viernes, octubre 12, 2012

La avioneta de Mathias Rust


El día empieza en Pradillo, a escasos metros de la casa donde me crié durante treinta años, metro de Alfonso XIII lleno de sudamericanos con carritos de niño y caras de estar perdidos. Al final de la cuesta está mi padre en el previo de su segundo matrimonio, con Mercedes. Jose y yo seremos los testigos. Es una boda muy española: el enlace no está apuntado en la lista de recepción pese a tener una autorización firmada y la única solución que se le ocurre al guardia es que pasemos los primeros y ya está. Cuando pasamos, sala número dos, la secretaria nos repite que nosotros no somos nosotros y cuando lo aclaramos, DNI mediante, nos aclara que mi padre no es mi padre, que según la partida de nacimiento mi padre no se llama como mi padre y que debería cambiarlo en los demás papeles oficiales aunque por esta vez vale.

Con 58 años, como para cambiar nombres estamos.

La ceremonia es corta y directa. Dos años desde mi anterior boda civil, en Castelldefels, la misma emoción cuando los novios dicen "Sí, quiero", porque es algo emocionante, qué le vamos a hacer. Los besos y los abrazos y la terraza del Luman. El recuerdo de las mañanas y tardes pasadas corriendo en el parque aledaño detrás de un balón, esquivando perros y motos, pidiendo vasos de agua fría en todos los bares con la pelota bajo el brazo, huyendo de los malotes. Barrio de Prosperidad. La Chica Diploma se mete mucho conmigo porque soy un niño del Barrio de Salamanca pero eso no es cierto, yo crecí entre López de Hoyos y Clara del Rey y jugaba al baloncesto en las canchas de Puerto Rico y el Auditorio.

Comida en Tres Mares, clase de Elemental A con caras de susto -voy un poco acelerado pero cómo culparme- y merienda-cena familiar con culminación en el José Alfredo, ese lugar donde todo está más o menos tranquilo hasta que llega gente gritando y abrazándose y entonces te das cuenta de que ya ha acabado el Microteatro y están ahí los actores. Una cosa bien jodida ser actor en estos tiempos. Bien jodida. Conversaciones de series y obras de teatro. Hace dos o tres años, en Cortogenia, el presentador imitaba una charla entre dos actores que se encontraban en las escalinatas del Capitol. Uno preguntaba: "¿En qué andas?", el otro respondía: "Pues muy bien, acabo de hacer un par de cortos y estamos juntándonos unos amigos para hacer una obra de teatro... ¿y tú?", "Pues yo en el paro también, estamos igual".

Y eso era hace dos o tres años, imaginen ahora.

En fin, JB con Coca Cola y rumbo a la Cadena COPE donde Mónica, Mariano, Elena, Vitorio y Lartáun ya están preparados para empezar el programa. Acabo el libro de Talese y me entra un cansancio terrible, desaconsejable a estas horas. Cuando entro en el estudio Encarna Sánchez no estoy del todo ubicado y creo que se nota. Luego me dicen que no, pero yo creo que sí. Para salir de dudas pueden escuchar el programa en este enlace. Me anima la idea de abrir la sección con el himno soviético en la COPE. A partir de ahí todo gira en torno a ciertas digresiones sobre Mathias Rust, su avioneta, 1987, los extraterrestres de Voronezh y cartografía aérea.

Cuando acabo no me puedo ir. Será que me siento culpable, que creo que no he estado a la altura, así que me quedo por ahí mirando en el ordenador, rebuscando entre Bob Dylan y Rod Stewart para encontrar respuesta al desafío de Lartaun. No avanzo nada. Será necesario volver a casa, despertar a la Chica Diploma de su sueño en el sofá, coger el iPad e investigar casi hasta las cinco de la mañana para averiguar el nombre. El nombre de esa chica de la que yo también estuve enamorado en su día.