, la pausa de Michael y la verticalidad incansable de Brian.
 
El muro resiste solo nueve minutos más, lo que tarda Rivaldo en inventarse el 3-2 con un disparo lejanísimo, raso, a una velocidad improbable, que se cuela justo pegado al palo de Schmeichel. Sí, los daneses han caído. Michael Laudrup ha caído y se retira con el brazalete de capitán en las manos. Todos los brasileños quieren intercambiar camisetas con él y así se despide del estadio y del fútbol, rodeado de los mejores, como debe ser, sabedor de que, en la derrota, su leyenda se agrandaba incluso un poquito más.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "El último baile"

miércoles, diciembre 05, 2012

Lichis: "La industria antes era semimafiosa, pero la 2.0 es directamente El Padrino"

Lichis bebiendo cerveza. Fotografía: Lola Guerrera
Lichis pide un chupito para cerrar la comida a dos en un bar de Rivas Vaciamadrid. Pollo asado troceado y un buen montón de patatas. Cerveza y Coca-Cola. Poco antes, me ha dicho en la mesa: “Me alegra que la gente no me conozca por la calle, que ya no me paren todo el rato, que pueda ir por el metro o el autobús y solo de vez en cuando algún chaval me salude y me diga Ey, Lichis, de puta madre lo que haces, para adelante”.

Probablemente, él  nunca haya sido un fenómeno de masas, más allá de los dos-tres años de gloria de La Cabra Mecánica a principios de siglo, pero en este país no hace falta ser un fenómeno de masas para sentirte observado y que todo el mundo quiera ser tu amigo si las cosas van moderadamente bien.
Sin ir más lejos, cuando va a pagar el chupito en cuestión, el camarero se niega a cobrarle: “Esto es por todos los bailes que me he marcado gracias a ti”, dice, y Lichis sonríe, con esa sonrisa suya que a veces parece incómoda, como si no valiera para el puesto de hombre carismático pero hiciera todo lo posible por no decepcionar a nadie, como si toda su vida fuera una tensión constante entre la necesidad de no decepcionar y la inevitabilidad de esa decepción.

Su hija tiene un año y medio, casi dos. “Está en la edad en la que se merece que cada día sea una fiesta”, dice, como propósito de padre responsable. Parece que Lichis está harto de que la fiesta sea siempre la de los otros pero tampoco hace mucho por evitarlo. Por ejemplo, justo después del episodio del chupito, unos treintañeros de barra de bar le preguntan: “Oye, ¿tú eres músico, no?” y él contesta: “Lo que queda” y entonces la conversación se enreda en lo típico de “es que no sé quién eres pero te he visto varias veces y tu cara me suena”, cosa que yo sé que a Lichis le repatea, porque si no sabes quién soy, ¿para qué vienes a decirme nada?, pero él sigue con la misma sonrisa forzada, se despide con un “hasta luego, familia” y sale por la puerta sin mencionar el incidente. Como si nada.

Son las dos y media de la tarde, una hora impropia para haber acabado de comer, y todo esto empezó a las doce, cuando Lichis se bajó del coche de su padre y nos recogió a la fotógrafa, Lola, y a mí. La primera parada nos llevó al típico “bar de viejos”. Un bar, nos cuenta, que forma parte de un barrio en cooperativa, como tantas cosas en Rivas, un municipio a las afueras de Madrid que lleva lustros en una realidad aparte, con su alcaldía de Izquierda Unida y sus calles dedicadas a Pilar Bardem, José Saramago, Miguel Hernández… La vieja guardia. Parece el sitio ideal para la primera pregunta, la que hace referencia a una línea de su canción “El malo de la película” y que dice aquello de “Los canallitas sueñan con ser Sabina”, pero Lichis, Miguel Ángel Hernando, Miguel, quiere dejar las cosas claras desde el principio:

Yo nunca pretendí ser un canalla y me molesta que me lo atribuyan. De hecho, es un término que odio, porque se supone que canalla es el que, sin tener ni puñetera idea de hacer nada, sale adelante intentando medrar, engañar… y esa no ha sido mi intención en ningún momento. He podido ser más o menos patoso, tener más o menos talento pero nunca me he considerado un canalla… Lo que pasa es que es una estética que mola, que cae bien, forma parte de lo que yo llamo el lobby de la gente simpática. Esa gente que cuando aparece en la tele, muchos dicen: Joder, qué simpático es este tío, me voy a comprar su disco. Al final los canallas suelen estar forrados, como los malditos. De verdad, yo nunca he querido tener nada que ver con eso”.
La primera en la frente. ¿Y qué es de Sabina, de la comparación recurrente?  “Eso me lo decían al principio y me lo decían los que querían tumbar a Joaquín. A mí me daba igual Joaquín, me gusta lo que hace, y no me hacía ninguna gracia que de alguna manera nos enfrentaran. No quería ser Sabina ni dejar de serlo, pero parecía que había que quitarlo del pedestal y en un tiempo me tocó a mí. Ya te digo: no me gustó nada y creo que a Joaquín, tampoco”.


Lo bueno de Miguel es que preparas una entrevista sin saber por dónde va a tirar. Por ejemplo, lo siguiente es preguntarle por el éxito del “No me llames iluso” y por su empeño en negar esa canción, la enorme manía que le tiene hasta el punto de llevar casi diez años sin tocarla en directo. Lo primero que hace es negar la mayor, no permitir concesiones: “Es que ya no sé cómo explicar esto, el Iluso no fue ningún éxito, al revés, cortó lo que podría haber sido una trayectoria de éxito que sí se veía venir en Vestidos de Domingo. Ese disco vendió tres veces más que la historia del Iluso, pero la gente se quedó con eso, me la pedían en todos lados, me sentí un poco etiquetado con una canción que no me había dado nada en realidad”.

La batalla de Lichis con la realidad viene de lejos y la realidad en la música irremediablemente se llama “industria discográfica” y sus derivados. El último disco completamente inédito de La Cabra Mecánica, “Hotel Lichis”, es de 2005 y lo editó DRO. Pasó completamente desapercibido, nadie hizo nada por promocionar un álbum notable. Desde entonces han pasado siete años, ¿ha cambiado algo en el mundo de la música? “Se habla mucho de una revolución, pero sigue todo igual. Como mucho ha habido una involución: la industria antes era semimafiosa y la industria 2.0 es directamente “El Padrino”, un negocio para ADSLs y empresas de telecomunicaciones. Cada vez que sacan un invento nuevo como iTunes o Spotify, te dicen que va a cambiar la música y al final no sirve para nada, es lo mismo de siempre, puro marketing de gente que no tiene nada que ver con la música, son informáticos o ingenieros…”.

Puedes leer el resto de la entrevista a Lichis de forma gratuita en la revista Unfollow Magazine.