lunes, octubre 31, 2011

Entrevista a Eduardo Chapero Jackson en Neo2


Después de años ganando premios y premios como cortometrajista, Eduardo Chapero-Jackson se lanza al vacío con una apuesta más que arriesgada: “Verbo”, la historia de una adolescente en conflicto con un mundo de atonía y rutina, no es una película al uso: combinando música, diseño artístico y una sensibilidad fuera de lo común, Eduardo consigue recrear un universo propio en el que el espectador se siente cómodo, muy cómodo. La sensación que cualquiera tiene cuando habla con él, siempre tranquilo, sonriente y pausado.

Del corto al largo

La experiencia te ampara pero la sensación de dominio es peligrosa: los trucos no sirven si no estás atento. Cada película, sea cortometraje o largometraje, es una nueva aventura, supone ponerse al borde del abismo y ser consciente de que es posible que no salgas adelante… Sé que hay una expectativa con respecto a la película pero conforme se acerca el estreno, la sensación es más bien de ligereza, como si me hubiera quitado algo que me tenía embarazado y por fin sale al mundo. No sólo es la satisfacción de haberlo hecho sino de haberlo hecho como quería. Es una sensación muy potente, saber que ahora viene el escrutinio de los demás. Te hace sentir vulnerable, es curioso…

El miedo escénico

No es algo que tenga muy presente. Te asomas a una zona de riesgo poniendo todo lo que sientes… y lo otro –el público, la crítica- no lo controlas. Tengo más miedo a un vacío, a que la película desaparezca en seguida de los cines, que no le diga nada a nadie. Es una película que apela al idealismo  pero no de forma ingenua, sino sabiendo que lo que predomina ahí fuera es el cinismo. Lo bonito es que en los pases previos la gente se ha emocionado, así que se ve que hay algo ahí que resuena, que mueve por dentro.

La adolescencia

Es una edad clave y latente el resto de la vida, no importa la edad que tengas. Tienes que manejarte sobre la marcha entre los ideales y la realidad, buscar espacios… Lo que me movió fue mi experiencia personal, la de haber crecido sintiendo un déficit de referencias, en un barrio masificado y desarraigado, con una educación que no entendía y no trataba la inteligencia emocional, que es lo más importante para manejarte en la vida. Los conocimientos prácticos los puedes adquirir luego pero esa educación emocional la necesitas en ese momento.

 Es lo que le pasa a Sara: que está perdida, pero este es un problema en todo Occidente: el vacío. Yo quería mandar un mensaje positivo a partir de esa batalla que puede llegar a matarte en vida: es un viaje a la sombra del que se aprende. Hay que dejar de actuar con los adolescentes como si no pasara nada, estamos ante una epidemia casi de chavales con problemas emocionales muy serios y que no se tratan en la educación convencional.

La cultura urbana como catarsis


Siempre me ha conmovido el origen del hip-hop, su carácter reivindicativo pero siempre creativo, en barrios sin esperanza como el Bronx. Tiene algo social de rabia y a la vez de superación...

Puedes leer el resto de la entrevista en el número de noviembre de la revista Neo2

domingo, octubre 30, 2011

Suicidios en El Mundo


No hace ni dos meses que criticaba a la prensa por obviar completamente el tema del suicidio. Recientemente, me ha llamado mucho la atención el informe forense de la muerte de Amy Winehouse. En dicho informe, el redactor aseguraba que la cantante había fallecido por una sobredosis de alcohol producto de la ingestión de tres botellas de vodka -dos grandes y una mediana, matizaba- lanzando inmediatamente  los adjetivos "inintencionada" y "accidental" para describir la muerte de la cantante.

Obviamente, yo no sé si Amy Winehouse quería matarse bebiendo tres botellas de vodka. Lo que tengo claro es que el forense tampoco lo sabe. Un forense no juzga intenciones en materia de sobredosis. Si Winehouse quiso destruirse hasta las últimas consecuencias o si fue una pequeña juerga que se le fue de las manos es algo que se llevará a la tumba y está bien que así sea. Lo que no tiene sentido es que venga nadie a agitar las manos, gritando para advertirnos "No fue un suicidio".

Porque pudo haberlo sido y no habría nada malo en ello.

La buena noticia de hoy es que El Mundo ha dedicado la portada de su edición digital, mucho más leída que la de papel, a hablar sin tapujos de la incidencia de los suicidios en la sociedad occidental actual y en concreto en nuestro país. Es muy probable que usted, igual que yo, conozca a una o dos personas que han intentado suicidarse, incluso es posible que usted mismo haya coqueteado con la idea en algún momento de desesperación, agobio o autoconmiseración absoluta. El suicidio como reivindicación y como venganza.

Fueran los que fueran los motivos, coincidiremos en que hablar de ello no es fácil. No lo es ni siquiera entre nosotros, en la esfera privada, sea por pudor propio o por pudor ajeno. El familiar del suicida, como dice el artículo, sufre una doble pérdida: la del ser querido y la de la expiación mediante el luto. Una muerte que no solo te parte en dos sino de la que además no puedes ni siquiera hablar , no vayan a pensar que tu padre, tu  madre, tu hermano, tu hijo o tu amiga son en realidad poco más que una panda de locos.

Para el suicidófilo, y entiéndase así al que contempla el suicidio como una salida deseable a sus problemas, la situación no es mucho mejor. Si puede pagar un psiquiatra o tiene un entorno favorable, al menos podrá charlar tranquilamente sobre ello, buscar apoyo o encontrar alternativas que le puedan satisfacer, pero lo normal es que todo esto no se dé y la distancia que todo suicida suele poner entre él y el mundo no hace sino agrandarse.

Volviendo al artículo de El Mundo, he de decir que es un paso adelante pero hay algunas cosas tratadas muy por encima. Destaco, en general, los siguientes puntos:

 "El suicidio es la primera causa de muerte de mujeres entre 30 y 34 años en nuestro país". "3.429 personas se quitaron la vida voluntariamente en 2009". Aquí nos encontramos con un problema: si los forenses se empeñan en ventilar cualquier sospecha bajo los adjetivos "involuntario" o "accidental" es complicado saber la cifra real de suicidios. Un experto afirma en el artículo que son al menos 1.000 más. No puedo afirmar si la cifra es correcta. Un conocido, por Twitter, me asegura que no, que son más. Para que se hagan una idea de la incidencia del problema social, el número de casos de violencia doméstica con resultado de muerte ese mismo año fue de 55. No cabe duda de que la violencia doméstica es un problema enorme de nuestra sociedad y que hay que combatirla con leyes y campañas. Simplemente, es curioso que un problema que causa 70 veces más muertes, directamente se silencie. No pido que se elija. Pido que se afronten las dos cuestiones.

Si algo se ceba con los suicidas es la enfermedad mental. O más bien viceversa. En el 90-95% de los casos existe algún tipo de trastorno psiquiátrico, la mayor parte de las veces, una depresión  Otra vez la terminología. Una depresión es un diagnóstico más que una enfermedad, es decir, es un estado mental (y físico) en el que se dan muchos factores y se admiten muchísimos grados. Si nos pusiéramos serios, cualquier enfermedad que nos matara coincidiría con un estado más o menos depresivo. En cualquier caso, a lo que iba es a que hay que desterrar la idea "melancólico-triste-infeliz-depresivo-suicida". Puede seguir siendo el esquema más habitual, lo desconozco, pero no es el único. Hay gente que intenta suicidarse simplemente porque no quiere seguir soportando expectativas, aunque su estado mental y físico sea excelente. No ve esperanzas, no ve alternativas, o simplemente tiene más miedo al futuro que a la muerte. Puede ser cualquiera de su entorno, en definitiva, no solo Kurt Cobain.

- Hay tantos casos como personas, si bien una característica común a todos es la soledad Redunda en el tópico. Del 95% de deprimidos hemos pasado al 100 % de solitarios. No es verdad. Conozco casos de intentos de suicidio donde las personas en cuestión estaban perfectamente acompañadas de gente que las quería y que eran perfectamente conscientes de ese cariño. Si vamos a andar con chorradas del tipo "pero uno puede sentirse solo aunque esté rodeado de gente", entonces mejor dejamos el análisis científico a un lado y nos dedicamos a los tópicos urbanos como en "El otro lado de la cama". Otra frase, a la que no quiero dedicar un punto entero: "Nadie que se suicida es feliz". Lo siento, pero no entiendo qué quiere decir "ser feliz". Si lo que quiere decir es que nadie se suicida por placer, es obvio. Ahora bien, uno puede rendirse en medio de la felicidad, decir adiós después de ganar cuatro manos seguidas y no arrepentirse de ello. Insisto, por última vez, esto no es un problema de solitarios, tristes e infelices. Es mucho más complejo que eso. Puedo aceptar que uno no se suicida por placer si el alivio no se entiende como placer. Me temo que muchos suicidios tienen como detonante, no el dolor o la ansiedad o el deseo de venganza sino el puro alivio: no tener que seguir luchando más, aunque hasta ahora hayas ganado siempre.

- "Tal vez la pregunta que deba hacerse es: '¿Y usted, por qué no se suicida?' Cuando conteste, entenderá por qué el suicida sí lo hace". Este es un buen ejercicio de comprensión. Incompleto, como el resto del artículo, pero útil hasta cierto punto. Efectivamente, en muchos casos ayuda.

- Las Urgencias de Madrid reciben cada día a entre cinco y ocho personas que han intentado suicidarse- ¡Entre cinco y ocho! ¡Cada día! Mi compañero de Twitter me insiste: sabe del tema y le parecen muy pocos casos en comparación con la realidad. A mí la cifra del artículo ya me deja estupefacto. En cuanto a la reincidencia, no sabría decir. Sí, es probable que alguien que intenta matarse dos veces lo consiga al menos una, pero no bajemos la guardia: no todo suicida habla de suicidio y desde luego no siempre necesita una segunda oportunidad. Aceptemos que al contrario sí funciona: alguien que se decide a hablar seriamente de suicidio es alguien que ha roto una barrera que hay que reparar como podamos. No creo que nadie juegue con esas cosas. Si alguien lo hace, será una excepción. Eso de "está intentando llamar la atención" ha quedado viejo.

- En las facultades de Comunicación se enseña que el suicidio no es noticia.  Eso no es del todo exacto. Primero, el hecho de que en las facultades se enseñe algo no tiene demasiada importancia. Lo importante es que luego los propios medios adopten como suya la enseñanza y efectivamente se obligue a los redactores a pasar por el suicidio de puntillas, maquillándolo siempre que sea posible o directamente no informando sobre ello. La explicación no es que no sea noticia, sino que es una noticia "peligrosa". Hay una teoría que afirma que informar sobre un suicidio genera un "efecto de imitación". Sinceramente, no sé cuánta gente tiene que seguir matándose para que desterremos esa idea. Una buena red social en estos momentos empieza por un adecuado tratamiento mediático. Volviendo a la comparación anterior, nadie duda de que una forma de luchar contra la violencia doméstica o contra los desmanes en la conducción es alertar sobre ellos, denunciarlos y concienciar a la sociedad de que no es un problema privado sino que puede afectar a cualquiera. Una mujer maltratada se sentirá más comprendida si puede hablar de ello y aún más si sabe que la sociedad de alguna manera la protege. No veo por qué el suicida tiene que pensar justo lo contrario, parece ridículo. Probablemente lo sea.

sábado, octubre 29, 2011

Barcelona 5- Mallorca 0



Messi jugó tres malos partidos. A mucha gente le sentó muy mal que se dijera que Messi había estado más flojo esos tres partidos, como si solo se pudiera decir lo bien que juega cuando juega bien y callar el resto el tiempo, y otra gente se lanzó a apuntar una supuesta crisis cuando en realidad estábamos hablando de 10 días dentro de una temporada de 10 meses. En medio de toda esa locura, el Barcelona recibía al Mallorca con esa sensación de ambiente enrarecido que de vez en cuando rodea al Camp Nou, sin saber si el partido serviría para reivindicarse o, al contrario, para alimentar un debate precipitado.

La alineación no invitaba al optimismo, pero una alineación no sirve de nada hasta que no se despliega sobre el terreno de juego. Si Guardiola y Messi estaban en duda, poco tiempo tardaron en cerrar la discusión. El planteamiento del técnico fue de matrícula, perfectamente adaptado al rival. En serio, hay que perder el miedo a decir cuando alguien lo hace mal o cuando lo hace bien. Analizar un partido es eso: analizar un partido, no una trayectoria deportiva.

Volvió a un 3-4-3 que en realidad venía a ser un 3-3-4, con dos extremos pegados a las bandas –Adriano y Cuenca- y con los dos delanteros –Villa y Messi- buscando superioridades por dentro con Keita y Thiago. Para abrir al equipo contrario era una solución brillante: Adriano y Cuenca demostraron desde el primer minuto que su función era fijar a los laterales. El problema de los extremos en el Barcelona no es que sus centros tengan un especial peligro a la hora del remate, sino las segundas opciones que se pueden generar en el área después del rechace.

Obligado, por tanto, a tapar los laterales, el Mallorca se encontró ante un escenario táctico que no esperaba y no supo solucionar. No hizo falta Xavi ni Cesc ni Iniesta para dominar el medio campo. Busquets y Thiago se bastaron para hacer llegar el balón a las bandas y todo el peligro vino desde ahí: en un centro a Adriano, Nsúe saltó desequilibrado y con los brazos abiertos, un pecado cuando estás defendiendo en tu área. La pelota golpeó su mano extendida y el árbitro pitó penalti.

Messi, como hiciera una semana antes, no dudó en plantarse frente al portero y fusilarle por la escuadra. Fuerte y a un lado, imparable.

El gol  soltó al equipo y al argentino y sobre todo amilanó a un Mallorca que estaba creando peligro en las contras. Un nuevo centro de Cuenca que Adriano no pudo rematar acabó en el pie derecho de Messi, que solo tuvo que empujarla para marcar su duodécimo gol en liga esta temporada. No quedó ahí la cosa: Villa tuvo un par de ocasiones muy claras que volvió a fallar, mitad por indecisión, mitad por elegir mal el recurso técnico. El asturiano ni está ni se le espera y volvió a irse al banquillo antes de la hora.

El tercer gol llegó rozando la media hora de partido. Alves dobló a Cuenca por la derecha  -lo que le faltaba al Mallorca- y su centro medido lo remató Messi a bocajarro llegando desde atrás, su posición favorita. Con los tres goles, al argentino se le pasó cualquier amago de ansiedad, aunque tampoco convendría buscar una explicación psicológica a cada situación del juego. En anteriores partidos, falló pases y desmarques… este sábado todo le salió bien. El jugador era el mismo.

Con el trabajo ya hecho, el Barcelona se dedicó a sestear. Teniendo en cuenta la carga de partidos es perfectamente comprensible. Cuenca aprovechó un pase de Thiago en profundidad –otro excelente partido del hispanobrasileño sin necesidad de grandes jugadas- para sortear al portero y batirlo con la pierna izquierda. El canterano ya dio muestras sobradas de calidad en la pretemporada y, si bien en los momentos clave de la temporada, probablemente se note su bisoñez, en este tipo de partidos es decisivo contar con alguien en esa posición.

La cantidad de dinero que le ahorra Guardiola al Barcelona con este tipo de decisiones es impresionante, aunque siempre se critiquen los fichajes fallidos.

Cuenca no fue el único jugador que debutó en casa con la primera plantilla. A media hora del final, Gerard Deulofeu, junto a Rafinha la gran estrella de la cantera, saltó al campo para disfrutar de unos cuantos minutos. Se mostró incisivo y con personalidad, sin miedo a afrontar el uno para uno aunque con una desventaja física evidente ante sus rivales. El chico nació en 1994. Si Cuenca aún está falto de rodaje, imaginen a este adolescente…

Poco más ofreció el partido: el Mallorca no quiso entrar en pelea y el Barcelona se limitó a aguantar la posesión. Tampoco se puede pedir mucho más a un equipo que formaba con dos jugadores que por edad deberían estar en el filial y otro que debería estar en el juvenil. La guinda la puso Alves con un disparo “a la brasileña”, la clásica “folha seca” que golpeó el larguero por dentro y se coló en la portería de Aouate.

Por un momento, la normalidad volvió a Barcelona. Después de cinco partidos en casa, el equipo sigue sin recibir un solo gol. De momento, esa es la mejor noticia, punto arriba o punto abajo. La debilidad defensiva de principios de temporada que tanto asustaba ya no se ve por ningún lado: el rival apenas llega y desde el 2-2 en Valencia, el Barça no ha vuelto a recibir un gol en partido oficial. Así se ganan las ligas. Messi, tarde o temprano, marcará las diferencias.

viernes, octubre 28, 2011

Alberto Olmos - Ejército enemigo


Hay algo de estética del francotirador en el protagonista del nuevo libro de Olmos, Santiago, un joven solitario, pragmático, con un claro gusto por el cinismo y que se ajusta a la realidad según la realidad viene, sin pretender grandes cambios ni revoluciones. Como el mismo personaje dice en un momento dado: "No existe mi forma de ser, existe una reacción de ser". Somos según existimos y en la circunstancia que nos corresponde. Estas frases resumen un poco "Ejército enemigo": muy buenas ideas demasiado troceadas, sin profundizar, lanzadas al lector como se lanza un eslogan publicitario.

Sin duda, el libro es una crítica al "buenismo" y si queremos ser más exactos al "buenismo progre". Si esa crítica proviene del propio Olmos o simplemente de su narrador lo desconozco. La figura de este escritor se ha visto envuelta en tantas polémicas que he preferido mantenerme al margen. Reivindico la capacidad de un libro para defenderse por sí solo. No conozco a Olmos, no tengo referencias de él, me es indiferente si piensa igual que Santiago o no. Lo que tengo frente a mí es a Santiago y en Santiago me centraré. Creo que es lo que debe hacer un lector y más aún un crítico.

Las primeras cien páginas de Santiago, algo más, son deslumbrantes. Tengan esto en cuenta porque no es fácil encontrar en España a un escritor que nos ofrezca cien páginas deslumbrantes. Tiene algo de Patrick Bateman de barrio pobre. Un Patrick Bateman a la orilla del Manzanares que lo desprecia todo: la suciedad, la porquería, la pobreza... y los discursos que pretenden que la suciedad, la porquería y la pobreza van a desaparecer por arte de magia. Un hombre que no cree en la solidaridad porque no cree en el contacto con los otros. Lo dicho, es un francotirador, disparando desde su azotea a uno y otro bando sin importarle los uniformes.

Ahí entra uno de los problemas del libro: frente a la complejidad de Santiago, los demás personajes son demasiado planos. Efectivamente, sus uniformes no importan y además no se los quitan nunca. Si Olmos pretendía que esa fuera la visión de Santiago, sin más, el único problema es la insistencia machacona en el estereotipo. Si pretendía hacer un retrato social, el fracaso es obvio: el "buenismo" en la sociedad occidental tiene muchas aristas y a mí me parece muy bien que alguien coja y las trate. Incluso que las trate con cinismo y crueldad. El problema es cuando no sabemos si eso es una exageración de un personaje o un ensayo sociológico. El libro juega con las dos posibilidades, en una cierta ambigüedad: como retrato desde la perspectiva de un narrador, me interesa. Como cosmovisión de nuestros días, es pobre, le faltan colores y matices.

No todos los "progres" son tontos, escuchan los mismos discos, citan a los mismos autores, llevan las mismas camisetas y van con rastas por el mundo. Hay veces que algunas descripciones de Santiago las hubiera firmado el mismísimo Salvador Sostres.

Todo esto choca con el retrato interior de Santiago, que es riquísimo: su relación con el mundo, esa distancia infinita con respecto a todo y ese rencor que hay dentro de él hacia todos: hacia su barrio y sus vecinos por deleitarse en la miseria, una miseria económica y sobre todo estética, y hacia los niños bien de las ONG por arrogarse la superioridad moral de la "lucha", en forma de manifiesto, concentración o sentada con pancartas.

La relación de la publicidad con los movimientos "anti-sistema" es un punto decisivo para entender estos tiempos: la retroalimentación. Cambiar el mundo mediante el hashtag, el sueño de Lluis Bassat.

Como digo, la primera parte es brillante: el personaje, su obsesión con Internet, el papel de Internet en nuestras vidas, el papel del porno en nuestras vidas, las relaciones de poder, las superioridades morales auténticas o fingidas... todo apunta en una excelente dirección.

El problema es que de repente, a mitad del libro, el autor elige otro camino: elige el misterio. La resolución de un misterio. Además, todo a partir de una frase -un eslogan, para variar- que como detonante deja mucho que desear. Ahí, el caminar es torpe: muchas pistas no se entienden, no hay una motivación clara entre causas y consecuencias, la paranoia de Santiago recuerda a las paranoias de los últimos personajes de Ellis, siempre en continua sospecha, siempre en continua persecución. No hay en esa parte detectivesca bases sólidas y se incluyen errores de bulto, incoherencias... con la sensación, además, de que nada de eso es necesario.

Como un síntoma más de la torpeza, Santiago empieza a repetirse de una manera cansina, obsesiva, página tras página. Eso se podría arreglar con otros personajes, pero en realidad el único personaje de esta novela es Santiago. Lo demás son arquetipos, personajes planos que no avanzan ni retroceden un milímetro desde su aparición a su última frase. No hay nada más allá de Santiago, el ejército enemigo reducido a un partisano  enloquecido. La falta de profundidad se hace notoria, sobre todo si la comparamos con la riqueza de detalles de la primera parte de la novela.

Como detective, Santiago es un desastre y la trama en sí interesa poco. Repite datos y temores sin llegar a aportar nada nuevo. Los mismos datos, los mismos temores, muchos de ellos cogidos con alfileres. Los demás, desde un principio, no sirven más que como decorado. Igual que los Carruthers, McDermott y compañía en "American Psycho".

"Ejército enemigo" no es ni mucho menos un mal libro. Uno ha leído suficientes malos libros como para saber diferenciarlos. Hay detrás un escritor potente, un narrador efectivo que en un momento dado parece caer en su propia trampa y se pierde en obviedades. Pero hay un estilo, hay un cuidado, hay un gusto por no escribir lo primero que se viene a la mente.

Analizar el libro desde la perspectiva del autor, quién es el autor, qué piensa el autor, es una manera de hacer este trabajo pero suele acabar en tangana. Me quedo con el placer del lector y en un momento dado con su cabreo. Esta historia de francotiradores y soñadores da más de sí, es evidente. Sería interesante que el autor la retomara más adelante; si quiere, de manera maniquea y obsesiva, porque los personajes pueden ser todo lo maniqueos que gusten, pero no simplista. Eso nunca.

jueves, octubre 27, 2011

The Verve -Bittersweet symphony


Dos ideas brillantes y el mejor momento posible. La primera, por supuesto, el sample de "The last time" de los Rolling Stones, esas cinco notas repetidas hasta la obsesión por una orquesta, machaconamente, sin que puedas deshacerte de ellas en ningún momento, solo es pensar en la canción, en que vas a tener que escribir sobre la canción y ya están las notas ahí, persiguiéndote. Prueben ustedes. Silben algo ahora mismo, a ver qué les sale.

La segunda idea brillante: el vídeo. Richard Ashcroft, con su aire de chico malo del brit pop, se coloca en la marca frente al semáforo y arranca lo que pretende ser un plano secuencia de casi cinco minutos, andando siempre de frente, esquivando y chocando, un kamikaze urbano, un hombre que va recto hacia no se sabe dónde, la firmeza, la estética, antes que cualquier otra cosa. El sentido por encima de la dirección. Aquí estamos, entretennos.

Y luego está el momento, claro. 1997. Las guerras del "brit pop" entre Oasis y Blur ya han aburrido a todo el mundo. Ellos están madurando y destrozando hoteles y los demás nos hemos quedado un poco huérfanos de nuestra ración de desencanto. Ahí entra The Verve: "It´s a bittersweet symphony, that´s life...", que es un topicazo como una casa pero no deja de ser efectivo, sobre todo cuando ves a la sinfonía en movimiento, andando impertérrita hacia ti, cantando compulsivamente: "No change, I can´t change, I can´t change, I can´t change...", que es algo que un adolescente siempre querrá oír porque de alguna manera le legitima.

Ashcroft supo contactar con la generación de veinteañeros-treintañeros a los que el sentido común les venía un poco grande. Los peter panes. Toda esta generación de los 70 es una generación de peter panes, esto es así. La realidad te pide que cambies y tú buscas una excusa y si esa excusa es un estribillo, mucho mejor, por supuesto. Era la única canción que le gustaba a mis amigos siniestros y tiene su lógica: aquello era mucho más que la banda sonora de una tribu urbana, era la banda sonora de cualquier tribu urbana, casi por definición.

Digan lo que digan los demás.

También tenía su parte mala, por supuesto. En mi caso, por ejemplo, 20 años cumplidos aquella misma primavera, primer viaje "de novios", precisamente a Londres, donde la canción -y el "OK Computer" de Radiohead- estaba hasta en la sopa, la idea de cambiar de grupo me daba una pereza enorme. Mis gustos eran mis gustos eran mis gustos. Que el segundo single de aquel disco se llamara "Drugs don´t work" no ayudó nada. Y no sé si pretendía ser irónico o moralista. Autocompasivo o autodestructivo. Simplemente es un título de bajón y uno no va por la acera estampando ancianitas y skinheads contra las paredes para acabar melancólico en un "chill-out" meditando sobre tu extraña relación con la heroína.

Eso lo puede hacer Nacho Vegas, pero Nacho Vegas nunca se pondría una cazadora de cuero.

miércoles, octubre 26, 2011

Daniel Brühl y el chico de cara inquietante


Ya no sueño cada día con mi abuela. Es algo que se me ha olvidado contarles pero que tiene su importancia. No solo eso, sino que cuando aparece, hay cosas que han cambiado: por ejemplo, ella misma. Al principio, se me presentaba desconcertada, aturdida, angustiada, como si necesitara su dosis de Dorken de cada noche. Era yo el que tenía que explicarle: "Abuela, estás muerta, descansa, no te preocupes" pero ella no parecía entender.

Ahora, ya digo, es diferente: mi abuela aparece instalada en su nueva vida, una vida en la que, dice, está descubriendo cosas. Charlamos con tranquilidad y sin dramatismos hasta que de repente yo me doy cuenta de que está muerta, como si antes no lo supiera, como si su muerte me hubiera pillado en otro lado -lo cual podría ser cierto- y encima me sintiera culpable por no recordar cómo fue todo aquello. En mis sueños, no solo mi abuela y mi abuelo han muerto sino que yo no soy capaz de saber por qué y me pongo a llorar como un idiota precisamente porque no concibo que ya no estén aquí cuando en realidad están aquí, ella tan contenta porque acaba de volver de un viaje a algún lado; él, todavía ausente, esperando su momento, porque entre la muerte de mi abuela y la de mi abuelo pasaron tres años, justo el tiempo que yo tardo en reordenar mi cabeza.

Queda, por tanto, un cierto estupor durante el sueño, una cierta incomprensión...  ¿Murió de un ataque al corazón, un envenenamiento, un derrame... algo repentino que pudiera haber pasado por alto y justificara mi ignorancia? Lo único que me falta es preguntarle: "Oye, ¿y esto de morirte cómo ha sido?" como el que pregunta a alguien por qué ha decidido estudiar Humanidades.

Ambos murieron en hospitales. Fueron muertes lentas y desagradables. Supongo que por ello fueron muertes inasumibles que le obligan a uno a huir y a olvidar.

Mi desaparición empezó cuando empezaron las muertes. Las muertes de verdad. El vértigo apareció antes, de acuerdo, pero la sensación de extrañamiento es más reciente y no deja de maravillarme. A veces miro hacia atrás y digo: "Yo ayer quedé con Elena Sansigre, tomamos unas cervezas, luego un whisky, ella habló del nacionalismo, yo hablé del 15-M", pero no hay un nexo entre el "yo" que recuerda y el "yo" que estaba en el Lola Loba.

Las cosas que pasan todo el rato, sin solución de continuidad. La falta de perspectiva, que viene a ser lo mismo. El domingo discutí con el presidente de la Federación Española de Baloncesto y luego hicimos las paces, por la noche publiqué mi entrevista con un ex-número uno de la ATP, el martes estaba en un hotel, esperando a que Daniel Brühl acabara sus compromisos y me dedicara 10 minutos, como mucho 15, para hablar del fútbol alemán y el fútbol español.

En la mañana de caos del hotel "Me" -jefes y jefas de prensa corriendo de un lado a otro, actrices y actores de todo tipo promocionando una misma película, Marta Etura, diminuta, intentando sonreír a todo el mundo, el habitual conglomerado de cámaras, agendas y grabadoras-, Brühl mantiene la simpatía e incluso cree recordarme -"tu cara me suena", dice, pero no es posible, yo solo fui una más de entre mil caras del Festival de Dunas de hace tres años y medio, puede simplemente que mi cara sea demasiado común- y no deja de parecer entusiasmado con cada pregunta.

Brühl está ahí diez minutos y luego no está: igual que Moyà, igual que yo, necesita desconectar de su personaje, ponerse otras ropas mentales y volver al escenario. Brühl ahora mismo, miércoles por la tarde, no recuerda qué dijo de Schweinsteiger. Se verá en su suite del hotel, melancólico ante un televisor o una cena recalentada, y se preguntará si de verdad era él quien hablaba de Schweinsteiger ante el chico de cara inquietante. Probablemente, decidirá que no.

Sentirá que las cosas van bien o lo intuirá por la decoración del hotel y la televisión de plasma. Sabrá que está cansado porque genera expectativas. Pero no estará dispuesto a cumplirlas, eso lo dejará al otro. Él, mientras duerme, quizá se conforme con tener que pedirle a algún familiar muerto que le recuerde cómo fue aquello. Y sus mañanas serán tan increíbles como mis mañanas, porque yo diré "ayer entrevisté a Daniel Brühl" pero no lo creeré. Como mucho aceptaré que hubo un café con Tania. Tania me resulta comprensible, relajante. El resto, no.

Demasiadas veces me he imaginado como un suicida al borde de un precipicio, una imagen demasiado recurrente y poco original. Ahora sé que ni siquiera eso es así: este es un suicida que se tira, se vuelve a subir, se vuelve a tirar y así sucesivamente hasta que un día diga "Ya no hace falta", y ustedes se darán cuenta porque habré desaparecido de veras, o, como decía aquel libro que me recomendaba Hache continuamente: "El día que me vaya, no se lo diré a nadie".

Menos aún a una jefa de prensa.

El último milagro de Michael Jordan



“Jordan entrena, la ciudad de Chicago suda”. Ese era uno de los titulares de principios del año 1995, la exclusiva que desveló los coqueteos de la gran estrella de los Bulls con su ex equipo después de casi dos años alejado del baloncesto, perdido en melancolías y esfuerzos absurdos por ser lo que no era: un jugador de béisbol. Jordan entrenó, jugó y sumó tres anillos más. Veni, vidi, vici. Aquel fue su primer regreso y disipó cualquier duda: era el mejor jugador de la Historia. Volver pasada la treintena, tras dos años en blanco, y ganar tres campeonatos consecutivos siendo el MVP de cada final rozaba lo ridículo.
Para más gloria, Jordan consiguió retirarse dejando unos últimos 40 segundos de ensueño: dos canastas, un robo de balón y el sexto anillo en ocho años, justo en casa de su gran rival de la época: los Utah Jazz. No se puede ser más grande. Si no lo creen, vean esto y observen la reacción de Andrés Montes y Antoni Daimiel.
En 1998, fecha de su segunda retirada, Jordan ya tenía 35 años, uno más que Raúl González Blanco ahora mismo para que lo pongan en perspectiva. Seguía siendo el mejor del mundo con diferencia pero estaba para pocas bromas: Phil Jackson no renovó su contrato, Scottie Pippen fue traspasado y Dennis Rodman decidió irse con sus peinados a otra parte. Ante tal desbandada, Jordan prefirió dejarlo, el recuerdo de su última suspensión en Salt Lake City convertido en póster, las manos en la cabeza de cada espectador mientras veían cómo Bryon Russell caía al suelo y el número 23 se levantaba para lanzar.
Del Jordan fuera de las canchas se han dicho muchas cosas, pero casi todas están relacionadas con su competitividad o incluso su ludopatía. Jordan siempre ha sido un jugador compulsivo de póker y muchos relacionaron la muerte de su padre con asuntos de apuestas que nunca se confirmaron. Tener a un ludópata quieto y tranquilo en casa es complicado. Sin baloncesto ni béisbol de por medio, Jordan se planteó el reto de ser el mejor en los despachos. Hay algo adictivo en el empresariado, perder y ganar millones de dólares, la adrenalina subiendo en cada decisión…
En enero de 2000, Jordan se hizo con un porcentaje de los Washington Wizards, un modestísimo equipo de la Costa Este cuyo único éxito deportivo —único éxito para cualquier equipo profesional de la capital de Estados Unidos— databa de 1978. Aquello era un reto, desde luego, y sus primeros resultados dejaron mucho que desear: su primera temporada completa como director de operaciones deportivas acabó con los Wizards ganando 19 partidos y perdiendo 63.
La incomodidad de Jordan era manifiesta. Si algo tiene cualquier superestrella, aparte de ambición, es orgullo. Nadie que ha sido venerado por millones de personas quiere ver cómo millones de personas se ríen de él. Es algo más que competitividad, es instinto. Visto lo visto y ante la incapacidad de mejorar al equipo en los despachos, se decidió a mejorarlo en la pista. Después de firmar a Kwame Brown, prometedor pívot salido del instituto, como número uno del Draft de 2001, el mismo en el que Pau Gasol ocuparía el número tres, Jordan vendió su porcentaje de opciones, como demandan los estatutos de la NBA, y anunció su tercera aventura como jugador. A los 38 años. Después de tres inactivo.
Era una auténtica locura, casi una excentricidad. Jordan se jugaba su prestigio y aunque muchos queríamos volver a verle en las canchas conscientes de que un Jordan cuarentón seguiría siendo un Jordan competitivo, en nuestro interior anidaba ese miedo al ridículo ajeno, al empeño del atleta que, como si protagonizara un relato de John Cheever, se empeña en demostrar al mundo que sigue siendo el que fue, que siempre será el que fue, aunque sea mentira.
Con todo, apostar contra Jordan siempre había sido un mal negocio. Los Wizards tenían a Brown, al excelenteRichard Hamilton y a un veterano como Doug Collins en el banquillo que ya había lidiado con el de North Carolina en los 80. La pretemporada dejó un par de partidos que deslumbraron a la audiencia y exageraron las expectativas. Cuando los comentaristas de Canal Plus hicieron una porra sobre cuántos puntos metería Jordan en su primer partido oficial, ningún pronóstico bajó de los 30. Se quedó en 19. Su equipo perdió contra los Knicks.
No fue un gran año, a decir verdad. Se esperaba que metiera a su equipo en los play-offs y no lo consiguió. Su cuerpo empezó a parecer el de un veterano, algo más hinchado, unas décimas más lento, la rodilla dando problemas toda la temporada. Sin duda él esperaba más pero si miramos las cifras con atención, no hay duda de que son impresionantes: justo después de cumplir 39 años, Jordan terminó la temporada 2001/2002 como líder de su equipo en anotación (22,9 puntos por partido), asistencias (5,1) y robos (1,4). Eso, además, medio cojo. Su equipo consiguió 18 victorias más que la temporada anterior, lo que anunciaba un segundo año glorioso, una tercera retirada por todo lo alto.
Para conseguirlo, los Wizards traspasaron a Hamilton y ficharon a Jerry Stackhouse, por entonces uno de los mejores anotadores de la liga. Fue un error colosal. La línea interior, formada por Brown, Haywood y esa eterna promesa que seguía siendo Christian Laettner a sus más de 30 años, se mostró inconsistente. Larry Hughes aportaba, pero en una posición ya demasiado congestionada. Las mejoras no fueron tales. La rodilla de Jordan dio menos guerra pero el equipo no respondió.
Por supuesto, seguía habiendo algo mágico e inexplicable en la figura de la mayor superestrella que haya conocido el deporte contemporáneo. Cumplió 40 años y siguió teniendo partidos de 40 puntos en la liga más exigente del mundo. Aquello no era ninguna tontería. Jugó su último All-Star y le mojó la oreja a todos los jovencillos con una exhibición brutal. Mariah Carey le cantó su Hero y el público aplaudió lleno de fervor.
Cada partido era una despedida eterna. Aplausos y homenajes. La temporada de los Wizards se convirtió en la gira de un pre-jubilado. Lucharon hasta el último momento por entrar en play-off, por regalarle a Jordan la oportunidad de decir de nuevo “lo conseguí, triunfé, cogí al peor equipo de la conferencia y lo llevé a la lucha por el anillo”… pero no lo consiguieron. El último milagro de Michael Jordan nunca tuvo lugar. Quedó en cambio la estadística, por supuesto. En su última campaña como profesional, promedió 20 puntos, 6 rebotes y 4 asistencias jugando 37 minutos por partido.
Con 40 años cumplidos, insisto.
Jordan podría haber jugado dos años más o tres o incluso podría seguir jugando ahora mismo, ya rozando los 50. Hace poco le preguntaron “¿Todavía puedes machacar?” y su respuesta fue algo así como “¿Estás de coña?”. Un cuarentón que responde en la cancha como un veinteañero prometedor, ese fue el último Jordan. El mito no dejaba ver la realidad de un jugador que seguía siendo sobresaliente incluso en un equipo mediocre. Sí, podría haber jugado más años y seguiría en torno a los 20 puntos por partido con mayor o menor esfuerzo, pero él no quería eso, él quería la gloria. Volver a los 38 y llevar al peor equipo hasta la final. Probablemente ese fuera su sueño de ludópata.
La primera sensación cuando abandonó la cancha de los Sixers después de su último partido fue de una cierta decepción, como si esos dos años no hubieran servido para nada. No era del todo cierto. Aquellos años eran necesarios para humanizar el póster, para evitar los interrogantes. En la mente del aficionado siempre habrá dos retiradas de Jordan: la de la suspensión sobre el estado de Utah y la del empecinado veterano de los Wizards. Su leyenda es tal que ha conseguido que la segunda no eclipse ni empañe siquiera la primera.

martes, octubre 25, 2011

Granada 0-Barcelona 1



Hay un bajón en el juego del Barcelona. Es lógico. Si el equipo no está cansado, lo parece. Tensión competitiva desde agosto con las supercopas y tres partidos por semana. Sumen a eso unas cuantas lesiones en puestos clave, partidos con selecciones que incluyen en ocasiones viajes transoceánicos y tendrán algunas de las respuestas a los cuatro últimos partidos infames del club catalán.

Ahora bien, el problema es que la cosa no va a ir a mejor. Con el Madrid como rival, cada partido de liga tiene que ser una victoria y lo contrario se vive como un drama, basta con ver lo sucedido ante el Sevilla el sábado. En dos meses, el Barça se tiene que ir a Japón a ganarle el Mundialito al Santos de Neymar y Ganso y en medio queda certificar el primer puesto en la Champions, cosa que dependerá del partido que dispute en San Siro ante el Milan.

Un segundo puesto puede condenarle a un cruce más que delicado ya para empezar.

Hay una teoría que habla de ciclos en la preparación física del Barcelona cada temporada para llegar a los momentos clave en plena forma. Sinceramente, a veces cuesta verlo: el año pasado, el equipo parecía fundido en febrero y siguió pareciéndolo en marzo, abril y mayo. Sólo recuperó su mejor fútbol cuando, ya decidida la Liga y la Copa, se permitió casi tres semanas de descanso antes de jugar la final de la Champions League en Londres.

No sé si esto forma parte de uno de los estudiados planes quinquenales del cuerpo técnico culé. Es posible. Lo que es indudable es que el equipo ha bajado al menos dos marchas con respecto a sus primeros partidos. Curiosamente, lo que ha perdido en explosividad lo ha ganado en solidez defensiva, cosa que le criticábamos a principios de temporada. El Barcelona saca adelante los partidos con más oficio que espectáculo  y manteniendo su puerta a cero. Si no me equivoco, desde que Pablo Hernández marcara en Valencia, el equipo de Guardiola no ha vuelto a recibir un gol ni ha precisado de acciones heroicas de su portero.

Es triste decirlo dentro de tanta retórica grandilocuente, pero al final las ligas se ganan así: acumulando Zamoras. Poca gente recuerda que el Madrid fue el máximo goleador de las dos últimas ligas, pero no le sirvió de nada: la estructura defensiva del Barça multiplicó su competitividad. Este año, que no hay defensas y todo está cogido con alfileres, la cosa puede repetirse, aunque el doble tirabuzón que supone la elección de una plantilla así, sin delanteros ni centrales, ya se ha comentado ampliamente en anteriores artículos.

Ante el Granada, la victoria fue producto de la inercia. Juegan el campeón y un recién ascendido y gana el de siempre. Poco más. El juego fue atroz, especialmente en la segunda parte, cuando los locales se quedaron con diez.  Es absurdo pedirle al Barcelona que juegue maravillosamente bien 60 partidos cada temporada pero cuando engancha cinco como los jugados ante Sporting, Rácing, Viktoria, Sevilla y Granada… uno se preocupa, lógicamente.

No hay agresividad, probablemente porque no hay piernas. No hay ventajas y cuando las hay los jugadores no tienen la mente clara. El caso de Messi es paradigmático: hasta trece balones perdió contra el Granada, casi todos jugados en posiciones favorables. De nuevo, al equipo lo sujetaron Busquets, Iniesta y Xavi, autor del gol de falta en la primera parte. Isaac Cuenca apunta muy buenas maneras pero obviamente aún le falta. Pedro se lesionó –para lesionarse poco, los jugadores del Barcelona parece que están cogiendo carrerilla- y la entrada de Villa se tradujo en mayor embudo y un par de fueras de juego marca de la casa.

En serio, sé que me cebo y que es injusto y que Villa lo ha demostrado todo en el fútbol, pero verle pegado a la banda, solo, con la referencia de los centrales en su perspectiva y aun así empeñarse en colocarse medio metro por delante justo en las narices del juez de línea me descompone. No lo entiendo.

Los últimos minutos fueron un reflejo de la situación actual del Barcelona: jugando ante un equipo muy inferior que tenía un jugador menos, los de Guardiola se limitaron a rondar el área como un equipo de balonmano, sin ninguna profundidad, casi con pereza. Es cierto que Messi perdió muchos balones, pero también es cierto que fue el único que encaró. El resto, desaparecidos. Tuvo incluso el empate el Granada en un par de balones en profundidad que resultaron en fueras de juego cuando Geijo y Benítez se plantaban solos ante Valdés. El segundo lo fue, el primero no lo pareció.

En cualquier caso, la situación era absurda: el Barça no puede exponerse a que un juez de línea decida en centésimas sobre milímetros. La presión de los delanteros y los medios fue inexistente y quiero pensar que fue una cuestión de físico más que de actitud. La actitud, a estas alturas, está fuera de toda duda.
Es pronto para sacar conclusiones en cuanto a la competición se refiere. Si Levante y Real Madrid empatan mañana, el Barcelona volverá a ser líder y todo serán parabienes. Las preocupaciones son las de principio de temporada: el Barça tiene tres centrales, dos están lesionados y uno no cuenta ni para un minuto, lo que obliga a un lateral y un medio centro a jugar fuera de posición, a Busquets a tener que jugar todos los partidos –y cuando no juega, ya vimos- e impide que Alves se suelte en ataque, siempre atento al cruce atrás.

Para más inri, decidió contar solo con un delantero centro en toda la plantilla: David Villa, que juega de extremo. Todo lo demás son falsos nueves que a veces funcionan y a veces no. Pedro, Alexis, Afellay y Soriano, los acompañantes naturales de Villa y Messi arriba, están lesionados. Aunque no lo estuvieran, se antojan pocas bazas en ataque. A mí no me preocupa que un partido se empate y el otro se gane por la mínima jugando mal. Me preocupa la planificación porque ya me preocupaba en agosto.

Quedan 45 partidos, en el mejor de los casos, y el equipo parece cansado. Si es una táctica, hace bien en sobrevivir como sea, esperando tiempos mejores. Si es el reflejo de una acumulación de partidos, el año se va a hacer muy largo.

lunes, octubre 24, 2011

Entrevista a Carlos Moyà



Lo primero que sorprende de Carlos Moyá en las distancias cortas es su enormidad física. Un cuerpo trabajado a base de excesos de alta competición, más de 1,90 de altura, media sonrisa en la boca, algo que podría ser timidez pero resulta simplemente tranquilidad. Lo segundo que llama la atención es su inmenso sentido de la educación. Conforme pasamos por el Club Social Santo Domingo, en las inmediaciones de Algete (Madrid), donde ha abierto la SD Tennis Academy junto a su amigo Roberto Carretero, una escuela de tenis para niños y mayores que quieran perfeccionar su juego hasta llevarlo al más alto nivel, Carlos saluda a todas y cada una de las personas con las que nos cruzamos. 


No es la pose de un maestro de ceremonias, es algo mucho más natural. Conoce a la gente por su nombre, intima, bromea, incluso saluda a los trabajadores que abundan en un Club de Campo que aún está por reformar del todo. Hay algo en Moyá que se escapa a la visión frívola del deportista de élite que lleva 17 años en los periódicos, las revistas, rodeado de patrocinadores, mujeres hermosas, dinero a raudales. Moyá simplemente es un tipo normal. Sentido común. 


En medio del caos, él parece tranquilo, como si nada le supusiera esfuerzo alguno, pero es mentira, tiene que ser mentira. Si se ve desde cerca, su vida ha sido una dedicación casi completa al esfuerzo durante casi dos décadas. Pocos lo saben, pero Moyá se retiró el año pasado siendo uno de los diez jugadores de la historia de la Era Open con más semanas consecutivas en el Top 100. Diez de entre decenas de miles. Decenas de miles de entre millones que cada día pasan bolas con sus vecinos. No, tanta constancia no puede ser fácil. 

Borg ganó once Grand Slams y a los 25 años se retiró para vivir a lo grande, ¿qué hace a un profesional aguantar dolor y lesiones hasta los 34? 

Bueno, cada atleta es una circunstancia distinta. Borg empezó muy joven, sus aspiraciones y ambición debían de ser máximas y cuando vio que le iba a costar más ganar Grand Slams, sobre todo desde la aparición de McEnroe, igual le pudo. La vida que había llevado había sido tan dura, con tantísimas horas de entrenamiento, que cuando empezó a descubrir cosas nuevas y encontró un jugador que le superaba lo dejó… En mi caso es distinto, a mí me encantó siempre jugar a tenis, me encantó viajar, me encantó sentir el cariño de la gente, del público… Competir. Y en ese sentido, es algo que pude conseguir hasta los 34 y porque una lesión me impidió seguir. Pasé por una operación, no salió muy bien y, bueno, decidí que era mejor parar.

Hasta ese momento no pensaste nunca “Mira, ya lo he conseguido todo, he ganado la Davis, he sido número uno del mundo, he ganado un torneo del Grand Slam… ¿para qué seguir con esto?” 

Sí que lo piensas. Lo piensas a menudo. No por el hecho de haber conseguido lo que has conseguido, sino porque ya has tenido demasiado, ya es suficiente, necesitas parar, relajar la cabeza sobre todo… Si piensas en caliente, sí, te retiras 50 veces, pero luego piensas en frío y te das cuenta de que esa es tu vida y que es lo que te gusta hacer.

 Después de perder contra ti en Australia en 1997, Boris Becker decidió no participar en Roland Garros, “Ya estoy mayor para que un español me haga correr de lado a lado de la pista”, dijo, con tono algo despectivo. ¿Hasta qué punto el concepto ser español ha ido cambiando en los últimos años? 

Creo que mucho. Al principio éramos una especie solo adaptada a jugar en tierra batida, o era como nos veían fuera… Eso poco a poco fue cambiando; a partir de mi final de Australia en 1997 la gente empezó a ver que podíamos jugar en pista rápida. Yo tenía un juego más agresivo, que quizá no era lo habitual en esa época, y me di cuenta de que el reparto de los puntos del circuito tendía a beneficiar a los que jugaban torneos en pista rápida. A lo mejor antes la mitad se jugaba en tierra y la otra mitad en rápida pero poco a poco ese equilibrio se fue rompiendo, con lo cual, para estar arriba del todo no te bastaba jugar solo en tierra. Yo siempre lo tuve muy claro y ya al empezar mi carrera me iba a jugar muchos torneos en pista rápida sabiendo que iba a perder pronto, pero quería tener esa experiencia y aprender a jugar en todos lados.

Manolo Santana siempre dijo que tu juego se adaptaba perfectamente a Wimbledon. Sin embargo Londres nunca se te dio bien… 

Es que en Wimbledon intervienen otros factores. Yo era un jugador que iba mucho al ataque pero me gustaba que la bola botara y allí la bola no bota nada, hay que acelerar muchísimo y a mí no se me daba nada bien, la verdad; me adaptaba tarde y quizá la manera que tuve de tomarme las transiciones de tierra a hierba no fueron las adecuadas para aspirar a lo máximo. Pero también los jugadores que había entonces en pista de hierba hacían muy difícil que pudieras avanzar. Aparte de que la superficie era más rápida que la que hay actualmente… y que teníamos otra mentalidad. Es verdad que una parte quizá fuera fallo mío.

Si cuando empezaste a jugar profesionalmente, en 1994, te dicen que España va a ganar cuatro Copas Davis o un campeonato del mundo de fútbol, ¿qué te hubieses creído? 

El Campeonato del Mundo, porque cuatro Davis… A ver, el campeonato del mundo, si tienes tres semanas muy buenas, eres uno de los favoritos y te sale todo…

Lee la entrevista completa en la revista JotDown, incluídas las fotos de Gonzalo Merat

domingo, octubre 23, 2011

Reiniciando Euskadi


Eguiguren dice de su negociador de ETA, cuando esas negociaciones, precisamente, se acabaron, los tiempos del "el año que viene estaremos mejor que este": "Me dijo que me comprara seis corbatas negras... y las tuve que comprar, porque siguieron matando". Luego le matiza a Jordi Évole: "Pero yo también le dije cosas, ¿eh? Le dije que si rompían la tregua se iban a pasar la vida en la cárcel". Luego balbucea algo sobre el perdón y el olvido, algo que viene a decir que no, que nadie pasará la vida en la cárcel. Las corbatas negras sí, pero la vida en la cárcel no, porque eso es el pasado.

Eguiguren habla de Otegi como "un hombre de paz". No es el primero en decir cosas así. Espera su liberación y prepara una botella de champán para celebrarlo, luego hace cálculos políticos curiosos: "Le conviene que le dejen en la cárcel hasta antes de las Autonómicas y que luego le saquen, nos quitará votos a los autonomistas, pero en España estas cosas se hacen así". ¿Qué cosas, Eguiguren?, ¿qué cosas se hacen así?, ¿se saca y se mete a la gente de la cárcel por un cálculo político, en serio? ¿Y quién lo hace, España? ¿Y quién es España, Eguiguren, quién toma las decisiones políticas en España si no es su partido o el de enfrente?

Eguiguren dice que mataron a Isaías Carrasco -"un hermano"- delante de su mujer. De la mujer de Isaías, se entiende. Ese día tuvo que llevar corbata negra. Luego vuelve a balbucear y hace un gesto como "bueno, esto funciona así". Retoma lo de Otegi: "No es mi amigo, es mi amigo político solo, juntos hemos traído la paz a Euskadi". La paz. Algunos premios Nobel de la Paz: Kissinger, Arafat, Obama... Si matas al número suficiente de gente durante suficiente tiempo -"el terror", lo llaman- siempre habrá alguien dispuesto a darte un premio cuando decidas que lo dejas.

Otegi no tiene premio, tiene champán esperándole. El champán de Eguiguren.

Lo bueno de Jordi Évole es que deja hablar. Évole es mil veces más efectivo que Ana Pastor precisamente porque permite que el entrevistado se retrate. Eguiguren parece harto de todo. Dice que no ha sido el último socialista que negoció con ETA, luego dice que sí, luego sonríe y mira al infinito. Sí, se aburre. "La libertad es poder hacer las cosas más tontas", dice, como si para poder hacer algo bastara con que no te maten por hacerlo. "Tomar algo por el Viejo", se dice en Twitter. Claro, Rosa Díez tomando algo por el Viejo. O Savater. Con libertad.

Eguiguren. La definición perfecta del zapaterismo. Hay algo brillante en lo que dijo Arcadi Espada el otro día: lo humillante que para ETA suponía ser derrotado por el presidente más inepto de la democracia española. Se quedó corto: ser derrotado por ese presidente con este secretario general negociando, enfriando botellas de champán, calculando y farfullando incoherencias. Ni política ni palabras. Eguiguren. El reto en Euskadi es una política en la que los Eguiguren no pinten nada. No por buenos o por malos sino por ineptos.

El reto en Euskadi. El reto en España. Zapatero y Rajoy. Eguiguren. La línea recta de la mediocridad extendida hacia el infinito.

Las futbolecciones de Jorge Valdano


Siempre ha habido algo extraño en la relación entre Jorge Valdano y el fútbol como deporte a la antigua: aquellos estadios de Las Gaunas, Atocha, Carlos Tartiere... el barro manchando las medias y las camisetas de los jugadores y el argentino impertérrito gritando en la banda "toque, toque, toque" con Ángel Cappa al lado mesándose el bigote. El lugar natural de Valdano, delantero centro de choque y remate en su momento, parecía más bien la cátedra. Se sentía cómodo. Se le daba bien.

Atizarle ahora a Valdano parece fácil porque se ha convertido en el antihéroe dentro de la narrativa del antihéroe, es decir, una némesis al cuadrado. Sin embargo, en 1994, Valdano era un hombre de un prestigio enorme: no solo había salvado al Tenerife del descenso en su primer año sino que le había llevado a Europa el año posterior y se había defendido muy bien en la UEFA para ser un equipo que aparecía poco menos que de la nada.

Un año después, ganaría la liga cómodamente con el Madrid rompiendo cuatro años de dominio barcelonista, 5-0 incluido. Era el rey del mundo.

Sin embargo, incluso entonces había un punto de distancia infinita entre la realidad y Valdano. El fútbol entendido como plan quinquenal: su empeño en apartar a Zamorano y a Amavisca del equipo hasta que se dio cuenta de que el equipo no era nada sin Zamorano ni Amavisca. Valdano, como decía Manuel Jabois en aquel memorable artículo sobre Xavi y el Barcelona actual, no solo necesitaba ganar sino necesitaba poder explicártelo. Sin narrativa no había triunfo real.

En ese sentido, su apogeo llegó en el verano del Mundial de Estados Unidos. Un equipo de TVE se desplazó a Tenerife a grabar unas sesiones de entrenamiento con juveniles de Valdano y Cappa. En un ataque de modestia lo llamaron "futbolecciones". La verdad es que aquello era la hostia, más que nada porque los mini-reportajes de cinco o diez minutos te llegaban en medio de un Bolivia-Corea del Sur con siete medio centros defensivos y te parecía que te habías equivocado de canal.

Clemente en el banquillo y Valdano en la televisión. El orden de las cosas.

Recuerdo algunas de aquellas "futbolecciones" con cariño y creo que coincidía en todas ellas: la ubicación del delantero, el achique de espacios, el concepto del toque y el equipo como "once jugadores y no diez jugadores y un portero". Cada frase tenía la contundencia de cualquier frase pronunciada por un argentino y su estética. Todo en Valdano es estética hasta sus últimas consecuencias. De ahí, probablemente, que al primer fracaso se borrara del mapa táctico.

Alguien debería recuperar esos reportajes, esos "toco y me voy" de cinco minutos. Aunque solo sea para poder leer los cientos de mensajes de la yihad mourinhista al respecto. Toque, toque y toque. Por lo que veo no están ni en YouTube. Qué desprecio a la belleza, a la nostalgia, a mi hermano y yo borrachos en Villalba pasándonos una lata de Coca-Cola con los pies imitando acento porteño.

Barcelona 0-Sevilla 0



El Barcelona entró en el partido con un respeto quizás excesivo hacia el Sevilla. No digo que el Sevilla no se lo haya ganado, suyo es el único título de equipo español en competición contra Barcelona o Real Madrid durante los últimos tres años, pero la línea de cuatro con falsos centrales acompañados de Keita como pivote siempre da problemas. Contra los de Marcelino no fue una excepción.

Puede que fuera una cuestión táctica o de recursos de plantilla: Busquets no puede jugar todos los partidos –aunque debería- y Mascherano está relegado a la defensa simplemente porque este equipo no tiene centrales en su plantilla y los que tiene o están lesionados –Piqué, no sabemos si Puyol- o no cuentan en absoluto para el entrenador –Fontàs- y no diremos que por capricho: los únicos minutos oficiales del canterano esta temporada fueron un despropósito continuo.

Frente a eso se plantó un Sevilla poderoso. Todos los equipos del Sevilla desde Caparrós han sido huesos duros de roer: cada año alguien se va y alguien llega pero hay una especie de marca común: mentalidad competitiva, entrega, contundencia, capacidad para llevar el partido donde interesa. De acuerdo, esta crónica sería distinta sin las paradas de Javi Varas pero antes de las paradas de Javi Varas hubo un trabajo defensivo descomunal, un repliegue ordenado de dos líneas cerradas de cinco con el sacrificio de todos sus jugadores, el vaporoso Jesús Navas a la cabeza.

Del compromiso y la solidaridad del Sevilla nacieron los problemas del Barcelona, problemas que Varas multiplicó, por supuesto. El Barcelona no supo atacar la defensa andaluza –más andaluza que nunca, que diría el maestro- y cuando consiguió oportunidades aisladas, el portero rival supo intervenir con una gama de recursos sorprendente: paradas de reflejos, colocación perfecta, solidez en los centros aéreos…

El partido fue una exhibición de Varas pero no lo fue menos de Cáceres o Medel, siempre contundente en su marca a Messi, desaparecido en combate. El partido del argentino fue de los peores que se le recuerdan. Si cuando juega bien, se dice, no veo por qué hay que callarlo cuando juega mal. Messi jugó un partido espantoso, leyendo mal el juego de manera continua, buscando pases imposibles, perdiendo innumerables balones y culminando su actuación con un penalti muy mal tirado en el último momento.

¿Desacredita esto al argentino como mejor jugador mundial? No, simplemente tuvo un mal día. Cuando yo tengo un mal día no hay cinco millones de personas mirando.

En cualquier caso, el problema del Barcelona volvió a llamarse Busquets. La importancia de este jugador en el equipo se nota cuando juega pero se nota aún más cuando no juega. El recurso de Keita es un suplicio para jugador y aficionados y a uno le gustaría ver a Oriol Romeu en partidos así, comprobar si era verdad que no tenía sitio en esta plantilla con tantas lagunas. Thiago estuvo desconectado del juego, algo sorprendente dentro de una temporada sobresaliente y Villa cumplió con las expectativas: un buen puñado de fueras de juego y torpeza inaudita en el área.

Lo del asturiano es un misterio incluso para mí, no me pidan explicaciones.

Dentro de la desesperación, el Barcelona se agarró a Iniesta y de sus botas llegaron las mejores oportunidades, especialmente cuando cayó a banda izquierda. La entrada de Pedro para ocupar esa posición no mejoró en absoluto el juego, al revés, lo empeoró. Probablemente, la mejor versión del canario habría revolucionado una posición donde enfrentarse a un Cáceres agotado empezaba a ser un chollo, pero no estamos ante la mejor versión del canario.

Reducir el partido a “es que el portero lo paró todo” sería injusto. Igual de injusto sería decir que el Barcelona no jugó bien o no mereció ganar. Tuvo oportunidades de sobra para hacerlo. Pero sí es cierto que se echó en falta la comodidad, la continuidad, la sensación de superioridad. El nefasto partido de Messi en el juego entre líneas, su especialidad, influyó mucho, por supuesto, pero el problema venía de más atrás, de la construcción, la generación de espacios.

El Barcelona no supo manejar bien el partido y cuando miró al banquillo encontró a un Pedro fuera de forma, que no hizo sino taponar a Adriano, descolocar a Iniesta y perder el balón en una sucesión de ataques de ansiedad y a un Cesc recién salido de una lesión al que no podemos exigirle el cien por cien. Aparte de eso, señores, no hay nada, así que vayan acostumbrándose.

Comenté al principio de temporada que el Barcelona probablemente jugaría los mejores partidos de la era Guardiola con esta táctica del todo o nada… pero que probablemente fuera menos competitivo. De momento, esta es la temporada con menos puntos en los últimos cuatro años. Lleva 18 en 8 partidos, 5 de ellos jugados en casa. No es para tirarse de los pelos pero empates como el de Anoeta o el de hoy ante el Sevilla hacen dudar de la solidez de esta plantilla.

Juegas con fuego y un día el portero contrario lo para todo, la defensa se cierra con orden, y te dejas dos puntos. La lucha con el Real Madrid, un año más, promete ser épica, y, además, con estos mismos jugadores hay que afrontar otras tres competiciones, Mundialito incluido. ¿No será demasiado pedir?

En fin, el partido acabó en una tangana absurda y un drama previsible: el partidazo de Varas se medía a la desconexión de Messi y el portero sevillista se llevó la victoria. Lo que pasó en medio es difícil de explicar: un estado de nervios propio de una semifinal de Champions o de Copa pero no del octavo partido de liga. Qué cable se cruzó en la cabeza de Kanouté, qué hizo que los jugadores de ambos bandos se liaran en discusiones sin final cuando el árbitro había pitado lo correcto, un penalti sobre Iniesta bastante claro, zancadilleado por la pierna levantada de un defensa en entrada tardía, no lo sabremos nunca.

A veces uno piensa que casi es mejor, que si Messi hubiera marcado ese gol nos habríamos pasado semanas tirándonos los trastos a la cabeza por una jugada meridianamente clara. Al final de temporada, si me preguntan, probablemente no conteste lo mismo. Cada empate es una derrota en una liga donde habrá pocos empates y aún menos derrotas para los dos grandes. Las críticas nunca son a la totalidad porque ni este equipo ni su entrenador las merecen, pero sí abundan en lo mismo desde principio de temporada: una plantilla corta conlleva riesgos. No solo lesiones, sino jugadores fuera de posición y pocas novedades en el banquillo.

Si a eso le sumamos un gran entrenador como Marcelino, una defensa que se mueve como un acordeón y un portero en estado de gracia, encontramos muchas razones para que la merecida victoria culé se convirtiera en un empate. Y que nadie se equivoque: en fútbol ni hay victorias morales ni merecimientos simbólicos. Hay puntos. El Barcelona sumó uno, es decir, perdió dos. Tuvo algo de milagroso pero quedarse en eso es simplificar.

sábado, octubre 22, 2011

Mi artículo sobre ETA


Al principio pensé que no tenía demasiado que decir al respecto. Que no tenía una opinión, me faltaba demasiada información, demasiados detalles... o quizá simplemente entendía demasiado a todo el mundo. Entonces fue cuando entré en una especie de ataque de exigencia, como si mi enfoque "intelectual" fuera realmente necesario para el mundo, como si el país me estuviera esperando, y se me vino una idea a la cabeza: la idea del maltratador y la mujer maltratada. Hasta qué punto funcionamos todos como mujeres maltratadas y hasta qué punto ETA ha funcionado como un maltratador que de repente decide colgar el cinturón.

La credibilidad del maltratador que dice "Ya no más, cariño, te juro que ya no más, no volveré a hacerlo" y cómo puede llegar a ser normal y razonable que ante el cese inmediato de la amenaza, algunos reaccionen con desconfianza, con el "no te creo" que nos dicta la experiencia de 50 años de palizas y otros reaccionen con alegría y lo vayan a celebrar con sus amigos.

El enfoque no daba mucho más de sí, es cierto, y además, para cuando yo encontré tiempo -digo "tiempo" pero en realidad es un eufemismo: yo pretendía escribir un artículo serio, razonado y distinto sobre el final de ETA en plena avalancha de artículos y sentencias de 140 caracteres y además pretendía hacerlo en 25-30 minutos, entre Sanchinarro y Tres Cantos, y después venderlo. Con dos cojones- la comparación ya se había hecho.

Pese a todo, lo intenté, como siempre: empecé muy dramático, es decir, empecé por la metáfora y la metáfora acabó empantanándolo todo. No solo era moralista sino que además era cursi. Lo borré entero cuando ya había llegado al quinto párrafo y me pregunté: "¿Realmente tienes algo que contar sobre esto?, ¿realmente tienes una opinión sobre lo que va a pasar o crees que puedes meterte en la cabeza de gente que ha vivido con el terror y la muerte durante decenas de años?, ¿desde qué atalaya te crees exactamente que pontificas?

Y decidí que no, que no tenía sentido dedicar solo 30 minutos a algo tan serio, desde luego no con metáforas, no sin saber qué demonios nos espera. Que mejor era esperar y ver. Con una sonrisa en la cara porque, yo lo siento, pero que ETA diga que se rinde -aunque no lo diga- me alegra y decir, como Rubalcaba, que saber que cuando salgas de un mitin no vas a necesitar mirar debajo de tu coche es su idea de libertad, puede ser demagógico pero es verdad.

Lo que pasa es que en seguida la humildad se me pasó. Duró lo que duran ocho horas de sueño. Por la mañana ya pensaba cómo afrontar el tema: una petición de término medio. Un mínimo respeto a la alegría o a la desconfianza pues ambas tenían sentido y justificación. Algo que pudiéramos compartir, como si entre todos hubiéramos derrotado a ETA porque, si ETA de verdad ha sido derrotada, el mérito es más de unos que de otros, pero la resistencia de la democracia, de la sociedad demócrata, ha sido encomiable.

Escribir que no tenía sentido seguir echándonos mierda: si desconfías de ETA como se desconfía de un maltratador súbitamente arrepentido eres un hijo de puta miserable que no quieres la paz. Si celebras la decisión eres un iluso, un estúpido, un cómplice ad-hoc de los asesinos, dispuesto a vender la democracia que has defendido -a veces con tu sangre- al primer postor con capucha.

Pensé que tenía sentido manejarse en esos términos medios. Saber que lo ideal, sí, es que pidan perdón, que se disuelvan, que entreguen las armas y que entren en prisión. Todos. Saber, también, que ese debe seguir siendo el objetivo del Estado de Derecho... pero poder conformarse con un primer paso. Aunque solo sea un primer paso, disfrutar de él. No ya porque nos estén haciendo un favor, sino porque les hemos derrotado, les hemos arrinconado, les hemos convertido en una banda de ridículos bufones cuando pretendían ser héroes de la patria.

Pero no, un artículo así no tendría cabida en ningún lado. Algunos me llamarían rencoroso, intolerante y cerrado al diálogo. Otros me acusarían de hacerle el juego a Bildu, a Sortu, a Otegi, al PSE, a Rubalcaba, a UNICEF y a Ovrebo... Así que lo mejor, supongo, sigue siendo callarse, esperar la tormenta de opiniones, observar y a partir de ahí sacar conclusiones.

Sí, eso a menudo es lo mejor: callarse. El mundo necesita gente que se calle.

viernes, octubre 21, 2011

El santuario de la Chica Langosta


La Chica Langosta parece tranquila y feliz cuando habla conmigo en sueños. Incluso aunque no hablemos de su marido y sus hijos, siga teniendo las mismas formas adolescentes y me invite a ir al Retiro a buscar su pequeño escondrijo, donde la espera una especie de santuario de su juventud: reliquias guardadas, antiguos secretos, verdades a medias.

Me pregunto –dentro y fuera del sueño- si sería verdad que ese santuario existió en algún momento, eso o algo parecido, pero no soy capaz de recordarlo. Por supuesto, fui muchas veces al Retiro con La Chica Langosta y volví con la cara roja haciendo juego con una sonrisa estúpida, pero poco más. Me pregunto si tendría sentido, si es la metáfora de algo.

En el sueño, encontrábamos todo tipo de gente en el camino, mi hermano entre ellos, y nos preguntábamos cómo era posible que tuviéramos ya 34 años con ese punto de orgullo de "llegamos a esto juntos, después de todo". La importancia del "después de todo". La melancolía. Esa es la parte más increíble del sueño porque la Chica Langosta nunca se permitió la melancolía, en ningún momento. Cuando yo, a los 17, ya gritaba como Michi Panero “Éramos tan felices, éramos tan felices” -y al menos una noche, en el Desert, se lo grité a ella- la Chica Langosta preparaba su futuro como un plan quinquenal.

En fin, volvamos: la Chica Langosta, justo antes de la salida de un Gran Premio de Fórmula Uno, un asiento a su lado, un taburete de bar más bien. Ella vive en una euforia contenida y yo prefiero quedarme atrás, apoyarme en ella, demostrarle que sigo estando ahí y que de alguna manera necesito que ella esté ahí, que ese debería ser el trato. Un trato que ella acepta y me toca de vez en cuando, muy fugazmente, toma de contacto casi animal y luego ya El Retiro, la excitación, la sensación de que vas a encontrarte con algo adolescente, esa última y vana esperanza del treintañero.

La ilusión del santuario de la Chica Langosta.

Si lo pienso, ahora, despierto, perfectamente podría haber sido así en la realidad, es decir, sí, tenía sentido:  podría  haber tenido su escondrijo con fotos y escritos guardados entre pinos o enterrados en algún lado. El Retiro del sueño, al fin y al cabo, es un Retiro con cuevas. La Chica Langosta podría haber creado una ficción en medio de un parque enorme para así evitar su soledad y compartirlo conmigo porque era demasiado consciente de la mía… pero me sigue sin cuadrar que ella lo recordara años después como algo bonito, que mirara atrás.

No desde luego ahora, casada y con un hijo, insisto, y aunque yo quiero sacar el tema no me atrevo, no toco el tema del matrimonio y la maternidad sino que me limito a verla sonreír y la sigo -¿o es ella quien me sigue a mí?- sin hablar casi, porque la Chica Langosta y yo apenas hablábamos y si no nos atrevemos a tocar el presente, más absurdo sería recordar nada de lo que pasó 15 años atrás y hacerlo con el mínimo de nostalgia que se requiere dentro de los sueños. No. A mí me vale con eso: con su calma y su felicidad. Imaginarla así: adolescente y a la vez treintañera. Sueño y a la vez realidad.

Fue bonito, ya digo. En el fondo, cien Chicas Langostas imaginarias valen lo mismo que cien Chicas Langostas reales. La vida en los márgenes de Sanchinarro.

jueves, octubre 20, 2011

El 20-N y el fantasma del populismo



Uno de los grandes mitos de la sociología es que el español “vota con el bolsillo”. Es una verdad muy matizable, por decirlo amablemente. Algunos ejemplos: el PSOE de Felipe González ganó en 1993 con una situación económica insostenible y perdió tres años más tarde cuando los números, mal que bien, empezaban a cuadrar. Asimismo, no había ningún factor económico en marzo de 2004 que no influyera en la primavera de 2000 y la mayoría absoluta del PP se convirtió en una sonada derrota.
Si no piensa en el bolsillo, ¿en qué piensa el votante español? ¿En la ideología? Eso va camino de convertirse en otro mito vacío. La desconfianza creciente en los políticos, un síndrome extendido a lo largo de la historia de nuestro país pero que ha vuelto a repuntar con la incapacidad manifiesta del gobierno y la oposición de explicar la crisis económica de una manera medianamente sensata, descubriendo todas sus miserias, lleva camino a su vez de provocar una desconfianza total hacia las recetas preconcebidas.
El votante lo que quiere son soluciones concretas a problemas concretos y, a ser posible, que le cuesten poco y lleguen cuanto antes.

La situación es, pues, un peligroso caldo de cultivo para el populismo. Cualquiera que se presente “al margen de los partidos tradicionales” y prometa algo con un mínimo de convicción está llamado a conseguir un buen puñado de votos de castigo. En las últimas elecciones municipales ya vimos algo parecido a esto, lo que pasa es que apenas se mencionó: todo el análisis periodístico se centró en si el mapa era rojo o azul, sin más matices.
Es cierto que el votante de centro-izquierda abandonó al PSOE de manera masiva, pero también es cierto que ese votante no se pasó al centro-derecha, como venía haciendo en los últimos 15 años. Los socialistas perdieron 10 puntos, pero el PP apenas subió un 2%, una cantidad ridícula teniendo en cuenta el descalabro de su máximo adversario político.
Un mapa azul no oculta que, donde el votante de centro-derecha pudo no votar al PP, no lo votó. En Asturias, votó a Cascos; en Navarra, votó a UPN y en Madrid...
Puedes leer el resto del artículo, completo, de manera gratuita en El Imparcial, dentro de mi nueva sección "La zona sucia"

miércoles, octubre 19, 2011

La Champions de Romario



Cualquier descripción de Romario estará siempre intoxicada por aquel “es un jugador de dibujos animados” que escribió Jorge Valdano cuando aún era entrenador del Tenerife. Es muy complicado ahora salirse de ese esquema, quizá lo más inteligente sea redundar en él o al menos explicarlo: en efecto, Romario era un jugador imprevisible y genial, que aparecía de la nada, aceleraba, frenaba, definía a la perfección y que, como el Correcaminos, cuando el central de turno quería aplastarle con una apisonadora marca ACME, él ya había desaparecido del sitio.
Su fichaje por el Barcelona no sólo no fue fácil sino que además resultó tardío. Después de años ganándose la vida en el PSV post-Hiddink y haciendo méritos para fichar por un grande, las negociaciones entre el club holandés y el catalán no llegaron a buen puerto hasta el verano de 1993 por un precio, estratosférico, de 10 millones de dólares. Por entonces, el equipo de Johan Cruyff ya había ganado tres ligas consecutivas por primera vez en su historia y había roto su maleficio en la Copa de Europa con el gol de Koeman en Wembley ante la Sampdoria.
Así las cosas, llegaba Romario al Barcelona con la idea de ponerle la guinda al pastel: un delantero centro, aquello de lo que Cruyff renegó durante años, colocando ahí a Laudrup o a Alexanko, según fuera el partido. El único que se había hecho un lugar en esa posición de manera más o menos estable y como suplente más que como titular había sido Julio Salinas, probablemente más por su relación con el juego de espaldas y su capacidad para ejercer de pivote en ataque, que por su relación con el gol, siempre tan delicada.
Romario era lo contrario de Salinas: un cuerpo enjuto, incluso regordete, muy pocas ganas de chocar contra ningún defensor, escasísima participación en el juego y una habilidad para marcar goles fuera de lo normal. La llegada del brasileño supuso en la práctica el principio del fin del “Dream Team” y las razones fueron más allá de lo futbolístico: hablamos de la época en la que los equipos podían tener cuatro extranjeros en plantilla y como mucho tres a la vez sobre el terreno de juego. Con Koeman y Stoichkov como referentes inalterables, el gran perjudicado fue Michael Laudrup, la clase de jugador que uno no admira del todo hasta que no se va al máximo rival y te gana una liga.
Aquella temporada del Barcelona fue muy extraña, mucho más de lo que dicta la literatura al respecto. Sí, ganó la cuarta liga, pero hizo falta que González  le parara a Djukic un penalti en el último suspiro, recibió la friolera de 42 goles y combinó grandísimas actuaciones con otras pésimas. Todos recordamos la cola de vaca con la que Romario deleitó a Alkorta antes de marcar uno de los 30 goles que le convertirían en Pichichi o la genial vaselina del brasileño en una de sus pocas combinaciones con Laudrup, en el campo del Osasuna, pero no todo fue maravilloso aquel año: la derrota en el Calderón después de irse 0-3 al descanso, la pifia en casa contra el recién ascendido Lleida (0-1) … el resumen del año podría reducirse a las jornadas 23 y 24: después de perder 6-3 contra el Zaragoza, el Barça le ganó 8-1 al Osasuna.
Así era aquel Barcelona del tardo-cruyffismo: un equipo genial pero deslavazado, capaz de lo mejor y de lo peor y abonado a los goles de su delantero centro para seguir adelante. La memoria lo pinta todo de un color maravilloso pero la organización defensiva de aquel equipo, especialmente en el Camp Nou, era un desastre, como se empeñaba en demostrar Heynckes cada vez que pisaba el campo con su Athletic de Bilbao.
En fin, paralela a su azarosa andadura en la Liga, el Barça siguió una trayectoria bastante sólida en la Copa de Europa, aquellos tiempos donde solo el campeón de cada país tenía derecho a jugar la competición del año siguiente.  Después del susto inicial contra el Dinamo de Kiev, nueva muestra del Dr. Jekyll y Mr. Hyde en el que se había convertido el equipo, los de Cruyff se manejaron muy bien en una competición extraña: la única fase de grupos la saldó con cuatro victorias y dos empates y se clasificó para las semifinales de manera automática.
Eran unas semifinales raras, a único partido, y en el campo del mejor clasificado. En este caso, el rival fue el Oporto de Vitor Baía, CoutoSecretario y compañía. No hubo margen para la sorpresa: 3-0 con dos goles de Stoichkov y uno de Koeman y a la final de Atenas ante el todopoderoso Milan, las dos grandes escuelas de los 90 frente a frente: el juego ofensivo e impredecible de Cruyff contra el método, el rigor y la fortaleza defensiva deCapello.
Todo recordaba a 1992: la victoria de liga apenas unos días después invitaba a un nuevo doblete, la contundencia de aquel tramo final de temporada y la llegada de Romario suponían una pequeña ventaja ante un equipo que, desde 1990, había acumulado extrañas derrotas y sanciones, sin por ello perder el dominio de la liga italiana. La transición de los GullitVan Basten y Rijkaard a los DesaillyBoban y Savicevic había sido rápida y suave, con el pequeño fracaso de Papin como asignatura pendiente.
Formando la guardia pretoriana seguían los de siempre: RossiTassottiMaldini, DonadoniAlbertini  y compañía.
Aquel duelo de transatlánticos, aquella Champions League que llevaba el nombre del rutilante Romario, acabó mucho antes de lo esperado: el Milan se limitó a hurgar en las carencias defensivas del Barcelona, agobiar la salida del balón, crear superioridades en todas partes del campo y encauzar el título al descanso con dos goles de un invitado sorpresa, Massaro, rematados al poco de empezar la segunda parte con un tercer gol, un golazo, obra de Savicevic.
El 4-0 de Desailly en el minuto 59 anunciaba un marcador histórico, una goleada humillante, como la de La Romareda, pero el Milan se conformó con lo que tenía, lección dada y recibida, y contemporizó. De Romario nada se supo. Stoichkov al menos se ganó una nueva tarjeta amarilla.
Aquel partido no solo fue el final de una larga época de dominio blaugrana sino el final del breve periplo de Romario en la ciudad condal. El hecho de que 18 años después aún le recordemos como uno de los mejores delanteros de la historia basándonos prácticamente en la memoria de aquel año mágico lo dice todo de su intensidad. Después de perder la final, el brasileño se fue con su selección, ganó el Mundial de Estados Unidos en los penaltis a una selección italiana en la que jugaba medio Milan, tomó rumbo a la playa y aseguró que de ahí no le sacaba ni Núñez, ni Cruyff ni el arzobispo de Barcelona.
Romario plantó los pies en la arena y se dio un homenaje tras otro durante el mes de julio y el de agosto, saltándose todas las exigencias de su club, ganando kilos, coleccionando novias y mostrando su habilidad para el futvolley. Cuando volvió, Cruyff no quería saber nada de él. Le puso en algún partido intrascendente para un equipo que ya estaba en caída libre y después de la humillante derrota por 5-0 en el Bernabéu, venganza de la manita del año anterior, Núñez consiguió despacharlo de vuelta a Brasil, al Flamengo, donde marcó 168 goles en 189 partidos, registros de Messi o de Cristiano Ronaldo en una época donde Maradona ya no era referente y ni Zidane ni Ronaldo habían cogido el testigo.
A España volvió un par de veces, las dos con el Valencia. Luis Aragonés le miró a los ojitos y le aguantó sus fiestas cinco partidos, exactamente los mismos que jugó para Jorge Valdano, el forjador de la narrativa, antes de volverse en ambos casos a Río de Janeiro, hincharse a marcar goles,  ganarse amigos y enemigos, perderse el que probablemente hubiera sido su segundo Mundial consecutivo y acabar haciendo una próspera carrera como político, porque Brasil es un país que tiene claro que, puestos a robarte, mejor que en vez de en una gasolinera sea en un sambódromo y mejor un follador de primera que un triste ministro de aire apagado.
Artículo publicado originalmente en la sección "No pudo ser" de la revista JotDown