martes, mayo 29, 2012

Quince momentos estelares de la televisión noventera


Llegó 1990 y las pantallas españolas –que no eran tantas- se llenaron de cartas de ajustes como quien anuncia una guerra o una invasión galáctica. Era el momento esperado desde años atrás, el de la televisión privada. No hacía tanto tiempo, los programas eran en blanco y negro, a la segunda cadena de TVE se le llamaba “el UHF” y por las mañanas no había nada, absolutamente nada, ni siquiera el tupé rebelde de Jesús Hermida, su tono monocorde y su multitud de jóvenes talentos que asolaron la siguiente década como una plaga de langostas.

Como aún no estábamos preparados para tantas emociones, la inmersión en el nuevo universo televisivo fue lento, muy lento, apenas dos canales en abierto y otro que no acababa de definirse entre las rayas horizontales y las chicas guapas de los 40. Con todo, la impresión fue tan fuerte que tuvieron que pasar otros 15 años antes de que aparecieran Cuatro o La Sexta y casi 20 para que se asentara una televisión digital terrestre con suficientes canales como para que uno pueda decidir dónde le adivinan el futuro sin imposiciones.

Al fin y al cabo, la libertad era esto, elegir entre Sandro Rey y Silvia Raposo.

Llegó 1990, decía, y todos nos volvimos más idiotas. No fue culpa de nadie, solo nuestra. Supongo que necesitábamos un punto de idiotez banal después de unos 80 tan intensos, tan estrictos moralmente, con Lolo Rico enseñándote Educación para la Ciudadanía ya a los diez años, cada sábado por la mañana, mientras desayunabas. Los noventa fue, en general, una década estúpida, y tenemos que vivir con ello porque para muchos fue nuestra década y marcó nuestra estética posterior.

Ya está bien de Uri Gellers y de Naranjitos. En serio. Demos un paso más hacia el borde del abismo sin necesidad de entrar en sus profundidades: ni en la sucesión de Mamachichos y Chicas Chin Chin de Telecinco, con su Jesús Gil  y su jacuzzi ni en las toneladas de caspa que caían en cada programa de Antena 3 TV, con Luis Herrero presentando los telediarios y Alfredo Amestoy como paradigma del humor patrio. No es necesario ahondar tanto, sería vulgar, pero este artículo no es un intento de salvar una década sin salvación, condenada a vivir entre la burbuja ética de los 80 y la burbuja económica de los 2000. Una década triste, de ojos azules y escopetas en el pecho.

Una década y un país cuya televisión tuvo muchos más de quince momentos estelares, pero volver a Francisco Umbral y su libro sería de un aburrimiento enorme. Estos son mis quince impactos televisivos. Si no les gustan, que diría Groucho, tengo otros treinta.

Las primeras 24 horas de la Guerra del Golfo




 Alguien podría decir que aquí el mérito no es español sino de la CNN. Bueno, de acuerdo, uno hace memoria y se acuerda de Ángela Rodicio y su voz aflautada retransmitiendo desde Bagdad o a Alfonso Rojo enviando crónicas junto a Peter Arnett refugiados en los sótanos de un hotel, cuando aún era la mano derecha de Pedro Jota Ramírez. En cualquier caso, reconozcamos que la Guerra del Golfo fue la primera retransmitida por televisión y que el impacto en un niño de trece años como yo fue inmenso: las noches previas, la tensión, los plazos que se terminaban, “la madre de todas las batallas”. ¡Aquello parecía un Madrid-Barça, por lo menos!
La noche que la coalición encabezada por Estados Unidos atacó Bagdad con misiles y entró en territorio de Kuwait, Telemadrid conectó con la señal de la CNN y por ahí pasaron los Hilario Pino de turno a hacer horas, entre el cansancio de la madrugada y la excitación del momento histórico. El traductor simultáneo explicando cómo el corresponsal en Tel-Aviv anunciaba la caída de misiles “scud” por toda la ciudad, la máscara anti-gas separando su boca de su micrófono, como si le hubieran llevado a Verdún a comentar la Guerra del 14.

Estados Unidos atacaba a Irak e Irak atacaba a Israel. Esa era nuestra idea del apocalipsis, que, como ven, viene de lejos en el imaginario contemporáneo, es decir, que nunca se ha ido. Los gestos tensos y las manos rápidas, las conversaciones entre los presentadores, el nuevo tipo de informativo que pasaría a los platós españoles de una forma cutre y de barra de bar. Los Manolos. Por primera vez, en el patio de clase, no hablamos ni de Míchel ni de Butragueño sino del general Schwarzkopf. Quizás, ese día, dejamos de ser niños. O al contrario.

Emilio Aragón sustituye a José Luis Moreno



Emilio Aragón no existía. Existía Milikito, eso sí, pero Emilio Aragón era el recuerdo de un jovencillo acumulando gags y siguiendo una línea blanca programa tras programa en “Ni en vivo ni en directo”. Cuando, de repente, Valerio Lazarov decide que “VIP”, un concurso para antes de la comida, pase de las manos del encorsetado José Luis Moreno al “natural” Emilio Aragón, no sabe que está cambiando su cadena y creando un monstruo que aún sigue en lo más alto del mundo televisivo.

El concurso en sí era aburridísimo. Aragón se dio cuenta desde el principio, tanto que...


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