martes, diciembre 20, 2011

Drazen Petrovic, la forja de un rebelde genial...


Sabonis le odia, Corbalán le odia, Fernando Martín le odia, Meneghin le odia, Antonello Riva le odia… media España le odia mientras la otra media celebra —“Sí, sí, sí, me mola Petrovic”, canta la Demencia—… Es el verano de 1987 y a sus 24 años, Drazen Petrovic reina en el baloncesto continental después de dos Copas de Europa consecutivas, la primera ante el Real Madrid, la segunda ante el Zalgiris de Kaunas y una Recopa ganada al Scavolini italiano. En medio de la euforia y las celebraciones, en medio de los bailes y las burlas, los odios, los silbidos y las persecuciones por toda la cancha para tumbar al provocador, el yugoslavo anuncia su fichaje por un gran equipo europeo. “La próxima será mi última temporada en la Cibona”, dice, ante la decepción del público de Zagreb, que sabe que con él se escapa un mito.

Ese gran equipo, luego se sabrá, es el Real Madrid, referencia inevitable en todo lo que tenga que ver con Drazen. El mito no haría sino crecer, entre más títulos, más medallas, más reconocimientos y una muerte terrible que sacudió a todo el mundo del deporte en lo más alto de su carrera. Como las estrellas de cine. La historia de Drazen Petrovic probablemente dio un giro aquel junio de 1987 pero no era sino un giro más de los muchos que merecen ser contados, desde su debut con 15 años hasta el trágico viaje a Munich que acabó con su vida. Esta vida.

De Sibenik a Zagreb

Todo el mundo sabe que Petrovic era de Sibenik, igual que todo el mundo sabe que Mozart nació en Salzburgo. Poco se sabe sin embargo del equipo de su ciudad, el KK Sibenka, donde se desfogaba en su juventud Alexander, el hermano mayor, miembro de la selección yugoslava ya en 1982, con solo 23 años, medalla de bronce en aquel Mundial de Cali donde Sabonis empezó a asombrar al mundo. Alexander era un base maquiavélico y desesperante. Un tipo carismático, capaz de poner a la vez la provocación y el sentido común. Tirar la piedra y esconderse en la tangana.

El Sibenka había pasado casi toda su trayectoria en las divisiones inferiores de la liga yugoslava hasta que en 1979 ascendió a Primera y la nueva generación lo convirtió de inmediato en un equipo de categoría nacional, una alternativa a los Partizán, Estrella Roja, Zadar o sobre todo el Bosna Sarajevo, gran referencia de los 70. Alexander, la gran estrella, tenía además un hermano pequeño, Drazen, del que se venía hablando mucho tiempo por sus actuaciones en los juveniles, sobrepasando a menudo los 40, 50, 60 puntos por partido. Su debut con el primer equipo llegó en 1979, con apenas 15 años. Coincidió brevemente con su hermano, que fichó por el gran equipo croata, la Cibona de Zagreb, y aceptó inmediatamente su rol como sucesor familiar al frente del equipo.

Aquel chico era completamente distinto de todos los demás. No solo tenía el carisma de su hermano sino que le superaba en prácticamente todas las facetas del juego. Era un tirador excelso y un penetrador como no ha habido otro en la historia del baloncesto europeo. Capaz de irse a los 50 puntos y a las 25 asistencias en el campeonato local, su ausencia de la lista yugoslava para el citado Mundial de Cali fue considerada una barbaridad. Estamos hablando de un chico de solo 18 años, de acuerdo, pero que en solo una temporada ya había llevado al Sibenka a la final de la Copa Korac, que perdería con el Limoges francés.

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