martes, enero 31, 2012

El anillo de Charles Barkley



Charles Barkley siempre se caracterizó por su agresividad y socarronería, a partes iguales, fuera y dentro de la pista. Hombre hecho a sí mismo desde su época en la universidad, acostumbrado a fajarse con pívots mucho más altos que él y aun así superarles por volumen e intensidad, “el gordo” Barkley se perdió los Juegos Olímpicos de 1984 precisamente por su incapacidad para comportarse delante del sargento Bobby Knight en la última preselección. No fue ni mucho menos su último escándalo: algunos años después provocó las iras de diversos colectivos feministas cuando, tras perder un partido ajustado, declaró: “Es uno de esos días que lo que te apetece es irte a tu casa y pegarle una paliza a tu mujer”.

Un tipo muy poco sensato, por decir algo.

Sin embargo, su energía contagiaba. Barkley fue máximo reboteador de la NBA durante varias temporadas y una figura desde su primer año. Había una furia dentro de él, una especie de necesidad de venganza constante que le hacía imparable: en el poste bajo, en el poste alto, lanzando de media distancia o reboteando en defensa y en ataque, pasó de ser novato a  All-Star en apenas tres años. En cuatro, ya era miembro del mejor quinteto de la liga, condición que repetiría cuatro temporadas consecutivas con los Sixers y una quinta vez, en 1993, ya con los Phoenix Suns.

Habitual también de la lista de máximos anotadores y hombre pegado a un micrófono, a Barkley le faltaba un reconocimiento deportivo a la altura de su calidad. Por supuesto, fue elegido para el Dream Team que participó en Barcelona ´92 pero su estancia en Philadelphia fue un rosario de decepciones: aquel equipo podía rendir en la fase regular, incluso pasar alguna ronda de play-off pero no era ni la sombra del que deslumbrara a principios de los 80 con Julius Erving o Moses Malone. Cuando Charles llegó a Pennsylvania, el Dr. J regalaba sus últimos vuelos, Mo Cheeks había dejado atrás sus mejores años y Moses Malone estaba al borde de los 30, rodillas machacadas, las maletas preparadas para irse a Atlanta, su retiro dorado junto a Dominique Wilkins.

A los 29 años, justo después de volver de la aventura olímpica, donde, de hecho, fue el mejor del equipo y desde luego el más expresivo, Sir Charles pidió inmediatamente el traspaso. No fue una decisión fácil: los Sixers le habían elegido en el draft y le habían ofrecido contrato millonario tras contrato millonario durante ocho temporadas. El muro de los Chicago Bulls de Jordan y Pippen, sin embargo, era demasiado alto como para afrontarlo desde la Conferencia Este. Barkley se apuntó a un proyecto nuevo, el de los Colangelo en Phoenix, un proyecto con Danny Ainge, Dan Majerle, Kevin Johnson, Robert Dumas, Tom Chambers, Cedric Ceballos e incluso el rocoso Kurt Rambis, leyenda ochentera de los Lakers.

El equipo era fantástico y unía veteranía con juventud, inteligencia con físico, tiro con fortaleza interior. Barkley era la pieza angular y aunque no le importó ceder protagonismo en determinados momentos, cuajó una temporada descomunal: 25, 6 puntos, 12,2 rebotes e incluso 5,1 asistencias, siempre por encima del 50% en tiro. Aquellos Suns tenían solo un objetivo en mente: el anillo. El merecido anillo de Charles Barkley. Dirigidos por Paul Westphal, un novato en estas lides, los de Arizona arrollaron en la liga regular: 62 victorias y 20 derrotas, primer puesto en la Conferencia Oeste y mejor registro de toda la liga, por delante, incluso, de los Bulls, vigentes bicampeones.

Los play-offs no resultaron tan sencillos: la primera ronda se decidió en el quinto partido –el último de la serie- ante unos batalladores Lakers, ya sin Magic Johnson, pero aún con James Worthy, Byron Scott y Vlade Divac. En segunda ronda, se cruzaron los San Antonio Spurs de David Robinson, otro ilustre perdedor, y les costó seis partidos eliminarlos. La final de Conferencia, ante los Seattle Supersonics de Shawn Kemp y Gary Payton fue un auténtico espectáculo. Los Suns, de nuevo, se salvaron sobre la bocina, en el séptimo partido. La ventaja de jugar en casa.

Barkley promedió 27 puntos y casi 14 rebotes en aquellos play-offs de 1993. Solo Kevin Johnson, Dan Majerle y el explosivo Richard Dumas pasaron de los 10 por partido.

La final de la NBA les enfrentaba a los Chicago Bulls. Estaba cantado. Era la primera final para Barkley y los Suns tenían de nuevo el factor cancha a favor. Su condición de favoritos cambió en tres días, lo que tardaron Jordan, Pippen, Grant, Paxson y Cartwright en liarla parda en Phoenix: el primer partido se lo llevaron 92-100 y el segundo, 108-111. Nunca ningún equipo había conseguido recuperarse de un 0-2 para empezar una ronda final y nada hacía indicar que los Suns serían los primeros cuando en las postrimerías del primero de los tres partidos a jugarse en Chicago, los Bulls rozaban el 3-0.

Aquel encuentro fue memorable. Hasta el último cuarto todo pintaba bien para los Suns que llegaron a ganar 88-99 a falta de siete minutos. Jordan, cómo no, lideró la remontada: el tiempo reglamentario acabó con empate después de que Grant no acertara a culminar un alley-hoop lanzado por Pippen, Ainge falló el triple que hubiera puesto el 2-1 en la prórroga, después fue el propio Pippen quien volvió a tener el 3-0 en el último segundo de la segunda prórroga y finalmente un parcial de 0-9 dio a los Suns, liderados por Kevin Johnson y Dan Majerle, su primera victoria en la serie.

No todo eran buenas noticias en Phoenix: de entrada, aún debían ganar al menos otro partido en Chicago si querían mantener viva la serie y volver a su campo. Además, el codo de Barkley empezó a dar serios problemas. En el peor momento. Pese a jugar infiltrado con anti-inflamatorios, Sir Charles consiguió 24 puntos y 19 rebotes en aquel mítico tercer partido y sumaría un triple doble (32 puntos, 12 rebotes, 10 asistencias) en el cuarto para mantener de nuevo a su equipo en liza hasta los últimos segundos. No fue suficiente. Los Bulls ganaron 111-105 gracias a los 55 puntos del mejor Michael Jordan de la historia. 55 puntos que dejaban a Chicago a una victoria del título.

El quinto partido volvió a jugarse en el Stadium, con aires de fiesta y celebración. El codo de Barkley seguía recibiendo infiltraciones pero no se notaba en el juego. Desde dentro y desde fuera, Sir Charles se agarraba a su anillo soñado como si fuera su última oportunidad. Lo era. Sus 24 puntos, unidos a los 25 de Johnson y de Dumas, hicieron posible lo imposible: una segunda victoria en el feudo de Jordan (41 puntos, casi nada) y la serie de vuelta a Phoenix, donde ya se habían cargado a los Lakers en primera ronda, donde ya habían caído los Sonics en la final de conferencia.

El entusiasmo cruzó el país de este a oeste y de norte a sur. Los aficionados acogieron a sus jugadores como ídolos. Sin ir más lejos, K.J. había jugado 62 minutos solo en el partido de las tres prórrogas, el record histórico en una final. Aquello era heroico y merecía una recompensa. Enfrente, las dudas de siempre: ¿Dependían demasiado los Bulls de Michael Jordan?, ¿hasta qué punto podían permitirle anotar 40 o 50 puntos mientras sus compañeros no produjeran?

El sexto partido empezó con unos Bulls rabiosos. Habían ganado dos veces ya en aquella cancha e iban a por la tercera. La tercera victoria y el tercer trofeo consecutivo. El primer cuarto acabó 28-37, pero a partir de ahí todo se paró. Cada canasta se convirtió en un milagro, las defensas subieron la intensidad de una manera casi violenta: al final del tercer cuarto, los Bulls aún ganaban 79-87, pero lo que les iba a caer encima no lo podían esperar: Barkley se puso las pilas -21 puntos y 17 rebotes, otra actuación monstruosa- la defensa dio un nuevo paso hacia adelante y neutralizó a todos los compañeros de Jordan.

A falta de 14 segundos para el final del partido, los Bulls solo habían anotado nueve puntos en el último período, todos obra de Jordan, y perdían 98-96. Olía a séptimo partido salvo que Michael decidiera lo contrario. Tras tiempo muerto de Phil Jackson, como era previsible, el número 23 recibe en su propio campo, hostigado desde el primer bote. Previendo el dos contra uno, pasa el balón a Pippen, quien a su vez encuentra a Grant solo cerca del aro. Ainge se lanza hacia él para evitar la canasta fácil que fuerce la prórroga… y deja solo a John Paxson en la línea de tres puntos. El veterano escolta, quien ya decidiera el primer título de 1991 con sus suspensiones en el Forum de Los Angeles, anota.

Quedan 3,9 segundos. No será suficiente. Johnson consigue driblar a su defensor y lanzar desde su distancia ideal: cinco metros, frontal… pero no cuenta con la mano interminable de Horace Grant, que rechaza el balón y da el título a su equipo. Barkley se echa las manos a la cabeza. Quizá también sea uno de esos días para meterle una paliza a alguien. Su primera final acababa en derrota, pero era solo la primera. Lo grave fue que, además, por mucho que lo intentara en Phoenix y en Houston, sería la última.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown, dentro de la sección "No pudo ser"

lunes, enero 30, 2012

El verdadero lugar de Rafa Nadal


Hay algo excesivo en Rafa Nadal. Excesivo en la victoria, en la derrota y en todos los puntos intermedios. Algo que no sale del "Vamos, Rafa" y la clásica apelación a los "cojones", tan española. Entrega, sufrimiento, pasión, rostro descompuesto en cámara superlenta... Por supuesto, tiene que haber algo más. No sé yo hasta qué punto entre tanta mistificación del héroe nos olvidamos del deportista.  Un deportista que, claro está, se entrega, sufre y descompone su rostro después de seis horas de juego, pero que algo más hará.

Los que me leen, saben que Rafa Nadal no es mi tenista favorito. Probablemente, yo sea tan injusto diciendo esto como lo son los que le defienden a grito y fuego, pero que me guste o no me guste a mí es irrelevante. Lo que cuentan son los números: 10 Grand Slams ganados, 4 Copas Davis, más Masters 1000 que ningún tenista... en la historia. Puede que esos números tengan mucho que ver con su dominio absoluto sobre tierra batida pero es que ese dominio no le tocó en una tómbola. Hablamos de un hombre que ha ganado 7 veces seguidas el Torneo de Montecarlo -con todo, para mí, su mayor hazaña- y 6 veces Roland Garros. Las cuentas en Roma, Madrid, Hamburgo o Godó no me las sé de memoria pero son igual de impresionantes.

Que Nadal ha sido el mejor tenista sobre tierra de todos los tiempos está fuera de discusión. No hay un igual: Borg aparecía en eventos sueltos y Vilas dominaba en las segundas filas. Muster fue un animal competitivo, Kuerten, un hombre que supo mezclar resistencia y talento... pero ninguno es como Rafa. Ni de cerca, lo siento.

Hay una tendencia a pensar en Rafa como un atleta más que como un tenista. Yo siempre he fracasado como tenista y como atleta así que me cuesta diferenciar ambas cosas y entrar en detalle. Que tiene un físico privilegiado está fuera de toda duda, pero a ver si ahora eso, en deporte, va a ser algo por lo que pedir perdón. Que su juego en ocasiones es demasiado defensivo, puede ser, lo está corrigiendo. Que probablemente no tenga el talento ofensivo de Federer, Djokovic o Murray para mí también está claro, pero, insisto, yo no cuento en todo esto. Lo que cuentan son los números: con todos mantiene registros positivos en los cara a cara.

Sí, incluso con Djokovic, pese a todo.

Lo impresionante de Rafa está fuera de la tierra batida, y fuera de la tierra batida el físico cuenta, claro, pero  solo con físico, créanme, uno no juega cinco finales de Wimbledon ganando dos, ni otras cuatro combinando Australia y el US Open, también con dos victorias. No gana los Juegos Olímpicos, no juega la final del Masters y ese largo etcétera que ya conocen, con apenas 25 años.

Nadal y "la garra". Por supuesto, hay mucho de eso. Muchísimo. Pero tendremos que quedarnos en un punto medio si queremos un análisis serio. Algo entre el "Vamos, Rafa, por cojones" y el "es que solo pasa bolas y Djokovic le gana siempre". Algo que tenga que ver con la realidad: de entrada, es el mayor competidor que he visto nunca en mi vida. Juega lesionado, juega cansado, juega con menos recursos... pero gana, no ya corriendo mucho, sino ganando los puntos clave. Venimos de la final de Australia, de ese 4-2 en el quinto set y saque de Nadal con 30-15. Fíjense en estos datos: Djokovic había ganado 15 puntos más en el partido, había tenido 20 pelotas de break... Nadal, cinco. Pero había ganado cuatro.

Su superioridad con respecto a Federer y lo que le mantiene a la altura del mejor Djokovic de su carrera es simplemente la cabeza. Prueba a ganarle a Nadal un tie-break definitivo. Prueba a romperle el servicio cuando más calienta. Solo un inmenso Nole pudo hacerlo y eso después de estar contra las cuerdas. Nadal gana menos puntos, sí, pero gana los que cuentan, y eso no tiene más explicación que la mente.

¿Cuál es su lugar en la historia del tenis? Es difícil saberlo a punto de cumplir los 26, aunque determinadas declaraciones inviten a pensar en una carrera próxima al fin, quizás en tres o cuatro temporadas, nadie lo sabe. Probablemente, fuera de España, no se le recuerde como un estilista y no tenga millones de fans. Será una piedra angular del triángulo que forma con Federer y Djokovic. El chico que empezaba cada torneo fuera de la lista de favoritos y acababa ganándolo o jugando la final. Un fenómeno inexplicable. Ni Federer ni Djokovic se entienden sin Nadal, sin sus decenas de derrotas ante Nadal. La tierra batida tiene en el español un antes y un después, eso no se lo quitará nadie.

¿Cuál es su lugar en la historia del deporte español? Es el más grande. Es complicado afirmar esto sin faltarle al respeto a Induráin: ganar cinco Tours, dos Giros, una medalla de oro olímpica y un Mundial contrarreloj es una barbaridad y algo más; para muchos de nosotros, Induráin es nuestra adolescencia y la adolescencia lo exagera todo. Sin embargo, lo que ha hecho Nadal es sencillamente inigualable. Nadie había ganado en Australia antes de él, nadie había sido número uno del mundo más allá de las 15 semanas, nadie había jugado cuatro finales de Wimbledon ni dos consecutivas del US Open. Nadie participó en cuatro Copas Davis victoriosas.

No sé... El palmarés es tan exuberante que no admite comparación. Olvidémonos del coraje y la furia y valoremos a Nadal en su justa medida: la de un deportista inigualable. Parece que llegar a una final de Australia batiendo a Federer y aguantándole seis horas a Djokovic es algo ya normal, hasta el punto de que ese día el Marca abría con la tripa de Benzema o algo parecido. No lo es. En absoluto. Entre la hagiografía patriotera y la crítica ácida tiene que haber ese punto medio de análisis. Alguien lo hará algún día, esto no pretende ser sino un ensayo.

domingo, enero 29, 2012

Villarreal 0- Barcelona 0



Cuestión de competitividad: el año pasado el Madrid tiró la liga ante Deportivo, Sporting, Zaragoza, Levante, Mallorca… a base de desperdiciar las primeras partes e intentar arreones finales habitualmente frenados por los porteros contrarios. El símil con el Barcelona de este año es demasiado obvio: empatar contra Athletic o Valencia es admisible, dejarse puntos contra Getafe, Villarreal, Real Sociedad… se entiende menos.

En una liga que va a más de 90 puntos como en cada una de las últimas tres temporadas, estos pinchazos son irrecuperables, pero la plantilla del Barcelona es la que es: no está diseñada para competir al máximo cada tres días. Los problemas de fondo de armario vienen de lejos y probablemente hayan sido una ventaja a la hora de manejar el grupo durante años, pero cuando viene una plaga de lesiones de este tipo –Villa, Afellay, Pedro, Fontàs, Iniesta- más la baja de Keita por la Copa de África –que se conocía desde el inicio de la temporada- y la sorprendente venta de Maxwell, un jugador más que correcto que podría dar descansos a Puyol o Abidal, el Barcelona se queda tiritando y es lógico.

Insisto, no se le puede pedir a un equipo que juegue cuatro años absolutamente perfectos: tras el sobre-esfuerzo del miércoles, el Barcelona estuvo lento y fallón. Si no estaba cansado, lo pareció, desde luego. Al Villarreal le bastó con un poco de orden para gripar la máquina azulgrana, incapaz durante toda la primera parte de instalarse en campo rival, jugando por primera vez en mucho tiempo con Mascherano y Busquets juntos en el medio campo. El rendimiento del equipo fuera del Camp Nou es una incógnita: de 10 partidos ha ganado 4. Frente a los 43 goles que ha marcado en su estadio, fuera ha anotado 16.

¿Hay una explicación para eso? Obviamente, no. Llama la atención pero yo al menos no sé dónde está el misterio. Supongo que una parte tendrá que ver con el cansancio físico y mental de una plantilla muy reducida y otra parte con la percepción extendida en varios equipos de que este Barcelona puede ser más preciosista por momentos pero no es imbatible. La contundencia arriba se ha limitado a Messi. Con Villa lesionado, solo Cesc acompaña puntualmente al argentino en el acierto cara a puerta. Pedro entra y sale, sin ritmo, incluso Jonathan Soriano, un buen refuerzo ocasional, ha sido traspasado.

A principio de temporada, se traspasó a Bojan y a Oriol Romeu. Ahora, no hay jugadores suficientes. Estas cosas pasan.

Aun así, el Barcelona pudo ganar, por supuesto. Real Madrid y Barcelona es lo que tienen: sea como sea el partido en cuestión, siempre van a tener opciones para ganarlo. En la segunda parte llamó a zafarrancho, se desordenó por completo en busca de la heroica y Cesc tuvo el gol en dos ocasiones clarísimas: una la mandó al travesaño y la otra, a puerta vacía, a la grada. No está el de Arenys en su mejor momento pero, como él mismo se encarga de recordar, es lógico en un jugador con llegada, pero no un goleador.

¿En qué queda la liga ahora? Los que siguen estas crónicas saben que hace tiempo que la desconfianza está instalada. No en el método, no en el entrenador, no en los jugadores, que hacen lo que pueden, sino en la posibilidad de completar un cuarto año triunfal contra un Real Madrid soberbio -70 goles en 20 partidos- y el desgaste mental y físico de jugar cada tres días. Es una cuestión de hambre y el Barcelona está saciado. Entiéndase, no tanto como para vomitar pero quizá sí como para no pedir postre.

El Madrid en cambio sigue rabioso, enfadado con el mundo, en una eterna persecución de sí mismo. La única opción del Barça pasa por una descompresión madridista: un ataque de confianza o de cansancio que dé con dos partidos tontos estilo Levante y Racing en la primera vuelta y que meta a los de Guardiola de nuevo a tiro. Luego habría que ganar en el Camp Nou. Como se vio en Copa, no será fácil. Sería absurdo decir a falta de 18 partidos que la liga está sentenciada. Dejémoslo en que lo parece.

sábado, enero 28, 2012

Celeste no es un color


Primera visión de Celeste en unas pozas cerca de un pueblo de Ávila. Celeste tímida, pequeña, una camiseta gris con tirantes y unos pantalones cortos. Su timidez en mi timidez. Algo después, Celeste jugando al mus y al parchís, jugando conmigo al mus y al parchís porque yo, ante todo, soy un estratega y eso debería haber quedado muy claro ya. Celeste y las fiestas. El alcohol y la oscuridad del verano en un molino reconvertido en casa rural, viajes al río para comer río, beber río, empaparse en río.

Celeste y sus 19 años frente a Guille y sus 28. Celeste invitando para jugarte a la contra, como esos equipos que te dan el balón y te dicen "venga, a ver qué haces con él", sabedores de que solo tienes centrocampistas y algunos demasiado lentos.

Días más tarde: mi primo y yo en su trabajo, un puesto de zumos en plena Plaza de Chueca. Táctica, todo táctica. Una chica que no utiliza móvil, una época que no entiende de Facebook, la casualidad forzada como única solución al conflicto. Mi primo y yo consumiendo zumos de manera compulsiva -yo quería que ella apareciera, él quería que yo me diera cuenta de que estaba haciendo el ridículo- hasta que Celeste llegó, efectivamente, y no trabajó sino que anunció que iba al cine sola mientras nos miraba con cara de contraataque.

Las excusas de mi primo, mis propuestas. El paseo hasta los Alphaville para ver una película japonesa. Yo detesto el cine japonés-chino-iraní, es un prejuicio como otro cualquiera, no tengo una tesis al respecto. Pero Celeste, claro. Celeste empeñada en ver películas orientales en bares sin palomitas y sonriendo todo el rato, como sonreía Alí antes de tumbar al rival. Una sonrisa Cheshire. Dos horas y media de niños sufrientes en ciudad asfixiante. Dos horas y media.

Dos horas y media.

La pregunta de rigor: "¿Vamos a tomar algo?" Era julio. Cualquier día de julio, no lo recuerdo. Su respuesta previsible: "No, mañana quiero levantarme pronto". Un enorme edificio derrumbado con un soplido. Ese era yo: el demiurgo más estúpido. El Schettino del amor. Vivía en Tirso de Molina. La gran mayoría de las chicas esquivas han vivido en algún momento u otro en Tirso de Molina. La acompañé hasta Sol, solo por acompañarla. Ella lo sabía: que la acompañaba solo por acompañarla, es decir, en busca de un milagro. De alguna manera, le tuvo que parecer tierno. Le tuve que parecer un casi-treintañero tierno y desvalido.

Aceptó la compañía sin incomodidades, una compañía sumisa, por supuesto, porque eran las dos de la mañana o algo así y yo llevaba construyendo castillos en el aire desde media tarde y las piernas ya me dolían, piernas de jugador de baloncesto por entonces, piernas que siguen piernas y se doblan, justo en Sol, donde esperas la última oportunidad, claro que la esperas. El giro del destino. Esperas y te doblas, te tocas las rodillas como si esperaras que en cualquier momento empezara la prórroga.

Celeste, de pie, 19 años, insisto. Yo, doblado, mirándola desde abajo, periodista digital de moderado éxito, gafas sin pasta, barba de unos días. Celeste y su mano. La mano de Celeste en mi hombro, condescendiente, aún sonriendo pero con un gesto algo más serio, algo más profesional. El toque ligero en el hombro y su voz que dice: "¿Estás cansado?" cuando en realidad quiere decir "Bien jugado", ese eufemismo que utilizas cuando has ganado al contrario por 50 puntos de diferencia y no quieres hacer sangre.

"Bien jugado", entendí yo y la frase me acompañó unos días. Justo los que me hicieron falta para encontrar una psicóloga, y esto lo digo completamente en serio, no es literatura. Perder con las profesionales, de acuerdo, pero cuando hasta las canteranas te masacran de esta manera es que tienes un problema.

viernes, enero 27, 2012

Casi tan salvaje


Isabel González fue alumna mía en un curso de escritura. Eso no tiene demasiada importancia porque al ritmo al que vamos habrá más alumnos míos que escritores normales en las librerías, pero como ella se empeña en recordármelo, déjenme que tenga mis seis líneas de gloria.

Justo hasta aquí.

Puede que piensen que todo lo que diga estará mediatizado por nuestra relación. Es posible. Todos los profesores buscan suspender a sus alumnos excepto los de escritura, que suplican que sus alumnos les aprueben y no siempre lo consiguen. Casi nunca. Yo no he venido aquí a hablar de mí y en realidad tampoco he venido a hablar de Isabel, o solo en parte. Yo he venido a hablar de Donald Barthelme, solo eso, y llevo desde Plaza de Castilla con la idea en la cabeza sin que ninguna minifalda en Tribunal pueda hacerme cambiar de opinión.

Yo he venido a hablar de Barthelme y de cómo en mis clases de microrrelato animo a mis alumnos a que lleguen a escribir como Barthelme sin que nunca se me pasara por la cabeza que alguien lo fuera a intentar de verdad. Escribir, por ejemplo:

"Un hombre apareció en la sala. Traía las piernas desnudas y bajo la chaqueta del pijama asomaban sus partes íntimas. La mujer corrió hacia él con la manta del sofá y lo envolvió de cintura para abajo. Como si fuera un rollito de primavera.

- Mi padre
- Una amiga de su hija- se presentó Nora.

Le tendió la mano y el hombre caminó hacia ella con pasos muy cortos. Sus tobillos aprisionados por la tela estampada. La geisha más improbable del planeta.

- Tú tienes la culpa- rechazó el saludo.
- ¿Por qué yo?- preguntó Nora.
- Porque le cuentas cosas raras a la niña -la confundió con su esposa-. Cuentos raros. Es patraña de la Cenicienta.
- ¿Qué tiene de malo Cenicienta? - Nora le siguió el juego.
- Que es incongruente.

Nunca antes había usado esa palabra.

- Querrás decir improbable. Que es improbable que una sirvienta se convierta en princesa.

- No, no es eso. Es que si a las doce todo vuelve a su ser, si el carruaje se vuelve calabaza y los cocheros, ratones y el vestido de fiesta, harapos, ¿por qué el zapato de cristal no se vuelve pantufla?"

Puede que todo profesor no sea sino un escritor frustrado. Puede que todo escritor, en definitiva, no sea sino un escritor frustrado. Quién sabe. Probablemente ustedes quieran saber si de verdad deberían comprarse el libro o a qué demonios viene todo esto. Yo creo que sí, que deberían. Y además, leerlo, pero, ¿qué puedo decir yo? A mí, que Isabel me venga con que soy su profesor me coge como cuando a Labordeta le insistían en que Jiménez Losantos había sido su alumno. No es culpa mía. Nada de esto es culpa mía. Mientras Isabel escribía todas esas maravillas yo me limitaba a intentar salvar el mundo.

Cuando Nacho Vigalondo pone la cordura en Twitter...



Escribía hace poco el director de cine Nacho Vigalondo que si los internautas confundían la protesta contra la más que dudosa Stop Online Piracy Act (SOPA) con la defensa de Kim Dotcom, fundador de Megaupload y gestor de sus cientos de millones de dólares de ingresos opacos, la cosa iba muy mal. Podría ir mucho peor, de hecho. Yo le tengo un enorme cariño a Nacho pero en el momento en el que se convierte en un referente de cordura es que el debate se ha ido muchísimo de las manos.
Por ejemplo, Enrique Dans, activista en materia de “derechos de Internet” y habitual de las tertulias y los artículos incendarios, criticaba cualquier intento de legislar y actuar policialmente contra la piratería hasta el punto de comparar la intervención del FBI, es decir, la detención de un hombre con decenas de cargos a sus espaldas en su mansión de Nueva Zelanda rodeado de sus aviones y coches, con “encañonar a niños por la calle para comprobar sus iPods por si llevan algo descargado ilegalmente”.
Los niños, ese hermoso recurso de la demagogia.
En fin, Dans no fue el único. A él se sumó una masa enfurecida que “en un ataque total, sin precedentes en la Historia” consiguió desactivar durante unas horas en torno a diez páginas de Internet, hasta el punto ridículo de tuitear la hazaña cuando muchas de ellas ya funcionaban de manera regular. Si Twitter no es la versión 2.0 del “teléfono escacharrado” desde luego se le parece mucho.
A mí me gustaría darle una vuelta de tuerca al asunto, algo de lo que no se ha hablado demasiado: la intervención policial ha estado dirigida contra los dueños de la página web, no contra sus usuarios. De este modo, se considera a los usuarios libres de culpa desde el momento en que lo único que hacían, supuestamente, era contratar un espacio donde poder “guardar” sus propios archivos, independientemente de si en realidad lo usaban o no. A mí no me parece mal ese enfoque porque abrir el melón de la culpa colectiva en Internet sería un trabajo excesivo, pero hace mal el usuario con cuenta Premium en Megaupload protestando contra el FBI, los americanos y el imperialismo en general…
Es mucho más fácil: podría unirse a la demanda contra Kim Dotcom. En lo que a mí respecta, si alguien me vende algo que no le pertenece, es decir, no solo me “alquila” un espacio web sino que me permite “compartir” cualquier contenido de ese espacio, previo pago, sin avisarme de que no es suyo, lo que está haciendo es estafarme. Pongamos un ejemplo claro: unos amigos alquilamos un local donde dejar nuestras bicicletas. Como ventaja, en un momento dado, podemos utilizar cualquiera de las de nuestros amigos e intercambiar experiencias.
La cosa va tan bien que a alguien se le ocurre cobrar por acceder a ese local y utilizar lo que haya dentro independientemente de que colabore con su bici o no. De repente, en el almacén común, empiezan a aparecer Ferraris, Porsches, Mercedes… Conforme crece el lujo crece la demanda y crece el dinero que se cobra al visitante. Pero, ¿de dónde han salido esos coches? No pueden ser de mis amigos, eso es obvio, pero, bueno, están ahí, y yo he pagado mi parte de alquiler, ¿por qué no usarlos?
Imaginemos, de verdad, que yo soy tan inocente como eso. Obviamente, puede pasar. Obviamente, también, debe de ser una excepción entre millones de casos, pero contemplémosla. Si de repente un día la policía precinta el almacén, me impide el paso y detiene al de la puerta mientras contaba los billetes, ¿de verdad tiene sentido que me considere estafado… por la propia policía? Los Kim Dotcom de la vida es lo que tienen, siempre habrá un Dans para justificarles. Dijo el escritor Jorge Carrión, en su Facebook, que si todos esos hackers anónimos se encargaran de protestar contra Wall Street en vez de defender a un delincuente multimillonario este sería un mundo mejor.
Desgraciadamente, éste es, exactamente, el mundo que es. Sin cuentas Premium. Y probablemente éste sea el debate que se merezca.
Artículo publicado originalmente en el diario "El Imparcial", dentro de la sección "La zona sucia"

jueves, enero 26, 2012

Barcelona 2- Real Madrid 2



El momento del partido, de la temporada, quién sabe si de un ciclo está en el minuto 72 de partido: Benzemá acaba de empatar el partido en un error garrafal de la defensa azulgrana, empeñada en rifar el balón, al borde del ataque de nervios. Con 2-0 el público gritaba “Nosotros te queremos, Mourinho quédate”. Con 2-2 el público solo sufre, Pep mete un central más, Puyol despeja como puede, Cristiano tiene la victoria pero dispara al aire…

Son momentos históricos, de competición pura, lejos de la retórica y la narrativa. Un gol, eso es todo lo que importa. Los dos equipos luchan a brazo partido: el Barcelona, por no perder, cueste lo que cueste, sin importarle la estética ni los valores. Fútbol, fútbol, fútbol, de eso se trata… El Madrid “a lo Callejón”, irreverente, buscando el tercer gol por alto y por bajo, descomponiendo al Barça con algo tan sencillo como balones bombeados tras la defensa, una defensa metida atrás, continuamente descolocada.

El balón no pasa por Busquets, no pasa por Xavi. Iniesta está lesionado desde la primera parte, una baja que Cesc no ha sabido cubrir. Las imprecisiones se repiten. Nunca se vio al Barcelona tan impreciso, nunca se le vio tan nervioso. Todos saben que en esos 20 minutos de partido hay mucho más que una eliminatoria, un título… hay una ristra de cuentas pendientes, de compromisos, de estilo: el Madrid, tocando, con un Özil deslumbrante, por fin grande en los partidos grandes, justo lo que le faltaba a Mourinho en los demás partidos, ese jugador que él solo desborde y asista.

El Barcelona lo tuvo. Dos veces. Lo tuvo con el 1-2 de la ida, cuando todo el mundo le dio por clasificado y lo tuvo con el 2-0 al descanso, probablemente inmerecido, acierto sobresaliente de Messi –bien cubierto por Pepe, en un gran partido del portugués como central, su posición natural- y de Alves. Pero ahora, ¿qué? Ahora el sufrimiento. “Encara petirem, oi, si petirem…”. Es un partido grandioso porque los dos equipos han decidido ser grandes. El Madrid con dos media puntas de calidad como Kaká y Özil y dos rematadores que saben fajarse: Cristiano Ronaldo e Higuaín.

Cristiano, corriendo para defender las internadas de Alves. Higuaín, desaparecido, muy mejorado por Benzemá. Enfrente, un Barça cojo sin Iniesta, su enésima lesión. La presión, por fin. La competitividad. Son 20 minutos en los que ambos equipos le dan el balón al contrario con la única intención de robárselo. Por momentos aquello parece rugby. De un lado a otro. No hay mediocampo y por lo tanto no hay Barcelona. No importa. Xavi, de vez en cuando, da pausa, pero nadie le acompaña. Alves regala el balón, el mismo balón una y otra vez, un recital de pérdidas, Pedro corre sin cabeza, de nuevo héroe gracias al primer gol, el que abrió el marcador al filo del descanso, tres minutos antes del golazo de Alves en el descuento.

Qué curioso que los dos goleadores tuvieran actuaciones tan discretas.

Xabi Alonso la cuelga, Piqué la rechaza, todos van como locos al rechace, la segunda jugada: Granero, Callejón, Benzemá, Özil, Cristiano, el propio Alonso… un vendaval contra las trincheras azulgranas, que a su vez disputan el balón con Mascherano, con Piqué, Abidal, Busquets, Thiago… Los centímetros como clave de todo. Un pase mal medido es un contraataque, un pase bien medido deja al delantero solo.

Lass pega, Pepe pega, Sergio Ramos pega, Busquets pega, Puyol pega, Coentrao agarra, Messi zancadillea, Piqué exagera… El árbitro no sabe dónde meterse. Lleva así todo el partido y conforme se acerca el final, su figura se empequeñece y al empequeñecerse se hace más decisiva en el partido. Un despropósito tras otro: penaltis no pitados, tarjetas innecesarias y tarjetas que van al limbo, fueras de juego inexistentes, avalanchas de protestas, seis jugadores de cada equipo rodeándole y aquel hombre sin saber dónde meterse.

Al final, lo paga Sergio Ramos. Podría haber sido expulsado antes, es cierto, pero de ningún modo en esa jugada.

Diez contra once, cinco minutos para el final, el Madrid parece darse por rendido, o el Barça lo rinde, más bien. Por un momento, creyeron que aquello era una fiesta, pero no lo era: no puedes jugar 3-4-3 y dar pases tan malos, es así de sencillo. Los defensas se pasan el balón y Busquets se lo acaba entregando a Pinto. El Camp Nou contiene la respiración. Un córner, otro córner, una falta lateral, otra falta lateral… Messi tiene el 3-2 pero no encuentra portería. Thiago se adorna como si estuviera jugando otro partido.

Casillas se desespera, Mourinho se desespera, llega el descuento, tres míseros minutos. El Barcelona los utiliza como si fuera el Inter, es decir, a base de no devolver balones, retorcerse en el suelo y pedir distancias al árbitro. ¿Saben lo que les digo? Que me parece bien. Que el fútbol también es eso y dejémonos de beatificaciones. El fútbol es 2-2 a falta de tres minutos, dos, uno… Saber que de un gol depende todo. Eso es el fútbol y no sus retóricas. Hay que ganar como sea. Hay que ganar interrumpiendo el saque de una falta. Hay que ganar avisando a los recogepelotas.

Ganar.

Los dos equipos quieren ganar porque no saben hacer otra cosa y al final empatan. El partido ha sido impresionante. El Madrid revivió todas las veces que hizo falta, dignificó su nombre. El Barça se humanizó, que es precisamente lo que necesitaba entre tanta narrativa. Uno pasó y otro se quedó fuera. El que se quedó fuera, seguro, muy cabreado. Pero muy orgulloso también. El que pasó, aún con el susto en el cuerpo, pero consciente de que mañana, pasado, el viernes… en los periódicos vendrá bien claro: supieron sufrir, supieron pasar. Enhorabuena a todos.

miércoles, enero 25, 2012

La Eurocopa de Luis Figo


La “generación de oro” portuguesa daba sus últimas bocanadas: Rui Costa había cumplido 32 años unos meses antes, Pauleta andaba por los 31, Vitor Baía había abandonado la selección tras el Mundial de Japón y Corea… y la gran estrella, Luis Figo, estaba, posiblemente, ante su último gran torneo, también superada la treintena, campeón de todo con el Barcelona y con el Real Madrid, Balón de Oro en 2000, el primer portugués en conseguirlo desde el mítico Eusebio, capitán de un equipo que se jugaba en casa la confirmación o el fracaso.

Había sido un gran año para el fútbol luso: el Oporto de Mourinho se había impuesto al Mónaco en una inimaginable final de la Champions League y a su rebufo empezaban a salir de todas las canteras jóvenes realidades: Carvalho, Ferreira, Maniche, Costinha, el todavía adolescente Cristiano Ronaldo, Simao, Quaresma y sobre todo Deco, el brasileño nacionalizado a última hora, víctima de un presunto boicot encabezado por la vieja guardia para que no le quitara el puesto a Rui Costa.

Aquel era un muy buen equipo, un equipo enorme, pero las dudas le acompañaron desde el principio, desde el primer minuto del partido de inauguración. Acostumbrados a las habituales decepciones portuguesas, a nadie le acabó de sorprender la derrota 1-2 ante Grecia, un equipo ramplón, sin ninguna estrella conocida y que no pasaba de ser la cenicienta del grupo que completaban España y Rusia. El público que llenaba el Estadio do Dragao empezó animando como nunca y acabó silbando como siempre: Karagounis y Basinas pusieron los goles griegos, Cristiano, en el descuento, recortaba distancias para nada.

Había que reponerse y rápido. Una cosa era dejar el fútbol profesional sin ningún gran trofeo a nivel de selecciones y otra cosa era irse en primera ronda en tu propia casa. Figo tiró de galones y trató de unir al grupo. Venía de una temporada muy extraña en el Madrid, su primer año sin títulos desde que llegara del Barça. A mitad de año, con Queiroz, otro portugués, en el banquillo, todo apuntaba al triplete. Al final, no quedaron ni segundos de liga. A Figo le quedaba poco en Madrid, solo una temporada más antes de un retiro dorado en el Inter de Moratti. Era su momento. Era su Eurocopa.

La victoria ante Rusia dejó la clasificación para cuartos de final pendiendo del partido ante España. Con Iñaki Sáez en el banquillo y después de una convincente actuación en el Mundial asiático, España partía como siempre en el grupo de favoritos: ganó a Rusia para empezar la competición y cedió un empate incomprensible ante la rocosa Grecia. Otro empate le valía para pasar a la siguiente ronda. Era la España de Torres y Raúl, la España de Casillas y Xavi. Conducidos por Deco, los anfitriones dominaron la primera parte pero se fueron sin premio; en la segunda, un balón en profundidad para Nuno Gomes se convertía en el 1-0 definitivo.

España se iba a la calle. Portugal pasaba a cuartos de final. Por la puerta de atrás pero pasaba. La derrota de Grecia ante Rusia, además, la hacía primera de grupo.

Empezaba una nueva historia. Siempre empieza una nueva historia con los cruces y todo lo que ha pasado antes no cuenta para nada. El rival sería Inglaterra, segunda del Grupo B. Su estrella era otro adolescente, Wayne Rooney, que competía en popularidad con los “galácticos” David Beckham y Michael Owen. A ellos había que sumarles nuevas perlas como Gerrard, Lampard, Cole, Terry… dirigidos por el hierático Sven-Goran Eriksson. Dos señores equipos frente a frente en el Estadio Da Luz de Lisboa y un partido que empezaba con un gol a los tres minutos, de Owen, el pesimismo portugués de nuevo inundándolo todo, los minutos pasando sin que nadie pudiera con Campbell y Terry, los ingleses sesteando en su superioridad, convencidos de la victoria, Portugal de nuevo empequeñecida, Figo convertido en media punta para dejar sitio en el campo a Simao Sabrosa y después relegado al banquillo para meter otro delantero… el relevo generacional como intento desesperado de llegar a la prórroga.

Y así fue: Simao entró por la izquierda, centró y, completamente solo, libre de marca, en su debut en el campeonato, remataba Helder Postiga el empate. Minuto 83. Los ingleses estaban agotados, los portugueses, crecidos. Tan crecidos que el veterano Rui Costa marcaría el 2-1 en el minuto 108. Tan crecidos que, incomprensiblemente, se dejarían empatar seis minutos después con gol de Lampard.

La eliminatoria llegaba a los penaltis. Ricardo contra el errático James. Para empezar, Beckham empala mal el balón y envía su lanzamiento a las nubes. Dos disparos después, es Rui Costa el que falla. A partir de ahí, la tensión y el plomo en las botas: 4-3, 4-4, 5-4, 5-5… El encargado de lanzar es Vassell, un delantero anodino que había entrado por la lesión de Rooney en la primera parte. Su lanzamiento va fuerte y a un lado, como mandan los cánones. Ricardo adivina la dirección y se adelanta. Paradón. Por si eso fuera poco, él mismo se encarga de transformar el 6-5. Cuatro años después, Portugal volvía a estar en semifinales.

Después de todo, el capitán tendría su oportunidad. Desde el banquillo, Figo celebra el empate con una serenidad pasmosa. Portugal ha vencido al derrotismo pero queda un paso para la final, dos para la Eurocopa. Para empezar, Holanda, la siempre pujante Holanda de los múltiples delanteros: Van Nistelrooy, Kluivert, Makaay, Van Hooijdonk… un par de veteranos ilustres como Frank de Boer y Mark Overmars más dos veinteañeros llamados Wesley Sneijder y Arjen Robben, en su debut internacional.

No hubo partido. Portugal dominó desde el principio, con gol de Cristiano Ronaldo y a Holanda se le vinieron encima todos los demonios competitivos. Ricardo volvió a estar brillante, la defensa funcionó como un reloj. El 2-0 llegó en el minuto 58, obra de Maniche. El José Alvalade celebraba como en los mejores partidos del Sporting, ni siquiera el auto-gol de Andrade impidió la clasificación para la final. La primera final de la historia de Portugal en un torneo internacional absoluto. La consagración de dos generaciones –casi tres– en su propia casa. Días de euforia antes del momento decisivo: de nuevo el Estadio Da Luz, Eusebio en el palco, con Durao Barroso, todo preparado para la celebración. Enfrente, como el primer día, Grecia.

¿Cómo había llegado ahí esa panda de guerrilleros? Con mucho balón parado, mucha defensa organizada, un entrenador alemán de la vieja escuela —Otto Rehhagel— y un resultado como amuleto: 1-0. La broma no podía durar mucho tiempo. Era el día soñado. Todos los españoles sabemos lo que se siente cuando después de décadas de frustración llega el minuto en el que tu capitán levanta una copa. Cualquier copa. La Eurocopa, por ejemplo. La Eurocopa de Figo, su consagración como uno de los grandes de la década.

No pudo ser. Grecia se defendió como un gato panza arriba y picó de nuevo en una jugada aislada: Charisteas, el mismo que había dejado a España sin cuartos de final, dejó a todo un país sin gloria. Cristiano Ronaldo no podía creérselo, Rui Costa lloraba desconsolado, Scolari trataba de levantar los ánimos —al fin y al cabo, él era campeón del mundo y brasileño, ¿cómo entender nada?—. Figo vagaba por el campo, la mirada perdida mientras el anciano Johansson le reclamaba para darles esas medallas absurdas de los perdedores, el colofón a una temporada esquizofrénica.

El capitán portugués acude a la llamada, asiente ante las felicitaciones de los prebostes de la UEFA, admite la medalla solo para quitársela segundos después y se queda sentado en el suelo. El destino le ofrecería una nueva oportunidad en 2006, con las semifinales de un Mundial… pero entonces se le cruzó ni más ni menos que Zinedine Zidane.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "No pudo ser"

lunes, enero 23, 2012

Instrucciones de uso


En su libro "Madame Bovary: Una orgía perpetua", Vargas Llosa escribe sobre Flaubert:

"Flaubert dijo muchas veces que había en él dos personas. No sólo hablaba de las dos tendencias literarias de su vocación -la lírica y la romántica, ávida de historia y exotismo, y la realista y contemporánea-, sino de las personas distintas que eran en él el hombre que vivía y el que creaba. Así respondió a Louise Colet una vez que ella le reprochó haber escrito a Eulalie Foucaud: Me dices que amé verdaderamente a esa mujer. No es cierto. Solo, cuando le escribía, con la facultad que tengo de emocionarme con la pluma, me tomaba en serio el asunto. Muchas de las cosas que me dejan frío cuando las veo o cuando otros hablan de ellas, me entusiasman, me irritan, me iluminan si soy yo el que habla de ellas y sobre todo si las escribo.

Seis años más tarde, le repite la misma idea: Sí, es algo extraño que el escritor esté de un lado y el individuo del otro.

Mucho hay de cierto en esto. A mí me pasa a menudo. Por eso no conviene tomarme en serio cuando escribo, ni preocuparse ni alegrarse. Cuando escribo, literaturizo, con todo lo que eso quiere decir: la realidad real y la realidad ficticia, diferencia Vargas Llosa en su ensayo, cosa que haría después en "La verdad de las mentiras", una biblia para cualquier aspirante a crítico o escritor. Efectivamente, cuando escribo, escribo en serio. Me lo tomo a pecho, dibujo el personaje y su entorno y los hago lo más interesantes posible como lector.

Intentar averiguar cuánto hay eso de "verdad", es decir, hasta qué punto el tema que elijo para literaturizar es consecuencia de lo que me preocupa en la cabeza, lo que configura "mi vida" es tema de psicoanálisis. A mí me encanta el psicoanálisis. Henry Miller se quejaba de que no podía dejar de observar la realidad y que de esa manera ni la disfrutaba ni creaba una alternativa. Escribir no es describir. Escribir es contar algo distinto de lo que pasa porque lo que pasa tiene el desperfecto de lo real. La escritura tiene el encanto de lo posible.

Cuando Guille Ortiz habla de sí mismo no cuenta mentiras, desde luego. Digamos que exagera las verdades y al exagerarlas se convierten en algo distinto. Yo podría presumir de contar aquí lo que de verdad pienso, lo que de verdad siento, pero eso es imposible: yo no sé lo que de verdad pienso, lo que de verdad siento pero sí sé lo que de alguna manera recuerdo. Mis escritos son sueños de melancolía infinita. Mundos posibles. No siempre deseables. Confundir el deseo con la realidad es el problema de los personajes novelescos, así Bovary, así Quijano. El escritor lo sabe, por eso juega con ello. Juega a empaparse de las posibilidades.

En resumen, el escritor es un ludópata. Nunca se fíen de un ludópata, háganme caso. Como mucho mírenle a los ojos y comprueben si Bruce Springsteen miente o no.

domingo, enero 22, 2012

Málaga 1-Barcelona 4



De Messi se ha llegado a decir que “no era un jugador tan completo”. El punto de referencia por supuesto era Cristiano Ronaldo y no voy a discutir yo al jugador portugués porque me parece un goleador fuera de clase, devastador. Lo que sí me parece curioso es que se discuta a Leo justo en lo que destaca: si algo diferencia al argentino del resto de jugadores es su abanico de recursos para decantar un partido.

Ante el Madrid en Copa, dentro de un partido gris, se sacó de la manga un pase imposible a Abidal que acabó en el 1-2. Ante el Málaga, un partido tramposo al que se le iba poniendo cara de Cornellá, Anoeta, Getafe… tomó él solo la manija y se dedicó a filtrar pases entre los defensores durante 10 minutos, cada uno más peligroso que el otro. Desde la posición de Xavi o Iniesta generó todo el peligro del Barça hasta que se cansó de ser el que habilitara y marcó su propio gol en un cabezazo impresionante: en escorzo, desde su 1,65, marcando los tiempos y ajustando la pelota picada al palo.

Un golazo.

Hasta entonces, como decía, el Barcelona había sesteado, algo demasiado habitual y peligroso. Sin Xavi ni Cesc y con un Thiago extrañamente desenchufado, Valdés tuvo que salvar tres veces en una misma jugada a su equipo antes de que éste reaccionara. Lo hizo gracias a Messi y gracias a Iniesta. Es impresionante la cantidad de balones que recupera el manchego y la facilidad con la que encuentra la mejor opción en cada momento. Cuando Adriano se unió al dúo, dentro de un Barça quizá demasiado escorado a la izquierda llegó el gol y tras el gol una nueva relajación.

El 0-1, viendo los problemas en defensa que siguen sucediéndose, se antojaba escaso. Dio igual: ahí estuvo Alexis para empujar a bocajarro el 0-2 en un rechazo a tiro de Thiago y de nuevo tras pase de Adriano y sobre todo estuvo Messi. El argentino robó el balón, condujo, se deshizo de dos defensores en carrera y batió a Caballero por segunda vez, aún lo haría una tercera, en una jugada que inicia en su campo y que acaba en una definición portentosa por el único hueco posible.

En medio, por si acaso, tiró una falta perfecta que golpeó en la escuadra y botó justo en la línea ante el aturdimiento del portero local. Un gol de cabeza, varios pases definitivos, otros dos tantos en carrera, recuperaciones tras presión y una falta al larguero. ¿Qué más le piden a un delantero? La única manera de hacer a Messi más completo es enseñarle a hablar inglés para cuando reciba su cuarto Balón de Oro. Insisto, solo la competencia a distancia de Cristiano Ronaldo, un fuera de serie, hace que no nos demos cuenta hasta qué punto el argentino es un elegido, aunque no haya ganado tres Mundiales y aún esté lejos de marcar 1.200 o 1.300 goles, no me acuerdo ya de la cifra.

No está lejos: en liga lleva 22, en la temporada 36, desde que llegó Pep Guardiola al banquillo y le colocó de falso nueve, 174 en 191 partidos.

Poco más análisis cabe al margen de la actuación colosal del 10 azulgrana. A pesar de su gol, Alexis estuvo más bien espeso, con poca colaboración en el juego y las carencias de Thiago las tapó Busquets en un partido en el que fue a más, acabando como habitúa: salvando goles entre los centrales y recuperando balones para distribuirlos en campo rival. Un espectáculo de medio centro. El Málaga no tuvo ninguna fe. Algo parecido le pasó ante el Madrid. Quizá se prestó este verano demasiada atención a un equipo que parecía descendido la pasada temporada y acabó salvándose con un final prodigioso. Me temo que evitar esos apuros es el objetivo este año y me temo también, por los silbidos, que los aficionados malacitanos no están de acuerdo conmigo.

Solo Isco creó verdadero peligro –cómo no consiguió el gol en su triple oportunidad del minuto 15 es algo casi milagroso- mientras a Van Nistelrooy se le vieron demasiado las costuras. Impropio final de carrera para uno de los mejores delanteros de la última década en Europa.

Con esta victoria, el Barça salva el primero de los dos partidos consecutivos fuera de casa, su asignatura pendiente hasta ahora, reservando a jugadores importantes como Puyol, Xavi o Cesc para el partido de Copa ante el Madrid. Pese a acabar la primera vuelta con 44 puntos y 59 goles a favor, sigue en una segunda posición incómoda, en el columpio entre el partido y los dos de desventaja. Sus opciones pasan por una segunda vuelta casi inmaculada, solventando con contundencia los partidos menos brillantes. En eso tendrá mucho que decir Leo Messi, por supuesto.

viernes, enero 20, 2012

Gran Hermano


Cada año es una nostalgia del primer año. Cada choni es el recuerdo de la primera choni, la primera María José, la primera y dulce Silvia. Cada bakaladero es la melancolía de Israel, cada andaluz gracioso es Ismael Beiro revivido, cada alelado podría ser Íñigo, cada patito feo, Marina, cada calculador, Iván, cada niña consentida, Vanessa, cada líder carismático, Nacho, cada ex modelo de barrio, Ania...

Gran Hermano nos pilló con el pie cambiado. Mi novia trabajaba en la sección de televisión de un periódico nacional que ya no existe y la invitaron a la radio para hablar del programa. Vaticinó su fracaso. Yo había vaticinado el fracaso con ella varias veces antes y al final el único fracaso que hubo aquel año fue precisamente el nuestro. Aquello se vendía como un experimento sociológico, que no lo era, igual que ahora se vende como una trifulca barriobajera, que es exactamente lo que es.

Tengo que reconocer que me enganché como un idiota. Algunos detalles vergonzosos: pasé horas en Internet el primer día para enterarme de lo que JMM o Pericoloco colgaban en los foros, me hice instalar Quiero TV solo para poder verlo en directo, por la casa de mi abuela pululaba una cinta con los mejores momentos de aquella edición y sospecho que yo mismo la compré. Celebré las expulsiones de María José -"no lloréis, que me voy a casar con ella"- y Vanessa -"jo-de-te"- y protesté indignado cuando echaron a Israel y Silvia.

Nunca la televisión vio injusticia semejante.

Era el mío un vicio inconfesable pero no solitario. A veces, en las reuniones, en los doctorados, en los partidos de baloncesto, alguien sacaba inocentemente el tema y aquello se convertía en una tertulia que ríanse de Punto Pelota. Creía poder permitírmelo, al fin y al cabo pasaba las tardes en la Fundación Zubiri discutiendo sobre el estado constructo del lenguaje y la realidad... las mañanas eran un torrente de presocráticos vistos desde la hermenéutica.

Siempre tuve la sensación de que ganó el mal. Eran los tiempos de Ed TV y El Show de Truman. Cuando acabó todo aquello los concursantes no pasaron de plató en plató ni de discoteca en discoteca. Su penitencia fue más dura: estaban obligados por contrato a colocarse una webcam en su casa y estar disponibles las 24 horas para Quiero TV, esa cadena que empezó patrocinando las camisetas de los árbitros y acabó pidiendo la hora.

Por Nochevieja, les reunieron. La Nochevieja de 2000 a 2001. Fue una noche muy triste y una mañana insoportable. No voy a entrar en detalles. Por entonces yo ya me había enganchado a "El Bus", el remedo de Antena 3 con rubia explosiva y conciencia de espectáculo. Ahí sí que me quedé solo, lo reconozco. Yo necesitaba una vida que no fuera la mía, no voy a engañar a nadie. A mi novia le cerraron el periódico y a mí me cerraron la novia. Trabajaba para empresas fantasmas en países extranjeros. Me hice asiduo de las Urgencias de varios hospitales.

Cuando llegó la segunda parte, me pilló mayor. Uno envejece de la manera más estúpida, en círculos. De repente en 2001 es demasiado viejo para las cosas que abrazará en 2005. Sé que había un tipo con un albornoz y que ganó una chica que se enamoró del guapo. De las tertulias de Crónicas Marcianas pasaron a las de la Campos. Todo se hizo previsible y aburrido. Vulgar. El espectáculo es lo que tiene, su tendencia a la mediocridad. La mediocridad, al contrario, tenía el encanto absoluto de lo impredecible. La inocencia.

David Remnick- La tumba de Lenin


Casi 20 años después de su publicación en Estados Unidos, que le valió a David Remnick el Premio Pulitzer, llega por fin a España la edición traducida de “La tumba de Lenin”, un libro imprescindible para entender los últimos años de la Unión Soviética y cómo se llegó hasta tamaño descalabro. Desde Lenin a Yeltsin, con especial hincapié, como es lógico, en Gorbachov, pasan por las páginas del libro todos los grandes popes del socialismo soviético: sus miserias y sus debilidades, sus ambiciones y su crueldad.

No sé hasta qué punto la distancia en el tiempo mejora o empeora el libro. En algunos casos, se busca una complicidad basada en la “actualidad” que, veinte años después, se escapa. En otros, el desarrollo histórico posterior de los personajes enriquece esa primera visión tardo-ochentera, especialmente en el caso de Boris Yeltsin, quien aparece retratado como un reformista impenitente, enfrentado con toda la nomenklatura, adorado por el pueblo ruso y gran rival de Gorbachov… justo antes del contragolpe de octubre de 1993, la toma y disolución del Parlamento Ruso y su largo historial posterior de borracheras y excentricidades.

Es una pena, porque la excentricidad rusa es casi el “leitmotiv” del libro. El principal activo de Remnick es humanizar a Lenin, Stalin, Jruschov… y los “inmovilistas” que tuvieron a Gorbachov y la perestroika contra las cuerdas durante el golpe de agosto de 1991. El autor, como buen periodista más que historiador, no tiene problemas en llamar a las cosas por su nombre y contarnos un relato más allá del Misterio y la Historia. Es algo muy americano: no necesito pontificar porque con una descripción ya queda todo bien claro.

Como decía, el análisis del Golpe del 91 es brutal. Desde la distancia se aprecia lo fútil de la intentona y lo patético de los personajes, pero entonces esa distancia no existía. Remnick es capaz de explicarnos hasta qué punto esos hombres eran poderosos y hasta qué punto su asonada fracasó porque eran una panda de inútiles borrachos. Así lo dice Remnick, “borrachos”, alcoholizados de madrugada, resacosos al amanecer, incapaces de tomar decisión alguna con todo un ejército a su disposición.

El segundo mayor ejército del mundo.

El libro es algo más que una biografía de Gorbachov aunque, obviamente, su presencia es constante. Hace bien en no juzgar. En 1993, juzgar a Gorbachov es tan complicado como hacerlo ahora en 2012. La muerte de Fraga nos ayuda a ver cómo un mismo personaje puede ser masacrado o vitoreado por una misma biografía. Gorbachov, efectivamente, fue un “apparatchik” y un miembro activo del Politburó, amigo personal y apadrinado de Yuri Andropov, el hombre fuerte de la KGB con Jruschov y fugaz secretario general del PCUS hasta su muerte en 1984.

En definitiva, no era un angelito.

Su llegada a la secretaría general supuso un importantísimo avance en las libertades dentro de la URSS, pero, critica Remnick, una vez iniciada la renovación, sus titubeos fueron excesivos, permitiendo matanzas, aislándose cada vez más de su propia opinión pública y rodeándose de la misma banda de inútiles alcoholizados y neo-estalinistas que después le mantuvieron 48 horas secuestrado en su dacha, incomunicado mientras ellos intentaban que el país retrocediera cinco años en el tiempo.

De fondo, la realidad. Los americanos tendrán muchas cosas malas, pero su pasión pragmática por los hechos no es una de ellas. En “La tumba de Lenin” aparecen los detalles que venden la historia, como diría Tarantino. Aparecen los nombres y los apellidos de la gente normal, la gente común, la gente del gulag y la represión y la gente de la clase media. Los moderados, los radicales, los totalitarios… El libro es Moscú y es la URSS, ese continente enorme e inabarcable y lo es más allá de su política, insertándose en su engranaje social.

Aparte de rescatar a los “clásicos” de la disidencia, como Sajarov o Solzhenitsyn, y desvelar de nuevo todas las atrocidades de Stalin –en ese sentido, recomiendo “Koba el temible”, de Martin Amis, aunque la crueldad de Stalin y la fascinación que causó en buena parte de la izquierda europea probablemente no haya sido aún debidamente analizada del todo-, Remnick retrata a los pequeños hombres que acaban haciendo la historia. Su admiración por Alexander Yakovlev, primer ministro durante los años de la glasnost o por el más conocido y controvertido George Shevernatdze, nos descubre nuevos rostros, nuevas perspectivas.

Desagrada, por poner alguna pega, la manera de abordar el tema religioso. Es posible que, frente al totalitarismo soviético, la religión fuera una escapatoria, pero Remnick trata a rabinos, curas ortodoxos y toda forma de Iglesia con una reverencia que choca. Su efervescencia en los años de caída del imperio no se debe a causas distintas a la aparición de tantos personajes decadentes televisivos, chamanes y adivinadores, mentalistas de cuarta, milagreros a lo Rasputín que coparon, como bien dice el libro, la URSS de los últimos 80 y primeros 90.

Pese a todo, estamos ante una lectura obligada. No solo por la información que sus más de 800 páginas vierte sino por la misma posibilidad de leer 800 páginas con el entusiasmo de una novela corta, esperando sin cesar la vuelta de hoja. El estilo de Remnick es fluido, fácil, tremendamente claro y uno sabe perfectamente dónde está en cada momento. No es necesario ser un experto en ninguna materia para entender el libro. La historia de la URSS es en buena parte la historia del siglo XX y su derrumbamiento es el punto de partida del siglo XXI.

Hay que poner una pega: la Editorial Debate nos ha regalado la posibilidad de leer a Remnick en español y les felicitamos por ello. Ahora bien, algunos fallos de edición son imperdonables en un libro de tal prestigio y calidad y que se vende a un precio cercano a los 30 euros. Las erratas son continuas, la acentuación deja que desear y a partir de determinado momento del libro incluso cuesta avanzar por los fallos continuos (palabras repetidas u omitidas, letras que sobran o faltan…). Si hemos tardado 18 años en hacer las cosas, qué menos que hacerlas lo mejor posible

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo

jueves, enero 19, 2012

El malestar de los Real Madrid-Barcelona


Creo que he sido suficientemente honesto hasta ahora. Ser honesto no equivale a tener razón, son cosas distintas, pero al menos supone un intento de razonar más allá de los prejuicios. Soy aficionado del Barcelona, aunque no siempre lo he sido. Nací en Madrid, a escasos metros del Bernabéu y los equipos de mi barrio eran el Real Madrid y el Estudiantes. Fueron los míos durante años. Cuando llegó Cruyff, simplemente se me hizo imposible odiar al Barcelona como mi condición de madridista me exigía. Eso es todo.

Mi barcelonismo por lo tanto no es visceral ni acrítico ni se funda en grandes pasiones. Tan solo es el equipo al que me gusta ver jugar. No creo en su narrativa y la he criticado muchas veces: todo ese rollo del bien absoluto, de la humildad absoluta, de los planes quinquenales canteranos para crear un Club de los 1000 años. No, no creo en todo eso, pero me gusta verles jugar. Me encanta verles jugar, qué demonios, disfruto como un enano, no puedo evitarlo.

Cuando juegan mal, lo digo. Lo digo bien alto. Intento explicar por qué juegan mal o qué ha fallado sin caer en narrativas pesadísimas, analizando el partido sin más.

Con las cartas sobre la mesa, he de decir algo del partido de ayer del Madrid que supongo que no sentará bien a mucha gente. A mí no me cae bien el Madrid y con eso quiero decir algo tan sencillo como "no me gusta cómo juegan y no quiero que ganen". No creo que sean el mal absoluto, no creo que sean la prepotencia personificada y, como buen madrileño, tengo un respeto y cariño enorme a los madridistas. Igual que me pasa con Rafa Nadal, del Real Madrid envidio su capacidad competitiva, ese no rendirse nunca que se transmite generación a generación.

Tendrá mejores plantillas, mejores entrenadores... pero el Madrid no se rinde. El Madrid siempre lucha y te empata o te gana en el minuto 92 con un gol con la rodilla si hace falta. Lo envidio. Me encantaría que mi equipo -sea el Barcelona o mi añorado Rácing de Santander- tuviera esa mentalidad. A Guardiola le pasa lo mismo y lo dijo hace poco: "Cuando el Madrid está a doce puntos, se convencen de que van a ganar la liga, nosotros estamos a cinco y ya queremos tirarnos por un puente".

Lo de ayer fue distinto a todo lo anterior. Guardiola ha jugado contra el Madrid 13 veces desde que entrena al Barça. Ha ganado 9, empatado 3 y ha perdido 1, en la prórroga. A favor de Mourinho hay que decir que esos 3 empates y la derrota llegaron con él en el banquillo. En su contra, hay que sumar 5 derrotas, alguna de ellas muy humillante. Por supuesto, está claro que hay un punto psicológico que va más allá de lo táctico. El Madrid tiene más fútbol que eso, pero prefiere jugar a cualquier otra cosa.

Los "derbys" - me niego a llamarlos "Clásicos"- se han convertido en una ponzoña constante. Ayer vi solo los últimos 60 minutos de partido. El nivel de violencia fue intolerable. Va mucho más allá del juego duro. Vi agresiones, pisotones, entradas por la espalda a la rodilla... y por supuesto exageraciones y fingimientos que no venían a cuento. No solo del Barcelona, pero sobre todo. Hay algo en mí que hace que no valore igual una patada exagerada que puede lesionar a un compañero que una vuelta de más en el campo que puede valerle una tarjeta amarilla, pero ambas cosas son condenables y no me gustan.

Esa incomodidad constante me irrita. Demasiada tensión. El Madrid no tiene que jugar con Pepe y Lass de medio centros repartiendo todo tipo de estopa mientras Xabi Alonso intimida para ganar al Barcelona. No sé cómo puede hacerlo, pero si no lo vas a conseguir al menos no te cargues tu imagen. Es fácil y barato arremeter hoy contra Mourinho y Pepe, pero me temo que es necesario. Rozó la vergüenza. Convertir el fútbol en una guerra de guerrillas sin nobleza, una guerra de pisotones en el suelo cuando no me miran, tacos en las tibias... Miren, yo lo siento, pero no puedo creer que eso no esté decidido desde arriba. No puedo creer que eso no sea una táctica de Mourinho para buscar excusas si las cosas salen mal y le expulsan a un jugador y sacar pecho si las cosas salen bien.

Luego te pasa lo de ayer: que no tienes ni resultado ni coartada, ¿y qué haces?

En serio, uno ve al Madrid golear en Sevilla, en Valencia, en Málaga... en tantos campos tan complicados, jugando tan bien al fútbol, a su fútbol, tal y como lo entienden: vertical, veloz, en manada... que no puede entender que haya que recurrir a lo de ayer. A la interrupción constante, la patada preventiva y el "¿por qué?" preparado para la rueda de prensa junto a la hoja con errores arbitrales. El Madrid se juega mucho más que una Copa o una Liga en estos partidos porque ya tiene treinta y pico ligas y veintipico copas. El Madrid tiene un palmarés que nadie igualará en años. Pero además de un palmarés tiene una imagen.

¿Por qué destrozar esa imagen?, ¿por qué encerrarte en tu estadio, tirar dos veces a puerta y parapetarte como si fueras el Osasuna en el Reyno de Navarra, a la épica? ¿De verdad hacen falta 400 millones de euros y "el mejor entrenador del mundo" para eso? Y, por cierto, ¿cuántas veces tiene que perder el mejor entrenador del mundo con Guardiola para dejar de serlo? No hay excusas, lo siento. Sé que este artículo sentará muy mal a mis amigos madridistas. Cuando tu equipo pierde solo queda que encima venga un tío a echarte la bronca y decirte lo malo que eres.

No es mi intención. No es una crítica a la totalidad, es la crítica a un recurso y un estilo de juego. No es una crítica al Madrid de los 7-0, los 63 goles en 18 partidos de liga. Es una crítica al Madrid marrullero y a su glorificación. "El dedo de Mou nos guía el camino" y todas esas chorradas. Mou y su Copa del Rey. Mou y su doble pivote Pepe-Lass. Mou desarbolado una y otra vez en lo táctico y en lo mental. Mou -y no solo Mou- convirtiendo al Madrid en un equipo barriobajero cuando ni siquiera sabe ser un equipo barriobajero.

Yo me quedo con el otro, el de la liga. El de las goleadas y el orgullo y la competitividad sana, sin aspavientos. La vuelta en el Camp Nou puede cambiar eliminatorias pero no imágenes. El Madrid puede permitirse perder pero no puede permitirse actuar como un equipo en puestos de descenso. El infierno no son los otros. Algo está pasando. Algo va mal. Escudarse en Diego Torres y sus paranoias para no verlo es condenarse a perder siempre el mismo partido.

miércoles, enero 18, 2012

El último baile de John McEnroe


La gloria de John McEnroe siempre irá vinculada a Wimbledon. Por supuesto están los cuatro US Open, las cuatro Copa Davis, los cuatro años seguidos como número uno del mundo… las peleas, los insultos, las bodas con actrices, los coqueteos con las drogas, la fama del niño americano ochentero y todo lo que eso conlleva… pero las imágenes de verdad de McEnroe remiten a Londres: a su descubrimiento en 1977, semifinalista con 18 años, a su mítica final de 1980 contra Borg, ese tie-break que ganaría 16-14 después de salvar cinco bolas de partido… todo para perder en el quinto set contra el sueco.

McEnroe es un pelo encrespado rodeado de una cinta incapaz que grita “You can not be serious” a un juez de silla que solo puede guardar silencio, esperar al interventor, amenazar con un “warning”. McEnroe es la rabieta contra Connors en la final de 1982, el chaval enloquecido bramando contra todo lo que se mueve, el público silbando y el veterano con cara de “¿nos dejamos de tonterías ya y acabamos esto o nos vamos a pasar el día llorando como niñas?”

Jimmy Connors, ese protomourinhista.

Wimbledon fue parte del histórico 1984, cuando McEnroe ganó 82 partidos y solo perdió 3, el mejor balance de la era open, el principio del fin para el iracundo neoyorquino. Después de aquel año inmaculado, las lesiones y los matrimonios rotos: solo una final más de Grand Slam, el US Open de 1985, derrotado ante el impávido Ivan Lendl, el hombre de las nueve finales consecutivas en Flushing Meadows, cosa que probablemente nadie iguale jamás.

Y con 33 años, Wimbledon era de nuevo el escenario mágico para “Big Mac”, el reto de su última temporada, ya fuera del top 20 de la ATP pero aún con ese toque irrepetible, esa facilidad para el golpe imposible, el revés cortado sin bote, la volea desde cualquier posición… McEnroe había empezado su carrera enfrentándose a Borg y a Connors y la estaba terminando luchando contra Courier, Agassi y Sampras, con los que ese mismo año compartiría triunfo en la Copa Davis.

El año empezó bien: cuartos de final en Australia, un torneo que detestaba y en el que solo participó cinco veces en sus dieciséis años de carrera. Después del tradicional fracaso en Roland Garros —correr es de cobardes—, el estadounidense, ya sin la cinta y sin tanto pelo rebelde, aún con el mal genio pero ya sin los silbidos, se presentaba en Londres para su baile final, consciente de que cada partido podía ser el último, que las 54 victorias anteriores sobre la hierba del All England Tennis Club no servían de nada.

Ni siquiera era cabeza de serie. Por mucho que los directivos de Wimbledon hicieran y deshicieran a su antojo no hubo manera de colarle entre los dieciséis favoritos. Su primer set lo jugó ante el brasileño Luiz Mattar y lo perdió. No era un comienzo esperanzador, pero al menos se rehízo para ganar los tres siguientes y enfrentarse a otra leyenda ochentera, el melenudo Pat Cash, australiano de saque y volea, campeón en 1987 y de vuelta al circuito tras años de continuas lesiones.

Cash tenía 27 años en 1992. Parecía que tuviera 38.

Sin embargo, el saque seguía ahí, y la agilidad, y la capacidad para resolver un punto en dos o tres golpes. Ganó el primer set y el tercero. McEnroe estaba a una manga del último adiós pero entonces el cuerpo de Cash volvió a decir “basta” y cedió fácilmente los dos siguientes sets y el partido. Mc Enroe llegaba a tercera ronda, donde David Wheaton no sería rival, como tampoco lo sería el irregular ucraniano Andrei Olhovsky, proveniente de la previa, en octavos.

El sorteo había sido un chollo, de acuerdo, pero para llegar a cuartos de final de un Grand Slam hay que ganar doce sets, sea contra quien sea, y McEnroe se limitó a hacer su trabajo y hacerlo bien. En cuartos de final, esperaba Guy Forget, en la mejor temporada del francés, cabeza de serie número nueve. Forget era un buen jugador, ofensivo y seguro a la vez, el típico tenista de oficio que consigue llevar una carrera larga a base de pequeños triunfos y no fallar demasiado. No era un especialista en hierba y de hecho su camino hasta cuartos había sido una odisea: dos partidos a cinco sets y otros dos a cuatro.

Forget estaba aún más agotado que el treintañero cuando entraron en la Pista Central. Tres sets después, estaba reservando billetes para Francia: 6-2, 7-6, 6-3. Mc Enroe, una vez más estaba en semifinales, la primera vez desde 1989, la tercera en un Grand Slam, ¡en siete años! Connors lo había hecho en el US Open de 1991, ahora le tocaba el turno a él, su momento de prensa, fotos y autógrafos, algo que parecía haber quedar atrás.

Quedaban los dos últimos pasos: las semifinales le enfrentarían al ganador del Agassi-Becker, con claro favoritismo para el alemán. Sería un bonito enfrentamiento entre dos clásicos, acostumbrados a partidos de cinco o seis horas en la Copa Davis, dos de los mejores hombres en la red, la técnica americana contra la potencia germana. No pudo ser. Pese a adelantarse en el primer set, Becker no logró evitar que Agassi ganara los dos siguientes. Le quedaron fuerzas para ganar el cuarto, pero en el quinto no aguantó más y se vino abajo.

El cuadro le quitaba un rival más a McEnroe en su cruzada improbable: Agassi era un jugador de fondo de pista, más preocupado por su aspecto que por su juego, en lucha constante contra las convenciones inglesas y acostumbrado a venirse abajo en los partidos decisivos. En 1988, apenas un adolescente, tumbó al mito Connors en los cuartos de final del US Open. En 1992, tendría que hacer lo propio con el mito McEnroe, los dos ídolos de la afición americana, los hombres que conjugaban carisma con títulos, cosa que Andre no acababa de conseguir.

Decir que McEnroe era favorito en ese partido era mucho decir, pero desde luego no había el desnivel en los pronósticos que ahora podemos imaginar: cinco sets para Agassi en la anterior ronda, estilo de juego sobre hierba, dudas psicológicas, un público volcado… Mc Enroe salió de nuevo a la pista central crecido, confiado, a un paso de despedirse de Londres con una final, su primera en un grande desde 1985.

Aquello fue una masacre. Agassi venía de perder dos finales en Roland Garros y otra en el US Open. No podía esperar más. Le dio igual si la superficie le beneficiaba o no, se limitó a no fallar ni un solo passing shot ante las subidas suicidas a la red de su ídolo de infancia. 6-4 el primer set, 6-2 el segundo, 6-3 el tercero. Mc Enroe recogía las raquetas, saludaba con desdén al juez de silla y se despedía del público londinense. Su público, más allá del calor neoyorquino.

El niño terrible se iba para no volver: tal y como había decidido, 1992 fue su última temporada. Llegó a octavos de final del US Open y acabó el número 20 del mundo. No estaba mal para un tipo de 33 años con las articulaciones destrozadas. Casi de inmediato, pasó a comentar partidos y dirigir equipos de Copa Davis. Fue una estrella allá donde estuvo, incluso en la autobiografía. Hoy sigue rompiendo raquetas e insultando árbitros de manera esporádica en el torneo senior. El tenis actual sigue buscando su carisma sin encontrarlo en ningún lado.

Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "No pudo ser".

lunes, enero 16, 2012

¿Qué le pasa a Rafa Nadal?


Solo espero que Rafa Nadal no lea nunca este artículo, que deje de pensar en lo que la prensa o los especialistas dicen de él y siga centrándose en su juego, en llegar a finales y finales y se mantenga un año más entre los dos mejores del mundo, cosa que lleva haciendo desde 2005. Espero que su cabeza se vuelva a centrar en el tenis y disfrute de sus éxitos más que de sus fracasos… y lo espero porque últimamente me está pareciendo ver lo contrario.

Me explico: Nadal jugó un 2011 de escándalo. De auténtico escándalo. Ganó Roland Garros por sexta vez, jugó su quinta final en Wimbledon, repitió ronda en el US Open y jugó finales en Indian Wells, Miami, Madrid, Roma… ganando también en Montecarlo —séptimo año consecutivo- y Barcelona. Si miran los datos estarán de acuerdo conmigo en que no parecen muy preocupantes.

Otra cosa es el lenguaje de Rafa, que viene a responder al lenguaje de determinada prensa que solo entiende de victorias. De acuerdo, Djokovic fue mejor que él, hasta seis veces consecutivas. Djokovic fue mejor que nadie, en general, lo que pasa es que Nadal llegaba a las finales y por eso le tocaba perder a él, simplemente porque había sido el mejor del resto de jugadores. Estas cosas pasan: llega un año en el que un muy buen jugador pasa a ser un jugador excelente. Sucedió con Wilander en 1988, con Agassi en 1999, con Federer y Sampras durante varios años y con el propio Nadal en 2009.

Hay veces que uno oye hablar de la temporada de Nadal como si hubiera caído al número 15 del ranking. No, sigue muy asentado en el dos y sin perspectiva de cambio. Sin embargo, el tono de las preguntas y las respuestas no me gusta. Hay algo de obsesión en Rafa, algo de agotamiento mental. El año pasado terminó la temporada agotado y parecía que no se lo podía permitir, como si competir once meses sin descanso fuera una obligación. “Llevo siete años entre los dos primeros del mundo”, dijo, “la carga mental de eso es muy fuerte”.

Por supuesto que lo es. Aparte de exigir a su cuerpo hasta niveles en ocasiones preocupantes, Nadal lleva siete años con la presión del que defiende título, el que defiende puntos, el que se protege. Hasta 2008 tenía la sombra de Federer, que hasta cierto punto le protegía y le motivaba. Una vez superado el suizo, es normal que la motivación baje: Nadal lo ha ganado todo en el tenis menos el Masters. Con 25 años. Todo. Y ahora venimos con “es que pierde mucho con Djokovic” y nos olvidamos del resto.

Nadal hará bien en no olvidarse porque para llegar ahí ha tenido que correr mucho, pero sobre todo ha tenido que ser el mayor competidor que yo haya visto jamás en cualquier deporte. No solo el tenis, ojo. La resistencia mental de Rafa, su capacidad para no rendirse nunca, ni ante el más talentoso y enrachado de los contrincantes es lo que le ha llevado a 10 Grand Slams, 4 Copa Davis y ese largo etcétera de títulos.

La resistencia mental, claro está, tiene un límite, pero lo primero es que él mismo y su entorno se den cuenta de lo que han logrado y puedan respirar tranquilos, asumiendo que no van a ganar siempre y que ganar tiene que volver a ser un divertimento y no una obligación. De momento, a Rafa se lo ve tenso, algo obsesionado, buscando tiritas antes de recibir las heridas, como cuando afirma que el cambio de raqueta le va a perjudicar mucho a principio de temporada o que no ha entrenado lo suficiente…

Nadal no puede andar con esas cosas y no puede seguir contestando preguntas sobre Djokovic o acabará tan desquiciado con el serbio como Federer acabó con él. Creer en sí mismo y jugar al tenis, esa es la clave. Valorar lo conseguido y no pensar en lo que falta. Más que el cuerpo es la mente. Octava temporada consecutiva con el objetivo de acabar entre los dos mejores del mundo. Ni siquiera Federer ha podido superar eso. No le pidamos a Nadal que sea más genial que los genios. Celebrémoslo si sucede, pero no se lo exijamos, por favor.

Artículo publicado originalmente en "El Imparcial", dentro de la sección "La zona sucia".

domingo, enero 15, 2012

Barcelona 4- Betis 2



Comentaba la pasada semana que la histeria arbitral probablemente no dejaría ver el horroroso partido que había jugado el Barcelona ante el Espanyol. En parte fue así y en parte analistas como Martí Perarnau sí que dejaron claro lo que faltó en Cornellá y volvió a faltar este domingo ante el Betis: orden. Por muchas veces que lo repitamos, no serán suficientes: el Barcelona de Guardiola se asienta en el talento y en la combinación con balón, de acuerdo, pero lo que le ha hecho dos veces campeón de Europa y del mundo es precisamente ese orden que ahora falta: la recuperación instantánea, la distribución de los esfuerzos.

Sin ese orden, el Barcelona de Guardiola no se diferencia mucho del de Rijkaard o el de Van Gaal o el del mismísimo Cruyff: partidos de ida y vuelta, enloquecidos, de un fútbol ofensivo que se agradece pero en los que el aficionado culé vive al borde del infarto entre contraataque y contraataque. ¿Por qué se ha perdido momentáneamente ese orden? Quizá no haya que buscar demasiadas razones y sea todo una cuestión de estadística: es imposible jugar a la perfección cuatro años seguidos. Bien, sí, pero a la perfección, no.

Y para ganar una liga a este Real Madrid hay que ser perfecto, esto es así.

Empezó el partido con aires de fiesta en el Camp Nou. Los tempraneros goles de Xavi y Messi invitaban a la rendición verdiblanca. Al fin y al cabo, nadie había marcado en toda la temporada liguera en el estadio azulgrana, ¿cómo imaginar que un equipo modesto lo haría por partida doble? Pues vaya si lo hizo. La claridad de las oportunidades béticas no fue tanta como la sensación constante de peligro, de zozobra… El Barcelona volvió a jugar lento en ataque, desconectado, y sobre todo despistado en defensa.

La imagen de Puyol descontrolado intentando achicar espacios en cualquier parte del campo nos remitía directamente a Cornellá. Mascherano corregía sin demasiado acierto y de Busquets pocas noticias había. Todo el mundo sabe que el centrocampista es mi debilidad, como lo es de Guardiola o Del Bosque, simplemente en los dos últimos partidos no ha estado acertado y hay que decirlo.

Tras el 2-1 de Rubén Castro llegó una decisión dudosa de Guardiola: cómo hizo ante el Espanyol metió a Alves para fijar una defensa de cuatro que hiciera más seguro al equipo… y cómo sucedió ante el Espanyol a su decisión le siguió de manera casi inmediata el gol del rival en una jugada en la que varios delanteros verdiblancos llegaron cómodamente al área de Valdés y de tanto recular la defensa, Santacruz quedó solo en la frontal, con todo el tiempo del mundo para colocar la pelota en el palo derecho, lejos del alcance del guardameta.

La zozobra duró unos minutos más. Los que tardó el Barcelona en encajar el golpe. A partir de ahí recuperó su esencia. Por supuesto, hubo precipitaciones y errores, pero el balón estuvo donde tiene que estar: Busquets se estableció en el medio campo rival, como en las mejores noches, y la pelota se la dividieron entre Xavi e Iniesta, sublimes en la reacción blaugrana. Sin ellos hubiera sido imposible: Messi volvió a parecer desconectado, Cesc, tremendamente fallón y Alexis rinde mejor cuanto más se acerca al medio, todavía con dificultades para tomar la decisión acertada.

A la épica se unió el colegiado, para variar. Un nuevo despropósito y no por lo que beneficie o perjudique a un equipo o a otro sino por lo aleatorio de su arbitraje. Llegó un momento en el que cualquier cosa era posible: faltas clarísimas que quedaban sin señalizar, ligeros empujones que sancionaba con contundencia, un penalti a Iniesta de libro que se comió minutos después de comerse una tarjeta incluso provocada por el manchego… El disparate llegó hasta el punto de señalar solo dos minutos de descuento pese a los cinco cambios y varias interrupciones y a acabar el partido justo después de una más que posible mano de Messi para cortar un balón que le hubiera costado la segunda tarjeta al argentino.

Es lo mismo. Son muy malos, esto es así. Mejor vivir con ello.

Para el penalti a Iniesta, el partido ya había girado por completo, más lo hizo tras la expulsión de Mario. A partir de ahí, con 20 minutos aún de partido por delante, la avalancha blaugrana se convirtió en un alud incontrolable. Varias veces rondó el gol el Barcelona y solo los malos controles o las malas decisiones lo evitaron. Cuando Alexis recibió solo un pase perfecto de Xavi y se empeñó en controlar hacia afuera, escorándose en lugar de encarar, dio la sensación de que otra oportunidad se iba al limbo: sin embargo, su disparo raso llevó la suficiente fuerza como para doblar la mano de Casto y entrar en la portería.

El 3-2 hacía méritos a los últimos 20 minutos del Barça y estropeaba un excelente partido del Betis. A partir de ahí, el partido se movió en una incertidumbre peligrosa: los jugadores del Barcelona no sabían si remachar o asegurar y si no pasaron más apuros fue simplemente porque su rival estaba agotado de tanto contraataque y con la moral hundida. El 4-2 estaba más cerca del 3-3 y no extrañó que llegara en las postrimerías del encuentro, en otra de esas jugadas rocambolescas en las que Abidal probablemente viniera de fuera de juego para disputar un balón dividido que toca involuntariamente con la mano y entrega a Messi. El disparo del argentino lo desvía con la parte superior del brazo o la inferior del hombro un defensa bético y el árbitro señala penalti.

Tal y como estaba la noche, podría haber pitado cualquier cosa, vaya usted a saber. Messi anotó el 4-2. Dentro de una temporada muy irregular –solo un gol a domicilio, un dato demoledor- “La Pulga” sigue con unos registros impresionantes: 19 goles en liga y 33 en 30 partidos oficiales. Imagínense cuando aparezca de verdad. El miércoles que viene en el Bernabéu, si el Barça quiere seguir vivo en la Copa.

Mentalismo con Pablo Segóbriga


La Chica Diploma y yo en la Sala Houdini. No es mi primera vez. Mi primera vez fue en 2008 y los recuerdos son vagos. Por ejemplo,en esta ocasión, la primera parte se me hace más amena aunque definitivamente Mad Martin podría hacer menos chistes y más espectáculo, no ya porque los chistes sean malos -algunos lo son- sino porque el espectáculo como prestidigitador es fantástico, incluyendo el recital habitual de chisteras, varitas, palomas y pañuelos.

En cualquier caso, lo bueno viene en la sala de abajo. Insisto, yo ya había estado viendo a Pablo Segóbriga, un hombre extraño, que entra con un punto pasado de vueltas, casi agrio, de hombre resignado... y poco a poco va acercándose al público, dejando a un lado las bromas y centrándose en la confianza. La última vez que estuve, había hipnotizado a tres personas y adivinado sus cartas. Bueno, eso puede pasar. Luego repartió la baraja entre diez u once del público, adivinó todas y cada una de sus cartas y se dedicó a dar consejos sobre su vida personal se supone que sin conocerlos de nada.

A ver, cuando estás ahí, cuando ves eso, obviamente imaginas que no todo el mundo puede estar conchabado. Sería absurdo. Si ha adivinado todas las cartas y algunas de las circunstancias personales, sin duda es que algo hay, pero, ¿el qué? ¿Cómo puede un intelectual cínico con aires cientificistas creer en chorradas así? ¡En pleno siglo XXI! Así que, bueno, te lo pasas bien, disfrutas, te rías, piensas: "¿Cómo demonios...?" y no le das más vueltas. Es un espectáculo.

Sobra decir que esta vez fue distinto: cuando Pablo lanzó la baraja cayó a los pies de la Chica Diploma, en la última fila. Estaba de los nervios, algo temblorosa, incluso. Se limitó a seguir instrucciones: cortar la baraja, poner debajo el corte y coger la primera carta. Luego, pasarla al de al lado -es decir, a mí- para que yo hiciera lo mismo: cortar, poner debajo el corte y coger la primera carta. Cuando la miro, el tres de copas, Pablo me dice si me gusta mi carta. Yo digo que sí, casi por amabilidad, y paso la baraja para que siga el ritual.

Bien, cuando todos tenemos nuestras cartas, empieza el "mentalismo". Yo ya no sé cómo llamarlo. Sigan leyendo, en serio...

Acierta cuatro o cinco naipes y da unos cuantos consejos vagos, en plan, "si aparece una oportunidad laboral, cógela; tienes un viaje en mente, adelante...". Cosas un poco de Silvia Raposo. Cuando llega a la Chica Diploma, permítanme que sea discreto, clava exactamente su situación laboral, el momento exacto de su situación laboral, y efectivamente acierta su carta. Ella se queda a cuadros y yo murmuro "qué hijoputa, qué hijoputa"... La ronda sigue, a mí me deja para el final. Yo sé por qué me deja para el final: la primera carta en salir fue el 2 de copas y quedaría raro que de repente saliera el 3. De alguna manera, lo está calculando. Yo quiero pensar que lo está calculando.

Cuando ya no queda nadie más, nueve de nueve cartas acertadas, llega a mí. Me pregunta si tengo un hermano mayor. Yo digo que de alguna manera sí, porque no es un hermano de sangre, él hace un gesto como de "eso a mí me da igual" y dice "bueno, el caso es que su mujer está embarazada". Sí, ese es el caso. "Tienes una carta muy bonita, les va a ir muy bien, díselo. Tú estás en un momento sentimental muy bueno, aprovéchalo, tienes una carta preciosa, ¿son copas, verdad?" Obviamente, la respuesta es sí. "Aprovecha tu momento sentimental, te viene una buena racha", insiste, y luego avisa "segundas partes nunca fueron buenas" y acaba con "¿Es el 3 de copas, no?", cosa que ustedes saben desde hace tres párrafos pero que él no debería tener manera humana de saber.

Ni mi tres de copas, ni mi relación de apenas un mes de duración ni mucho menos que la mujer -llamémosla así- de mi hermano mayor -llamémosle así- está embarazada de seis meses.

Sinceramente, me ralla. Desde fuera, siempre hay excusas, pero, ¿qué pasa cuando te lo hacen a ti?, ¿en qué te refugias?, ¿qué demonios quería decir con "segundas partes no son buenas"? Hay alguien ahí que sabe más de mí que yo mismo. Eso me inquieta, es lógico. El resto de la noche -micromagia, lo llaman, con un chico calvo cuyo nombre no recuerdo y me siento culpable por ello- lo paso en un estado de aturdimiento. Si uno se toma estas cosas en serio, se vuelve loco, que diría David Hume. Pero, ¿qué hacer, entonces? ¿Algún consejo?