miércoles, febrero 29, 2012

El cuarto inglés



Kurt Cobain había muerto y yo empezaba COU, un año, por definición, perdido, de enlace. Un año preparatorio, si se quiere, competitivo en ocasiones, de cortes y medias. Creo que podría haber competido perfectamente con cualquiera pero por si acaso decidí estudiar filosofía y no meterme en concursos de popularidad. Apenas quedaban camisas de leñador. Se habla mucho de aquello pero en realidad duró dos-tres años, no más. En 1995 bailábamos "Dance Cherokee" y "Scatman" y llevábamos vaqueros ajustados, billeteras con cadenas y gafas de sol opacas dentro de las discotecas.

Discotecas. Por ejemplo, Pachá, Ku, Archie´s, Joy, Green... No sé cómo acabé ahí pero si aquello era una preparación seguro que tuvo sentido. Tuvo que tenerlo. En los pases de tarde las niñas de 16 años se maquillaban como puertas y los niños ensayaban caras de malotes. Nosotros, contradictorios, nos empeñábamos en pasar desapercibidos. Los televisores repetían los colapsos del Barça, los fines de semana nos rendíamos a la ludopatía.

Había en aquella sucesión de antros una especie de desafío, adaptación al medio si se quiere. If I can make it there, I´ll make it anywhere. La sesión de Pachá empezaba, siempre, con "Loser" de Beck y acababa con "All I wanna do" de Sheryl Crow. En medio podía pasar cualquier cosa. Cualquier cosa, ese era el encanto. Desde Offspring y Green Day a "Short dick men" y "I want to move it, move it". "Lithium", de Nirvana, siempre caía, tarde o temprano.

Eran unas visitas muy tempranas. De 9 a 11, algo así. Nos echaban como ovejitas y entraban los mayores. Nosotros, entonces, cruzábamos el río Fuencarral y nos metíamos en Malasaña, nuestro hogar natural. Los sábados -puede que los viernes- acabábamos siempre en "The Harp", un pub irlandés en la esquina de Espíritu Santo con Madera, entre el Desert y la Sidrería. En ese pub tocaba un grupo de ingleses, con acento muy cerrado, más o menos de 11,30 a 12,30. Las canciones siempre eran las mismas, un rollo entre Van Morrison y Free, todo muy setentero, muy Tarantino para nosotros. Acústico.

Nos sentábamos en una mesa, cuatro, cinco o seis adolescentes con las miradas perdidas, algo chisposos, contentos por superar la prueba pero sin saber muy bien adónde nos llevarían todos esos exámenes. Nos sentábamos y pedíamos canciones, como los demás. Sing us a song, you´re the piano man. Cuando firmábamos las peticiones escritas, con la Creedence o con Eric Clapton, el seudónimo era "los acampados psicodepresivos". Supongo que nos hacía gracia la palabra y tanta gracia nos hizo que al final hemos acabado todos de psiquiatra en psiquiatra.

Los ingleses, que ni entendían nuestro malditismo ni entendían el español, así, en general, nos llamaban "Los psicopatos", quitándonos todo el glamour de un plumazo.

Nos daba igual, eso también tenía gracia. Discotecas y pubs irlandeses. Un montón de nombres femeninos, por supuesto. Mañanas en El Rastro haciendo llamadas perdidas a teléfonos fijos. Una vez estuve a punto de ganarme dos hostias, una vez estuve a punto de darlas yo mismo, encantado. La chica que tocaba los culos nada más entrar a la pista. Todos los culos, el mío incluido. Era el último año, nuestro último año en el Ramiro de Maeztu. Cuando nos dieron las vacaciones, y esto fue antes de la Selectividad, lógicamente, salimos a las calles como si fueran nuestras. Nuestro 15-M adelantado. Yo miraba desde una distancia, como siempre, satisfecho, medio sonriente y también eufórico. Smells like teen spirit pensaba, viéndoles a todos ahí. Generación del 77.

Luego llegó la realidad y nos pasó por encima. Literalmente. Por cerrar, cerraron hasta el Arpa.

lunes, febrero 27, 2012

Atlético de Madrid 1- Barcelona 2


Envuelto en esta extraña pretemporada de finales de febrero, cara a recuperar sensaciones para los meses de abril y mayo donde se jugarán las dos competiciones que el Barcelona puede ganar, la visita al Calderón suponía una importante piedra de toque para medir la capacidad competitiva del equipo en una liga perdida y ver si determinados jugadores y automatismos van mejorando o no. El resultado tuvo un poco de todo: algunos errores se magnificaron, otros se corrigieron, en general, el equipo compitió bien y hasta el final. Esa es una buena noticia.

De hecho, la primera parte del Barça fue brillante. Cuando Cesc juega de mediocampista se ven sus verdaderas cualidades aunque eso le aleje del gol. Mandó, fue vertical y asistió a Alves en el primer gol después de ser asistido a su vez por Messi en una brillante jugada del argentino. Lo cierto es que, pese al dominio azulgrana y una cierta tosquedad atlética, equipo corajudo pero demasiado contundente en ocasiones, distraído del juego en sí, el Barcelona apenas creó oportunidades: el gol de Alves y otro gol anulado a Messi por una mano al orientar el balón. Recibió por esa jugada una tarjeta amarilla algo dudosa que le impedirá jugar la semana que viene ante el Sporting en el Camp Nou. Sinceramente, el descanso no le vendrá nada mal.

Si el dominio no se transformó en contundencia fue por una cierta tendencia al embudo en el ataque visitante, una tendencia que empieza a ser preocupante fuera de su campo. Al retrasar a Cesc, Iniesta queda condenado a la banda izquierda, donde su rango de acción va a ser siempre hacia dentro. Con Alexis como delantero centro y Messi de media punta, la banda derecha queda sola para el lateral. Aunque Alves fue probablemente el mejor del Barcelona en la primera parte, no da para todo. Un lateral ofensivo no deja de ser un lateral y por el centro el Barça pudo dominar el balón y mostrar superioridad pero no peligro propiamente dicho.

La segunda parte mostró lo peor de los de Guardiola. Lo que se viene repitiendo en las últimas semanas y no habíamos atisbado en los tres años anteriores: la endeblez defensiva. El equipo pasará a la historia por sus rondos, sus goles y sus títulos, pero posiblemente se olvidará que en el camino han quedado tres Zamoras para Valdés y que este año, pese a todo, va camino de un cuarto. El Barcelona de Guardiola a diferencia del de Cruyff, el de Van Gaal o el de Rijkaard siempre ha sido un Barcelona que presiona, corre, agobia... y apenas concede oportunidades al contrario. No ya goles, oportunidades.

A los tres minutos de la reanudación ya podíamos ver que ese Barça no estaba en el Calderón. Adrián volvió loco a los defensas culés y una serie de internadas derivaron en un córner en el que el propio Busquets sirvió de prolongador en el primer palo para que Falcao remachara a placer en el segundo una vez Puyol se había desentendido completamente de su marca. De la marca del mejor goleador del equipo contrario, no deja de ser sorprendente.

Al enésimo despiste a balón parado le siguieron unos minutos de zozobra. El Barcelona no conseguía combinar porque el Atleti no le dejaba y porque la precisión no existía. Tensión y caras largas, no ya por los 10 o los 12 puntos sino por la necesidad de re-encontrar un patrón y hacerlo lo antes posible. El Atlético supo interpretar perfectamente la ansiedad azulgrana: con una presión muy adelantada se aprovechó de la enorme distancia entre líneas -algo casi inaudito- del Barcelona para filtrar balones por detrás de la defensa para su delantero estrella. En uno, Valdés salvó el gol. En otros dos, lo salvó el juez de línea en sendos errores garrafales.

Es inevitable hablar de nuevo del arbitraje. Penoso. Si después de lo de Vallecas, el listón estaba alto, Pérez Lasa demostró que siempre es capaz de superarse: que el Barcelona acabara con una tarjeta menos que el Atleti cometiendo la mitad de faltas es ridículo, que el juez de línea se equivocara en esos fueras de juego es ridículo y que no viera la mano de Busquets en el 89, que, por cierto, habilitaba de nuevo a Koke para el empate a dos, empate que salvó, una vez más, Valdés, es un signo de incompetencia, aunque a su favor hay que decir que nadie del Atleti reclamó esa jugada y que se produjo en plena melé de empujones en el área.

Volviendo al fútbol, si la defensa se mostró vacilante, el medio del campo flojo en la presión y el ataque espeso en su empeño por entrar siempre por el medio, hay que reconocerle al Barcelona su capacidad para no rendirse. Como vengo diciendo, los puntos poco le importaban. Al Atlético le iba mucho más en el envite y siempre pareció tener más ganas de llevarse el partido, pero el Barça al menos no se descompuso. Alexis tuvo el 1-2 a pase de Alves y Messi se inventó una genialidad para colocar el balón en la escuadra de falta directa cuando la barrera aún estaba intentando colocarse, un gol marca de la casa. Una genialidad, vaya, aunque no será bueno que el Barça fíe Copa y Champions a las genialidades, sin más.

Tuvo tiempo de sobra el Atleti para empatar. Se olvidó del juego brusco y siguió con la presión. El Barcelona despejaba balones como podía e incluso Guardiola quitó a un delantero -Alexis- para meter a un central -Piqué, de nuevo fuera de la titularidad-. Hasta en tres ocasiones pudo empatar el equipo colchonero, pero Valdés lo evitó, la última en el mismo minuto 93 en una nueva jugada confusa. La incapacidad del Barcelona para llevarse esos balones divididos y para actuar con contundencia atrás le pudo costar muy cara el domingo y le costará cara en la Champions si se repite.

Lo que sí ha demostrado es que aún es competitivo. No arrasa, pero gana. No mata, pero no se rinde. La pretemporada seguirá en marzo, veamos cómo llega el equipo -y especialmente la defensa- al mes de abril.

sábado, febrero 25, 2012

Incierta Memoria (III)



La noche de antes alguien daba un concierto, no sé si era Pablo y Dani iba de invitado o si era Dani y Pablo iba de invitado. Ensayamos una canción un par de veces y nos decidimos a cantarla. La canción hablaba de alguien que se iba a morir y cuando decía "voy" era "voy", cuando decía "no" era "no" y cuando decía "bien" era "bien". Por lo demás era la canción que tarareaba compulsivamente en el tanatorio cuando murió mi abuela y la canción con la que atravesaba los puentes sobre la M-30. Barcelona, febrero de 2008, era un  momento como otro cualquiera para regodearme en el malditismo.

Bolaño y Nacho Vegas. Pablo Ager y Dani Flaco.

La apuesta del día era si la Chica Indecisa aparecería o no y al respecto ya ha quedado claro que no resultaba fácil pronunciarse. Realmente, cualquier cosa era posible. El bar del concierto estaba en Gràcia, era una época de pequeño apogeo, luego las cosas empezaron a pudrirse, fruta revenida entre vecinos y policías. La anterior vez que estuvimos ahí la Chica Indecisa acabó en mi hotel. No digo que fuera fácil porque no lo fue. Ella y su manía de arrepentirse a cada portal, ir y volver, flujo y reflujo.

Barcelona era un paseo interminable por una calle desconocida con los cierres bajados. Madrugada, casi mañana. Cuando llegamos al hotel me pareció buena idea hacer ruido porque las francesas de la habitación de al lado solían hablar hasta las tantas y no conseguía dormir. Había ido a presentar un libro, de hecho lo presentaba al día siguiente. Comía con una estrella del pop y después presentaba mi libro, se puede decir que era un buen momento de mi vida aunque realmente no lo era. Conmigo nunca se sabe. Obviamente, hacíamos buena pareja.

Cuando se fue de la habitación prometió ir a verme, luego se prometió lo contrario, luego dejó claro que no tenía ni idea. Por entonces no había barcos amarrados a los puertos pero había pianistas talentosos. Ella cantaba en un grupo, tenía una voz bonita y un perfil enigmático. Todo el mundo decía que se parecía a Leonor Watling, a ella no le importaba. El caso es que no apareció. No fue ninguna sorpresa, así que cuando acabó la presentación tuve que ser yo el que fuera a buscarla a ella. Trabajaba en un bar. En otro bar. Uno que quedaba por las Ramblas y en el que tenías la sensación de que en cualquier momento alguien iba a apuñalar a alguien.

Fui con mi libro en la mano como el que lleva una rosa. Me pidió que se lo dedicara; a mí, que nunca sé bien qué escribir. Al día siguiente vino a Esplugues de Llobregat a la grabación del segundo disco de Dani. Mirábamos fotos por el estudio y jugábamos a distanciarnos. En un ataque de sinceridad me dijo: "¿Puedo besarte?" como si fuera la persona más desvalida del mundo. A veces parecía la persona más desvalida del mundo y a veces, sinceramente, no. Por supuesto la besé, por supuesto volvimos a Barcelona y paseamos nuestro amor por Springfields y Desiguales. Tomamos algo en un bar. Algo con patatas, supongo. Se fue a casa y prometió llamarme para salir más tarde. Luego se prometió lo contrario. Luego...

Yo cantaba a Nacho Vegas mientras pensaba en todo aquello. En miradas en las barras de los bares. Detective salvaje con prólogo de Arcadi Espada. Fui a coger el abrigo para irme al hotel y ella dijo "No" y luego volvió a mirarme suplicante, en un susurro, como quien advierte a un mafioso: "No te vayas". Pensaba en las persecuciones mientras desgarraba la voz y me salía del tono. Frente a nosotros la gente se sentaba en el suelo. No había micrófonos para no hacer ruido. El dueño era un tipo encantador, el camarero me odiaba. El camarero quería besar a la Chica Indecisa pero ella no lo tenía claro.

Cantaba "Nunca fui en nada el mejor, tampoco he sido un gran amante" y esperaba que ella lo pudiera atestiguar, que estuviera ahí cuando acabáramos el paripé, jugando a las distancias, esperando un milagro. El camarero me dibujaba el perfil a lápiz sobre un folio. La gente iba y venía y se saludaba como si se conocieran de toda la vida. La exaltación del bar de barrio. Gran de Gràcia. Mi vida era una sucesión de Workcenters y garabatos en libros que no vendía sino regalaba. Mi vida era un dispendio. Pablo se asustó cuando no volví a dormir pero todo eran canciones de Emite Poqito. Después, sin radiador, la habitación, la herencia y los yates amarrados. Y después del después, nada.

viernes, febrero 24, 2012

Valencia y el monopolio de la violencia



El monopolio de la violencia es una cosa muy seria. Que tiene que estar en manos del estado y sus cuerpos de seguridad es algo que nadie cuestiona, la diferencia entre un modelo de país y otro es el uso que se da a ese monopolio. Evidentemente, no es el mismo en un estado policial tipo China, Corea del Norte o la antigua Unión Soviética que en un estado de derecho. Como decía Churchill la democracia es aquel sistema en el que cuando por la noche llaman a tu puerta solo puede ser el lechero.

De la misma manera se podría decir que democracia es aquel sistema en el que un policía solo te va a dar con su porra cuando tenga que defenderse de ti y no tenga otros recursos menos violentos para reducirte o evitar un mal objetivamente mayor.

Creo que no es momento de ponerse a discutir quién tiene la razón en lo que viene pasando en Valencia. No es una discusión ideológica. No es una cuestión de recortes necesarios o innecesarios, gestión presupuestaria, izquierdas o derechas. Pegar a los ciudadanos por la calle no es de izquierdas ni de derechas y salir a criticar esas actuaciones no es ni de izquierdas ni de derechas. Atrevámonos a saber y a pensar, que ya decía Kant hace 250 años. En un estado de derecho, un policía es como un médico en una consulta: un solo error ya es una vergüenza, una sola acción desproporcionada ya es una negligencia.

No es una cuestión de santificar a nadie: todos intuimos que, además de estudiantes adolescentes, a los disturbios de esta semana se unirían activistas violentos con malas intenciones. No lo sabemos porque nadie lo ha demostrado pero, en fin, es creíble. La labor de la policía es exactamente localizar a los violentos, tratar de disolverlos y en caso de ver amenazada su integridad, defenderse. “Poner orden” es algo más que ir por la calle dando patadas y porrazos. Eso es algo que podemos hacer usted y yo. Esta gente tiene una formación y unas referencias que se basan en la legalidad y no pueden, en ningún caso, saltarse esa legalidad, ni siquiera para reparar un posible delito.

Lo acabamos de ver con el juez Garzón: no vale cualquier medio para alcanzar un fin. Parece que estábamos de acuerdo con eso y ahora resulta que aceptamos todo lo contrario. Aceptamos que, bajo la excusa de que pudiera haber algún delincuente dentro de un grupo de centenares de personas, la policía se permita pegar, reducir, detener y menospreciar a todo el que se ponga en su camino.

Me niego a que la brutalidad se convierta en un arma política. Me niego a que sea una cuestión de a qué partido votes. Yo no voto al PSOE ni voto a IU ni me considero de izquierdas y me parece una barbaridad lo que he estado viendo. No hay ningún correlato lógico entre las causas y las consecuencias. Ningún tipo de proporcionalidad. ¿La pudo haber con algún violento? Es posible, pero… ¿callar ante las demás agresiones?, ¿culpabilizar a todos los inocentes que se llevaron su porrazo simplemente porque así “se hace cumplir el orden”?

Como ciudadano acepto que el estado detente el monopolio de la violencia… pero le pido responsabilidades si lo hace de forma incorrecta. ¿Por qué tenemos tanto miedo a pedir responsabilidades? Un chico va andando por la calle con una mochila, con aire de despistado, y un policía le rompe las gafas de un manotazo y le pega un porrazo a la siguiente chica. Adolescentes. Sin identificar, ni placas ni historias. ¿Por qué callarse?, ¿en nombre de qué bien social superior?

Por supuesto que preferiría que todas las protestas fueran autorizadas y se circunscribieran a un marco legal, pero… ¿decenas de heridos y detenidos por cortar dos calles?, ¿en serio? Ser un adolescente no te exime de cumplir la ley, pero no podemos comparar a un quinceañero maleducado con un antisistema armado de Bolonia. Por favor, no es lo mismo. No se pude convertir una ciudad en un campo de batalla y no me importa quién empezó. El estado tiene una responsabilidad casi sagrada en esto: no excederse bajo ningún concepto. No digo que sea fácil pero es para lo que se les forma, para lo que se les prepara.

No podemos insensibilizarnos de esta manera. No podemos mantenernos al margen de lo que vemos y negarlo sin más aduciendo razones ideológicas. No hay ideología en un porrazo indiscriminado, hay ineptitud. Y la ineptitud se denuncia y se paga. Sea del partido que sea quien dio la orden a ese inepto de dejarse llevar libremente, al margen de toda legalidad.

Artículo publicado originalmente en el periódico "El Imparcial" dentro de la sección "La zona sucia"

jueves, febrero 23, 2012

Javier Gutiérrez-Un buen chico



Los noventa. La indefinición de los noventa, esa década soterrada bajo la sombra del esplendor ochentero. Ojos tristes y voces rasgadas. Fiestas rave en las carreteras de Valencia. Grupos de música y jóvenes sobradamente preparados. Los noventa. Muy poca narrativa se ha hecho sobre los noventa, quizá por miedo a que el crítico de turno diga: “Me recuerda a José Ángel Mañas”. Parece que siga vigente la percepción de que para ser un escritor de éxito o al menos un escritor reconocido hay que alejarse de Mañas todo lo posible, como si Mañas no hubiera escrito páginas más que aceptables, especialmente en “Ciudad rayada” o incluso “Mensaka”.

En cualquier caso, Javier Gutiérrez y “Un buen chico” no comparten casi nada de esa estética. No hay ninguna mirada cínica sobre aquella época, ningún intento de complicidad con el lector, ninguna superioridad moral. Lo que destaca de la novela es la sinceridad brutal con la que cuenta todo. La entrega. El dolor y el desgarro. Es una novela hipnótica en la forma de narrar –a veces, excesivamente hipnótica, excesivamente repetitiva- pero que atrapa precisamente porque está escrita desde las entrañas, porque los personajes están vivos; eso que tanto echamos de menos en la narrativa actual: personajes vivos, no cínicos en crisis.

Si hay crisis en “Un buen chico” es una crisis de raíz. Una melancolía constante. La necesidad de atrapar la belleza. La historia de un chico con una especie de síndrome de Stendhal para el que toda la belleza es poca. Un enfermo. No ya un enfermo social, no, un enfermo de verdad. Un monstruo, incluso. La trama avanza a través de distintos planos, distintos narradores, no hay concesiones al lector, al que no se le trata como a un tonto. Puede que en ocasiones la sensación sea que no da para demasiado, que no es lo suficientemente “sólida”, pero, ¿qué es eso de la “solidez” de una trama? No, no hay crítica social ni hay risa tonta. Hay expresión. Hay sinceridad.

Es complicado entrar en el análisis de la novela sin descubrir demasiados secretos, pero lo impresionante de Gutiérrez es su capacidad para demostrar que el mismo lenguaje puede servir para la verdad y para la mentira; cómo se nos puede mentir, cómo se nos puede engañar desde una sinceridad brutal, cómo la memoria y la interpretación se mezclan, cómo el mundo se convierte en un auditorio de nuestras mentiras. Eso es un poco lo que le pasa a Polo, el protagonista: el mundo es para él un escenario trágico, aunque él no deje de ser un cobarde.

Porque desde luego Polo sabe que es un cobarde. Y lo que es peor: sabe que, probablemente, nunca tenga que pagar por su cobardía. Lo quiere todo pero lo quiere con trampas. Hace daño pero sufre con el daño y luego sufre por sufrir y luego inventa universos paralelos. Ansiolíticos. Somníferos. Un mundo de Rohipnol. La novela es una mezcla de universos de los que va surgiendo una verdad, o algo que parece una verdad, de entre las múltiples mentiras, inexactitudes, perspectivas y recuerdos de un mismo momento. Los personajes cambian según los modifica ese enigmático narrador en segunda persona. Toda una novela en segunda persona. Toda una novela, casi, en un monólogo interior que te lleva por Malasaña, por sus bares, por sus sueños, por sus horrores.

Los horrores. Los noventa. El recuerdo que paraliza. La década en la que nadie vigilaba. La de las novelas de Bret Easton Ellis y las canciones de los Pixies. La década en la que nadie era inocente con lo que nadie podía ser culpable.  El trampolín al abismo. “Un buen chico” es una novela sin moralinas, es una novela que se acerca al horror desde la trivialidad, la banalidad más bien, que impresiona más por lo que no cuenta que por lo que cuenta, es un cuadro vivo hecho a pinceladas tan sutiles que abruman. Hay en Gutiérrez un enorme escritor que intenta contactar con un público estéticamente despreciado. Su generación, por así decirlo. Los nacidos en los 70.

Si vamos a estar toda la vida pidiendo perdón, parece querer decir Polo, que al menos haya algo de lo que realmente arrepentirse.

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo

miércoles, febrero 22, 2012

Entrevista a Andrea Trepat


Andrea Trepat (1986), ilerdense de nacimiento, barcelonesa de adopción y madrileña de nuevo cuño, es la nueva gran revelación en el mundo del cortometraje gracias a su actuación en “Morir cada día”, la película de Aitor Echevarría, que le ha proporcionado multitud de premios y ha supuesto un paso adelante en su carrera con el que cualquier actriz joven soñaría.

:mrgreen: : Con 25 años, ganadora en Alcine y ganadora en “Versión Española”, ¿hasta qué punto un premio supone un estímulo o una responsabilidad?
Pues depende del día. Hay muchos días que te da mucha energía y más fuerza y otros días que piensas: “Ahora todo el mundo espera que lo haga tan bien…”. En el fondo, esto también me anima porque si ya lo he hecho bien antes, quiere decir que lo puedo hacer otra vez en el futuro.
:mrgreen: : El mundo del corto, desgraciadamente, sigue siendo un mundo del “todo gratis”, ¿qué motiva a los actores a seguir interpretando historias ajenas por amor al arte?
La vocación y las ganas que te transmite el director de contar historias.
:mrgreen: : Pero si esta cultura del “todo gratis” se acaba llevando a las series o al largo, como parece que está pasando, ¿de qué va a poder vivir el actor?
Sí, eso es verdad y tiene que ver con la crisis, los medios de comunicación… Hay una parte positiva que es Internet, las redes sociales… Por ejemplo, yo con un iPhone puedo grabar un corto buenísimo que casi no me cuesta nada y lo ve todo el mundo. Pero también hay una parte mala: si tu futuro como actriz lo valoras en términos de profesión, que es lo que es, resulta frustrante. A ver, yo espero seguir haciendo cortos toda mi vida, aunque sea gratis, pero también espero poder ganarme la vida con otras actuaciones remuneradas.
:mrgreen: : “Morir cada día” se quedó en la antesala de los Goya, pero ha estado en festivales de todo el mundo, ¿cuál es la clave de esta comedia amarga?
La clave fue las ganas que tenía Aitor (Echevarría), el director, de contar esa historia. Todo lo que puso ahí para contar esa historia de esa familia, con ese guión tan específico, tan medido… Sabía muy bien lo que quería contar.
:mrgreen: : En ese sentido, ¿cuál fue la orden que más veces te repitieron, teniendo en cuenta que tu personaje parece casi una niña, más joven aún de lo que tú eres?
Aitor puso especial atención a la contención del personaje… por ejemplo no me dejaba llorar (risas). Decía “corta” y entonces salía todo pero en cámara no, todo tenía que ser contención y el entender hasta qué punto puede mi personaje seguir en esa mesa y seguir comiendo como si no hubiera ocurrido nada. Entender esa fuerza que le permite sacar lo que lleva dentro y después guardárselo.
:mrgreen: : Completa las frases: “Un rodaje es…”
(Sonrisa enorme) Felicidad. Donde tengo que estar. No puedo estar en un sitio mejor. Es fuerte, ¿eh? (Risas)
“Un casting es…”
(Menos sonrisas) Un puente necesario, obligatorio… ¡qué remedio!
:mrgreen: : ¿En qué medida te sientes expuesta como persona cuando te juzgan como actriz?
Estoy aprendiendo a aceptar la exposición como actriz y cada vez –cada mes, cada año…- lo estoy viviendo con más seguridad, con más bagaje y con más confianza en mí misma, porque si no te tambaleas. Estoy aprendiendo a impedir que eso haga que dude o que no me muestre firme. Les guste más o menos, me elijan o no, tengo que seguir adelante.
:mrgreen: : Has trabajado en cortos, en largos, incluso has protagonizado el vídeo de “Domingo astromántico” de Love of Lesbian, ¿no te atrae la televisión o no ha surgido nada interesante?
La verdad es que han surgido cosas interesantes pero no se han acabado de rodar nunca. Rodé un piloto para una serie que se llamaba “Raval”, para TV3 y también trabajé en “Ermessenda”, una tv movie, protagonizada por Laia Marull. ¡Yo me casaba con su nieto! No sé, no ha surgido nada mejor, pero surgirá, estoy segura.

Puedes leer el resto de la entrevista de manera totalmente gratuita en la revista "Freek!"

martes, febrero 21, 2012

Los pastores del odio



Empecemos por algo muy frívolo. ¿Qué se les ocurre?, ¿Gran Hermano, por ejemplo? Muy bien, empecemos por Gran Hermano. Un ex concursante ha sido apaleado recientemente a la salida de una discoteca y ha perdido la visión de un ojo. Otra ex concursante fue apuñalada a primeros de enero a la salida de otra discoteca en Fuerteventura. Uno podría pensar que tampoco es ningún escándalo sino una cuestión de estadística: al ritmo de ediciones, pronto habrá más ex concursantes de Gran Hermano en este país que parados. Además, sus ingresos dependen de las discotecas y, en fin, quizá no sea el lugar más seguro para ganarse la vida.

En cualquier caso, voy a serles sincero: a mí Gran Hermano me da igual. Me puede fascinar la frivolidad pero no deja de ser un vicio solitario. Estudié cinco años de filosofía y muchos años de Oposiciones para poder permitirme algunos lujos probablemente innecesarios. No necesito aislarme en ninguna torre de marfil: en mi post-adolescencia coqueteé con la televisión basura y nunca me pierdo un partido del Barcelona o de Roger Federer, esto es así. No me vanaglorio de ello, simplemente lo constato.

Todo esto de lo que les hablo lo pueden llevar a su entorno habitual, sea el que sea, porque el fondo es el mismo: la agitación del odio. En los programas de corazón, desde hace más de una década, aquellos lodos de “Tómbola” y Canal Nou, se vive de azuzar las bajas pasiones de manera continua: el personaje famoso se presenta desde la burla, la decadencia, el ataque gratuito, elevar a lo más alto para después atizar lo más fuerte posible. Horas y horas y horas. La vida de los demás ya no pretende impresionarnos, pretende enfadarnos, pretende que pensemos “¿Por qué ellos sí y nosotros no?” y nos alegremos con cada una de sus desgracias.

O las protagonicemos en cualquier discoteca de pueblo. ¿Por qué no, quién nos lo impide?
El odio. No es una cuestión televisiva. Fíjense en cada campaña electoral. ¿Qué hacen los dos grandes partidos? Incitar a que no se vote al otro. Simplemente. Apelar a lo que hay de desprecio atávico en el votante para obligarle a no votar, a tener miedo, a lanzarse a la calle o a la urna con la cara descompuesta, “se van a enterar estos”. Ortega ya decía hace casi 100 años que el problema de este país –entre muchos otros- era “la acción directa”, es decir, esa tendencia de cada español a pensar que él puede solucionarlo todo sin mediadores. ¿Y qué mayor expresión del mediador que el político?

O las discográficas, ojo.

Que Ortega tenga razón, y la tiene, no evita las caricaturas. Los políticos se han convertido en despreciables. Unos a otros, me refiero. La agitación, el insulto, la mofa… la falta de reconocimiento del contrario como tal, convertido sin más en enemigo, no es un invento de la masa, es la clave de cualquier campaña. El papel del periodismo en todo esto es el habitual en estos tiempos: una simple cadena de transmisión. Garzón sí, Garzón no. Camps sí, Camps no. Rubalcaba-Chacón, Gallardón-Aguirre. La necesidad de tomar una postura radical ante todo, despreciando la realidad del tronco y las ramas.

A menudo mis amigos me reprochan que no tenga una opinión sobre cada caso concreto. Mi tibieza, por así decirlo. Mi desesperante lentitud, un proceso insostenible en términos económicos, que diría aquél. Yo entiendo esa necesidad de creer. Incluso la envidio. Simplemente, no me es posible compartirla, necesito razonar antes, tener los datos. Molestarme en analizar antes de gritar. Mourinho o Guardiola. Pepe o Xavi. El País o El Mundo. Losantos o Gabilondo. Tronistas o tertulianos.

Mande un SMS al número de su elección.

Ha llegado el momento en el que no insultar se ha convertido en defecto de “maricomplejines”, no ser un forofo en rémora de “pseudoaficionados” y no votar contra el enemigo en tara de nihilistas poco comprometidos. Luego llegan las navajas y las patadas. Tiene su lógica. Puede que en primera instancia la basura del contenedor ajeno nos resulte un problema de los otros.  Ya saben, el infierno. Pero no, pónganle el color que quieran que, con el tiempo, acabará oliendo todo igual. 

lunes, febrero 20, 2012

Barcelona 5- Valencia 1



Con el Madrid en la distancia, la liga no tiene más rival para el Barcelona que su propio estado de ánimo. Con un mes de supuesta calma por delante –la liga está perdida, la eliminatoria contra el Bayer más que encarrilada- el equipo necesita pulsarse el ánimo y transmitir mensajes al entorno que a su vez eviten un pequeño ataque de histeria que, conociendo al Barcelona a lo largo de décadas, se puede dar en cualquier momento.

El partido contra el Valencia tenía un peligro evidente: los de Emery son un rival incómodo para el Barça, siempre lo han sido, y un mal resultado no solo dispararía la ventaja con respecto al líder sino el pesimismo cara al resto de temporada. Más aún con el 0-1 que marcó Piatti a los pocos minutos de empezar el encuentro. Era un momento clave, especialmente para Piqué, que volvió a andar algo lento a la hora de cubrir el desmarque, aunque el error de Valdés fue también de escándalo. ¿Sería capaz el Barça de luchar para dar la vuelta al partido o se dejaría llevar en la desidia?

La respuesta fue inmediata. Ordenados por Busquets e Iniesta, soberbios en el medio del campo y ayudados por la omnipresencia de Messi, un jugador que sigue siendo sorprendente, empeñado en batir sus propios records. Los dos goles del argentino en pocos minutos dieron la vuelta al marcador pero la sensación era de un dominio absoluto, que recordaba a temporadas pasadas. Lo habitual en el Camp Nou, vaya. El asunto es saber si este Dr. Jekyll y Mr. Hyde que es el Barcelona será capaz de repetir exhibiciones en la final copera o en lo que le queda de Champions.

Cuando está enchufado, el equipo sigue siendo imparable, y para eso necesita reconocerse: Busquets e Iniesta en la media, Cesc en todas partes, Messi, Pedro y Alexis delante. Incluso sin Xavi, el equipo funciona en cuanto adelanta la línea y presiona como antaño. Cierto es que el Valencia no puso demasiada resistencia, tan cómodo en su tercera posición como el Barcelona en la segunda, pero la exhibición de juego y, sobre todo, de oportunidades fue aumentando conforme avanzó el partido y más aún cuando Tello salió por un desacertado Pedro.

Solo Alves y los postes impidieron más goles de Cesc y Messi. En rueda de prensa, Guardiola afeó la falta de puntería del de Arenys, pero Cesc nunca ha sido un goleador. Sus números de esta temporada en ese sentido ya son más que válidos, el problema es que en el Barça no hay ni un solo delantero centro que aparezca con la caña cuando los centrocampistas no están acertados o Messi no hace el milagro de turno. Perdiendo una oportunidad tras otra llegaron los locales a los minutos del “run run”, especialmente cuando Valdés salvó el empate esta vez en una acción muy meritoria.

Así hasta que Messi mandó parar, otros dos goles en pocos minutos para un total de cuatro en el partido, 27 en liga y 42 en todas las competiciones. Súmenle 20 asistencias y casi 15 postes, prácticamente todos ellos de jugada. Mientras Messi esté en el Barcelona, el equipo será candidato a cualquier competición “explosiva”. Otra cosa será la liga, donde la plantilla queda corta para rendir cada semana al ritmo que marca el Madrid año sí, año también. Ahí harán falta refuerzos, guste al núcleo duro de la narrativa canterana o no. Por supuesto, ir incorporando a los Thiago, Tello, Cuenca, Montoya es algo necesario, pero si quieres jugar (y ganar) 60 partidos en 9 meses, necesitas jugadores más experimentados.

Al final, los Mascherano, los Adriano, los Sylvinho, los Keita, los Belletti, incluso los Milito, son los que te dan consistencia y títulos, con su trabajo sordo.

Aún hubo tiempo para que Xavi, incorporado en los últimos instantes del partido, marcara un quinto gol. Uno echa un vistazo a la clasificación y se vuelve loco ante tamaña bipolaridad: 50 goles en 12 partidos en el Camp Nou (más de cuatro por partido)… apenas 18 en sus encuentros fuera de casa. Así se pierden las ligas, sí, pero no se cierran los ciclos. El equipo sigue siendo extremadamente brillante y contundente en momentos clave. No va a ganarlo todo siempre, eso está claro, pero aún puede ganar muchas cosas. Este año sin ir más lejos.

domingo, febrero 19, 2012

Real Madrid, campeón de la Copa del Rey de baloncesto


A principios de temporada, el Real Madrid hizo una apuesta suicida: contrató a un entrenador sin experiencia alguna en la alta competición como técnico, dio las riendas del equipo a dos bases que no responden al tipo de "director cerebral" que ha triunfado en Europa y en el mundo en los últimos 20 años y colocó en todos los puestos a una serie de jóvenes con unas cuantas decepciones ya a sus espaldas en las últimas dos temporadas de Messina y similares.

Lo peor que podía pasar era que perdieran, pero eso ya lo llevaban haciendo mucho años.

Hasta ahora, en cuanto a resultados, la apuesta había salido un tanto irregular. La actuación en la liga ACB viene siendo impecable, pero las dos derrotas consecutivas en Euroliga ante Siena y Bilbao, de una extrema contundencia, volvieron a disparar los rumores: este equipo juega muy bonito pero no compite bien. Puede ser. En principio, no debería ser equipo para play-offs disputados, de defensas asfixiantes y marcadores apurados, pero a mediados de febrero ya hay un par de cosas claras: el equipo, efectivamente, juega muy bien al baloncesto y además ya tiene un título: su primera Copa desde 1993.

La final ante el Barcelona fue una exhibición de talento natural mezclada con los ajustes tácticos necesarios: fluidez de movimientos en ataque, generación de tiros exteriores y capacidad de juego al poste bajo con un inmenso Carlos Suárez. Llull quizá sea peor director de juego que Huertas o Sada pero desde el primer cuarto demostró que tiene más talento ofensivo que los dos juntos. En defensa, Mirotic paró en seco a Lorbek y solo la endeblez tradicional de Tomic -otro enorme jugador a la espera de una transfusión de sangre- permitió a N´Dong y al Barça permanecer en el partido.

La clave estuvo en el tercer cuarto, cuando entre Navarro y Lorbek pusieron al Barcelona a un punto. Surgió entonces Carroll. La gente se olvida del excelente equipo que tiene el Madrid. Excelente es poco: una combinación exterior-interior demoledora que solo flaquea en el puesto de base, especialmente cuando sale Sergio Rodríguez, que en esta final fue muy poco tiempo. Desaparecido en la primera parte, el estadounidense se fue hasta los 22 al final del partido, con 27 de valoración. Ocho puntos consecutivos desnivelaron el partido y un triple de Llull sobre la bocina -igual que hizo al descanso- acabó con la moral del Barcelona.

Habría que decir algo del Barcelona. El trabajo de Xavi Pascual durante estos cuatro años ha sido soberbio. Cogió al equipo en plena depresión Ivanovic y lo ha hecho campeón de todo con un juego bastante decente. Sin embargo, su apuesta por la defensa y el jugador de equipo quizá este año ha resultado excesivo. Estas cosas pasan. Los Ingles, Wallace, incluso Rabaseda son jugadores de perfil bajo que aportan poco o nada. Que N´Dong sea tu estrella en la final lo dice todo de tus conceptos de ataque.

En fin, donde el Madrid apostó por el vértigo, el Barcelona apostó por el cemento. Como espectador de baloncesto desde la más tierna infancia y entrenador y jugador amateur durante décadas, no puedo evitar sentir simpatía por la primera opción. De momento, además, funciona. Enhorabuena a Laso y los que apostaron por él, tienen propuesta y plantilla para muchos años, la juventud es otro de sus puntos fuertes.

sábado, febrero 18, 2012

Incierta memoria (II)


Recibí la noticia de la herencia de mi abuela tumbado en una cama de una pensión de Las Ramblas mientras leía "Los detectives salvajes" de manera compulsiva. Fue una buena noticia porque no había plan B. Llegué a Barcelona arruinado, con unas decenas de euros en la cuenta y sin perspectiva alguna de trabajo, un libro publicado que no existía y una sucesión de cataclismos que generalmente me pillaban bailando Arcade Fire o Bloc Party.

Lo primero que hice fue llamar a la Chica Indecisa. Estaba en un barco amarrado al puerto. Había ido a comer con alguien, no sé con quién, creo que era alguien importante, alguien que tenía algo que ver con su profesión, sin poder determinar si se trataba de la fotografía, la música o la hostelería. Aquel hombre vivía allí, amarrado en su barco, pagando su alquiler de trozo de mar, supongo, o de trozo de cuerda, e invitaba a chicas a comer y pasar la tarde. Me pareció un tipo de vida bastante apetecible.

Cada tres años, aproximadamente, fantaseo con la idea de desaparecer del mundo y una tienda Quechua me sirve lo mismo que un yate o un chalet adosado. En ese sentido, no hago ascos.

Mi idea, en cualquier caso, era invitarla a cenar. Ahora tenía dinero: estaba ahí, en mi tarjeta. Habíamos pasado la noche en su casa. Yo dormía junto a la pared y cuando abría un ojo su codo me tapaba el resto de la habitación. Por la mañana encadené una sucesión de canciones de Emite Poqito que ella confundió con Nena Daconte. Compramos algo de desayunar, es decir, yo compré algo de desayunar y ella debió de comprar algo de comer, algo que llevarse al barco. Eran casi las dos de la tarde.

En la pensión esperaba el libro y la cama vacía de Pablo, que grababa disco en Badalona. La Chica Indecisa no sabía si cenar o no. Iba en su carácter, por supuesto. Me dijo que me mandaría un mensaje pero no lo mandó nunca. Hacíamos una buena pareja: nos perseguíamos por Gran de Gràcia y nos colábamos juntos en los vestuarios de las tiendas de ropa. Nos encantaba despedirnos en los pasos de cebra. Yo la quería menos de lo que ella creía pero mucho más de lo que ella me quería a mí. Esas cosas pasan. De hecho, había sido una noche extraña: ella habló de Austria y yo hablé de Valencia, luego caímos dormidos entre cajas de zapatos y vídeos de YouTube.

Antes de que llamara mi madre y me confirmara la transferencia había llamado Pablo para preocuparse. Creían que estaba en algún portal tiritando o en cualquier otra pensión con una cicatriz por riñón. Las exageraciones musicales. Yo solo creaba mi propia incierta memoria. Aquella noche cenamos en L´Hospitalet los cuatro, porque éramos cuatro. Era una pizzería, así que yo debí de pedir milanesa. Luego nos emborrachamos en L´Oncle Jack y tardamos horas en encontrar un taxi.

Pablo se quedó un día más, remezclas e historias, yo me fui la noche siguiente después de pasar la mañana y la tarde en el estudio. Aquello era cualquier cosa menos la grabación de un disco y sin embargo acabó siendo la grabación de un disco. Cuando llegué a El Prat, es más, cuando llegué a la puerta de embarque de mi avión, pensé en llamar a la Chica Indecisa y decirle que me quedaba. Una noche más. Que me quedaba con ella, que se olvidara de yates y yo me olvidaría de dientes partidos. Me pareció ridículo incluso para un lector de Bolaño, así que me limité a mirar el móvil esperando un milagro que aún no sé si sucedió o no.

viernes, febrero 17, 2012

Montes Neiro: un héroe solo televisivo



Miguel Montes Neiro abandonó la cárcel después de 36 años en presidio. Dicho así, ¿a quién no se le caen las lágrimas? Más detalles: su primera condena fue por negarse a cumplir el servicio militar y en todos sus delitos posteriores nunca hubo sangre de por medio. Un ciudadano ejemplar. Todas las televisiones y periódicos han corrido a colocarlo en los altares: la imagen de ese hombre ya en los sesenta, rodeado de sus hijas adolescentes que le levantan los brazos. El gran triunfador. El gran héroe que se propone no solo escribir libros sino incluso guiones. Justo ahora que nadie se atreve a rodar una película, como mucho una TV Movie.
Sí, una TV Movie bastará.
Las muestras de apoyo han llegado de todos lados. De tantos que incluso el PP y el PSOE se han puesto de acuerdo y le han indultado por duplicado, instando a la judicatura a que sobresea cualquier delito pendiente. A Montes se le da por reinsertado: tenerlo en la cárcel era un ejemplo de que en este país el modelo penitenciario no funciona. Una opción era preguntarse por qué, la otra, eliminar el ejemplo, es decir, liberar al preso, sin más. Cerrar los ojos.
El único que ha puesto algo de cordura en esta glorificación de Montes ha sido su propio abogado, que después de clamar contra el agravio que suponía tener a su defendido encarcelado durante décadas, reconocía, casi en un susurro, que algo había hecho el propio Montes para acumular delitos y sentencias con una consistencia casi prusiana. Por supuesto, al aguafiestas se le ha silenciado porque solo faltaría que “la buena noticia del día” encima fuera mala, como si no estuviera cayendo suficiente sobre el país como para andar echando jarros de agua fría.
Sí, algo ha hecho Montes Neiro. Delinquir mucho. Pero muchísimo, vaya. En la mayoría de los permisos recibidos, entrando, incluso, en una casa pistola en mano. “Sin delitos de sangre” se especifica. “De pura casualidad”, permítanme que añada.
No tengo yo nada en contra de Montes ni de su nueva felicidad y, por supuesto, me parecería maravilloso que a los 62 años se reencontrara con una vida digamos que “normal”, con sus altos y sus bajos pero en libertad. La Fiscalía sí que se ha mostrado algo más pejiguera en el asunto, pero a nadie le queda ya claro si los Fiscales son buenos o malos ni en qué sentido, así que, ¿para qué escucharlos?
Otra cosa es que admita sin más el discurso victimista, jaleado por todos los medios sin filtro alguno.
“Estoy ante mi primera oportunidad en la vida”, dice Montes, y todos titulan inmediatamente. “Me han robado la juventud, me han robado todo”, dice rabioso, como Daniel Day Lewis “En el nombre del padre”. No, no es la primera oportunidad ni mucho menos y no, no le han robado nada que no haya robado él antes. La reincidencia sistemática en el delito, incluso con armas de fuego, llegando hasta ese último robo con violencia e intimidación que le valió 13 años más de condena cuando ya estaba en fuga, por supuesto es una desgracia para el individuo, la sociedad y el sistema. Pero es un hecho y los hechos no desaparecen cuando cerramos los ojos.
Hay algo humano en esta solidaridad, no lo niego. Cualquiera se sentiría culpable pretendiendo que un hombre de 62 años siga en la cárcel después de ingresar por primera vez en 1976 —aunque gozó al menos de tres años de libertad condicional, en los que aprovechó por supuesto para ganarse otro arresto y otra condena- pero todo esta exhibición del “No me arrepiento de nada” y “Solo soy una víctima” me molesta. No ya en Montes, que lo puedo entender, sino en la aceptación por los medios de su versión de la historia.
Una versión que puede quedarse en ridículo si, efectivamente, como sospecha la Fiscalía y los hechos, el delincuente no muestra signos de reinserción y vuelve a plantarse con una pistola en cualquier esquina, el agravio por delante, el indulto como exoneración moral más que penal, la invisibilidad de la sangre como excusa para el delito, y, sobre el delito, la lección a los cuatro vientos.
Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"


ACLARACIÓN: Puesto en contacto con la hermana de Miguel Montes Neiro, me hace saber que la relación entre Miguel y su madre no fue nunca motivo de problema familiar, al contrario. Como derecho a réplica, hago constar aquí esa afirmación, que también está en los comentarios y que por tanto doy por buena pese a distintas informaciones en sentido contrario pidiendo por tanto disculpas a quien se haya sentido dañado. El objetivo del artículo no era demonizar a Montes Neiro, a quien le deseo lo mejor, sino criticar determinado revuelo mediático con el que no coincidía en mi derecho a la expresión. En ningún momento se insinúa ni pasa por mi cabeza que vaya a cobrar por vender exclusivas de su indulto ni nada parecido. En lo que a mí respecta, solo me queda desearle de nuevo lo mejor en su nueva vida, que espero aproveche al máximo.

jueves, febrero 16, 2012

Incierta memoria



En una entrevista maravillosa, impropia de alguien que no ha cumplido los 30 años -ni siquiera los 29-, Pablo Ager afirma: "(Los títulos de mis discos)no son casuales. “Durmiendo en azoteas” viene por una de las primeras anécdotas que viví cuándo empecé a tocar por locales. “Incierta memoria” refleja una época en la que las cosas que recordaba no sabían a ciencia cierta si habían ocurrido".


Creo que entiendo perfectamente lo que quiero decir y con eso no me refiero a que sepa a lo que se refiere en concreto, que probablemente también, sino a esa incapacidad de mirar atrás y conseguir un relato coherente de uno mismo. Ya saben de mi tendencia a la melancolía y al recuerdo. Realmente, cuando soy feliz, no se me ocurre nada mejor que hacer.

Suelo dividir mi vida por etapas. La última división, una convención como otra cualquiera, llega en primavera de 2009. Los tiempos de antes de la primavera de 2009 y los de después. Quizás el anterior hito haya que fecharlo en 2005. Incluso cuando me refiero a hechos tan cercanos en el tiempo me cuesta ver un hilo de continuidad. Eso lo definía Hume al contemplar la conciencia como "un haz de percepciones" sin una verdadera narración detrás y, de una manera menos pedante, Lichis, en aquella maravillosa canción que repetía: "No sé quién soy, no sé quién fui, a veces pienso en los lugares donde dices que estuve, ¿llegamos alto?, ¿con las estrellas?, ¿me confundí entre ellas?"

A veces pienso que sí, que me confundí entre ellas. De entrada me confundí entre Lichis y las adolescentes que buscaban teléfonos de Fito Cabrales. Lo que me cuesta es reconocerme a mí mismo y esto no lo digo como algo bueno ni malo sino desde una especie de estupor, el mismo que me invade cuando subo las escaleras del primer al segundo piso después de la última clase del día y no consigo recordar si ya he hablado con mi madre ese día o aún no o cuánto tiempo hace.

El chico que no deja registro.

Todo esto antes se llamaba "la estúpida narrativa Guille Ortiz" pero ahora que las cosas son bonitas, ahora que las cosas son fáciles y que casi todo está en su sitio, no sé cómo se llama y desde luego no sé qué sentido tiene decir que es estúpido. Supongo que de alguna manera yo soy  mi memoria y ha llegado un momento en el que el disco duro se ha saturado, es razonable. Recuerdo nombres, olores, momentos... pero no recuerdo mis sensaciones, no me recuerdo a mí en ese momento, no sé si me explico.

En general, siempre he pensado que tardo cuatro años en darme cuenta de las cosas. Una olimpiada. Tiene sentido. Ayer leía una entrevista en JotDown y mi cabeza se iba a 1995. Estas cosas suceden todo el rato y piensas que no es posible, que sencillamente no es posible haber sido un Zelig moderado, de serie B, un hombre de canción de los Killers arrastrando todas las cosas que ha hecho. Una vez escribí un post reivindicativo. Lógicamente fue hace cuatro años. Aquel yo de ese "Yo" ya era para mí inverosímil y quedaba todo lo que está pasando ahora, así que imaginen.

Imaginen ustedes, digo, porque yo, como Pablo, no tengo nada claro que todo eso haya sucedido de verdad y mucho menos que lo de ahora esté sucediendo. Ni siquiera entro en el tema de que me lo merezca o no sino a la misma consistencia del presente. Supongo que la madurez es algo parecido a esto, es decir, es algo parecido al estupor y al tomarse a uno cada vez menos en serio. Nada es crucial. Quiero verte porque quiero verte. Un hombre que no se recuerda a sí mismo es un hombre que ha dejado de intentar pasar a la Historia. O, peor aún, que ni siquiera sabe si ha pasado a la Historia ya y el muy idiota sigue dando vueltas como las ruedas boca arriba de un coche estrellado.

Y con esta imagen, que no es mía, sino de Bono, les dejo hasta mañana.

miércoles, febrero 15, 2012

Nuestro Café del Pombo



Recogía a la Chica Langosta a la salida de su clase de inglés en International House y nos metíamos en un café de otra época, uno que quedaba justo detrás de las cataratas de los Teatros de la Villa, novelas de los cuarenta, todo el mundo muy serio, Alfonso Ussía leyendo el periódico, supongo que el ABC, solo, en una mesa, mientras nosotros charlábamos en la barra, los dos con 19 años, puede que 18, ella con su carpeta y sus apuntes en la mano, sin saber aún que pasaría parte de su vida en Estados Unidos.

Fue el año intermedio. Yo llamo así al año que pasó desde que salí del Ramiro hasta que empecé a salir con mi novia de los noventa. El estúpido año intermedio con su banda sonora de discos de Frank Black, sus sidrerías en Espíritu Santo, sus bares de siniestros, sus libros de Ray Loriga, su infinita tristeza... La Chica Langosta se sentaba en los bancos y me decía "Cuando tú vas al cine, o al teatro, tus padres te animan, se alegran, incluso te pagan la entrada... yo a los míos les tengo que mentir porque, para ellos, eso es perder el tiempo".

Lo que admiro de la Chica Langosta: su resistencia a perder el tiempo o a perderlo, pero siempre bajo sus condiciones. The record shows she took the blows but did it her way. No sé muy bien qué hacíamos en ese café. Visto desde la distancia no sé muy bien qué hacíamos, en general, supongo que estábamos muy solos y nos sentíamos mucho mayores de lo que éramos, así que lo único que podíamos hacer era esperar. Esperar juntos, Ussía en la distancia, nuestro "Café del Pombo" particular. Generación del 77. Tenemos 35 años y estamos locos.

En una fiesta, no recuerdo muy bien cuál, los adolescentes se metían speed y luego comprobaban las pupilas contra el espejo. Las risas, la distancia. En el cuarto, los chicos sensatos hablábamos de Isaac Rabin. Los chicos sensatos no queríamos saber nada del mundo que quedaba afuera y probablemente no fuera solo miedo lo que nos separaba de la cocaína y el sexo rápido en Xenon. Nosotros queríamos estar de vuelta, necesitábamos estar de vuelta, el camarero con su pajarita y su bata blanca. Su bandeja con brazo en ángulo de 90 grados.

Íbamos al Retiro y yo volvía con la nariz roja y una alegría enorme. Una alegría, ¿por qué, exactamente? Mi amor por la Chica Langosta era una finalidad sin fin. Una obra de arte. Cualquier cosa menos amor, vaya. Algo decadente, eso seguro.

Con el tiempo dejamos de ir a aquel sitio, creo que fue ella la que lo propuso. Puede que directamente propusiera dejar de vernos o al menos espaciar nuestros encuentros. Puede que sintiera que tenía que enfrentarse a la realidad y a sus espejos y que para eso era necesario huir de la estética. No lo sé. La mayoría de las cosas que quedan de la Chica Langosta no son sino recuerdos de una mente desestructurada. Recuerdos de cosas que pasaron hace 17 años, es decir, que no pasaron nunca. O que pasaron de cualquier otra manera.

Ussía había perdido unas elecciones a la presidencia del Real Madrid y yo había perdido mi adolescencia en algún callejón de Malasaña. Algunas de las cosas que sucedieron aquel año en realidad sucedieron el anterior. La mayoría sucedieron el siguiente. Aquel año fue un abismo, simplemente no existió. Todo volvió a la normalidad en octubre, puede que antes, en las fiestas del PCE. Dormía en casas ajenas y despertaba con chupetones en el cuello. Eso era algo y algo era mucho mejor que la tristeza.

El Wimbledon de Arantxa


Arantxa Sánchez Vicario, uno de esos personajes del mundo de deporte a los que se les echa especialmente de menos cuando faltan. Durante su trayectoria pueden provocar más filias o más fobias pero en general el suyo es un trabajo de hormiguita, de Grand Slam en Grand Slam, de Copa Federación en Copa Federación, empezando por el gran bombazo: aquel imprevisible triunfo ante Steffi Graf en 1989, cuando la alemana venía de ganar cinco Grand Slams consecutivos, la medalla de oro de Seúl y llegaba invicta a Roland Garros, donde ya había dominado en 1987 y 1988.

Después de eso hay recuerdos fugaces: Arantxa en los Juegos Olímpicos, Arantxa ganando a Seles en 1998 después de comerse un 6-0, Arantxa ganando el US Open de nuevo a Steffi Graf después de estar al borde de la derrota en el segundo set… Imágenes que ocultan un palmarés y una consistencia de escándalo: cuatro grandes, doce finales en total, otros diez Grand Slams como doblista, cuatro medallas olímpicas (dos de plata y dos de bronce) y hasta cinco Copas Federación, el equivalente femenino a la Copa Davis, la última de ellas ante el huracán Hingis en Suiza.

Su problema fue coincidir en el tiempo con Steffi Graf y Conchita Martínez, es decir, fue un problema estético. Arantxa era la garra, la derecha liftada, el grito, el puño apretado, la adrenalina… mientras que Conchita era la clase, el revés cortado, la derecha plana, la elasticidad. Todo esto junto a una cabeza que no estaba a la altura de su talento. Aunque Arantxa fuera la primera en llegar, la primera mujer española en ganar un Grand Slam y, obviamente, la primera en repetir (Roland Garros, 1994, final ante Mary Pierce), Conchita se apuntó un triunfo de enorme prestigio. Wimbledon, ni más ni menos, y ante Martina Navratilova en la final, la nueve veces campeona.

Fue su única gran victoria. La única de una carrera plagada de inconsistencias pero que, de alguna manera, la colocó en un peldaño distinto al de la constante Arantxa. Conchita no era mujer de pegarse con Seles o Graf, se parecía más a una Gabriela Sabatini de los 90. Arantxa, sí. Arantxa era Rafa Nadal antes de Rafa Nadal, con su “vamos” incluido. Ya podían silbar los franceses sus bolas altas que ella no estaba dispuesta a dar un punto por perdido.

Su gran año fue 1994: ganadora en Roland Garros y en el US Open y número uno del mundo. La primera vez en la historia que un español o española llegaba a ese lugar desde que se crearon los rankings a finales de los 60. 1995 no empezó mal: finalista en Australia por segundo año consecutivo, aunque cayera ante Mary Pierce en la revancha de Roland Garros. En Francia llegaría también a la final: llevó a Graf al tercer set pero lo perdió 6-0 sin oponer resistencia alguna.

Tras dos finales de Grand Slam para empezar el año, llegaba a Wimbledon en plena forma. Wimbledon, la hierba que se resistía. En ocho participaciones, su mejor resultado había sido los cuartos de final que disputara en 1989 y 1991. Sin ir más lejos, el año anterior, el de su explosión, se había tenido que conformar con perder en octavos.

Sin embargo, había algo distinto esta vez. De entrada, venía de jugar la final de cinco de los últimos seis grandes y seguía disputando con Graf el número uno del mundo. Además, estaba el factor Conchita. La aragonesa había demostrado que se podía ganar en Wimbledon en una época en la que muchos tenistas españoles ni siquiera acudían al torneo y pensaban que la hierba era para las vacas. El juego de Arantxa no se acoplaba en absoluto al césped rápido, sus bolas altas no causaban el mismo daño… pero para perder tienen que ganarte y ese año la pequeña de los Sánchez Vicario no estaba dispuesta a que nadie la ganara.

Empezó el torneo como cabeza de serie número dos y decidida a no dar respiro: solventó sus cuatro primeros partidos en dos sets y se plantó en cuartos de final como si nada, arrolladora, la alemana Huber como única rival digna de ese nombre en unos tiempos en los que la diferencia entre las cinco primeras y el resto era abismal. La competición empezaba, por tanto, en cuartos de final y ahí su rival fue Brenda Schultz, la intermitente holandesa. No era la peor contrincante posible, pero le costó sacar el partido adelante: 6-4 y 7-6, la primera vez que le obligaban a jugar siquiera un tie-break en todo el torneo.

A su alrededor, las caras de siempre: Steffi, Conchita, la checa Novotna, que siempre brillaba en julio… Las semifinales la emparejaron precisamente con Martínez. El duelo de españolas, el duelo de estilos. La campeona contra la aspirante. La número tres del mundo contra la número dos. Aquello era un duelo mucho más mental que tenístico y se notó desde el principio: Arantxa ganó el primer set por 6-3, Conchita se revolvió para empatar el partido con un 7-6 agónico. Todo quedaba para el último set, el que daba acceso a la final.

Como tantas veces, Conchita se vino abajo y cedió su corona con un triste 6-1 en contra.

A los 23 años todavía —increíble, pero cierto— la catalana se plantaba en su primera final de Wimbledon, a un paso de la gloria, el paso que le faltó en Melbourne y París. Su rival saldría del enfrentamiento entre Jana Novotna y Steffi Graf. Novotna, como casi siempre, se adelantó y, como casi siempre, acabó cediendo en tres sets. Dos años antes había protagonizado una de las derrotas más dolorosas en una final de Londres, también ante la alemana, llorando en el hombro de la duquesa de Kent. Su recompensa llegaría por fin en 1998, pero para eso aún quedaban tres años.

Steffi Graf y Arantxa Sánchez-Vicario. Su quinta final. La alemana había ganado en Australia 94 y Roland Garros 95. La española en Roland Garros 89 y US Open 94. Era el momento para Arantxa. El momento no solo de desempatar sino de demostrar que ella también tenía clase, también tenía talento, también podía ganar en la hierba escurridiza como ganaba en la pesada tierra batida. El primer set lo ganó con cierta facilidad: 6-4. Estaba a una sola manga de ganar su Wimbledon, de igualarse con Conchita en el palmarés de Londres y dejarla muy atrás en el palmarés global. A una sola manga de pasar a la Historia. Recuperar el número uno.

No pudo ser.

El segundo set fue un paseo para Graf (6-1), así que todo quedó para el tercero. De nuevo, aquello no era una cuestión de tenis sino de mentalidad. Graf era mejor, sin duda, pero tendría que demostrar que podía ser la mejor también ese día en esa pista ante esa rival. Basta con ver a Federer para saber que eso no siempre es posible. Arantxa siguió con su plan: agresiva en el saque, golpeando siempre contra el revés cortado de Steffi; la alemana incómoda, muy incómoda, el público sin acabar de decidirse, animando a su reina pero también animando a la aspirante, las dos con su cinta en el pelo; tensa, Graf; corajuda, Arantxa.

El partido llegó al 5-5. Servía la española. Aquel quedará como uno de los juegos más vibrantes de la historia de Wimbledon. Duró 20 minutos, incluidos 13 deuces. Con 40-30, la bola de Graf toca la red… y se va a la línea. Después salvaría otra bola de juego con una volea imposible, lanzándose como Boris Becker a la hierba para golpear casi con el marco. Tantas veces dejó escapar Arantxa a la alemana que la alemana acabó ganando el juego, a la sexta bola de break, con una derecha profunda a la línea que la española mandó a la red.

6-5 y saque. Graf no era Novotna. Arantxa lo intentó pero la campeona no soltó la presa. Se esfumaba su Wimbledon y ella lo sabía. Fue una ceremonia dolorosa. Su tercera final consecutiva y las tres perdidas. Un 1995 prodigioso pero cortado de raíz en el peor momento. No sería su última final en Londres: un año más tarde, las dos tenistas volverían a citarse, después de un partido monstruoso en la final de Roland Garros que ganó Graf con un 10-8 en el último set.

No hubo color: 6-3 y 7-5. Dos mangas para ganar su enésimo Wimbledon. Arantxa empezaría un lento declinar que solo vio el esplendor de su victoria en Roland Garros 1998. Wimbledon se acabó para ella: semifinales en 1997, cuartos de final en 1998… y así hasta la segunda ronda en 2001, su última participación en Londres, Graf ya retirada, Venus Williams campeona por segundo año consecutivo. Arantxa, la niña prodigio, sin llegar aún a la treintena.