sábado, febrero 25, 2012

Incierta Memoria (III)



La noche de antes alguien daba un concierto, no sé si era Pablo y Dani iba de invitado o si era Dani y Pablo iba de invitado. Ensayamos una canción un par de veces y nos decidimos a cantarla. La canción hablaba de alguien que se iba a morir y cuando decía "voy" era "voy", cuando decía "no" era "no" y cuando decía "bien" era "bien". Por lo demás era la canción que tarareaba compulsivamente en el tanatorio cuando murió mi abuela y la canción con la que atravesaba los puentes sobre la M-30. Barcelona, febrero de 2008, era un  momento como otro cualquiera para regodearme en el malditismo.

Bolaño y Nacho Vegas. Pablo Ager y Dani Flaco.

La apuesta del día era si la Chica Indecisa aparecería o no y al respecto ya ha quedado claro que no resultaba fácil pronunciarse. Realmente, cualquier cosa era posible. El bar del concierto estaba en Gràcia, era una época de pequeño apogeo, luego las cosas empezaron a pudrirse, fruta revenida entre vecinos y policías. La anterior vez que estuvimos ahí la Chica Indecisa acabó en mi hotel. No digo que fuera fácil porque no lo fue. Ella y su manía de arrepentirse a cada portal, ir y volver, flujo y reflujo.

Barcelona era un paseo interminable por una calle desconocida con los cierres bajados. Madrugada, casi mañana. Cuando llegamos al hotel me pareció buena idea hacer ruido porque las francesas de la habitación de al lado solían hablar hasta las tantas y no conseguía dormir. Había ido a presentar un libro, de hecho lo presentaba al día siguiente. Comía con una estrella del pop y después presentaba mi libro, se puede decir que era un buen momento de mi vida aunque realmente no lo era. Conmigo nunca se sabe. Obviamente, hacíamos buena pareja.

Cuando se fue de la habitación prometió ir a verme, luego se prometió lo contrario, luego dejó claro que no tenía ni idea. Por entonces no había barcos amarrados a los puertos pero había pianistas talentosos. Ella cantaba en un grupo, tenía una voz bonita y un perfil enigmático. Todo el mundo decía que se parecía a Leonor Watling, a ella no le importaba. El caso es que no apareció. No fue ninguna sorpresa, así que cuando acabó la presentación tuve que ser yo el que fuera a buscarla a ella. Trabajaba en un bar. En otro bar. Uno que quedaba por las Ramblas y en el que tenías la sensación de que en cualquier momento alguien iba a apuñalar a alguien.

Fui con mi libro en la mano como el que lleva una rosa. Me pidió que se lo dedicara; a mí, que nunca sé bien qué escribir. Al día siguiente vino a Esplugues de Llobregat a la grabación del segundo disco de Dani. Mirábamos fotos por el estudio y jugábamos a distanciarnos. En un ataque de sinceridad me dijo: "¿Puedo besarte?" como si fuera la persona más desvalida del mundo. A veces parecía la persona más desvalida del mundo y a veces, sinceramente, no. Por supuesto la besé, por supuesto volvimos a Barcelona y paseamos nuestro amor por Springfields y Desiguales. Tomamos algo en un bar. Algo con patatas, supongo. Se fue a casa y prometió llamarme para salir más tarde. Luego se prometió lo contrario. Luego...

Yo cantaba a Nacho Vegas mientras pensaba en todo aquello. En miradas en las barras de los bares. Detective salvaje con prólogo de Arcadi Espada. Fui a coger el abrigo para irme al hotel y ella dijo "No" y luego volvió a mirarme suplicante, en un susurro, como quien advierte a un mafioso: "No te vayas". Pensaba en las persecuciones mientras desgarraba la voz y me salía del tono. Frente a nosotros la gente se sentaba en el suelo. No había micrófonos para no hacer ruido. El dueño era un tipo encantador, el camarero me odiaba. El camarero quería besar a la Chica Indecisa pero ella no lo tenía claro.

Cantaba "Nunca fui en nada el mejor, tampoco he sido un gran amante" y esperaba que ella lo pudiera atestiguar, que estuviera ahí cuando acabáramos el paripé, jugando a las distancias, esperando un milagro. El camarero me dibujaba el perfil a lápiz sobre un folio. La gente iba y venía y se saludaba como si se conocieran de toda la vida. La exaltación del bar de barrio. Gran de Gràcia. Mi vida era una sucesión de Workcenters y garabatos en libros que no vendía sino regalaba. Mi vida era un dispendio. Pablo se asustó cuando no volví a dormir pero todo eran canciones de Emite Poqito. Después, sin radiador, la habitación, la herencia y los yates amarrados. Y después del después, nada.