miércoles, noviembre 28, 2012

Puntos de venta de "Ganar es de horteras"


Cualquiera que tenga una editorial o una productora de cine sabrá que, como decía Mario Muchnik, lo peor no son los autores. La cantidad de filtros que hay que pasar para llegar al público es inmensa, pasando por las distribuidoras y sus porcentajes siderales para poner el libro en cuestión en la librería deseada o la película ya grabada y pagada en el cine donde se pueda comprar la entrada.

Por eso, en "Ganar es de horteras" vamos al grano, directos al lector, porque creemos que es el nuevo camino, el único camino. A continuación les pongo los puntos de venta donde pueden comprar el libro físico. La lista aumentará en las próximas semanas cara a las Navidades, de momento tenemos:

- Tienda oficial del Estudiantes (Calle Serrano, 127)

- Bar Taberna Victoria (Calle Fuente del Berro, 37)

- Librería Tipos Infames (Calle San Joaquín, 3)

- Librería Atom Comics (Calle Feijoo, 11, metro Quevedo)

- Quiosco Plaza de la Independencia, 10

- Bar "De pura cepa" (Calle Fuente del Berro, 31)

- Bar Casa Emilio (Calle López de Hoyos, 92)

- Club Segundo Jazz (Calle Comandante Zorita, 8)

 El precio, en todos los casos, es de 15 euros.

Si quieren el libro pero no quieren ir de pesca por Madrid o directamente no viven en Madrid, recuerden que pueden encargarlo aquí y se lo enviamos gratis a casa por el mismo precio.

Muchas gracias y confíen, merece la pena.

martes, noviembre 27, 2012

El padanismo de Mas deja una Cataluña a la italiana


A CiU le iba bastante bien siendo CiU hasta que decidió ser ERC. A partir de ese momento a quien le ha ido bien es a ERC, que roza convertirse en la segunda fuerza política en Cataluña por primera vez desde la llegada de la democracia. Tiene su lógica. Si el objetivo era la independencia; si la independencia era el único fin de las elecciones, por encima de los recortes, las políticas sociales, la corrupción o la gobernabilidad misma, ¿por qué no elegir a los que siempre la han defendido? Artur Mas se preocupó de rodearse de esteladas en todos sus mítines y de ahí solo podían salir dos cosas: que el president se apoderara del símbolo o que el símbolo acabara con él. 

En parte, ha ocurrido lo segundo.
 

No debemos olvidar que, con todo, CiU ha ganado las elecciones holgadamente. No ha llegado a los 70 escaños que la propia Generalitat le daba en sus sondeos ni a los 68 de la mayoría absoluta ni siquiera a los 60 que le otorgaban la mayoría de los medios de comunicación. Pero ha ganado. A partir de ahí, el resto es un caos absoluto e impredecible. ¿Con quién piensan gobernar? ¿Con el PP como en la anterior legislatura? Las matemáticas siguen cuadrando por los pelos. ¿Con ERC para “hacer nación”? Si ERC vota los presupuestos convergentes y asume sus recortes brutales, se condena a un batacazo como el posterior al tripartito.
 

La campaña se ha polarizado tanto en torno a independentismo- no independentismo que resulta difícil saber quién ha ganado aquí. Los partidos claramente independentistas suman algo más de 70 escaños. Los no independentistas, un poco menos de los 50, pero aun así han salvado la “bola de partido”, por así decirlo. El ascenso de PP y Ciutadans hay que atribuirlo al aumento en la participación. Muchos de los que solo votan en las Elecciones Generales han decidido hacerlo también en las autonómicas, es decir, han tomado conciencia de que Cataluña es también algo suyo y ya venía siendo hora. Esa misma movilización ha impedido el anunciado batacazo del PSC, que sí, baja en escaños y en porcentaje… pero apenas pierde 50.000 votos cuando se jugaba seriamente su futuro regional y estatal.
 

Las grandes decepciones vienen por parte de ICV, que no consigue hacerse el hueco que cabe esperar de una formación de izquierdas en tiempos de crisis y, en menor medida, de CUP, aunque en este caso el problema viene de las enormes expectativas generadas. Insisto, si había que ser de izquierdas y pedir la independencia, es normal que el beneficiado fuera ERC. No quiero dejar de mencionar los resultados de UPyD, que si quiere realmente consolidarse como una alternativa nacional no puede conformarse con un 0,4% de los votos por muchas visitas que tengan sus vídeos en YouTube. El resultado es tan calamitoso que obliga a replantearse muchas cosas, principalmente por qué Ciutadans es capaz de captar a un electorado fiel, no independentista, de centro izquierda, mientras el partido de Rosa Díez no capta a nadie. El reto en Cataluña, en cualquier caso, no es alcanzar a Albert Rivera, sino sacar más votos que el Partido Pirata o el PACMA anti-taurino. Y no vale culpar a los medios de todo una vez más, la falta de autocrítica empieza a ser irritante.
 

En definitiva, se vienen tiempos duros en Cataluña. Tiempos de populismo y gresca. Probablemente, Mas abandone sus planes soberanistas porque la realidad le ha caído encima con virulencia. Es imposible jugar a dos bandas: o políticas de austeridad con el PP o revolución con ERC. Si, los números cuadran, pero las dos cosas a la vez no son posibles y la segunda sería un disparate para ambos partidos. No quedan muchas más opciones salvo la sociovergencia que disfrace la independencia de federalismo. No sé cuántas pegas pondría el PSC, supongo que no muchas.
 

Todo lo demás son cuatripartitos imposibles a la italiana. Si algo ha conseguido Mas con toda esta agitación a lo Padania ha sido convertir a Cataluña en una pequeña Italia. No sé si es un motivo para sentirse realmente orgulloso.


Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La Zona Sucia"

domingo, noviembre 25, 2012

Bret Easton Ellis y la narrativa de uno mismo


En la gira de promoción de su última novela, “Suites imperiales”, Bret Easton Ellis luchaba por dejar de parecer un niñato consentido y pulía su imagen sometiéndose a innumerables sesiones de entrevistas, fotos, coloquios… “Está mucho más calmado que otras veces”, concedía la jefa de prensa de Mondadori, como si el escritor se hubiera cansado tanto de sí mismo que hubiera decidido rendirse, entregarse al enemigo, a la cámara de fotos, a la grabadora en pie frente a su sillón acolchado.

Llevaba gafas, pelo muy corto y recordaba a alguien que debió de ser suficientemente guapo y rico en su juventud como para pasarse una vida hablando de belleza y dinero. La primera pregunta que le hice fue sobre una canción de Hole que decía en su estribillo “There is no power like my pretty power” (“No hay poder como el poder de mi belleza”).  ¿Hasta qué punto estaba de acuerdo con la afirmación de Courtney Love? Ellis miró a su alrededor, hastiado, como si quisiera marcharse de allí y entonces recordó que no, que el nuevo Bret Easton Ellis no hacía esas cosas y se limitó a contar una historia muy larga, que empezaba por la noche anterior, un insomnio prolongado y un resfriado persistente.

Algo muy trivial.

Cuando uno llega a una entrevista dispuesto a empezar con una discusión metafísica y acaba escuchando una charla sobre remedios para catarros, obviamente es que ha perdido por completo los tiempos y el poder. Eso lo sabía el entrevistado Bret Easton Ellis porque lo había aprendido del novelista Bret Easton Ellis. Poca gente como él ha sabido mezclar los conceptos de persona y personaje, no ya en la tópica acepción de “¿Cuánto hay de autobiográfico en el protagonista de tu novela?”, que es completamente irrelevante, sino, más bien,“¿hasta qué punto sabe el protagonista de tu novela que está siendo el protagonista de tu novela?” De acuerdo, eso está en Unamuno, pero ahí como agonía; aquí, simplemente, como escaparate. Estética.

La estética de uno mismo. La narrativa de uno mismo. En “Glamorama”, su cuarta novela, Bret Easton Ellis hace que Victor Ward vaya enloqueciendo poco a poco y acabe convencido de que su vida no es sino la película de su vida. Que la persona es el personaje y que no hay manera de diferenciarlos. Victor Ward acaba cansado de ser Victor Ward igual que Ellis acabaría cansado de ser Ellis. Lo mismo podría decirse de Sean y Patrick Bateman o de Clay, especialmente en su segundo advenimiento de 2010. De hecho, diría que “Menos que cero”, publicada en 1985 cuando Ellis no era más que un estudiante de universidad rodeado de amigotes ricos y nihilistas, es la única novela que se salta ese análisis, aunque lo anuncia.

Los personajes de Ellis son básicamente gente aburrida. Estresantemente aburrida, en ocasiones, pero aburrida. Las consecuencias de sus actos no son morales y raramente afectivas, simplemente son estéticas. Lo que queda bonito y lo que queda feo. Cuando uno no vive sino que cuenta su vida puede perder la noción de lo bueno y lo malo, como pierde la de lo placentero y lo doloroso. Los personajes de Ellis escapan a menudo de la convención “hedonista/autodestructivo”. Son otra cosa. Son lo que la cámara –el teclado- decida que son y ellos están ahí, mirando su peinado, su bronceado, su ropa, repasando el plano una y mil veces para intuir lo que la gente va a pensar cuando el director grite “corten”.

De la misma manera, Ellis, en el Hotel Villamagna, cinco estrellas de lujo, Paseo de la Castellana de una ciudad europea en la que la decadencia solo asomaba aún la patita, parecía aburrirse y divertirse y jugaba  a contarte quién era sin que realmente supieras si lo que te estaba contando era verdad o mentira. Simplemente, intentaba que tuviera sentido. Que fuera una buena historia. Que el periodista la pudiera contar en su revista o en su periódico, diciendo “Bret Easton Ellis es así” para que él se partiera de risa en cualquier otro lado, con su traductora rubia al lado, pensando “¿Qué demonios sabrá esta gente de quién es Bret Easton Ellis?”

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sábado, noviembre 24, 2012

¿Puede UPyD acabar con la mayoría absoluta del PP en Madrid?



El caso del Madrid Arena tiene en vilo a los responsables populares en la calle Génova y parece que hay motivos para ello. En primer lugar, por la cantidad de tejemanejes, licencias a amiguetes, vista gorda de la policía municipal ante determinadas actividades con tal de no estropear la fiesta y connivencias peligrosas en cuestiones que el juez puede incluso considerar delictivas. Todo ello apunta a una endogamia en el Ayuntamiento de Madrid muy peligrosa y que huele muy mal. 

En segundo lugar, la política de comunicación ha sido desastrosa. Desde el Palacio de Correos se insiste en que Ana Botella ha comparecido muchas veces ante la prensa. Puede ser cierto, pero ni ha aceptado preguntas ni ha aclarado nada ni sus comparecencias se corresponden con la realidad: anuncia una comisión de investigación que acaba completamente controlada por el propio equipo de gobierno y que se dedica a vetar cualquier comparecencia “peligrosa” mientras el pirómano Villanueva, que ya salió a defender a su amigo con los cadáveres de las niñas aún calientes y sin tener información fiable del asunto, se mantiene como portavoz ante la prensa.

Yo no soy muy de pedir dimisiones a diestro y siniestro pero después de lo del 1 de noviembre, este hombre debería, como mínimo, haberse pasado una temporada en “la nevera”, como sucede con los árbitros de fútbol.

El PP lleva muchos años jugando con fuego en Madrid y no me vale que me digan que el PSOE lo sigue haciendo en Andalucía. Es cierto, muchos políticos de ambos partidos —y no solo de ambos, porque Madrid Espacios y Congresos tiene su cuota de representante de IU, sindicatos, etc, como en Bankia y en tantos otros lugares de poder…- llevan años dando por hecho que el Estado son ellos, a lo Luis XIV, y el ciudadano les tiene que servir y no al revés. Este tipo de prácticas que rozan lo mafioso son más frecuentes allí donde un mismo partido gobierna desde hace décadas, pero pensar que no se castigará jamás es absurdo: el PP perdió Galicia en 2005 y el PSOE acabó perdiendo Extremadura y Castilla La Mancha en 2011. Si los populares piensan que Madrid es un bastión seguro y que no tienen que preocuparse por nada, se equivocan.

Su responsabilidad penal en el caso Gürtel aún está por desvelar, pero hay demasiadas piezas que no encajan. Lo de Bankia, esa obscena lucha de poder entre Esperanza Aguirre para colocar a su fiel Ignacio González y el resto del partido, que prefería a Rato, con el final que todos conocemos, es una vergüenza que también ha acabado en los tribunales. La tragedia del Madrid Arena es la tercera pata de este banco penal que rodea las actividades de un partido que al menos en la capital actúa como si ésta fuera un cortijo a su merced.

¿Están en lo correcto? ¿El PP siempre ganará en Madrid por los siglos de los siglos, amén? Lo dudo. Ellos están convencidos, sí, pero yo lo dudo. Si el PP sigue mostrando ese desprecio absoluto por la ciudadanía incluso en casos con adolescentes muertas de por medio, lo más probable es que la ciudadanía le dé la espalda. No para votar al PSOE, probablemente, pero sí para votar a UPyD. Si las estimaciones de voto nacional del partido de Rosa Díez son ciertas y si tenemos en cuenta sus más que modestos resultados en el País Vasco, Galicia, Andalucía y próximamente en Cataluña, hay que colegir que buena parte de ese ascenso se producirá en Madrid, donde ya es una fuerza importante.

Si UPyD dobla sus resultados, como apuntan las encuestas, es probable que pase a ser pieza imprescindible para un próximo gobierno madrileño y haga perder al PP su mayoría absoluta. Habrá que ver a los que llevan 20 años gobernándolo todo a sus anchas teniendo que pactar medidas de transparencia y obviando cargos a dedo y licencias especiales. No quiero decir que UPyD sea la panacea de todos los males. En algunos casos, lo hemos comentado, su política es errática y presenta serios problemas de comunicación. Lo que está claro es que en Madrid es donde el partido está más consolidado, aunque ellos insistan con razón en apelar a los 800.000 votos que consiguieron fuera de la capital en las elecciones del 20 de noviembre de 2011.

O el PP se pone las pilas y reconoce que Madrid es un conjunto de ciudadanos que merece respeto y no una simple empresa familiar llena de facturas en negro o va a tener un problema muy pronto. Un problema que le puede dejar sin la joya de la corona y que puede repetirse en Valencia. Hasta cierto punto, por aquello de airear las ventanas, sería deseable.

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La Zona Sucia"

martes, noviembre 20, 2012

Tkachenko, el hombre al que no le perdonaron que no fuera Sabonis


Durante más de una década, Vladimir Tkachenko no fue el mejor jugador de Europa pero probablemente sí el más popular. Desde su aparición con la selección soviética a mediados de los 70, con apenas 16 años y ya por encima de los 2,10 de altura, Tkachenko se convirtió en un mito deportivo y estético. Eterno pívot de la URSS y el TSKA de los años ochenta, aquella mole representaba a su manera el otro lado del telón de acero: lo desconocido, lo temible. Tkachenko no era un jugador duro, pero era una pared. Cada cierto tiempo aparecía en Madrid para algún Torneo de Navidad y los niños corrían despavoridos cuando le veían salir del hotel con su mandíbula prominente.
 
El bigote de Tkachenko, anterior al bigote de Sabonis, era la esencia del socialismo soviético junto a aquella cara malformada y las espaldas chepudas, herencia del gigantismo que podría haberlo matado pero lo hizo más fuerte. Campeón de Europa en 1979 y 1985, campeón del mundo en 1982 y medallista olímpico en 1976 y 1980, fue el protagonista involuntario del mayor fracaso del baloncesto soviético: aquellas derrotas en Moscú ante Italia y Yugoslavia que alejaron a la selección de Gomelski de la final en sus propios Juegos. Tkachenko era el patito feo en los duelos con el Zalgiris de Sabonis, el coloso objeto de admiración y de burla.

Esa imagen de dureza, de seriedad, de malo de película de James Bond, no se correspondía en absoluto con su forma de ser, ni siquiera con su forma de jugar. Todo el mundo coincide en que era una excelente persona, incapaz de negarse a cualquier sacrificio hasta el punto de acabar casi cojo por forzar lesión tras lesión: espalda, rodillas, tobillos… Educación soviética llevada al extremo, partidos míticos contra el Real Madrid en el Pabellón de la Ciudad Deportiva, codazos a Giannakis más o menos involuntarios.

Aquel ucraniano que fuera rápidamente llamado a filas por el ejército para fortalecer de paso las filas del TSKA, demostró cierta torpeza para llegar tarde a los sitios: apareció en la selección cuando la Yugoslavia de Dalipagic, Delibasic, Kikanovic y compañía arrasaba allá por donde iba y formó parte del equipo insignia del ejército rojo cuando sus mejores años de los 60 y 70 ya quedaban atrás, incapaz de jugar ni una final de Copa de Europa en las ocho temporadas que jugó en Moscú, de 1982 a 1990. Cuando por fin Gorbachov abrió fronteras y permitió que Sabonis, Tikhonenko y Khomicius se fueran a Valladolid, Gomelski a Tenerife, Belostenny al CAI y Volkov o Marciulionis a la NBA… Tkachenko ya era un veterano de 33 años cuyas continuas lesiones le habían mantenido alejado de la selección desde el Eurobasket que perdieran contra Grecia en 1987.

Por entonces, el ucraniano compatibilizaba su trabajo en la cancha con el de telefonista en una compañía de taxis. No es que en Moscú abundaran los taxis a finales de los 80, pero imagínense ir a pedir un coche de madrugada y que les aparezca al otro lado la temible voz de Tkachenko. Su vida se convirtió en un sketch de La Hora Chanante. Con problemas para pagar sus múltiples tratamientos médicos, decidió aceptar en 1990 la única oferta seria que recibió y que le aseguraba algo de dinero, porque en España por entonces tenía dinero hasta el Guadalajara, al menos el suficiente como para permitirse traer a aquel hombre venido a menos y colgado a una centralita.

Tkachenko llegó como un héroe en agosto de 1990. Eran los años de Audie Norris y Stanley Roberts
De Epi y Villacampa. John Pinone y Granger Hall. La selección española venía de hacer el ridículo en el Mundial de Argentina, donde los jugadores lituanos ya se habían negado a participar con la selección soviética y las tres repúblicas bálticas habían declarado su independencia bajo el manto occidental. La URSS se descomponía a pedazos mugrientos y de ahí salió hasta el bigote histórico, el del único hombre con hechuras como para mantener todo aquello unido.

El Guadalajara era un equipo de 1ªB, el equivalente a la segunda división del baloncesto español. Se había establecido en la zona noble de la categoría y vivía básicamente de los canteranos que el Real Madrid le enviaba. Solo en aquella temporada, la 1990/91, hasta cuatro jugadores habían llegado del equipo junior madridista, formando una curiosa mezcla de veteranía e insultante juventud. Los inicios fueron esperanzadores: Tkachenko podía jugar en torno a los 30 minutos por partido, aunque fuera a su ritmo, y llenaba pabellones allá donde fuera. Había algo de mono de feria en aquel hombre al que nunca se le perdonó que no fuera Sabonis, que no tuviera su elasticidad, su visión de juego, su potencia en el contraataque, su inteligencia en la cancha…

A veces da rabia ver lo infravalorado que estuvo Tkachenko, un jugador que era algo más que un taponador torpón. Mucho más, de hecho. Quizá menos técnico que Belostenny —quien también aterrizara en España—, Goborov, Belov o el mencionado Sabonis, pero con mucho oficio, una mano aceptable y una capacidad reboteadora excelsa.

Los primeros partidos del Guadalajara fueron una sucesión de victorias encabezadas por aquel gigante ucraniano, camiseta de colores ceñida al cuerpo, como si le viniera dos tallas menor, como si Guadalajara no fuera Kiev. Poco a poco empezaron a llegar las molestias, ausencias puntuales, el inevitable choque cultural, las expectativas de no se sabe muy bien el qué… El Guadalajara tenía como objetivo ascender a la ACB pero se quedó a las puertas, un digno cuarto puesto que no sirvió de demasiado pero que puso las bases para el ascenso que sí se conseguiría: el de 1993… solo que por entonces ya no quedaba dinero para pagar el canon ACB.

Los números de Tkachenko, pese a su edad, pese a sus hernias, pese a la frustración que debe de suponer pasar del campeón de la URSS a un equipo de segunda fila a las afueras de una capital española —una ciudad dormitorio para una estrella dormida— fueron más que aceptables: 15,7 puntos, 8 rebotes y más de un tapón por partido, con unos porcentajes que rozaban el 65% y atreviéndose incluso a tirar algún triple que otro. Si Tkachenko lo pasó mal en España no lo demostró jamás. Recordemos: él no se quejaba nunca. Simplemente, no llegó a un acuerdo para la renovación y se volvió a Moscú, a su TSKA, el equipo que le viera triunfar.

El equipo de un ejército que prácticamente ya no existía como tal. Días de Golpes de Estado y nuevo capitalismo.

Tkachenko era miembro de la plantilla aunque apenas jugó. Quedó como una reliquia, su bigote ya canoso y la chepa cada vez más acentuada. Volvió a pasar por Madrid para un torneo de Navidad y se le recibió como el héroe estético que era. Aquel fue su último año como baloncestista profesional, quedando en una situación económica algo precaria pese a los zapatos y cigarrillos que intentó colar de contrabando a la vuelta de España. No tuvo que coger más teléfonos, pero sí empaquetar productos en una cadena de montaje. De vez en cuando regresa a España, probablemente el país en el que, por razones diversas, fue más popular. La prensa tiene siempre un par de fotos para él y él intenta amagar una sonrisa sin conseguirlo del todo. Puede que quizá nunca le enseñaran.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "El último baile"

lunes, noviembre 19, 2012

Menos es más


De entre las cosas que siempre recordaré con cariño, pase el tiempo que pase, estará la cara y la voz de la Chica Diploma un día que llegué tarde del trabajo. Hasta aquí nada especial, pero dejen que entre en detalles: yo había ido a trabajar aquel día cojo y enfermo. Cuando en este blog lean "cojo y enfermo" aprendan a poner una distancia: tenía una leve ciática y un catarro considerable, pero el caso es que mi retraso -conversaciones con los jefes, trenes que no llegan nunca- disparó todas sus alarmas y en cuanto llegué me cayó una bronca importante. Al retraso, había unido mi manía de tener el móvil en silencio, así que la pobre llamaba y llamaba y nadie se lo cogía.

Yo al principio no entendía nada pero ella estaba realmente preocupada: vale, no estaba cojo del todo, pero sí lo suficiente como para que un mal movimiento me dejara tirado en un andén, no tenía una fiebre escandalosa pero sí la suficiente como para tener que pararme en alguna farmacia a comprar más aspirinas y, en cualquier caso, cuando una convive con un hipocondríaco, no debe descartar nunca que tres estornudos lleven a su novio a Urgencias de cualquier hospital que siga en pie. Por último, me mareo en el metro. Ella lo sabe y le preocupa. A mí también me preocupa porque cojo el metro dos veces al día y son mareos terribles en ocasiones, de andar completamente zombi por los pasillos. Me he hecho todo tipo de pruebas y nadie sabe de dónde vienen.

Quizás eso nos preocupe más a los dos.

El caso es que la Chica Diploma estaba preocupada y no solo preocupada, enfadada. Aliviada, supongo, en parte, porque yo estaba de una pieza. Moqueando, pero de una pieza. Sin embargo, el cabreo seguía porque cuando una lo pasa mal y se angustia no hay excusas que valgan. Me pareció precioso. Que esa chica estuviera en casa preocupada por mí, llamándome cada diez minutos para justificar mi retraso y mostrara una inquietud de ese tamaño por lo que me pudiera haber pasado es de lo más bonito que me ha pasado en mi vida. Una entrega total.

A mí hacerme feliz es muy fácil y a la vez muy difícil. Quiero decir que cuanto menos te compliques, mejor. De T. recuerdo una raqueta de tenis que me regaló por mi cumpleaños. Una raqueta de tenis. Después de cuatro años, eso es lo que queda: la chica que me escuchaba tanto como para comprarme una raqueta de tenis porque sabía que la necesitaba. Ella, que fue al Ramiro y ni siquiera jugaba al baloncesto. Supongo que como buen adolescente lo que agradezco es esa preocupación, esa atención casi de madre. Porque a veces me siento muy solo y ellas lo saben y lo intentan solucionar así.

Yo, sin embargo, cuando quiero hacer algo especial me muestro terriblemente torpe. Cuando quiero hacer "algo bonito", cuando quiero sentir que hago algo bonito, que quizá no sea lo mismo, hago que Nacho Vegas dedique canciones o movilizo a una selección nacional de baloncesto. Todo a lo grande, porque no creo en las pequeñeces. No creo en mis pequeñeces, más bien, porque las ajenas son las que me enternecen hasta las lágrimas.

domingo, noviembre 18, 2012

Y de pronto falta gente


La charla entre Constantino Bértolo, Cristina Fallarás, Juan Casamayor y Pepo Paz sobre la edición en España y su futuro le quitan a uno las ganas de todo. No es culpa suya, es culpa del propio futuro de la edición en España y de su presente: las mafias, las librerías a punto de quebrar, los grandes medios quedándose con los restos del Titanic, las distribuidoras y sus 55%, los autores siempre en ese punto intermedio en el que todo les es ajeno, los lectores sin saber muy bien en quién confiar. Hubo un día en el que uno oía hablar de un libro, iba a la librería y lo compraba o lo encargaba. Ahora todo eso es mucho más complicado: solo existe lo que se ve, solo se vende lo que alguien distribuye a una comisión exagerada. ¿Internet vale para algo? Claro que sí, pero es enorme. Te puedes cruzar con un libro interesante y hacerte con él, pero para cruzártelo pueden pasar meses. En la FNAC o medios hipercontrolados, eso es aún más complicado: solo se vende lo que diga la distribuidora en cuestión, controlada por el grupo editorial en cuestión, comprado por el grupo mediático en cuestión.

Fuera de la FNAC, la Casa del Libro o El Corte Inglés solo hay dioses y bárbaros.

Es sábado en el Festival Eñe. Sofía y yo acabamos en el bar de la segunda planta, como el viernes, y volvemos a notar la ausencia de gente. Me duele, porque yo vi crecer el Festival y el año pasado incluso confiaron en mí para llevar el blog del evento, mi portátil y yo brillando en las oscuridades. No hay gente y nadie sabe dónde está y cuando no hay gente, el futuro de una industria no existe. Malos tiempos para la lírica. Dicen que al menos lo de Ana Pastor estuvo lleno. Bien por ella. Mal por el mundo del libro si se convierte también -quizá siempre lo ha sido- en un concurso de popularidad en el que las entradas las vende Pastor y las listas de ventas se llenan de Maxim Huertas, Jorge Javier Vázqueces, Mario Vaquerizos y Ana Rosa Quintanas.

No es el literario el mundo que peor funciona. La música siempre se llevará la palma en eso, aunque no se queje tanto como el cine. Después de la Coca-Cola y la charla, nos vamos al concierto de Nudozurdo, un grupo que fue relativamente popular en 2007 y 2008, llegando incluso a ser portada del MondoSonoro por su disco "Sintética", elegido el mejor del año junto a los de Russian Red y Vetusta Morla. Nudozurdo tocaba en la Joy y en el Festival de Benicassim y ahora tocan en el Costello y no son capaces de vender todas las entradas, de manera que cuando llegamos aún queda parte de un taco pese a llevar semanas anunciando la venta anticipada y disponer de un aforo de menos de 100 personas.

Tampoco es culpa suya. La música sigue siendo excelente y el grupo está más o menos donde estaba hace cuatro años si no más arriba en lo artístico. Solo 80 personas queremos ir a verles a 10 euros la entrada. Esto es lo que queda. Hubo un día en el que un grupo noruego que sonó una vez en Radio 3 llegaba a Madrid a 25 euros la entrada, ponía su concierto en la Joy y al mes tenían que pasarlo a La Riviera porque todo estaba vendido. Ahora solo llena Steve Aoki y si prometen a los chavales que podrán emborracharse, tirar bengalas y olvidarse de su ausencia de futuro durante un rato, algo que hacen encantados por una módica cantidad y la licencia chapucera del político de turno.

El resto de la gente está desapareciendo de los eventos culturales. De los baratos, de los caros y de los gratuitos. Antes he utilizado en un par de ocasiones la frase "no es culpa suya" para exonerar a los miembros de los circuitos en cuestión pero probablemente sea un error, probablemente sea culpa nuestra y de alguna manera les hayamos echado. Constantino Bértolo decía: "A mí no me da miedo la gente que no lee, me da miedo la gente que lee, por las cosas que lee". Ese es el problema, quizás, el miedo al público. A nadie le gusta su público objetivo y se pasa el día escondiéndose.

Luego pasa lo que pasa, generalmente, un ERE.

sábado, noviembre 17, 2012

Marcos Giralt en Arganzuela


Mi actividad cultural en el Festival Eñe fue casi nula, pero a mi favor he de decir que mi actividad cultural durante la semana suele ser de lo más intensa, así que lo comido por lo servido. Solo fui a la conferencia express de Marcos Giralt Torrente, un muy buen escritor, amigo de buenos amigos y contra el que por supuesto no tengo nada en contra ni espero que se tome a mal que tome una parte de su conferencia como ejemplo de lo que considero una tendencia peligrosa.

La conferencia de Giralt fue confusa. Él mismo nos avisó al principio de que iba a ser confusa por la escasez de tiempo y la abundancia de ideas. Uno de los muchos puntos a tratar fue el de la diferencia entre ficción y no ficción. Según Giralt, y no es el único, no se puede hablar claramente de ficción y no ficción, puesto que todo lo que entra en un libro está ya "ficcionado", es decir, "narrado". Los ejemplos de las distintas autobiografías de Coetzee fueron acertados y puedo estar de acuerdo con él en la interpretación de la obra de Emmanuel Carrère, aunque el propio Carrère no lo estaría y defendería que no hay nada de ficción en sus libros.

También coincido en que la narrativa hace difícil la distinción entre realidad y no realidad dentro de la propia narración. Hasta ahí, bien.

Hubo un momento, sin embargo, en el que Giralt fue un paso más allá y vino a insinuar que no hay realidad y ficción incluso lejos de la novela. Esa teoría no es nueva ni mucho menos pero me resulta chocante, por decir algo. Según sus defensores, la realidad en sí misma no existe, solo podría ser percibida por Dios, y la objetividad, por tanto, es un esfuerzo inútil. Pensé entonces en el perspectivismo de Ortega. El perspectivimo y el relativismo no son lo mismo. Ortega jamás negó la realidad, simplemente se limitó a reconocer que nuestros enfoques son distintos y que la manzana a nuestros ojos no es más que la unión de las distintas caras de la manzana, sin poder llegar a percibirla entera nunca.

Pensé en una putada enorme, algo rollo Arcadi Espada, pero no era el momento ni era el más indicado y cuando Arcadi lo hizo con Cercas a mí me pareció una barbaridad que no venía a cuenta. Además, era probable que en mitad de mi ingeniosa pregunta me diera un ataque de ansiedad, empezara a balbucear, nadie me entendiera, quedara como un troll y un hater y me echaran a patadas del mismo sitio al que me habían invitado. Marcos me odiaría por siempre -si conseguía entender algo de lo que le estaba diciendo- y mi carrera literaria acabaría en ese momento, sin empezar siquiera.

Sin embargo, yo no podía dejar de fantasear con algo así, una intervención en medio del turno de preguntas, en la que, micrófono en mano, asegurara:

- Usted ha dicho que el holocausto judío era algo necesario y que el modelo nazi debería haber prevalecido en el mundo.

Obviamente, Giralt, que no dijo eso en ningún momento, tras algo de estupor tendría que responder algo parecido a:

- No, yo no he dicho nada así.

- Sí, lo ha dicho. Ahora mismo. En esta conferencia.

- Eso no es verdad. Ni lo he dicho ni pienso nada semejante, es una barbaridad.

- ¿No lo ha dicho, seguro?

- No.

- ¿Es mentira entonces que lo haya dicho?

- Sí.

- Muy bien, pues ahí tiene la diferencia entre realidad y ficción.

14-N: El arte de convencerse a uno mismo

Hace tres años tuve la oportunidad de viajar durante un mes y pico por Estados Unidos, desde Nueva York a Seattle y vuelta, en un Ford Fiesta amarillo del 90 que se quedaba sin motor cuando intentaba subir Grand Teton. América, desde lo íntimo, es un continente apasionante y un país insólito. En una de las paradas de motel Super 9, el presidente recién elegido, Barack Obama, daba por televisión un discurso informal que intentaba glosar las virtudes de ese amago de Seguridad Social que se ha dado en llamar Obamacare.

 Lo que pedía el presidente era convencer a los demás. Su discurso por supuesto pretendía dar motivos para la convicción, es decir, había una parte de persuasión a sus propios fieles, pero el mensaje principal era: “Algunos de los que se oponen a esta reforma lo hacen desde el odio, desean que esta Administración fracase y eso es todo. Con ellos, no podemos discutir nada. Pero la gran mayoría de los ciudadanos que se oponen a nuestra reforma, tienen motivos para hacerlo, simplemente hay que convencerles de que nuestros motivos son más poderosos”.

Convencer al rival en lugar de convencerse a uno mismo. Qué prodigio.

Obama no consiguió su objetivo y el Obamacare ahí sigue dando vueltas de cámara en cámara buscando apoyos suficientes, pero al menos mostró una manera de hacer política que aquí no podríamos ni soñar. Unas dos semanas antes de la celebración de las últimas elecciones estadounidenses, el republicano Romney y el demócrata Obama coincidieron en una cena benéfica en la que dedicaron buena parte de sus discursos a reírse de sí mismos, vacilar al rival y finalmente mostrar públicamente su afecto mutuo, su respeto a la persona por encima de las divergencias políticas. ¡Dos semanas antes de jugarse la presidencia del planeta!

En España eso es imposible y el pasado 14N se vio por qué una vez más: aquí no hay más interés que convencerse a uno mismo, porque el otro es siempre el enemigo, sin matices. Un día de huelga general se caracteriza por que todo el mundo te dice lo que tienes que hacer y cómo hacerlo y se enfadan muchísimo contigo si no lo haces tal y como te han dicho. No es lo más democrático del mundo y no hablo solamente de los sindicatos, ojo. Se ha perdido por completo el respeto a la objetividad, al diálogo. Nadie ha salido de la huelga convencido de que era necesaria si no lo estaba antes y nadie ha salido frustrado si no partía de esa situación. Somos estatuas de la Isla de Pascua, eso es lo que somos. Esa es nuestra flexibilidad.

Cuando un organizador dice que un millón de personas han ido a su manifestación y pone una foto de una avenida llena está faltando a la inteligencia de sus seguidores. El problema es que a sus seguidores no les importa. No hay manifestaciones de un millón de personas, dejémonos de estupideces. Si un millón de personas se juntaran, no llegarían de Colón a Atocha, llegarían de Colón a Villaverde Bajo. Por otro lado, cuando un organismo oficial, que representa a todos los ciudadanos, cifra la participación en 35.000 y la prensa afín aplaude el dato, la cosa es aún peor. Desprecia a los que debería servir. ¿Cómo se puede sostener que en Madrid el 14 de noviembre hubo la misma gente manifestándose que en Logroño o en Alicante también según los datos de las respectivas delegaciones de Gobierno?

Da igual porque todos queremos oír lo que nos conviene y publicarlo inmediatamente en Facebook. Esa es la sociedad civil española y tiene la clase política que se merece. Si en su momento fui un entusiasta del 15-M (y lo fui, sí, a mucha honra) se debió a que esas dos primeras semanas, el objetivo era precisamente, si no convencer, al menos dialogar con el otro, intentar comprenderlo, aunar posturas. No era el monólogo solipsista en que se ha convertido después, era, de verdad, un intento de hacer “política” en el sentido estricto. Hacer “polis”. Se echa de menos. Aquello se echó a perder porque no le interesaba a nadie y ahora, ¿qué tenemos? Mentiras y propaganda. ¿Usted qué prefería?

Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"

viernes, noviembre 16, 2012

Bush vs Gore en Florida... y la Noche de Cope




Y así, más o menos, es el guion de un programa de radio como este que puedes escuchar aquí.


Buenas noches, Lartaun, pues no vengo a hablar de Obama y Romney pero sí de unas elecciones presidenciales que pasaron a la Historia como unas de las más apretadas… y más controvertidas. Si lo que acabamos de oír es el “Hail to the chief” “Viva el jefe”, en una traducción algo atrevida, el grupo Radiohead hizo esta versión años después que se llamaba “Hail to the thief” “Viva el ladrón” y que tiene que ver con esta historia de noviembre de 2000.

La canción en realidad se llama “2+2=5” y hace referencia al lío matemático que se montó en el estado de Florida en las elecciones que enfrentaban a George W. Bush y Al Gore. Vamos a ponernos un poco en antecedentes: Gore venía de ser vicepresidente de Bill Clinton durante los ocho años de su administración, que viéndole ahora con sus documentales y conferencias, pareciera que se había pasado esos años en una tienda Quechua acampando en Wall Street, pero no, era el número dos del gobierno estadounidense en los años del Protocolo de Kioto…

Gore era respetado por su elegancia y eficacia… pero era un soso. Ser un soso en política es muy peligroso, porque la política no deja de ser un concurso de popularidad continuo. Con Clinton al lado esa falta de carisma quedaba compensada, pero él solo, bueno con Liebermann como compañero de ticket electoral, hizo aguas en la campaña electoral, de manera que George W.Bush, el hijo del que fuera presidente entre 1988 y 1992, poco a poco le fue comiendo terreno en las encuestas gracias a una actitud muy directa, muy populista, muy “tejana” por decirlo de alguna manera, en su rancho, con su sombrero de vaquero en ocasiones y todo.

Para media América, Bush era un tipo simpático que conectaba con el ciudadano medio mientras Gore simbolizaba la burocracia de Washington. Como bien sabes, en las zonas más rurales de EEUU, el odio a Washington es parecido al “odio a Madrid” que hay en muchas provincias españolas, aunque por motivos distintos. Para la otra media América, sin embargo, Gore era un estupendo gestor mientras Bush era un ignorante sureño hijo de papá con un amplio historial de detenciones y problemas con el alcohol. En definitiva, era un peligro público.

Cuando llegó el martes 7 de noviembre de 2000 –las elecciones siempre se celebran el primer martes después del primer lunes- las espadas estaban en todo lo alto… pero Gore tenía otro problema, y ese problema se llamaba Ralph Nader.

Este es el principio del discurso de aceptación de Ralph Nader como candidato del Partido Verde. Muchos le pidieron que no se presentara porque eso iba a quitar votos a Gore y por lo tanto favorecer a Bush, pero él siguió adelante. Nader tenía 66 años por entonces y toda una vida dedicada al activismo político de izquierdas o “liberal” que se dice en Estados Unidos. El factor Nader fue decisivo en estados como New Hampshire, que Gore perdió por apenas 7.000 votos, una auténtica sorpresa, pero en ningún otro lado como en Florida.

Culpar a Nader de la derrota de Gore en Florida sería injusto, como quizá lo sea echársela a las papeletas mariposa, con candidatos alternados y muy poca claridad en el despliegue, lo que hizo que muchos votantes de Gore alegaran haber votado a Pat Buchanan, un ultraconservador. Nader y las papeletas no fueron los únicos factores: apenas siete meses antes de las elecciones estalló el caso Elián González. Elián era un niño de seis años que había sido llevado por su madre ilegalmente a Miami huyendo de la dictadura cubana. 
Legalmente, el gobierno americano no podía permitir que el niño se quedara y tenía que devolverlo a su padre en Cuba, pero la comunidad latina de Florida se volcó para que eso no fuera así. Cuando Janet Reno dio el ultimátum y las fuerzas especiales, fusil en mano, entraron en casa para llevarse a Eliancito, muchos tuvieron claro que no iban a apoyar a los demócratas en las siguientes elecciones.

El caso es que la noche electoral es de infarto. Gore llega a los 266 votos electorales y Bush se queda en 242. En medio quedan hasta cinco estados decididos por menos de un 0,5% de diferencia: Nuevo México va para Gore por 300 votos, igual que Wisconsin, Oregon y Iowa, también in extremis. Bush, como hemos dicho, se queda con prácticamente todo el sur y el resto del medio oeste, incluido Ohio, pero no le vale si no gana Florida… Solo que en Florida, los primeros recuentos le dan como ganador por un margen que se va reduciendo y reduciendo, un poco como ha pasado este año con la ventaja de Romney sobre Obama en muchos estados.

En un momento dado, la FOX da como vencedor del estado a Bush, dejándole en 271 delegados y convirtiéndole en nuevo presidente de los Estados Unidos. A los pocos minutos, la NBC proclama a Gore vencedor y, con la remontada en Nuevo México, queda como presidente de los Estados Unidos durante una media hora. Al final, la CNN impone cordura y declara Florida y Nuevo México “too close to call”, “demasiado apretados para decidir un ganador”. Empiezan los recuentos y los nuevos recuentos y los abogados y emerge la figura de Jeb Bush, hermano de George, como gobernador del estado. Durante días, Estados Unidos no tiene presidente electo. El voto popular ha ido para Gore por medio millón de votos, pero el electoral todavía tiene a Bush por delante: en Florida, tras el último escrutinio, su ventaja es de 437 votos…. Sobre un total de casi seis millones, es decir, un 0,0092%.

El Partido Demócrata se niega a reconocer la derrota y acude a la Corte Suprema de Florida y luego a la federal, que le viene a decir que no puede seguir contando y recontando porque la legibilidad de las papeletas se pierde. Gore se rinde el 12 de diciembre de 2000, más de un mes después de las elecciones y Bush podrá jurar el cargo en enero.

Como anécdota, decir que Ralph Nader consiguió casi 3 millones de votos en todo EEUU… y casi 100.000 en Florida, un estado que, como decíamos, Gore perdió por 437.

miércoles, noviembre 14, 2012

Un día de furia


A eso de las 21,30 me siento en un portal que está frente al Honky, en la calle Covarrubias. Tengo un libro que puedo leer a media luz, en concreto, "Eres grande, Cienfuegos", de Kiko Amat, cortesía de la Editorial Anagrama y Sigueleyendo. Me siento pero en realidad quiero tumbarme. No me encuentro bien, demasiado agotado por el nerviosismo. Hay días en los que me duele España y a la Chica Diploma le extraña mucho porque a qué demonios viene dolerse por esas cosas cuando ella me llena de M&Ms la máquina, pero la inutilidad de los otros me abruma, lo siento.

Tengo tres entrevistas pendientes, a personajes de muy distintos ámbitos. Hace más de una semana que mandé los correspondientes emails a los departamentos de prensa para conseguir cerrar fechas pero ni siquiera me han contestado. Ni contestar. En nueve días, ni un "estamos en ello". Pienso en qué puede estar haciendo un departamento de prensa de una película más allá de contestar emails para promocionar su película. Luego pienso que el idiota en todo esto soy yo, que apenas gano dos duros con estas cosas y estoy aquí actualizando el correo a cada rato y agobiándome.

Luego las películas no se ven.

Luego los libros no se leen.

Luego los discos no se venden.

Luego, alguien, llamémoslo demente_86, descubre esa película, ese libro o ese disco que pasaron desapercibidos porque nadie fue capaz de contestar un correo, lo sube a Internet gratis y todos nos llevamos  las manos a la cabeza: "¡Qué cabrones los piratas!". Pues sí, qué cabrones, pero, ¿saben por qué los piratas se han quedado con su dinero y su obra? Porque se rodeó de inútiles. Si determinada gente hiciera bien su trabajo, no haría falta que los demás hiciéramos huelgas. Lo siento pero es un tema que me cabrea, como autor y como periodista, es decir, como entrevistador y como potencial entrevistado y si me cabrea, no es ya por una falta de eficacia, por así decirlo, sino por la dejadez que demuestra el hecho de no poder ni contestar una petición escrita.

En fin, ahí sigo en el portal de la Calle Covarrubias, esperando a que la Chica Diploma salga de clase de danza oriental. Vengo del Costello, donde he sacado tres entradas para ver a Nudozurdo, un grupo maravilloso que ahora tiene problemas para llenar una sala indie a 10 euros la entrada. Un grupo con el que también intenté negociar una cosa hace tres años sin éxito alguno. Antes de eso, pasé por una tienda Movistar. He dejado lo de Movistar para el final porque es lo más coñazo y porque quizá sea lo más previsible pero también ayuda a entender las cosas: el 30 de septiembre abandoné mi casa de Churruca para vivir con mi novia. Obviamente, di de baja todos mis equipos Movistar incluyendo el Imagenio con el que veía el fútbol y hacía las crónicas correspondientes.

Eso no fue problemático. La baja fue tramitada con fecha de 29 de septiembre y se me prometió que me llamarían para recoger el equipo, condición imprescindible para finalizar la baja por completo... y dejar de cobrarme. Los días pasaron y ahí no llamó nadie. Cuando volví a llamar al 1004 me dijeron que me habían estado llamando y que habían ido a mi casa, pero no me habían localizado. Normal. El teléfono lo tenían apuntado mal y en mi casa, lógicamente, yo ya no vivía. Lo expliqué una, dos, tres, cuatro veces a lo largo de un mes y pico. Hablé con la empresa que recogía el equipo pero no hubo manera. Después de un par de reclamaciones -y dos recibos de meses en los que yo se supone que estoy de baja por valor de casi 200 euros-, me dicen que lo sienten mucho, que lo entregue en cualquier distribuidor de Movistar.

- ¿En cualquiera?
- Sí, en cualquiera.

Llamo al de Fuencarral, 14 y me dicen que sí, que ellos lo recogen... Solo que cuando llego no tienen ni puta idea de cómo hacer el papeleo y me dicen que me llamarán en cuanto lo arreglan. Eso fue el lunes. Estamos a miércoles. ¿A usted le han llamado? Pues eso.

lunes, noviembre 12, 2012

El riesgo del presente, una explicación sobre ex novias


En la película "Closer", Jude Law, fingiendo ser una adicta al sexo online, le preguntaba a Clive Owen en quién pensaba cuando se masturbaba.

- Ex novias.
- ¿Nunca actuales?
- Nunca.

La conversación me impactó en su momento y no porque yo me masturbe más o menos pensando en novias o ex novias, que obviamente es algo que no voy a comentar aquí, sino porque yo siempre escribo sobre ex novias y pocas veces sobre novias y creo que eso merece una cierta explicación, de lo contrario voy a parecer el típico llorica para el que cualquier tiempo pasado fue mejor, incapaz de disfrutar de lo que tiene en el día a día.

Si yo no escribo sobre mis novias. Si yo no escribo sobre la Chica Diploma cada día, sobre la magia de los fines de semana en casa haciendo el payaso los dos juntos y nuestra capacidad para pasarnos el tiempo riendo y queriéndonos y protegiéndonos y a la vez sintiéndonos protegidos y queridos... es simplemente porque tengo miedo a meter la pata. Uno no puede meter la pata con el pasado. Fue así o no. Punto. La Chica Pop no va a venir a decirme ahora: "Oye, en realidad yo sí fui a ese concierto de Blur y en ningún momento me sentí especialmente sola durante esa época". No me lo va a decir, cantaba Sabina, porque ya no le importa.

El riesgo del presente es que, normalmente, sí que nos importa. Bastante. Escribir, tal y como yo lo disfruto, tiene una parte de ensoñación y melancolía que hace que la realidad muchas veces quede en segundo plano. Lo que hablaba ayer de los espejismos. Mi vida escrita es el espejismo de mi vida real y me parece bien porque mi vida real no quiere ser el espejismo de nada. A lo largo de los años mucha gente me ha acusado de vivir como si quisiera escribir un libro, de buscar historias turbias, extrañas, exóticas en mi día a día para luego pasarlas a novelas. Es falso. Y si no es falso, desde luego es inconsciente. La mayoría de las veces que he encontrado a alguien literaturizable correspondía a un personaje que yo ya había literaturizado antes de encontrarme a la persona en cuestión.

Pero para eso no hace falta ser escritor, basta con haber leído algún libro o haber visto alguna película. Las series también me valen.

La literaturización de la vida implica por lo tanto alejar la vida real lo más posible de esa literatura y enfocar la escritura en el pasado. A mí me encantaría poder contar con todo mi amor y toda mi sangre las mil cosas maravillosas que me ocurren con la Chica Diploma. Vacas y caballitos. Pero ni siquiera me atrevo aún a contar lo que pasó con mi Novia de los Noventa, precisamente porque la quería demasiado, porque era todo demasiado bonito como para estropearlo contándolo aquí o, más bien, porque al ser bonito, no necesita la catarsis de la dramatización. En absoluto.

Así, quedarán la Chica Langosta, la Pícara Valenciana, Hache, la Chica Portada, la Chica Pop, incluso L. o B. o M.... pero si quedan, precisamente, es porque son muescas de mis fracasos y yo no tengo ninguna necesidad de hablar de mis éxitos. Lo que no quiere decir que sea tonto y no me dé cuenta. Claro que me doy cuenta. Cuando me acuesto con su cabeza en mi hombro y me despierto mientras imita a un potrillo.

domingo, noviembre 11, 2012

More than this



En la película, Scarlett Johansson se ponía una peluca rosa y arrastraba a Bill Murray por la noche japonesa. Murray hacía como si no conociera nada, pero era improbable: Johansson apenas era la mujer de un director de fotografía, una recién casada que bordeaba los veinte años y que pasaba sus noches aburrida e insomne en una habitación de hotel con maletas deshechas por el suelo. Murray era una estrella. Una gran estrella venida a menos. Un hombre que mascaba su divorcio por fax y que había cruzado el Pacífico solo para hacer el anuncio de un whisky. Un hombre que, seguro, había estado en Tokio antes, en otros hoteles, otros insomnios, otras noches lánguidas en cafeterías decadentes.

Otros karaokes, seguramente. Hasta donde yo recuerdo, el karaoke fue una moda de finales de los 80 que llegó a España muy a principios de los 90. Una moda japonesa. Murray, en cualquiera de las promociones de sus numerosas películas de éxito tenía que haber estado en bares "cool" donde la gente cantara "More than this" entre neones y tenía que haber mirado con cara de fascinación absoluta a dos, tres, cinco, cien Scarlett Johanssons antes, chicas inocentes asomándose al abismo. El encanto de Murray en la película era hacerle creer a Johansson que no, probablemente porque era la única manera de conseguir creérselo él mismo, bajarse los humos y rendirse.

Murray lo que quería era rendirse, eso era todo. Rendirse ante el fotógrafo, el presentador o el chófer. Probablemente, el consejo que le daba en la última escena, esa última escena misteriosa en la que el actor reconocía a la aspirante a suicidófila en medio de un mercado -de todos los mercados de esta ciudad, de todas las ciudades del mundo...- la abrazaba y le susurraba algo al oído, fuera "ríndete, cuanto antes, eres joven, aún estás a tiempo".

Ese sería mi consejo, también.

La película la vi en Valladolid, durante la Seminci de 2003. Fue mi único año allí y fue un año muy raro, la verdad. Vivía en una pensión -creo que se llamaba Buenos Aires- en la parte vieja de la ciudad y paseaba bajo la lluvia por las avenidas mientras Lucía me hablaba de desmayos. Apenas iba al cine. Leía "Entre visillos", de Carmen Martín-Gaite, una lectura convenientemente castellana, y bajaba de vez en cuando a una cabina para hablar con la Chica Pop de conciertos de Blur a los que ninguno de los dos iríamos. Nos conocíamos desde justo el día antes de viajar a Valladolid, una fiesta de cumpleaños que acabó con los dos sonriéndonos en una discoteca de madrugada, mi borrachera buscando un beso que no conseguiría, todo lo más un teléfono.

Era un momento de mi vida en el que estaba crecido y a la vez derrotado. Bipolaridad. Venía de dejar dos relaciones y acumulaba números de chicas preciosas pero al mismo tiempo estaba solo, horriblemente solo y perdido. Durante aquella semana las cosas no mejoraron y me volví antes de tiempo porque necesitaba ver a aquella chica, necesitaba coquetear con el fracaso y demostrarme lo que siempre he pensado de mí, que tampoco era para tanto. La chica también estaba sola y eso no sé si jugó a mi favor o en mi contra. Un poco de todo. Una chica muy guapa y muy sola se va a pensar todo dos veces pero nunca va a dejar que te escapes. No hasta que encuentre algo mejor y no siempre hay algo mejor disponible.

La Chica Pop y yo salíamos por Chueca y compartíamos películas. En una de nuestras salidas nocturnas -jamás volví a intentar besarla, jamás tuvo que volver a retirar la boca- fuimos a ver la película que yo ya había visto en Valladolid, porque soy de los que cuando intenta enamorar a alguien siempre juega sobre seguro, hasta el punto de resultar abrumador. Una vez le escribí una cosa sobre un elefante muy torpe y una hormiguita muy frágil. Era un relatillo horrible y tuvo la delicadeza de no tirármelo a la cara. También es cierto que no podía hacerlo porque seguía sola. De alguna manera se condenó a un par de meses de ojos azules que le cantaban "More than this... you know there´s nothing" y le decían todo lo que quería oír con un convencimiento improbable.

Yo jugaba al juego como si fuera la primera vez, es decir como hacía Bill Murray en la pantalla, y convencido de que no iba a ganar, porque ganar, insisto, es de horteras. Ella lo agradecía porque al fin y al cabo, en su habitación de hotel, seguía esperando a que su chico la llamara y la invitara a comer, a cenar y a enamorarse. De alguna manera, a mí me habría gustado tener entonces la elegancia de Brian Ferry, pero no lo conseguía. Air sacó un disco y yo me convencí de que la historia del disco era la nuestra, incluido el "Cherry Blossom Girl" -o sobre todo el "Cherry Blossom Girl"- y cuando salíamos del Patatus, mi mano sutilmente acompañando su espalda, un grupo de chicos decía a gritos: "Qué suerte tienes, cabrón" sin que yo supiera si era verdad o no, pero agradecido de que al menos se equivocaran, es decir, que toda la historia que empezaba en una película y una ciudad de simulacros hubiera terminado en un simulacro más y encima un simulacro nuestro. ¿Qué más pedir, entonces? Nada.

viernes, noviembre 09, 2012

Aristóteles, Ross y la Chica de las Fotocopias



En su “Moral a Nicómaco” –durante años fue “Ética a Nicómaco” y si los filósofos no nos ponemos de acuerdo en esto imagínense en lo demás-, Aristóteles defiende la necesidad de crear instituciones basadas en la justicia para facilitar la convivencia dentro de la polis. Esta tendencia legisladora, tan habitual en la Atenas de los siglos V y IV a. C. y obsesión de su maestro, Platón, para quien todo era deber, organización, estructura…, no es uno de los rasgos más marcados de la filosofía de Aristóteles, pero incluso para él resulta una obviedad: en caso de conflicto, alguien, ajeno, tiene que determinar lo que es justo para las partes.

Ahora bien, Aristóteles hace una excepción. Una excepción algo utópica, si quieren, pero que influiría tremendamente en el cristianismo posterior. La frase en cuestión, cito libremente, dice: “Donde hay amistad no es necesaria la justicia”, es decir, en aquella polis o en aquel estado donde todos fueran amigos entre sí, lo justo sería algo así como una intuición colectiva; ni siquiera haría falta preguntarse qué es y qué no es justo, todo el mundo lo sabría, sin más. El término en griego para “amistad” es filía y sobre esa base se construirá el mensaje cristiano y católico –katos leukos, “por encima de la sangre”- en sus primeros momentos, una de sus grandes aportaciones al pensamiento occidental.

Algo parecido a ese “donde hay amistad no es necesaria la justicia” es lo que parece repetirle insistentemente Rachel a Ross en aquella maravillosa serie de capítulos de “Friends” en los que él se empeña en demostrarle que no es culpable de haberse acostado con “la chica de las fotocopias” porque en rigor y con “la ley” por delante, ya no mantenían una relación formal sino que estaban “tomándose una pausa” con todas sus consecuencias. Creo que todos los que hemos seguido la serie recordamos ese episodio: Rachel piensa que Ross le ha sido infiel y exige que lo reconozca. Ross se acoge a sus derechos y asegura que, sensu stricto, él no tiene nada de lo que arrepentirse.

La discusión, como sabemos, está a punto de acabar con su relación, pero el tiempo y la increíble aceptación de la pareja en los índices de audiencia, hace que no sea así.

Si se fijan, toda la serie está basada en ese concepto de “amistad sin justicia” o, más bien, para ser más rigorosos con Aristóteles y los guionistas, “amistad sin necesidad de justicia”. Los protagonistas tienen unos vínculos entre sí a menudo exagerados y que se basan en la entrega total. Sólo Ross y Mónica son familiares entre sí, no todos terminan siendo pareja de otro miembro del grupo, algunos se conocen de toda la vida y otros de apenas unos meses… pero su compromiso está por encima de cualquier convicción, es algo que parte del sentimiento, de la noción de lo que está bien y lo que está mal sin necesidad de ir a la biblioteca a consultar jurisprudencia: Rachel siente que Ross le ha hecho algo terrible. Lo siente. Es así. No puede venirle el otro con tecnicismos, porque los tecnicismos, en esa relación, no valen.

Lo mismo sucede cuando Chandler le levanta la novia a Joey y este le obliga a permanecer encerrado en una caja, sin hablar, durante una serie de horas. Finalmente, el aspirante a actor italoamericano termina “liberando” a su competidor, consciente de que no hay castigo en la amistad, que una vez que se ha pedido perdón, se ha asumido el acto… y especialmente cuando la realidad es tozuda –la chica prefiere a Chandler, qué le vamos a hacer- aplicar una sentencia es absurdo, mejor dejarle ir, que recupere a su amada y acabe dejándola para liarse con Mónica en un viaje a Londres…

Continúa leyendo el artículo en la edición impresa de la revista JotDown. Puedes hacerte con el ejemplar en este enlace por solo 15 euros.

jueves, noviembre 08, 2012

Hoy solía ser Nochevieja


Nuestra primera Nochevieja alternativa no fue nuestra, fue suya. Yo acababa de conocer a Hache y reunía suficiente información como para saber que ese día estaría en el Colonial con unos amigos, lo que me bastaba para ir allí, acodarme a la barra y esperar que ocurriera algún milagro. Los milagros están claramente infravalorados. De pronto entró ella con un montón de gente y el entusiasmo propio de los 21 años y las dos de la mañana. Por un momento, pensé que ya no llegaría y por un momento pensé que me daría igual, que lo importante era intentarlo. No era verdad: intentarlo solo era parte de un camino que no se entendería sin el "Un año más" de Mecano y la complicidad a la que me sentía lógicamente ajeno.

Cogí a la Chica Portada del hombro y le dije: "Tú acabarás tocando el piano para mí algún día", con una convicción absolutamente tauro. Ella me dijo que no, tauro también, pero acabó cediendo. Tardó cuatro años, de acuerdo, pero acabó cediendo.

Los recuerdos de aquel 8 de noviembre de 2005 -era Nochevieja porque necesitaban cambiar de año cuanto antes, tenían la prisa de los universitarios- me llevan al Honky y a los malentendidos gozosos. Cuando las cosas dejaron de tener sentido. Yo estaba escribiendo un libro y una protagonista. No tenía ni la más remota idea de que la protagonista era ella. En rigor, yo no la conocía de nada.


En 2006, la celebración fue en casa de la Chica Enigma. No sé si la Chica Enigma y yo éramos novios por entonces. Yo diría que sí, pero también diría que cuando acabó la fiesta nos fuimos todos a Arturo Soria y entonces me escondí detrás de una marquesina para que no me vieran y volví de incógnito a dormir con ella. Puede que me equivoque de día porque la Chica Enigma y yo nos pasamos quince meses dejándonos, volviendo y demasiado despreocupados a la hora de aclarar cuál era nuestro estatus en cada momento.

Sí sé que lo preparamos juntos: la compra monumental de comida, los vídeos de cuando ella era pequeña y cantaba villancicos, la grabación de unas campanadas de cualquier otro año, los platos colocados en la pared que ponían "Feliz Año Nuevo". Tengo a las fotos de ese año como las fotos en las que más guapos estuvimos nunca. Ahora seremos muchas otras cosas -algunas, decididamente, siguen siendo muy guapas-, pero esa sensación de plenitud de noviembre de 2006 no está. Ni en las fotos ni en ningún otro lado. Parecíamos una asquerosa canción de Sidonie.

La Chica Portada se quemó un dedo.



La tercera Nochevieja, la de 2007, fue en casa de Hache. Por entonces, Hache vivía con una compañera del trabajo y llevaba más de un año saliendo con otro compañero de trabajo. Tenían una casa con dos pisos en la calle de La Palma, antes de que yo mismo me mudara a Malasaña. Nos vestimos con trajes y corbatas y comimos ganchitos. Las campanadas fueron por YouTube, jugamos al tenis con globos... Yo no era feliz. No recuerdo por qué -disculpen mi memoria, en serio, disculpen- pero sí recuerdo que no era feliz y que las fotos lo prueban.

Probablemente aquella tristeza tuviera que ver con la muerte de mi abuela, con la mudanza a casa de mi madre, con el hecho de que la Chica Enigma estuviera en Barcelona rehaciendo su vida o con determinados intentos de suicidio. No lo sé. Hagan apuesta. Hache y yo nos hicimos unas camisetas que leían "Yo sobreviví a 2007". Con el tiempo, el 7 se ha caído pero me he negado a tirar la camiseta -la Chica Diploma lo llama "síndrome de Diógenes", yo no estoy tan seguro"- y ahora voy por ahí diciendo que yo sobreviví a 200, como si fuera un espídico portero del Madrid Arena o algo así.

Cuando acabamos, fuimos al Colonial a tomar algo. Habían pasado dos años, parecían dos siglos. Poco antes había cumplido 30 años y perdido otro trabajo.


2008 fue un buen año. No deberíamos haber acabado 2008 tan pronto porque 2009, como buen año impar, fue una mierda. Esta vez me tocó a mí ser el organizador en mi nueva casa de Churruca, una casa aún con paredes blancas, sin los cuadros que compré con mi  madre y con la Chica Selectiva. La casa del profesor de Escuela Oficial de Idiomas bohemio con media juventud aún por delante. Los meses anteriores a la enfermedad. Yo estaba gordo, pero los demás seguían guapos. Su persistencia en la belleza resultaba irritante. Creo que nos juntamos más que nunca en la casa más pequeña. Pusimos Mecano de nuevo y unas campanadas de Raffaella Carrà.

Todo el mundo traía su novio o su novia excepto los de siempre: la Chica Portada, la Chica Selectiva, Fer Cabezas y servidor. Servidor era muy de no llevar novias a los sitios o de esconderse tras marquesinas para que nadie se enterara. Servidor era un gilipollas. Compramos comida en la Casa de la Tortilla y en La Petisqueira. Por entonces, yo apenas conocía a Dani, a Carlos, a Nines, a Miguel... Por la mañana, a eso de las 10, nunca más tarde, bajaba para leer el Marca y desayunar un croissant, un zumo de naranja y un descafeinado de sobre. Cuando llegaron a conocer mis gustos, llegaron a conocerme a mí, que es el camino más corto entre un camarero y la psicología.



Llegamos a 2009, al quinto aniversario de la celebración imposible. Fue en casa de Fer y hubo algunos cambios: por ejemplo, la Chica Disney trajo por fin a su novio, mi hermano acudió por primera vez y la Chica Selectiva se trajo también a Pedro. Recuerdo aquello como un "quiero y no puedo". Estaba malo ya por entonces y tenía que orinar cada veinte minutos. Había mucha tensión en el ambiente, no sé por qué. La gente se peleaba o se lanzaba puyas de manera más o menos constante. La cosa se dividió en seguida entre los chicos, que intentaban hacer como si nada y pasárselo en grande y las chicas, con una cara de cierto agravio.

A mí todo eso me pilló en el cuarto de baño.

Como el Colonial quedaba lejos, fuimos a otro sitio, no sé cuál, pero sé que no me gustó y que me fui pronto, muy pronto, porque al día siguiente tenía que coger un tren a las 8 de la mañana para ir a Alcalá de Henares e incorporarme a la Escuela de San Fernando. Es imposible disfrutar cuando el madrugón acecha, o al menos a mí me es imposible. La Chica Portada y yo nos hicimos la foto de todos los años, pero yo salí horrible. Ella no volvió a salir. Un mes y medio después se fue a Nueva York para no volver.


Sin la Chica Portada de pegamento, todo se vino abajo. En 2010, la Chica Enigma estaba casada y Hache y yo no nos hablábamos. Todos estábamos a lo nuestro y a la vez a nada. No hubo ofrecimiento ni voluntad. Hicimos como si los últimos cinco años no hubieran existido, como si toda esa gente con la que compartimos tantas cosas no nos necesitaran y nosotros no les necesitáramos a ellos. Fue un enorme error. Un error que intentamos compensar al año siguiente, amago de convocatoria en mi casa que acabó con solo Rocío, Álida y yo en mi diminuto piso, hablando por Skype con Nueva York. No fue una gran fiesta pero nos sentimos de alguna manera orgullosos. Éramos los restos del naufragio.

Durante años mi abuelo llevó todas las tardes la bandera de su hermandad a la iglesia correspondiente. No me pidan muchos detalles porque me pierdo en liturgias católicas, pero la hermandad en cuestión con el paso de los años se había reducido a mi abuelo y algún veterano más y el caso es que el pobre iba solo a sus 90 años, bandera enrollada, a ofrecérsela a algún santo o alguna virgen. A mucha gente de mi familia aquello le parecía una locura, una nueva excentricidad, pero yo le creía entender. A mí me parecía algo precioso: su empeño, su negación de la realidad, su voluntad por encima de todo... Algo así éramos nosotros tres en Churruca y el Colonial, unas anécdotas en la historia pero nuestras anécdotas.

El problema es que Rocío se fue a El Cairo a vivir y todos los demás seguimos en nuestras burbujas. Yo ahora tengo 35 años y vivo con una chica maravillosa en una casa de Planetario. No celebramos Nocheviejas pero hacemos cenas para chuparse los dedos. Las hace ella, he de reconocer; yo, como mucho, organizo los canapés. Somos lo que siempre quisimos ser y eso nos deja poco tiempo para lo demás. Supongo que le está pasando a todo el mundo. Hoy no habrá Nochevieja, habrá mocos y quizá radio, pero no está claro ni siquiera lo segundo por culpa de lo primero. En fin, eso no quiere decir ni que lo haya olvidado todo ni que no los eche de menos. Los echo de menos a todos y a cada uno de ellos, incluidos a los escoltas. Y tengo muy claro que es probable que ellos no me necesiten, pero que yo siempre los he necesitado y que quizá no haya sido el tipo más hábil a la hora de explicárselo.

miércoles, noviembre 07, 2012

El ultimo baile de Hugo Sánchez



Hugo Sánchez conoció su esplendor un 5 de mayo de 1990 en el Estadio Santiago Bernabéu. El público festejaba el final de una temporada histórica, la de la quinta liga consecutiva y los 107 goles, mientras el mexicano apuntalaba su “Pichichi” con otros tres goles para un total de 38. El partido acabaría 5-2 para el Real Madrid frente a un Real Oviedo que aceptó resignado su papel de víctima. Aquellos tiempos de Carlos, Sarriugarte y Sañudo. Para Hugo era su quinto título como máximo goleador de la Liga: cuatro con el Madrid y uno con el Atleti. Recuperaba el trono que le había arrebatado el rojiblanco Baltazar el año anterior e igualaba a una leyenda como Telmo Zarra, que en 1951 se había quedado también a dos goles de los 40, aunque con menos partidos disputados.

Los 38 de Hugo Sánchez aquel año llegaron a primer toque, fuera con la cabeza, con su pierna izquierda o con el pecho. Nada de filigranas. Siempre indetectable. A los goles de jugada añádanle penaltis y faltas directas y tendrán a uno de los mejores delanteros de la historia de la liga. Solo un jugador le privó de la Bota de Oro en exclusiva aquella temporada: el búlgaro Hristo Stoichkov, que marcó el mismo número de goles con el CSKA de Sofía antes de su fichaje por el Barcelona.
A sus 32 años casi cumplidos, no se veía final para el mexicano, pero una lesión muscular al poco de empezar la siguiente temporada cambió por completo el escenario: Hugo había conseguido mantenerse sano durante años y años, con un juego poco físico, basado por completo en la inteligencia y el acierto. Las lesiones musculares, siempre impredecibles, le estuvieron persiguiendo durante toda la temporada 1990/91, mandando al traste el dominio blanco en liga y dejando la puerta abierta para que Butragueño acabara como máximo goleador y Losada, Alfonso o Esnáider pudieran disputar sus primeros minutos.

Pese a todo este ir y venir, el mexicano llegó a jugar 25 partidos y marcó 20 goles entre todas las competiciones. ¿Qué habría sido de la temporada madridista con su delantero sano? Nunca lo sabremos. El caso es que el Barcelona de Cruyff y el Atlético de Madrid le superaron en la clasificación y Ramón Mendoza buscó fuera lo que ya tenía en casa, fichando a Prosinecki como tercer extranjero —los otros dos eran Rocha y Hagi— y dejando a Hugo Sánchez en una difícil situación, agravada por la irrupción de Luis Enrique, llegado del Sporting, y por las nuevas lesiones musculares y de rodilla, que le mantuvieron inédito hasta enero de 1992. Aquel año solo jugó ocho partidos en liga, marcando dos goles. Para celebrarlo, en puro estilo macho mexicano, se lanzó con unas duras declaraciones contra el club, el entrenador —Leo Beenhakker— y el presidente. De paso, se negó a aparecer por una convocatoria.

Tras el debido expediente disciplinario, Hugo llegó a un acuerdo para rescindir su contrato y firmar por el América de México, en lo que se suponía iba a ser su retiro dorado, mientras escribía una larguísima carta de bienvenida en el Marca a su sucesor en el club blanco: el chileno Iván Zamorano, que, pese a éxitos puntuales, nunca pudo con la larga sombra del goleador azteca.

Su estancia en el América, sin embargo, fue corta y tuvo también su punto conflictivo. A los pocos meses, Hugo Sánchez se dio cuenta de que no quería vivir como un ídolo sino como un eterno proscrito, el líder en la sombra de la “Quinta de los Machos”, al margen de los halagos de la prensa entregada a la clase y finura de los Míchel, Martín Vázquez y compañía… Hugo hizo lo posible por romper su contrato y al final lo consiguió. El objetivo era retirarse de la liga española por todo lo alto y no por la puerta de atrás. No se puede decir que le llovieran las ofertas: tenía 35 años, las articulaciones muy castigadas y hacía tres años que no competía al máximo nivel. No eran las mejores credenciales. Entre los interesados estaba el Rayo Vallecano, un equipo que buscaba consolidarse en Primera División después de pasar muchos apuros el año anterior para conseguir la permanencia, pero el Rayo no podía pagar demasiado, no jugaba en Europa y no le ofrecía ningún glamour… es decir, era el reto perfecto para este competidor nato. Además, el fichaje le permitía seguir viviendo en Madrid, donde había residido desde 1981.

La plantilla no era mala, pero las cosas no funcionaron en ningún momento. La temporada la empezó Felines y la acabó David Vidal, pasando por el breve Fernando Zambrano. Pese a tener jugadores de cierta calidad y experiencia, como el portero Wilfred, Cota, Orejuela, Calderón o un jovencísimo Ismael Urzaiz, los únicos que dieron el callo fueron Onésimo y el propio Hugo Sánchez. Si el Rayo consiguió evitar el descenso directo fue por el mexicano, de eso cabe poca duda. Marcó 16 goles en 29 partidos, de los cuales solo 20 los jugó completos. Dieciséis goles no son treinta y ocho, de acuerdo, pero el Rayo aquella temporada marcó 40 en total y eso debería dar una idea de la gesta de Hugo. Solo seis jugadores marcaron más goles que él ese año, entre ellos Romario, Suker o Julen Guerrero. Bebeto, por poner un ejemplo, se quedó también en 16.

Podrían haber sido 17 si no se hubiera borrado en el minuto 91 del último partido del Deportivo ante el Valencia, pero esa es otra historia.

El equipo vallecano acabó decimoséptimo y tuvo que jugar la promoción de descenso ante el Compostela, un equipo prácticamente desconocido que consiguió colarse en los puestos de honor gracias al trabajo de Caneda en los despachos y de Fernando Castro Santo en el banquillo, con jugadores como Ohen o Fabiano llamando a las puertas del fútbol de élite. Toda la eliminatoria fue un desastre para Hugo Sánchez, que llegó visiblemente agotado a estas alturas de la competición: en el partido de ida, en el Teresa Rivero, falló un penalti y su equipo empató a uno. La vuelta, en Santiago, acabó 0-0 sin que el mexicano interviniera apenas, gracias a los milagros de Wilfred, un portero que marcó época.

Todo se jugaría en campo neutral —por aquel entonces, los goles fuera de casa no valían doble— y la RFEF eligió el Carlos Tartiere, en Oviedo. Aquel 1 de junio de 1994 sería el del último partido de Hugo Sánchez en la liga española y lo cerró a su manera, que diría Frank Sinatra. Con el equipo perdiendo ya 1-2, el mexicano se enganchó en el medio del campo con Bodelón, centrocampista compostelano, y y se lanzó sobre su tibia en una entrada brutal aparentando que el balón estaba en juego. Sus reflejos demostraron no ser los de otros tiempos: esta vez el árbitro entendió las malas intenciones y Díaz Vega le envió al vestuario con 15 minutos de agonía por jugarse. Era una despedida a lo Zidane, el hombre que lo fue todo, que en su último reto roza la gloria… y que en la orilla deja la peor imagen posible, abucheado por todo un estadio y atusándose el pelo rizado con la tentación de “acomodarse” los genitales.

El descenso del Rayo supuso la marcha de Hugo Sánchez, ya a los 36 años. Llegó a disputar el Mundial de 1994 con México pero también se peleó con su entrenador y solo pudo jugar un partido. Genio y figura. Fuera por dinero o por su necesidad casi ludópata de convertir el césped de un estadio de fútbol en una exhibición de triquiñuelas, Hugo siguió jugando unos años más: primero en el Atlante de México, donde marcó 12 goles, luego, brevemente, en el Linz de la segunda división austríaca, que le fichó para conseguir el ascenso y cumplió su objetivo, y después, como todos, probó con la liga estadounidense, un añito en el Football Club Dallas donde aún marcó 11 goles en 25 partidos a sus 38 años.

Como destino final, eligió Celaya. Aquello tenía sentido porque el club se había convertido en un cementerio de elefantes europeos y especialmente madridistas: en 1995 había llegado Butragueño para convertir a un equipo muy modesto en candidato al título, final perdida ante el poderosísimo Necaxa. En 1996, se le unió Míchel por una sola temporada, que compartió con Hugo Sánchez. De nuevo, los tres héroes del Madrid de los 80 juntos en el mismo equipo… Un equipo que no consiguió los éxitos del año anterior pero siguió siendo competitivo.

La 1996/97 fue la última temporada de Hugo Sánchez en el fútbol profesional, que abandonó a los 39 años con un último tanto memorable con su pierna mala, la derecha, en partido ante el Pachuca. Pocos meses antes de su retirada oficial, recibió un caluroso homenaje en el Santiago Bernabéu, con el Paris Saint Germain de invitado de gala. Fue un 29 de mayo de 1997. En el Madrid ya no jugaba Zamorano y de su época solo quedaban Sanchís, Chendo, Hierro y un veteranísimo Buyo, relegado a tercer portero por Fabio Capello con el fichaje de Illgner. Los blancos venían de ganarle la liga al Barcelona de Ronaldo y Figo con 21 goles de un adolescente llamado Raúl. Aquel partido acabaría 4-1 y Hugo Sanchez marcó otros tres goles, servidos en bandeja. No se peleó con nadie. Ningún árbitro tuvo que expulsarle. Daba la sensación de ser el hombre más feliz del mundo. 

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "El Último Baile"