domingo, septiembre 25, 2011

Barcelona 5- Atlético de Madrid 0



Hace exactamente un año, jornada 5 de la temporada 2010/2011, el Real Madrid tenía 11 puntos después de empatar en el campo del Levante y en el del Mallorca mientras el Barcelona sumaba 10 tras dejarse tres puntos en casa contra el Hércules y otros dos, también contra el Mallorca. Es decir, entre los dos sumaban 21 puntos. En esta liga “distinta”, la de los grandes en crisis, los equipos revelación, las portadas para el Atlético de Madrid, resulta que ambos vuelven a sumar 21 puntos (Barcelona 11, Real Madrid 10) y muchísimos goles más a favor con prácticamente los mismos en contra.

Ambos equipos acabaron la liga con más de 90 puntos y nada invita a pensar que este año no pasará lo mismo.

¿Qué produce entonces esta incomodidad, esta sensación de continua desazón en ambos equipos, esas caras largas en las ruedas de prensa? No sabría decirlo. En lo que a mí respecta, que es hablar del Barcelona, diría que al club, a su entrenador y a su entorno –sea eso lo que sea- les ha entrado un ataque de profunda melancolía que poco o nada tiene que ver con el fútbol.

Que el debate estaba fuera del fútbol en el Real Madrid ya lo sabíamos… el problema es que eso empieza a pasar con el Barcelona, sin venir muy a cuento: Guardiola está cada vez más taciturno y cabreado con todos, defendiendo a Laporta sin venir a cuento justo el día de una Asamblea ridícula: miles de socios discutiendo sobre Qatar, como si la bondad infinita universal del Barcelona tuviera que incluir a todos sus socios y patrocinadores. Un club entendido no como un conjunto de deportistas sino como una misión para salvar el mundo.

Lo sorprendente es que, incluso en ese clima un poco delirante de “Qatar es malo, Qatar es bueno” o “Rosell es malo, Rosell es bueno”, en el que sin duda se ha metido Guardiola hasta las rodillas, el equipo juegue tan maravillosamente bien al fútbol. Al Atleti le cayeron cinco como pudieron haberle caído ocho y no hubiera pasado nada. El Barça volvió a ser el rodillo que es cuando juega en casa con el 3-4-3 y el rival no tuvo por dónde hacer daño, como si el partido ante el Valencia no hubiera existido.

Emery demostró las vías de agua de la defensa azulgrana por las bandas y Manzano decidió convertir su ataque en un embudo. Fue una decisión llamativa, por decir algo.

El Barcelona recuperó su orden en ataque y eso provocó un mayor orden en defensa. La decisión de retrasar a Alves también fue acertada: puestos a defender con tres al menos que sean rápidos y dominen su zona, no como le pasó a Mascherano en Mestalla, enviado continuamente al matadero ante Alba y Mathieu. Cuando el Barcelona se siente seguro con el balón –y en eso, Thiago, insisto, es ahora mismo tan clave como Cesc o Xavi, no ya por su brillantez sino, sorprendentemente, por su constancia- la defensa lo agradece.

Es más, en esos momentos, la defensa directamente no tiene nada que hacer. Busquets se dedica a barrerlo todo, a colocar la línea de presión en el campo rival y como no busque las bandas, el contrario está abonado a una goleada porque talento siempre hay y de sobra. Incluso Villa jugó un gran partido, más enchufado y concentrado, en las ayudas y en la contención a la hora de no caer en fuera de juego constantemente.

De Messi cabe decir poco y lo habrán dicho todo ya mis compañeros: 8 goles en 5 partidos de liga y en uno de ellos jugó 30 minutos. Después de marcar 100 goles en dos temporadas este año lleva ya 12 a los que hay que sumar 7 asistencias. Messi es algo más que una colección de estadísticas: su dominio sobre el juego es insultante, es capaz de hacer de Xavi cambiando el juego de banda a banda eliminando con un pase cuatro contrarios; de Iniesta, regalando una asistencia mágica o de sí mismo culminando la jugada tras varios slaloms.

Como viene siendo habitual en los últimos años, el Atleti ya perdía 3-0 a la media hora, pese a un comienzo mínimamente prometedor, fruto, una vez más, de la dificultad del Barcelona para engancharse a los partidos. Yo no sé si el 3-4-3 es mejor que el 4-3-3, lo que está claro es que es distinto. Por un lado, es más espectacular y se ven más goles. Por otro lado, es obvio que permite unos huecos atrás y una inconsistencia desconocidas en los tres años anteriores. Esa revolución da cierto vértigo y es lógico, sobre todo cuando no está claro qué es lo que se puede ganar, una vez que ya lo has ganado todo.

Los americanos lo resumen en una frase: “Si no está estropeado, no lo arregles”.

En años anteriores, sabíamos que el Barcelona, una vez se adelantaba, finiquitaba el partido porque el rival no iba ni a tirar a puerta. Ahora ya no estamos tan seguros. Oscilamos de la goleada al empate apurado. Hay una tremenda falta de continuidad, por lo menos hasta que los jugadores se acoplen al nuevo sistema y es inevitable que el aficionado se pregunte: “Si jugábamos de fábula y éramos un equipo histórico, ¿exactamente por qué hay que acoplarse a un nuevo sistema?”

Bueno, Guardiola, supongo que siguiendo a Cruyff, cree que los jugadores acaban acomodándose y hay que agitarlos un poco. Puede que tenga razón. Cuando Cruyff se puso a agitar cosas, el Dream Team tardó media temporada en desmoronarse. Eso no pasará con este equipo porque es infinitamente mejor, en lo táctico y lo técnico, que aquel, pero incluso en la goleada preocupan las señales de distracción: no solo el empeño revolucionario con gesto de incomprendido de Guardiola o la melancolía de Laporta sino esa narrativa “buenista” que casi obliga al Barcelona a ser una nueva religión salvadora, una escuela de la vida en todos sus aspectos.

El ensimismamiento a veces llega a puntos absurdos como los que comentábamos al principio: horas y horas reunidos para decidir si Qatar es un país bueno o malo y si el Barça puede ser patrocinado por la fundación de un país malo y si eso Laporta lo hubiera permitido, bla, bla, bla… Todo menos fútbol. Sí, probablemente Qatar sea un país terrible y Bet and Win un imán para ludópatas autodestructivos. Bienvenidos al mundo real donde el dinero se mueve en terrenos pantanosos.

De la capacidad del equipo, de los jugadores, de abstraerse de todo ese clima metafísico que les rodea, dependerá el resultado final de la temporada. El Barcelona parece que ya no solo necesita ganarlo todo, ganarlo jugando bien al fútbol y ganarlo con canteranos… sino que además tiene que ser un referente moral del universo 24 horas al día. Esa autoexigencia acaba con cualquiera. Acabará también con este equipo descomunal si olvida que lo primero de todo, como siempre, no es un jeque, un presidente, una melancolía o una concepción ética de la vida, sino el balón.

Y a ser posible que le llegue a Messi lo antes posible.