miércoles, agosto 31, 2011

You gotta be your own dog


Esperaré hasta el último día de octubre, que venza la fianza, y recogeré los muebles más imprescindibles y decenas de cajas con ropa y libros. Sobre todo, libros. De hecho, los muebles... puede que no sean tan necesarios. Lo dejaré todo en la Sierra o en casa de mi madre y volveré a vivir como un detective salvaje, igual que en 2007, igual que en 2008. Viviré noches perdidas y amaneceres imprevistos. Prescindiré de todas las colaboraciones que no sean colaboraciones conmigo mismo, escribiré novelas que nadie publicará nunca y leeré biografías de 900 páginas con letra pequeña.

Después compraré un perro y una flauta. Mejor aún: recogeré en la calle un perro y una flauta y conseguiré que alguien me deje una tienda de campaña Quechua. Yo ya sabré qué hacer con ella. Perderé el móvil. Dejaré de mirar el correo. Me pelearé con los chicos que compran y venden oro en la calle Montera. Cuando pase esa época, me compraré un tonel. Un tonel enorme donde yo pueda caber desnudo. Viviré en ese tonel, una temporada, con el ordenador portátil donde se irán guardando mis libros por orden alfabético.

Cuando Alejandro venga, se me presente y me pregunte qué puede hacer por mí, yo le contestaré sin más: "Apartarte un poco, me estás tapando el sol". El único problema es que tendría que asegurarme de que ese día hiciera sol. Sin eso, toda esta argumentación se vendría abajo. Imagínense qué chasco, que a Alejandro le diera por presentarse justo un día de lluvia...

La derrota olímpica del "Dream Team"



“Dream Team” solo hubo uno; si me apuran, dos. Estados Unidos venía de perder los Juegos Olímpicos de 1988 y los Mundiales de 1990 pese a llevar a todas sus estrellas universitarias, desde David Robinson hasta Alonzo Mourning. Para un país que dejó que un canadiense inventara su deporte, aquello era una humillación a la que había que poner inmediato remedio.
No tenía sentido pensar que aquellos chavales, todos ellos rozando la veintena, podían ya competir, mucho menos ganar a la Yugoslavia de PetrovicDivacKukocRadjaPaspalj… o a la URSS de Sabonis,MarciulionisKurtinaitisTikhonenkoVolkov y compañía. La federación se reunió y seleccionó un verdadero equipo de ensueño, con Michael JordanLarry Bird y Magic Johnson como emblemas y Christian Laettnerpersonificando el rubio recuerdo de las hazañas universitarias, con su aire a surfista de Sensación de vivir.
Si en algún momento alguien pensó que ese equipo podía ser derrotado —y habría quien lo pensara, probablemente con algo de razón—, la política hizo el resto: la URSS se convirtió en la CEI mas Lituania, Letonia y Estonia… Yugoslavia estalló en Serbia, Croacia, Eslovenia y múltiples repúblicas balcánicas, cada una con sus estrellas de dos metros, delgados como fideos y con un tiro de tres inmejorable.
Aquellos Juegos Olímpicos de 1992 fueron un paseo para los americanos y no cambiaron las cosas en los Juegos de Atlanta ni en los de Sydney, aunque ahí tuvieron el primer susto con el triple que el lituano Jasikeviciusfalló sobre la bocina y que hubiera eliminado en semifinales a una versión muy “light” de la selección estadounidense. Hubo que esperar a 2004 para presenciar una auténtica catástrofe: Estados Unidos perdió con Puerto Rico, luego con Lituania, le dio tiempo de eliminar a España en cuartos de final pero no pudo con Argentina en semifinales.
Aquello se seguía llamando “dream team”, de acuerdo, pero no quedaba nada del original: todo el mundo se borraba y solo los jóvenes, junto a algún patriota en busca de buen contrato publicitario, se animaban a participar.
De manera que en 2008 volvíamos a 1992: no había soviéticos ni yugoslavos en el horizonte pero estaba Argentina, estaba Grecia y, sobre todo, estaba España, campeona del mundo dos años antes con un estelar Pau Gasol y dirigida desde el banquillo por el siempre flemático Aíto García Reneses. A su nueva colección de estrellas le llamaron “Redeem Team” —“equipo de redención”— pero en esencia aquello era un “Dream Team” como una casa: Kobe BryantLeBron JamesCarmelo AnthonyDwayne Wade, Dwight HowardChris Paul… los mejores jugadores en su mejor momento.
El camino a la final fue parecido al de Barcelona: pequeños momentos de zozobra que se solucionaban con robos de balón y contraataques eléctricos. Pasaron la primera ronda invictos, incluyendo un humillante 119-82 frente a los propios españoles, eliminaron en cuartos a Australia (116-85), en semifinales a Argentina (101-81) y al ver que en la final esperaban de nuevo los Gasol y compañía, rehechos de un torneo más bien mediocre gracias a un partidazo ante Lituania en semifinales, todo fueron sonrisas.
Nadie dudaba del triunfo estadounidense, más aún viendo los antecedentes de la semana previa. España podía sentirse muy orgullosa de su plata y disfrutar de la final como disfrutaron en 1984 los MartínCorbalánEpi oIturriaga.
Calderón estaba lesionado, así que Aíto repartió los minutos de base entre Ricky Rubio, a sus 17 años, y Juan Carlos NavarroRudy Fernández jugó uno de los mejores partidos de su carrera y Pau Gasol estuvo sencillamente sublime… ¿Disfrutaban los españoles? ¡Vaya si lo hacían! A los cinco minutos ya ganaban 21-17… ¡38 puntos entre los dos equipos en cinco minutos! Aquello era un espectáculo por todo lo alto y por mucho que estiraran los americanos (Wade, Bryant y James en un contraataque constante, triples imposibles, contundencia en el rebote…), los españoles estaban dispuestos al cuerpo a cuerpo: Rubio sensacional, Navarro y Felipe aportando rabia y orgullo, Jiménez sólido en defensa y los Gasol mas Rudy sosteniendo el ataque.
El primer cuarto acabó 31-38. Al descanso la cosa iba 61-69. Para que se hagan una idea en la final del Mundial de 2006 Grecia, en todo el partido, había anotado 47 puntos. España, 70.
Del principio del tercer cuarto dependería la posibilidad de la sorpresa y el principio fue dulce para España: 69-73 al poco de empezar, 73-77 a mediados de cuarto… Navarro tiraba bombas, Jiménez cargaba el rebote. Enfrente, Paul dirigía, Wade ajusticiaba, Anthony rebañaba balones bajo el aro y Howard se veía impotente ante la defensa de Gasol. El partido iba de un lado a otro, de canasta a canasta sin solución de continuidad, una exhibición con medalla de oro en juego.
Llegaron entonces las decisiones dudosas de los árbitros: que los jugadores americanos tendían a hacer pasos lo sabía todo el mundo, lo que no se sabía era que los colegiados lo fueran a tolerar con tanta impunidad. Los españoles se desquiciaron y perdieron comba: 80-91 a falta de veinte segundos para el final del tercer cuarto con posesión para Estados Unidos: Deron Williams la pierde y Navarro anota una canasta imposible con el tiempo a cero. Nueve puntos abajo para empezar el último cuarto.
El resultado decía que España no podía jugar mejor y que aun así perdía por nueve. Las sensaciones hablaban de una igualdad casi absoluta… De acuerdo, las individualidades de Estados Unidos eran superiores y apenas cedieron la iniciativa en el marcador, pero había partido, claro que lo había: Pau Gasol empieza el último cuarto con dos canastas consecutivas, Ricky Rubio recupera el balón y Rudy Fernández no se lo piensa: triple. 89-91 y ocho minutos por jugar.
Estados Unidos venía en misión de guerra —sus saludos militares antes y después de los partidos resultaban irritantes— y de repente no estaba nada claro que la fueran a ganar. En sus caras se ve el miedo. Mientras un banquillo grita y salta; en el otro, Krzyzewsky pide tiempo muerto y reordena las tropas: los galones para Bryant, que toma las riendas y devuelve los nueve puntos de ventaja para encarrilar el partido a falta de un último arrebato de furia.
Con 103-92 y cinco minutos por jugarse, Rudy penetra y hace un mate en la misma cara de Howard, colgándose con una mano, balanceándose tras la canasta, un póster para la eternidad… aquello revitaliza al equipo español, y aunque Bryant sigue a lo suyo, colosal en los minutos decisivos, Navarro anota otra bomba y luego asiste a Jiménez, que desde la esquina anota un triple: 108-104 y dos minutos para el final.
Ya es el mejor partido de la historia de selecciones. Olvídense de pasos o faltas en ataque o historias: los mejores de la NBA contra los mejores de la FIBA. El duelo que los militares nos escamotearon en 1992 volvía 16 años más tarde con una intensidad terrible.
Wade anota un triple que parece decisivo, pero Navarro da la réplica con un tiro libre y, a falta de minuto y medio, el balón vuelve a llegar a la esquina para que Jiménez lance otro triple que colocaría a España a solo tres puntos… el balón vuela, parece bueno, el drama de la derrota olímpica del Dream Team en la cara de los jugadores americanos… pero se sale en el último giro.
Ahí se acaba el partido, entre el agotamiento y la indignación: un nuevo contraataque con pasos de los americanos provoca las protestas y la técnica al banquillo español, luego otra técnica a Ricky Rubio. Todo esto dispara a Estados Unidos en el marcador de un partido que nunca mereció ganar por más de cinco puntos.
Al final lo hace por once (107-118). Para mayor mofa, en la última jugada Jungerbrand pita pasos a Wade y Navarro se lanza a andar con el balón en las manos sin botarlo, mirando al árbitro como diciendo: tú te puedes reír de mí y yo me puedo reír de ti pero solo uno de los dos va a pasar a la Historia, ¿adivinas quién?
Y por si alguien tiene dudas, le da la pelota y se va a celebrar con sus compañeros.
Artículo publicado en la revista JotDown, dentro de la sección "No pudo ser"

martes, agosto 30, 2011

Imágenes de una chica que era un imán


Iratxe se acomoda en el sofá y medio sonríe. Dice: “Si yo te quiero esto…” –y abre las manos no demasiado pero lo suficiente como para que uno se sienta bastante querido- “… siempre te voy a decir que te quiero esto”, y entonces la distancia entre las manos se queda en nada, casi en nada, en materia de psicólogo o de novela, frustración y rabia. La felicidad es una distancia entre las manos, no necesariamente de Iratxe, pero, a veces, también.

Puedo entrar en su juego o no, y como de mí depende, decido no hacerlo. Le pongo un ejemplo: hace años escribí varios artículos sobre una amiga. Llámenlo artículos o posts de un blog o columnas de periódico o confesiones íntimas. Lo que quieran. Yo no sabía lo que estaba escribiendo y desde luego no sabía lo que sentía por esa chica, motivo suficiente para escribir compulsivamente pero con la prudencia de dejarlo todo en el ordenador tiempo y tiempo, no fuera a ser que una percepción equivocada acabara sacándolo de madre.

Ahí siguieron los diarios -”El libro de Rubio”, lo llamaba yo, parafraseando a Amis- hasta que me di cuenta de que vivía en un mundo en el que las percepciones equivocadas importaban poco. Miren a su alrededor: huracanes, terremotos, francotiradores, rosarios y millones de jóvenes deambulando por las calles de Atenas, Damasco, El Cairo, Trípoli, Londres, Madrid, Santiago de Chile, Tel-Aviv, Túnez… algunos con un objetivo claro, otros con un objetivo más bien difuso. Mercados arruinados y monedas indefensas. Huelgas de futbolistas que lo enmascaran todo.

¿Por qué iba a tener miedo yo de mis equivocaciones si los demás siguieron adelante como si su voluntad creara el mundo y no al revés? Iratxe parece no entenderme. Tengo el convencimiento interno de que Iratxe dejó de intentar entenderme hace mucho tiempo y que, si sigue buscando la posición más cómoda en un sofá roto, es simplemente porque, mucho o poco,  algo me quiere.

“El caso es que acabé mandándole todo eso”, le digo, finalmente. “No sé si la quería o no, pero me pareció que estaba bien que en algún momento hubiera pensado que sí, y estaba aún mejor que ella lo supiera. Que se sintiera querida. Es algo que todos necesitamos, más allá de cualquier cálculo”. Iratxe sonríe. Me conoce. Sabe que yo lo que quiero es rendirme, que ese gesto, como todos los que se suceden en los últimos meses, es en el fondo un pequeño acto de rendición. Lo que no sé es si cree que me rindo porque tengo miedo o todo lo contrario: si cree que me rindo porque el miedo ya no tiene sentido.

No le digo que hace pocos meses conocí una “chica imán”. No sabría definirla de otra manera: es una chica muy joven, 23 años, y con una apariencia tremendamente frágil. La típica chica a la que querrías adoptar si no fuera porque, desde el principio, desde que la miras a los ojos, ya tienes claro que el adoptado vas a ser tú. Su atractivo consiste en recogerte. Algo tan sencillo como eso: no te explica, no te sana, no es tu maestra. Nada de eso. Simplemente, te escucha, da dos pasos atrás y se prepara para poner las manos –a ella no le importan las distancias- y recogerte cuando caes.

No tiene discursos, solo palabras; a menudo, una por frase: “Total”, “exacto”, “cierto”.

Y mientras se confunde con su serenidad, una serenidad aprendida, imantada… cualquier palabrería acaba diluyéndose, y junto a la voz desapareces tú mismo, renuncias a enquistarte, renuncias a pelear por cada cosa, cada trabajo, cada mirada… y te pierdes en algo que no sabes lo que es, una especie de tranquilidad sin objetivo, lejos de las angustias –“y ya está, ya hay paz, ya hay paz…”- así que no necesitas caer, esto es importante: no necesitas caer para saber que ella está ahí y que va a recogerte, que en el peor de los escenarios posibles tendrás un colchón y una sonrisa que no piden nada a cambio.

Porque lo impresionante de la chica imán –niña imantada-, a diferencia de Iratxe, sin ir más lejos, siempre incómoda en cualquier habitación, es que ella no pide nada a cambio, no entiende de cálculos. Y si aquí también estuviera equivocado… si en realidad sí hubiera un cálculo detrás de todo esto -calcular no tiene nada de malo-, al menos no necesitaría ir detrás  de ella haciendo números, repasando cada suma, cada frase, cada momento del pasado que Iratxe sí se callaría para no parecer frágil pero yo recuerdo a los cuatro vientos precisamente porque lo soy.

Y en el momento en el que uno se diera cuenta de que se puede permitir -sin culpa- la sensación, irracional si quieren, de que no tiene nada que ofrecer o en el mejor de los casos no necesita ofrecer nada, ¿qué sería entonces de las calculadoras? O, lo que es más importante, ¿qué sentido tendría esta manía agotadora de intentarlo todo el rato?

Artículo publicado en la revista Culturamas, dentro de la seccion "Desaparezca aquí"

lunes, agosto 29, 2011

Barcelona 5-Villarreal 0


Va a ser un año muy difícil de analizar y la duda es hasta qué punto este problema marcadamente español se va a acabr convirtiendo a corto plazo en un problema europeo: el Madrid y el Barcelona hace tiempo que apenas tocan la cantera de su propia liga -Villa, quizás, es la excepción- mientras saquean a Arsenal, Borussia Dortmund, Udinese, Manchester United, Milan, Olympique de Lyon y lo que se ponga por delante... Así las cosas, medir la verdadera calidad de los partidos de estos dos equipos es complicado, solo cabe esperar que en algún momento la cosa cambie, pero no tiene pinta: el Barcelona ganó la pasada temporada 19 partidos consecutivos y el Madrid puede hacerlo perfectamente este año, lo demostró en Zaragoza.

Y veinticuatro horas después de la exhibición de los blancos en La Romareda, donde no fue solo cuestión de goles sino de fútbol, llegó una sorprendente paliza del Barcelona ante el Villarreal. Sorprendente por muchas razones: el Villarreal acabó cuarto el año pasado la liga, es decir, es uno de los equipos de clase media-alta, viene de preparar a conciencia la previa de la Champions, se le suele dar bien el Camp Nou... y jugaba ante un equipo sin Alves, Puyol, Piqué, Adriano y Maxwell, además de Xavi y Villa, en el banquillo. Se puede comprender que, aun así, el equipo más flojo sea el que pierda, pero que a los 53 minutos de partido el resultado sea 4-0 resulta descorazonador desde el punto de vista del espectador neutral.

Al menos se pudo disfrutar de buen fútbol. Guardiola sacó un 3-4-3 que ya se veía venir desde la pretemporada viendo la ausencia de refuerzos en la zaga. Ese sistema, en casa, y contra equipos no demasiado potentes, debería servirle para dar minutos a sus escasos defensas. De hecho, hoy, no solo jugó con tres atrás sino que dos de los tres eran mediocampistas: Busquets y Mascherano. Lo desesperante para el Villarreal es que no pasó del medio campo en casi la totalidad del partido, solo Rossi se buscó las habichuelas con dos tiros peligrosos en la primera parte... y el primer disparo entre los tres palos llegó pasado el minuto 80 del partido.

El control del Barcelona sobre la posición en el campo llega a un punto en el que ya ni Keita desentona. Tiene su lógica: ante Oporto o Real Madrid, equipos muy buenos de gran presión arriba, el Barça no puede jugar permanentemente en campo rival. Ahí es cuando hay que sacar la pelota jugada y el africano tiene serios problemas, que crecen cuando no está Piqué tampoco detrás. Ahora bien, ante un rival que pierde la pelota al segundo pase no hay problema: sube la posición, se pone a jugar prácticamente en su lugar natural, ya pisando campo contrario, y en vez de distribuir más bien lo que hace es rebañar.

Así, el juego del Barça se convierte aún más en un rondo: ante el Villarreal no solo salió sin un solo defensa central sino que ni siquiera jugó con un delantero centro clásico, ante la ausencia de Villa. Keita robaba y el balón llegaba a Thiago, Iniesta, Cesc o Messi que se intercambiaban las posiciones y buscaban a su vez los desmarques de Pedro y Alexis. Es complicado defender eso, porque nadie está en un sitio fijo: los pasadores se intercambian y tienen desborde, las diagonales las puede tirar cualquiera... Fíjense en los cinco goles: en el primero Thiago profundiza y como nadie le sale, todos esperando el pase, acaba en la frontal del área donde, sin mirar, coloca el balón en el poste contrario.

El segundo ya es un pase en profundidad de Messi, desde la nada, a Cesc, que pasaba por ahí, regatea y marca. El tercero es otro pase de Thiago para Alexis en un nuevo desmarque con definición impecable, el cuarto viene de un pase de Iniesta a Messi, regate también al portero y gol... y en el quinto hay un doble desmarque: primero de Thiago para recibir solo en el área y luego de Messi, quien empezó la jugada, para remacharla en el área pequeña.

Los jugadores del Villarreal perseguían sombras literalmente: nadie estaba en un sitio fijo y cualquiera podía aparecer por cualquier lado.

Podemos quedarnos con algunas cosas por aprovechar la noche: empecemos por Messi, que lleva ya 6 goles en 4 partidos oficiales. Después de marcar 100 en dos temporadas, no parece que haya bajado el ritmo. Sigamos por Alexis: constante en la presión, veloz en el desmarque y con una notable definición en su gol. Los mediocampistas estuvieron excelentes: Cesc crea, asiste y marca. Lo mismo hace Thiago. Quizás estos partidos den la verdadera medida de un jugador de 20 años: si alguien quería que apareciera de repente en el Bernabéu y se comiera el mundo, estaba pidiendo un milagro. Thiago, al menos este año, será un excelente complemento para este tipo de partidos medios que se pueden complicar, y eso ya es un avance muy importante con respecto al año pasado.

Cuando lleguen los partidos contra el Madrid, Milan, Inter, Chelsea, etc. ya estarán los Xavi, Iniesta, Busquets, Cesc y compañía... Thiago tiene que demostrar que puede desequilibrar esos otros 50 partidos que tiene una temporada y que le exigirán muchísimo.

Por último, insistir en la extraña situación de la defensa: para Fontàs y Bartra -especialmente el primero- debe de ser bastante preocupante que en un partido con cinco bajas en su zona ni siquiera sea titular, primera jornada de liga, en casa. Parece claro que Guardiola no cuenta con ellos. Bartra aún madurará en el filial, pero, ¿Fontàs? El año dirá... de momento, ocupa un lugar aún más marginal que Milito el año pasado. A mí me sigue pareciendo una barbaridad jugarte toda una temporada con dos centrales de verdad -Piqué y Puyol-, claro que, si el equipo trabaja de manera que el rival ni se acerque al área, pocos defensas te hacen falta.

Otra cosa, y volvemos al principio, es ver hasta dónde aguanta nuestra paciencia partidos donde un equipo marca cinco, seis, siete, ocho goles... y el contrario no tira a puerta en 90 minutos. Malas señales competitivas.

Super 8


A los diez minutos de la película, J.J. Abrams tiene que tomar una decisión: centrarse en la historia de esos niños de pueblo americano, con sus pequeñas miserias paternas, y su locura por el cine de serie B o montar un pitoste tremendo a base de explosiones, efectos especiales, escenas milagrosas... con la influencia que eso tendrá en los niños, claro, que pasarán de ser un grupo de inocentes soñadores a una banda de superhéroes a lo grande.

Desgraciadamente, toma la segunda opción, y la película, como el tren, descarrila.

"Super 8" no es "Los Goonies", ni "ET" ni "Encuentros en la tercera fase". Lo más parecido a ese cine que se ha hecho en los últimos años es "Héroes", de Pau Freixa y Albert Espinosa y simplemente porque ellos sabían cómo se siente un niño ante una aventura. En "Super 8" ni siquiera hay rastro de la aventura más que dentro de tal hipérbole que, ya digo, permite que el protagonista pueda ser un chaval de 12 años descubriendo el mundo o el mismísimo Capitán América sin que, en rigor, haya ninguna diferencia.

No es una película difícil de ver, y permítanme que aclare esta frase porque es un poco confusa: dura dos horas y se pasan volando entre explosiones, apariciones extraterrestres y carreras desatadas en medio de electrodomésticos que surcan los aires. Sí, está bien hecha, son J.J. Abrams y Steven Spielberg... pero hay algo de inverosímil en todo ello. Puede que sea la edad, tanto la mía como la del mundo. En Los Goonies, los malos tenían un punto tierno, un punto de "El gordo y el flaco"... y los niños tenían un problema mucho más grave que una invasión extraterrestre: se iban a quedar sin casa.

Volvamos a "ET": el alien era una monada, una monada incluso cursi, visto desde la distancia... y "Encuentros en la Tercera Fase" es una película descomunal porque tiene personajes: personajes atónitos, enloquecidos, que buscan salidas que les enfrentan a sus familias, a sus amigos. Todas esas películas parten del verdadero pasmo ante el descubrimiento del mundo. No me parece el caso de "Super 8", ahí todo es demasiado artificial, más mezcla de "La guerra de los mundos" y películas de serie B tipo "Aracnofobia" con monstruos -terrestres o no- que amenazan a la raza humana sin verdadero conflicto de personajes.

En esta película, todo el mundo tiene prisa y nadie echa de menos a Willy el Tuerto.

Cuando los conflictos aparecen -sí, los niños se gustan, los padres se odian- hay un punto de topicazo y poca naturalidad en las historias, como si fueran lo que parecen: un relleno entre efectos especiales. Lo dicho: Abrams podía haber elegido entre los niños y la Historia y decidió elegir la Historia. No digo que sea una apuesta fallida pero desde luego no es la apuesta que uno espera encontrarse cuando va el cine con todos esos guiños de la crítica detrás.

Como aventura es insostenible. Tan insostenible que en vez del ingenio se apela a la indestructibilidad de los protagonistas. No hay trampas en subterráneos, solo hay poder jedi de convicción sacado de la nada y la capacidad de todos los buenos de las películas para salir indemnes de todo tipo de catástrofes, aunque viendo el detalle enfermizo de cada acción en la pantalla uno no se lo pueda creer. Un niño de doce años que ve cómo el mundo se derrumba a su alrededor y en vez de sufrir y angustiarse, decide salvar a su novia, no es un niño: en rigor, es un monstruo. O Superman. O el Capitán América. Elijan.

Puede que sea una buena película, pero no es la película ochentera spielbergiana que les venden los periódicos. Eso, me temo, ya quedó enterrado hace demasiado tiempo.

domingo, agosto 28, 2011

La liga del odio. Una previa de la temporada más allá de Barcelona y Real Madrid


Si algo nos ha ahorrado la experiencia de estos tres últimos años es que nadie ha salido este verano con la cantinela de la tercera vía. Renuncien a ello: ni Málaga, ni Athletic ni Villarreal ni historias… Algún equipo habrá que gane sus dos primeros partidos y cope un cuarto de portada con un liderato efímero y entonces surgirá el columnista de turno y dirá: “Ojo con…”. Pero no, abandonen toda esperanza: esta liga —como la anterior y la anterior y la anterior a la anterior— se ganará en torno a los 90 puntos y el vencedor será el Barcelona o el Real Madrid.

¿Qué queda al margen de esta “liga escocesa”? Bien, de entrada, la suerte de que el nivel medio de los equipos es bastante superior al escocés y que, nos pongamos lo cínicos que nos pongamos, ver al Real Madrid no es ver al Glasgow Rangers ni ver al Barcelona es ver al Celtic. Habrá espectáculo, habrá grandes jugadas, muchos equipos lucharán por Europa y muchos equipos, muchísimos, como en el pasado mayo, se jugarán el descenso en la última jornada.

Las cartas sobre la mesa... Sigue leyendo el artículo con todas las expectativas de grandes, medianos y pequeños en JotDown.

sábado, agosto 27, 2011

Posesivo singular


En un momento dado de la noche queda claro que yo soy posesivo. Nadie dice la frase como tal, con sujeto-verbo-predicado pero sobrevuela la conversación sin que ninguno quiera disparar a esa distancia. No importa porque es verdad. Soy posesivo. Lo he oído antes en otros lugares y nunca he intentado defenderme. Lo grave no es ser posesivo sino querer poseer cosas -y a menudo personas- que son francamente inasibles, eso genera una gran frustración, como es obvio.

Son las cuatro y pico de la mañana y estamos en el Honky, planta de arriba. La de abajo está llena de buitres carroñeros -¿posesivos?- de manera que cuando me escapo al baño y a los cinco minutos vuelvo, tanto B. como la Chica Selectiva están bajo el acoso y derribo de un depredador que desaparece en cuanto llego, cojo a una de las dos por el hombro -"esta es chica es mía, casi, casi mía"- y le pego un trago al whisky mientras le veo huir con el rabo entre las piernas.

Siempre me ha encantado esa expresión.

Volvemos arriba: yo soy posesivo. No es tanto que quiera las cosas sino que necesito un tiempo para decidirme y, en ese intervalo, los demás, pies quietos. Juego al balón prisionero con la vida. Recordamos 2006 y 2007. Es curioso porque nunca hubo tiempo de recordar 2006 ni 2007 y desde luego no de recordarlo borrachos, así que hemos tenido que esperar cuatro-cinco años, hasta agosto de 2011, la planta totalmente vacía y remezclas de canciones de los Doors en bucle.

Es divertido: hablar de mí como si yo no fuera yo, mi principal pasatiempo, solo que aquí hay algo muy obvio y que va mucho más allá de la estética: no sé si fue la enfermedad o qué, pero desde luego soy incapaz de reconocerme en aquel chico de 28-29 años. Yo sé que todo eso lo hice yo, pero ni siquiera me explico cómo y no viene nadie a jugar al bridge cuando me entran estos ataques de angustia como le pasaba al bueno de David Hume.

Antes del Honky vino el Colonial. En esa ocasion elegimos la planta de abajo y los temas nostálgicos de siempre. Lo bueno de la nostalgia es que tiene sus plazos: uno puede acabar odiando el "éramos tan felices" durante un tiempo y al cabo de unos años volver a deleitarse en ello. Si vamos más atrás, llegamos a los Cines Verdi, los tres más la Peque-que-nunca-fue-peque, cuatro pedantones entrando a ver "Los cuatrocientos golpes" de Truffaut en versión original de 1959, con un enorme bol de palomitas en la mano como el que entra a ver "Capitán América".

La postmodernidad, c´est moi.

Recuerdos desperdigados de una película que vi hace quizá 25 años, cuando en "el UHF" echaban aquellos ciclos de James Stewart, Alfred Hitchcock, François Truffaut, Charles Chaplin... Cualquier tiempo pasado fue mejor, volvemos con la misma historia. El chaval adoraba a Balzac de una manera difusa, comercial, como si esperara un milagro. Yo, desde luego, espero un milagro. O muchos. Por pedir que no quede. La Peque-que-nunca-fue-peque sentada a mi lado en una terraza de la calle Viriato, el principio de todo esto. Yo no sé si lo entiende todo o si finge entenderlo todo. En lo que a mí respecta da igual: me siento entendido.

Si todo el mundo fuera como ella, me ahorraría mucho dinero en psicólogos, aunque concedo que ser como ella, mantener esa calma aparente a sus 23 años que parecen 40, esas pausas, esas sonrisas calculadas, esas frases de una sola palabra que sirven en realidad para tranquilizarte: "Exacto", "Totalmente", "Cierto"... y que te ayudan a seguir tu discurso enloquecido, discurso de alguien partido en dos: de un lado Guille Ortiz hasta 2009, del otro Guille Ortiz sobreviviendo a 2011, mientras ella lía un cigarrillo y se lo fuma con una tranquilidad inaudita... esa calma, digo, esa tranquilidad que debe tener algo de impostada porque luego su discurso no es el de una chica tranquila sino el de una chica que espera un milagro, como todos, ha de resultar a veces agotador.

Y, bueno, ahí estamos los cuatro, pasando noches de agosto en Madrid. Las doce parecen las cuatro de la mañana hasta que llegamos a Olavide y cenamos -después del cine, antes del Colonial-, devorando tortilla con ensalada, mirando alrededor, disfrutando los silencios incómodos en los que no hace falta decir nada porque en cualquier caso, hasta dentro de cinco años nadie se atreverá a recordarlo.

viernes, agosto 26, 2011

Barcelona 2- Oporto 0


El Barcelona empezó el partido con malas vibraciones: ya la alineación presagiaba problemas... la suplencia de Busquets, se supone que por molestias aunque luego saliera a jugar, obligaba a Guardiola a repetir el triángulo Abidal-Mascherano-Keita en el centro de la salida del balón. Aquello, igual que en el Bernabéu hace dos semanas, fue un auténtico desastre. El Barcelona tardó diez minutos en mover mínimamente el cuero y encontrar salida: la presión del Oporto, muy arriba, similar a su vez a la del Madrid, puso en muchos apuros a los jugadores culés.

Aunque ninguna de las oportunidades de los portugueses fuera especialmente clara todas rondaron el gol: Valdés se lució en un par de intervenciones, Guerín y Hulk, incansables, rondaron los postes y cada corner cerrado acababa con la habitual sensación de agonía a la que ya se ha acostumbrado el hincha culé. Lo que no es normal es que, solo en la primera parte, el Barcelona ya concediera cuatro saques de esquina.

Salir vivo de aquellos primeros 15 minutos fue clave para el partido. Probablemente los portugueses hubieran merecido una mínima ventaja, tanto por deméritos ajenos como por méritos propios: cuando Hulk parecía imparable en el desborde y el choque, tuvo que ser Xavi de nuevo el que retrasara su posición los metros justos para darle un apoyo a sus centrales y poder conectar arriba.

A partir de ahí empezó otro partido. Por supuesto, el Oporto, un equipo descomunal que probablemente fuera el año pasado el mejor de Europa tras el Barça, conquistando el triplete con la Europa League, y demostrando una superioridad arrolladora -cómo olvidar el 5-1 que le cayó al Villarreal en semifinales de aquella competición-, siguió teniendo opciones, pero ya a la contra. Poco a poco, gota malaya, el Barcelona pasó la primera línea de presión y a partir de ahí encontró muchísimas facilidades: en cuanto el balón llegaba a Iniesta o Messi, diez metros más atrás para entrar en contacto con sus compañeros, la defensa adelantada de los portugueses pasaba muchos apuros.

Pedro estuvo a punto de marcar solo ante el portero y minutos después tuvo que ser de nuevo Messi el que, regateando al portero y esquivando la llegada de los dos defensas portugueses, cruzaba para el 1-0.

El gol, como es habitual frente al Barcelona, cambió el partido. Incluso Keita pareció mejorar su posición táctica, hasta ese momento completamente perdido; la posesión volvió a ser azulgrana y la segunda parte discurrió placenteramente dentro de un cierto aburrimiento. Honestamente, no fue el mejor partido de la historia reciente de ninguno de los dos equipos. El Oporto estuvo a punto de marcar en un tiro lejano de Moutinho que Valdés sacó in extremis pero decidió no arriesgó más: bajó líneas en la presión y se limitó a esperar el error del contrario, muy lejano de su idea habitual del juego.

La cosa pudo salirle bien: primero, por los errores de Villa y Pedro en dos definiciones claras uno contra uno; segundo, por un error gravísimo de Abidal, que repitió una jugada que ya hiciera Busquets en liga el año pasado contra el Athletic de Bilbao y costó un penalty. El francés quiso salir regateando, de hecho, consiguió dejar atrás al primer rival, pero se adelantó demasiado el balón en la salida... la pelota quedó dividida y el jugador portugués llegó primero, con lo que Abidal le arrolló. Ni el árbitro ni el linier consideraron la jugada punible. Posiblemente, el Oporto no hubiera merecido el empate, pero el Barça jugó con fuego y tarde o temprano se quemará.

Busquets salió por Adriano, corrigiendo el error inicial: los dos medio centros de la plantilla acabaron de centrales, lo que dice todo de la planificación de la plantilla respecto a esa posición. Abidal volvió al lateral y Alves ya se instaló como extremo. La expulsión de Rolando por doble amarilla, tras cortar una nueva internada de Messi en eslalom, terminó de hundir al Oporto. Cesc entró para dar más control al juego y volvió a estar impecable: el ex capitán del Arsenal no tendrá nunca el desborde ni la velocidad de los Pedro, Messi, Alexis o Villa, pero su calidad compensa esa carencia sabiendo exactamente dónde colocarse.

En una nueva recuperación, Messi avanzó un par de metros y vio la llegada desde atrás del hijo pródigo: Cesc, habilitado, definió de maravilla fusilando al portero. Quedaban tres minutos y la remontada era imposible. Ya celebraba el Barcelona su decimosegundo título en los tres años que lleva Guardiola en el banquillo cuando Guarín hizo una feísima entrada a Mascherano que dejó a su equipo con nueve. Ni siquiera rechistó pero corriendo los tiempos que corren, es obvio que todo el mundo hablará del penalty y de las dos expulsiones.

Eso no debería empañar la superioridad del Barcelona, sobre todo en la segunda parte. Sin duda, fue mejor y mereció la victoria aunque estuvo lejos de ser el equipo dominador e inmaculado que maravillara el lunes en el Gamper ante el Nápoles. Sea como fuere, lo cierto es que tras una pretemporada dudosa, con posibles fallos de planificación de plantilla y una alineación que hoy no invitaba al optimismo, el Barcelona empezará la liga con dos títulos ya en el bolsillo.

Un excelente comienzo cara a una temporada que se antoja dura y tensa. De entrada, el lunes, espera el Villarreal dispuesto a sacar partido del aparente caos táctico que ha demostrado el Barcelona en momentos de este mes de agosto.

La guerra de los Balcanes


Aquello tuvo al menos dos fases: la primera, brutal, a partir de 1991: la guerra abierta entre serbios y croatas con el Puente de Mostar como principal escenario y la segunda, a partir de 1999, con los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado para evitar las matanzas étnicas entre kosovares serbios (ortodoxos) y kosovares bosnios (musulmanes).

La primera me tocó en el instituto y la frase de moda era "Estados Unidos no se mete en Yugoslavia porque no hay petróleo, claro". La segunda me tocó en la Universidad y el discurso había girado maravillosamente a un "Estados Unidos es una potencia imperialista que tiene que meterse en todo". El petróleo por entonces no era motivo, lo volvió a ser en 2003.

Es muy probable que esta segunda reinterpretación del conflicto de los Balcanes fuera lo que me hizo dejar de ser de izquierdas, o al menos redujo el convencimiento: me parecía un puto disparate echarle la culpa siempre al mismo, hiciera lo que hiciera.

Por lo demás, mis recuerdos son más bien baloncestísticos, como suele suceder. En el verano de 1991 la selección yugoslava se estaba paseando por el Europeo de París. Era el tercer año consecutivo de paseo: un equipo formado por Zdovc, Petrovic, Kukoc, Radja y Divac más las aportaciones desde el banquillo de Perasovic, Sretenovic, Paspalj, Savic, y los jóvenes Djordjevic, Danilovic y Komazec. Una broma de equipo, vaya, aunque en ese Europeo en concreto Petrovic se reservó y no asistió a la convocatoria.

La declaración de independencia de Eslovenia y Croacia coincidió con el transcurso de la competición y cuando llegaron a la final contra los italianos, las autoridades eslovenas prohibieron a Jiri Zdovc jugar el partido o participar en la entrega de medallas representando a un país que para ellos ya no existía. Zdovc aceptó sin rechistar y de ahí la cosa solo fue a peor: Divac se peleó con Petrovic, Serbia fue descalificada de cualquier competición deportiva durante cuatro años y las matanzas se extendieron por toda la zona, odio acumulado de décadas y décadas, administrado cuidadosamente por Tito, curiosamente un croata.

La Unión Europea no hizo nada. Alemania acogió bajo su hombro a Eslovenia y eso libró a ese país del acoso y derribo. Los demás, allí se las apañaran. En el medio de Europa morían miles de personas, trinchera a trinchera, todos contra todos, mujeres y niños primero, pero los señores políticos discutían los criterios de convergencia económica y de vez en cuando algún portavoz miraba un poquito al horizonte, decía "Pero, bueno, compórtense" y luego seguía a lo suyo.

Efectivamente, tuvieron que pasar ocho años de cruenta guerra y la posibilidad real de que entre Milosevic y Karadzic se cargaran a todos los bosnios para que Bill Clinton dijera basta. Si Europa no iba a hacer nada pues tendría que hacerlo Estados Unidos, que ya ves tú lo que les iba a ellos en la historia. Es cierto que en vez de hacerlo por su cuenta se apoyó en ese ente abstracto llamado "la OTAN", que básicamente es Estados Unidos cuando se pone mandón. Como aquello de "Amanece que no es poco": "La guardia civil ha perdido las elecciones pero las ha ganado la secreta... No pasa nada porque la secreta también somos nosotros".

Entonces empezaron las manifestaciones en mi universidad, mi ciudad y mi país. Matanzas étnicas... bueno, vale; ¿cientos de miles de muertos y refugiados en campos de concentración? Tampoco es para tanto... ¿Intervención de Estados Unidos? ¡Hasta ahí podíamos llegar, imperialismo! Y bueno, pues Mijatovic salió a encabezar manifestaciones en Madrid, Djordjevic sacó lloroso una pancarta "Stop the war" al final de un partido en el Palau para ovación cerrada de todo el pabellón, muchos de ellos portando sus banderas catalanas, que en el equivalente serían como las bosnias a los ojos de un serbio y el disparate aumentó sin rubor alguno.

Al final Kosovo se partió en dos. Montenegro se escindió también y Yugoslavia pasó a llamarse Serbia, sin más, el reducto final. Aunque parezca increíble, con ese nombre todavía les daría tiempo a ganar un Eurobasket y un Mundial y contratar a Javier Clemente como seleccionador del equipo de fútbol.

jueves, agosto 25, 2011

La Nochevieja de la Chica Langosta


Una tarde planchando en casa de la Chica Langosta. La tarde del último día de 1998. Ella se ponía guapa y yo me encargaba de alisarle la ropa con mi natural torpeza. Moratalaz. Desde el séptimo piso se podía ver Madrid entera pero a una distancia abismal. Planchaba e intentaba convencerla de cenar juntos, a mí me hacía ilusión que fuera su primera nochevieja en Madrid porque normalmente se iba todos los años con sus padres a un pueblo de Segovia.

Aquel día no. Aquel día la Chica Langosta se ponía guapa y yo le ponía todo a favor para que fuera una noche mágica y fantaseaba con la idea de cenar los dos solos en su casa y que de esa manera el nuevo año fuera nuestro año. Hay veces que no sé si quería adoptarla o si quería que ella me adoptara a mí, teníamos esa relación de ojos tristes y palabras tartamudas.

Normalmente, yo proponía y ella disponía. Aquella noche no iba a ser una excepción. Había pasado todo el otoño en Toulouse y volvería días después, cuando empezara de nuevo el curso. Llegamos a una especie de término medio: los dos nos fuimos a casa de una tercera amiga, más amiga suya que mía, pero amiga al fin y al cabo, que cenaba con toda su familia.

¿Lo ven? Ponga dos huerfanitos a su mesa.

Fue una cena agradable por lo que recuerdo. Hay que matizar que yo odio las celebraciones familiares y que tengo un gusto por la comida muy extraño, de manera que organizar una comida o una cena conmigo acaba siendo desesperante: me lanzo a por el pan y las patatas y dejo que el resto de los platos pasen por delante de mí sin siquiera rozarme. Aun así, insisto, el recuerdo es el de algo agradable y divertido: fotos con gente que no volví a ver en mi vida y que jamás podrán recordar quién demonios era el niño ese con gafas que se colaba en las segundas filas.

Cuando dieron las campanadas, hice algo parecido a darle la mano. No fue exactamente así, creo que le agarré la falda. Lo sé, suena estúpido, pero yo tenía que agarrar algo suyo para tener la sensación de que así estaríamos juntos todo el año por venir y la tía no hacía más que coger uvas y comérselas, no tenía dónde agarrar, que diría Nacho Cano.

En fin, después de la cena fuimos a una fiesta también llena de desconocidos. Recuerdo unas fotos en las que salgo con unas orejas terribles, completamente de soplillo, despeinado y cogiéndola de la cintura. Ella se echaba levemente hacia atrás, apoyando su espalda contra mí, probablemente para no parecer tan alta. Una de las absurdas disputas que teníamos la Chica Langosta y yo era en torno a nuestra altura. Ella decía que yo era más bajo, pero yo lo tenía que negar, como si el hecho de ser más alto o al menos igual de alto que ella me diera una oportunidad de algo.

¿Una oportunidad de qué? Yo en aquel momento estaba enamorado de otra persona, cuando miro hacia atrás no me puedo decir que no estuviera enamorado de esa otra persona en los cuatro años que estuvimos juntos. Supongo que los ludópatas jugamos y jugamos sin un interés especial en la victoria.

La Nochevieja acabó y 1999 empezó de cero. Un año muy musical visto desde esta distancia. La Chica Langosta volvió a Toulouse pero yo imaginaba que de alguna manera mágica el año sería cosa de los dos, como si agarrarte a la falda de una chica que come uvas fuera un ritual llamado a algún éxito. No pudo ser. A los tres meses del año ya habíamos discutido a gritos en una ciudad extranjera, nuestro pasatiempo favorito. Perdimos el contacto, eso fue todo. La Nochevieja siguiente decidí ser sensato y pasarla con mi novia de los noventa. No tengo un gran recuerdo de aquello: comimos en casa de una compañera de su trabajo y luego intentamos tomar algo por La Latina pero estaba todo hasta arriba.

Nos fuimos pronto a casa. No me hizo falta agarrarme a su falda aquella noche para conseguir perderla a lo largo del año, exactamente en noviembre. Como pueden ver, para mí perder gente es algo que ocurre con una facilidad asombrosa, haga lo que haga con las manos.

miércoles, agosto 24, 2011

La leyenda de Jan Ullrich



Jan Ullrich atacó al pie de uno de los puertos que llevaban a Andorra –no recuerdo el nombre- y dejó a todos sin resuello, cabizbajos. En la radio, Ángel González Ucelay se volvía loco: “Ahí va el alemán rumbo a la leyenda, rumbo a Paris, sí, pero… ¿de qué año?” Aún sin cumplir los 23, Ullrich ya había sido segundo de un Tour que hubiera ganado de no dedicarse a prepararle los sprints a Zabel y las subidas a Bjarne Riis y, un año después, su dominio era sencillamente arrollador, incontestable. No solo ganó aquel Tour del 97 sino que su ventaja con respecto al segundo rozó los 10 minutos.

Aquello iba para largo, para muy largo. La gente empezó a hablar de 6,7, 8 Tours de Francia… Ullrich arrasaba contra el reloj y a pesar de su corpulencia subía con una potencia inaudita. Parecía una versión incluso mejorada de Induráin y se plantó en la salida del Tour 98 como único favorito, sin opción para nadie más, muy por delante de los Olano, Hamilton, Virenque, Jalabert y compañía…

En la séptima etapa dio el primer hachazo: etapa y liderato en una contrarreloj exigente, con casi un minuto y medio de ventaja sobre el segundo y más de cuatro minutos sobre Marco Pantani, reciente ganador del Giro de Italia y escalador de los que marcan época. La ventaja conseguida en un solo día era tal que a Ullrich no le importó que el italiano le recortara 23” en Luchon o casi dos minutos en Plateau de Beille. A él le bastaba con controlar a Hamilton y Jalabert, los que le podían hacer daño contrarreloj: a Pantani se le acabaría pronto el gas y el entusiasmo post-Giro.

Así siguieron las cosas, inamovibles, hasta la decimocuarta etapa, el primer contacto serio con los Alpes: subida del Galibier y meta en Les Deux Alpes. Los Kelme se mostraron muy activos: Escartín atacó en el penúltimo puerto, Pantani se pegó a su rueda y Serrano les dejó al pie de la última ascensión. Detrás, los Telekom impusieron su ritmo de caza: la ventaja en la cima del puerto era de tres minutos pero tras el descenso se había quedado en poco más de minuto y medio. Todo esto para esto. Era un día espantoso, con muchísimo frío y muchísima lluvia. Justo cuando están a punto de afrontar las primeras rampas de Les Deux Alpes, Jan Ullrich pincha.

El Telekom tiene que pararse en seco y ayudar a su líder a remontar posiciones poco a poco en un pelotón ya partido en mil pedazos. La paliza que se pega Ullrich para alcanzar la rueda de los mejores es descomunal y para cuando cree que ha llegado, Pantani ya se ha ido de Escartín y de todos, balanceándose sobre la bicicleta, pañuelo al viento e imperial, rumbo al doblete que nadie conseguía desde el gran Induráin.

A Ullrich se le hincha la cara: ese gesto será su maldición durante años y años. Cuando Ullrich está mal, se infla como un globo y en vez de subir, baja. Al segundo kilómetro del puerto, le empiezan a pasar todos los que él había adelantado anteriormente. Algo va mal. Algo va muy mal. Riis y Bolts se quedan con él, en la vana esperanza de que se recupere y al menos aguante el amarillo. La distancia con Pantani, recordemos, sigue en los tres minutos en la general y solo queda coronar y bajar a meta.

Pero Ullrich no puede, lleva una pájara de escándalo. La diferencia vuelve a los tres minutos, luego sube a cuatro, luego a seis. Pantani vuela y Ullrich se hunde. A la llegada a meta, “El Pirata” levanta los brazos con rabia y orgullo mientras espera al alemán, que no llegaría hasta nueve minutos después, completamente descompuesto.

Ahí se acabó la leyenda de Jan Ullrich, en una tarde de perros cerca de un cantón suizo. Tenía solo 23 años, pero no se recuperó jamás de aquel palo inesperado: a base de combatividad y talento consiguió acabar aquel Tour en segundo lugar y ganar la Vuelta a España de 1999.

Después, su historia fue la de un perdedor. Probablemente, el perdedor con más clase que haya visto nunca. Todos sus duelos con Armstrong, que marcarían los siguientes seis años, seguían un mismo patrón: el americano mostraba debilidades, Ullrich se ponía a tirar como loco, dejándose la piel para machacarlo definitivamente y en ese momento, el de Texas sacaba fuerzas de flaqueza, decía “nos vemos arriba” y pegaba un demarraje seco, a molinillo, que acababa con los pómulos de Ullrich a punto de estallar.
Incapaz de superar a Armstrong contrarreloj y muy inferior en la montaña, abusando siempre de desarrollo, 

Ullrich acumuló a lo largo de su carrera hasta cinco segundos puestos y un tercero, desde 1997 a 2005. Justo el año que su archienemigo decidió retirarse, a él lo retiró la Operación Puerto, una trama anti-dopaje que se llevó por delante a medio pelotón.Triste final para un campeón del mundo, campeón olímpico y ganador de Tour y Vuelta. El hombre llamado a ganar siete veces el Tour de Francia y que se cansó de ver a Armstrong ocupar su puesto.

Aburrido y sancionado, decidió volverse a Alemania, manifestar su inocencia con cierta desgana, engordar sin límite alguno y recordar su leyenda. Se dice que aún compite, de vez en cuando, en pruebas amateur con un nombre secreto mientras prepara una autobiografía, con la esperanza de que al menos ahí encuentre un final feliz.

Artículo publicado en la revista Jot Down, dentro de la sección "No pudo ser"

martes, agosto 23, 2011

Mourinho y la prensa deportiva española


Este artículo tiene algo de paradójico, eso es inevitable: pedir que no se hable de Mourinho es hablar de Mourinho. Todo lo que se dice sobre el portugués empieza con un "es un gran entrenador pero..." y a partir de ahí a rajar. Bien, yo también tengo "peros", y desde luego le reconozco su capacidad como entrenador: ganó una Champions y una UEFA con el Oporto, ganó varias ligas y copas con el Chelsea y logró el triplete con el Inter de Milán. No voy a negar evidencias: Mourinho sabe gestionar un equipo y llevarlo a lo más alto.

¿Es el mejor entrenador del mundo? Yo creo que no, pero sin duda se puede argumentar que sí y no sería ningún escándalo.

Lo que se viene a echar en cara a Mourinho es su necesidad de polémica constante, crispación y malos modos. Seamos sinceros: Mourinho no es un tipo simpático frente a las cámaras y desde luego calcula cada palabra, cada gesto y cada movimiento. Todo responde a una planificación previa, consensuada, se supone, con su equipo de asesores y su portavoz personal, tan de moda últimamente. Ya el hecho de que un entrenador tenga un portavoz privado es chocante, pero no tiene por qué tener nada de malo.

Podría decir muchas cosas desagradables de Mourinho pero de eso se encargarán otros. Me voy a limitar a lanzar una idea: lo único que ha hecho Mourinho es apropiarse y gestionar a su manera lo que ya estaba antes en la prensa deportiva española. Sin más. Cuando llega al Madrid, ¿qué se encuentra? Un equipo que lleva dos años por detrás del Barcelona, no tan detrás como se dice, pero detrás, y que no acaba de encontrar un rumbo fijo: cambios de presidente, entrenador, jugadores... Mourinho ficha y lo primero que piensa es "si gano, soy Dios, he cambiado una dinámica yo solo". El problema es qué pasa si pierde. Si pierde tiene que poner excusas... y esas excusas no las inventa él.

Cuando Mourinho sale a rueda de prensa y habla de la connivencia entre Mediapro y el Barcelona, sabe que eso se ha publicado antes. Cuando insinúa que los árbitros le perjudican constantemente para beneficiar al Barça, lo dice porque el aficionado lleva años leyéndolo en los periódicos. Cuando sale después de la ida de la Champions a decir "No sé si es que el señor Villar..." está mandando un mensaje muy claro a sus aficionados: "Villarato".

No creo que haya una sola declaración de Mourinho que no recoja lo que antes ha publicado Relaño, Inda, Serrano, Hernández, Carbajosa o Alcaide, simplemente ha llevado la polémica al otro lado del micrófono.

¿Cómo se ha llegado a este punto? Hay varios factores. De entrada un problema que tiene que ver con el periodismo en general y es lo que he llamado en alguna otra ocasión el "periodismo wikileak", es decir, un periodismo de corta y pega, de entrecomillado, sin más. Lo que dice uno se opone a lo que dice el otro, sin  tiempo alguno para el análisis o la confrontación de ideas. En el periodismo deportivo, se fijarán que el 70% de lo que encuentran son declaraciones, hasta el punto de que hoy nos hemos pasado media tarde discutiendo si un señor había dicho no sé qué cosa en un mensaje de móvil o si no lo había dicho, sin pararnos a pensar por qué podría decir eso, cuál es el mensaje y si ese mensaje tiene algún viso de verosimilitud.

No, Mourinho no se va a ir del Madrid. Desde luego no lo va a hacer por "falta de apoyo del club" ahora que el club, básicamente, es él.

La prensa necesita a Mourinho porque necesita titulares. Si se bastara con analizar los partidos, sin árbitros tirando líneas imaginarias, becarios borrando jugadores o columnistas inventando insultos, no lo necesitaría, y Mourinho se dedicaría a otra cosa, probablemente a entrenar. Pero no, aquí nos tiramos una semana leyendo los labios de un jugador a ver si dice "mono" o "morro" como si fuera posible distinguirlo en televisión y con una mano tapando la boca. Da igual, eso sirve para que Mourinho diga que "los valores de respeto a las razas...". ¿Por qué dice eso? Pues porque ha visto el debate de la noche anterior de "Punto Pelota".

Miren, Mourinho es un populista. Sí, lo es. La mayoría de la gente que ven por la tele son populistas y desde luego los que pretenden ser líderes se llevan la palma. Busca la simple identificación del Madrid con él, hasta el punto de que, habiendo pasado más años en el Barcelona que en el club blanco, tacha de "pseudomadridista" a cualquiera que le ataque. Con un par. Pero el populismo se basa en el odio, el odio extremo al contrario. Un odio que lleva a gente racional escribir en Twitter cosas como "Abidal, ojalá tengas de verdad un cáncer de hígado, tú y toda tu familia, hijo de puta". Sin odio, amigos, no hay negocio.

¿Ha inventado Mourinho el odio? No, se ha limitado a gestionarlo. El odio estaba en El Mundo Deportivo, en el Sport, en el Marca, en el As, en algunas secciones deportivas de periódicos nacionales, en Punto Pelota, en Futboleros... Todo era una manifestación continua y permanente de odio: la autoafirmación mediante la violencia contra el "otro", llevado incluso al piquete de ojos, por supuesto.

Me parece bien que se critique a Mourinho por cosas que hace, más aún cuando las hace en el campo, es decir, cuando sale a empatar a cero en casa un partido que podía haber ganado muy cómodamente, y que se le alabe cuando juega tan bien como en esta Supercopa, sin ir más lejos... pero criticarle porque su mensaje es populista y genera odio es negar una realidad: el odio estaba antes, el odio ha ido llenando los estadios hasta que se ha desbordado por los banquillos. Sería tan sencillo como olvidar el personaje y el entrecomillado y volver al periodismo.

Pero no. Seguiremos una semana discutiendo por números de móvil y por comunicados de prensa. Abro comillas, cierro comillas. Porque es lo que da de comer a los que nos alimentamos de carroña.

lunes, agosto 22, 2011

El día llegó



Lo que me gusta de Emite Poqito es su capacidad para rendirse. Cualquiera se puede enamorar de alguien que está a punto de rendirse, sea porque crees que puedes evitar la rendición, sea porque de esa manera tu propia rendición está más cerca. No voy a extenderme mucho porque es muy tarde, pero recuerdo tres frases concretas que me vuelven loco.

La primera es de la canción "Dame" y dice "el radiador nos alumbra por si no hay amor". Toda la canción en general es de una tristeza desoladora, es la falta de amor hecha verso con música de acompañamiento, aunque el ritmo nunca lo diría, el ritmo invita a pensar que hay una oportunidad o al menos una indiferencia y que no tiene por qué ser todo dolor. Es la canción que me puse a mí mismo mientras la Chica Indecisa se duchaba después de una noche de insomnio y fotografías. De esto hace tres años y medio. Mis amigos creían que estaba muerto, yo me limitaba a acariciarle el pelo y pedirle fotos como los psicópatas.

Ella me las daba y se dejaba acariciar, conocedora no tanto de sus límites como de los míos.

Segunda frase, mucho más simple: "Yo me rindo, yo me rindo", de "Mi Fórmula Secreta". No merece mucha más explicación, viene todo ya en el primer párrafo. Esa canción fue la banda sonora de un capítulo de mi novela sobre francotiradores. Cuando el chico cínico y la chica cínica paseaban por Madrid jugando a ser lo que no eran, soñando con ser lo que no eran, más bien. Cogiéndose de las manos y desempolvando diálogos ingeniosos. Aquel "yo me rindo" era para ellos algo así como el canto de las sirenas para Ulises, algo deseable, cercano y a la vez inasible. Él juega a quererla, ella juega a que se crea que le quiere. O al revés.

Acabo ya, las promesas hay que cumplirlas. La mejor frase que ha escrito jamás Julia es un heptasílabo con sinalefa: "En adelante no estoy", que culmina esa declaración de amor convenido que es "Un día llegó" (ver video). No diría que es una rendición exactamente sino más bien un "he estado esperando hasta aquí, he estado sufriendo hasta aquí, no sé si esto me lleva a algún lado pero la lucha, al menos, acaba desde este mismo momento, no cuenten más conmigo".

Y me parece bonito, no sé. Abandonarse, digo. Si "Allí donde solíamos gritar" es una de las mejores canciones de la década es por ese final, diez años después, en el que el chico se dice a sí mismo, "y ya está, ya hay paz, ya hay paz...". De alguna manera, ha conseguido saldar cuentas, de entrada consigo mismo. Yo no sé lo que ustedes buscan, pero no puede ser algo muy diferente a eso.

domingo, agosto 21, 2011

Vida de chalet (y XIII). Waiting for the night to fall



Hay que llegar hasta la página 409 de "El diciembre del decano" pero merece la pena solo por leer a Saul Bellow mencionar "La rebelión de las masas", de Ortega y Gasset. Se leen pocas referencias a Ortega en la literatura española, de hecho, uno puede pasar toda una carrera de filosofía -como fue mi caso- teniendo que buscar a Ortega en las horas no lectivas porque, en la Facultad, nada de nada: una clase, suelta, y porque nuestro grupo decidió exponer "La misión de la universidad".

Casi todo lo que está pasando en el mundo ahora mismo estaba ya hace 75 años en Ortega, pero preferimos empezar de cero y descubrirlo todo como adanes. No creo que sea tan grave. Empezar de cero en Madrid, por ejemplo, lejos de la vida de chalet, que acabó ayer por la tarde hasta el próximo verano. Madrid sin peregrinos, Madrid siempre hostil en las expectativas: de repente, atacan todas a la vez: "Deberias ganar dinero, deberías ser más amable con la gente, deberías conseguir que alguien, alguna vez te quiera, deberías aceptar lo que venga, tenga o no tenga sentido a tu modo de ver".

Eso son las obligaciones que uno se impone en la capital mientras el calor lo derrite por dentro. Creo que podríamos reducirlo todo a una solución: recibir, prepararse para recibir. No digo resignarse, no digo aceptar cualquier cosa, sino recibir, que en rigor no es lo mismo. "Confiar", sería otra buena palabra. Descubrí la Ley de la Atracción hace tres años. A ustedes les parecerá extraño que empiece hablando de Ortega y Bellow y de repente baje a "El secreto". Bueno, yo soy así, quiero decir, puedo ser pedante y cínico un tiempo igual que puedo sumergirme bajo el agua un tiempo, pero al final necesito salir a respirar.

Los dos amigos que me explicaban por entonces la teoría, algo difusa, eran Santi y David. Dos buenos amigos que el tiempo se encargó de separar. Yo les hacía preguntas concretas porque siempre he tenido problemas con las abstracciones, desde aquellos controles del instituto para determinar el coeficiente intelectual donde siempre sacaba notas mediocres. "Lo que te dice la Ley de la Atracción ahora mismo es que te olvides de esa chica, que no busques más por ahí", me dijo uno de ellos, y no diré cuál porque eso sería decir también la chica, o servirla en bandeja.

Lo que pasa es que yo no quería olvidar. Sé que la teoría es sencilla: si alguien está ocupando tu mente no hay espacio para nadie más y obviamente no estás preparado para recibir algo nuevo, para atraer lo que realmente quieres. ¿Y qué quiero yo realmente? No lo sé. Los demás quieren follar mucho, eso lo vi desde la adolescencia. Yo no tengo tanto interés. Quieren follar y fardar y demostrar ahí su masculinidad y su superioridad. Ya lo he dicho, en esas situaciones, tarde o temprano, tengo que salir a respirar un poco. Ser el que soy.

Mi idea de una relación ideal es una complicidad tal que pudiéramos oír toda mi lista de reproducción de Spotify y nos emocionáramos a la vez, y cuando digo "emocionarnos" no digo abrazarnos, llorar y lamentar lo mal que nos trata el mundo sino quizá todo lo contrario. "Compañeros de viaje busco, pero compañeros vivos", decía Nietzsche en boca de Zaratustra. Una de esas frases que te jode la vida porque parece que todo lo que no sea un compañero o compañera vivos no sirve para nada.

Y probablemente sea mentira.

Estoy confuso, lo reconozco. Siempre que alguien me explica que él está confuso o deprimido o en un bajón enorme yo no le digo que lo venza, que se obligue, que se esfuerce... porque tengo la sensación de que eso es lo que yo he intentado hacer siempre, lo que siempre me han dicho que haga. "No es para tanto". Bueno, yo a ese amigo o a esa amiga le digo que sí, que sí que es para tanto, por supuesto, y que se dé el gustazo de la autocompasión. Solo un tiempo, luego respiramos, pero la autocompasión es necesaria, sentirse perdido, aislado, solitario, fracasado... No ya como forma de vida sino como etapa vital.

Negar sin más la perdición, la soledad, el fracaso... Negar los sentimientos en aras de un razonamiento que no sirve más que a largo plazo es como negar el elefante que caminaba por la habitación del post del sábado. It´s my party and I cry if I want to. Es un mundo de precipicios, aristas y abismos, reconozcámoslo cuanto antes y busquemos a los compañeros que mejor nos van a ayudar a hacer camino.

Porque al fin y al cabo, nosotros llevamos el fuego, no lo olviden nunca. Y si la chica no vuela, no tiene nada que hacer conmigo.

El penalti de Bebeto


Aquel equipo era muchas cosas: una colección de jugadores ninguneados por los grandes clubes, unos cuantos brasileños de “Cristo y amor”, el encanto de la ciudad pequeña y tranquila, la alternativa al dinero y los titulares de prensa… y especialmente, por encima de todo, un entrenador que se convirtió en algo así como “el abuelo de España”.

El Deportivo pasó de Segunda a disputar la liga en dos años. Para ello hizo falta fichar a Bebeto y Mauro Silva, que no es poca cosa, e ir recogiendo a los Donato, Nando, Aldana y compañía que iban dejando sueltos los demás. En su primer año como equipo competitivo se vino abajo después de unas cuantas jornadas de líder. El segundo año se tomaron la cosa tan en serio que llegaron a la última jornada con un punto de ventaja sobre el Barcelona y un partido relativamente fácil en casa.

Mi recuerdo de Arsenio se va a un final de partido y una rueda de prensa. El partido en cuestión no lo ubico con facilidad: sé que el Deportivo se había adelantado en casa y le habían empatado casi en el descuento. Arsenio, enrabietado, tomaba el túnel de vestuarios al grito de “Tanto Súper y tanta hostia”. Era un hombre temeroso de la fama y la repercusión mediática, como si se sintiera incómodo. Un par de años más tarde cogería al Real Madrid post-Valdano, en plena descomposición, y creo que jamás he visto a alguien tan perdido en un banquillo.

La rueda de prensa en cuestión es la de después del famoso Deportivo-Valencia. Aquella trágica última jornada. Arsenio no se sentía triste, se sentía culpable: “Sabía que podíamos fallarles”, dijo con una resignación absoluta, como pidiendo perdón. “Sabía que esto podía pasar y toda esa gente se iba a sentir muy triste”. Seguro que Arsenio hacía muchas cosas pensando en sí mismo, como las hacíamos todos, pero daba la sensación de que en realidad estaba ahí por los demás, con una naturalidad apabullante.

Volver al partido en cuestión es insistir en un drama. Fue un 14 de mayo, el día de mi cumpleaños. Estábamos haciendo una fiesta en casa y conforme avanzaba la cuenta atrás, nos arremolinábamos alrededor de la televisión. Los del Madrid iban con el Deportivo, los del Barcelona, obviamente, con el Valencia. En la mente de todos está el momento en el que Nando entra en el área, se hace un autopase y un defensa visitante lo zancadillea.


Las imágenes de Núñez desolado y el Camp Nou callado por completo mientras Riazor saltaba de alegría. “Sabía que podíamos fallarles”, seguro que se repite todavía Arsenio, recordando todo aquello. El penalti lo tendría que haber tirado Bebeto: era el goleador por excelencia de ese equipo, uno de los mejores delanteros que pisaron la liga española en los 90 y meses después se coronaría campeón del mundo patentando su propia celebración de los goles.

El problema es que Bebeto había fallado ya dos penaltis con anterioridad y esos penaltis habían costado puntos. “Solo falla el que lo tira”, dijo él, entonces, para defenderse… y tenía mucha razón. Hay que tener valor para enfrentarse uno contra uno al portero rival y los millones de expectativas de medio país. Cuando el árbitro pitó, aquel 14 de mayo, Bebeto, simplemente, se alejó lo más posible del balón, silbando, como si la cosa no fuera con él. Donato ya no estaba en el campo. ¿Quién tenía el valor para ir ahí y disparar? Le tocó a Djukic.

Hay un momento en el que sé que lo va a fallar. Esto es una tontería: nadie sabe si un penalti se va a fallar o a meter, pero hay señales que pueden indicar una cosa o la contraria. Cuando toma la carrera, el yugoslavo coge aire y eleva los hombros casi a la altura de la nariz. Tiene un ataque de ansiedad colosal y el miedo en la cara, como si él también supiera que fallar a toda esa gente iba a ser difícil de olvidar.

El resto ya lo conocen: González paró el penalti y lo celebró como una Copa de Europa. Probablemente fue innecesario pero él solo hacía su trabajo. Ni siquiera le sirvió para renovar con el Valencia, que ese verano se hizo con Zubizarreta. Núñez volvió a sonreír y Cruyff salió del banquillo con Rexach a celebrar. Era la cuarta liga consecutiva del Barcelona, la tercera en el último partido por fallo de su rival.

En Riazor todo eran lágrimas. El público saltó a la cancha a abrazar a sus héroes, una especie de terapia de grupo. Djukic, llorando como un juvenil, intentaba hacerse paso mientras los niños le decían “no pasa nada” pero se lo decían con una tristeza infinita en la cara. Esos tres minutos seguro que fueron los más largos de su carrera.

En cualquier caso, ni a Bebeto ni a Djukic les tocó dar explicaciones. Arsenio tampoco mandó a su segundo a hacer la rueda de prensa. La enfrentó él, a pecho descubierto, sonrisa resignada en la boca, tono de “ya os lo decía yo, ya os lo decía yo” y resignación de hombre humilde que ve cómo las langostas arrasan su cosecha y solo puede pensar “el año que viene todo irá mejor”.

Y fue mejor: el Deportivo ganó la Copa del Rey… ante el Valencia, en el Bernabéu. Los chicos de Riazor tuvieron que esperar seis años para celebrar por fin una liga pero acabaron celebrando, que es lo que cuenta. Eso debería valer para toda una generación, se vivan después los descensos que se vivan. Arsenio, tras ese breve interregno en Madrid, no volvió al fútbol de primer nivel.

Artículo publicado en la revista JotDown dentro de la sección "No pudo ser"

sábado, agosto 20, 2011

Vida de chalet XII. Las JMJ y el concepto de ciudadanía


Respeto. En un estado de derecho, el respeto es la condición fundamental para tratar a las personas, es decir, a los ciudadanos. Son las personas las que se merecen ese derecho a ser respetadas en la convivencia y en ningún caso sus ideas. Pongamos un ejemplo claro: el asesino de Noruega estaba convencido de que los socialdemócratas tenían que morir uno a uno porque estaban vendiendo su país a las hordas musulmanas. ¿Merece "respeto" una idea que se basa en la necesidad de la muerte ajena? Me temo que no. Tampoco merece respeto la idea de que el sol da vueltas alrededor de la tierra. Eso es un disparate. Yo puedo respetar a esa persona, en el sentido de que no la voy a agredir ni a insultar ni a quitarle ninguno de sus derechos como ciudadano simplemente por tener una idea equivocada del mundo, otra cosa es que la idea, en sí, sea una patraña a denunciar.

¿Qué pasa con las religiones? Estoy de acuerdo en que son un tema delicado. Todas. La gente se vuelve muy susceptible con su sentimiento religioso y puedo entenderlo: llevado al extremo es una cuestión de vida o muerte, aun más: de vida eterna o infierno eterno. No es ninguna chorrada, así que se lo toman muy en serio. Por supuesto, yo defiendo su necesidad de tomárselo en serio y actuar en privado según sus creencias. Mis cuatro abuelos fueron católicos, ¿cómo no voy a respetar yo a los católicos y sus liturgias? Por supuesto que lo hago, eso está fuera de toda duda. Me posiciono desde ya: para mí el catolicismo es algo más que un montón de gorrones curas pederastas y salir a decirle a un creyente que te cagas en su Dios es una buena manera de empezar una pelea grosera.

Yo no estoy bautizado. No creo en Dios. No tengo ningún interés por la Iglesia Católica, pero tampoco tengo ningún interés en las fiestas del vecino de abajo y sé que, por convivencia, de vez en cuando me las tengo que comer.

Está bien, entonces: asumo con respeto la opción de los ciudadanos a declararse católicos, puedo incluso respetar la necesidad de llevar sus creencias a la práctica social en forma de liturgias. Llegando al extremo, puedo aceptar que esas liturgias sean molestas para los demás ciudadanos siempre que se espacien lo suficiente en el tiempo -por ejemplo, el vecino de abajo puede hacer una fiesta una noche, de acuerdo, pero siete días seguidos de fiesta, sin duda me obligarían a llamar a la policía-. Lo que no acepto bajo ningún concepto y no sé qué demonios tiene que ver con el respeto es que se corte una ciudad, se llene de casi un millón de personas dispuestas a defender sus creencias de una manera fanática, es decir, mediante pinturas, banderas al viento, gritos constantes, actitudes vandálicas en metros, autobuses y calles... y que todo ello además les salga a mitad de precio.

¿Son todos los jóvenes católicos unos vándalos? Pues no, obviamente no: ser católico no te convierte en un vándalo como no te convierte en un santo. Lo que quedan son las personas. Personas que se reúnen, a veces beben más de la cuenta y toman una ciudad sin ningún tipo de organización amparados en una acreditación y la supuesta obligación de los demás ciudadanos de tener que "respetar" todos sus excesos. La falta de organización me parece tremenda: llevar a un millón de personas a una ciudad y concederles todo el espacio público que quieran sin controlar siquiera sus actividades es bien curioso.

Más curioso aún es que todos los esfuerzos de la policía se haya centrado precisamente en "proteger" a esos grupos esponsorizados por El Corte Inglés de cualquier amenaza externa, es decir, de los "laicos".

Aquí hay dos cuestiones: la marcha laica, o como la quieran llamar, me pareció una equivocación. A mí me cuesta mucho manifestarme a favor de conceptos y en contra de conceptos. Que a mí me parezca una equivocación quiere decir, simplemente, que yo no voy a ir, no que crea que todo aquel que no piense como yo deba ser perseguido porra en mano y golpeado con saña. Eso es lo que hemos estado viendo estos días en Madrid: grupos de ciudadanos a los que se les toleraba todo, incluso acciones que dificultaban la convivencia y grupos de ciudadanos que protestaban ante este exceso ultramontano que se han llevado un buen par de porrazos en imágenes que recuerdan más a Chile en los años 70 que a un estado de derecho.

Que nadie entienda esto es un poco desolador. La organización de la JMJ debería hacer algo de autocrítica: algo del tipo "calculamos mal, metimos demasiada gente en la ciudad sin control, no pensamos que esto podía paralizar Madrid y molestar a muchos de sus ciudadanos. Lo sentimos, nuestra intención era solamente celebrar nuestra fe en Cristo y la llegada del Santo Padre, etc.". No parece tan grave, ¿no? Luego están los medios de comunicación, que al grito de "excomulgado el último" se lanzan a loar cada cosa que hacen el Papa y sus chicos, sin analizar en ningún momento el comportamiento de esos chicos cortando calles, insultando a la gente, molestando en la madrugada con sus cánticos religiosos, comiendo y dejando la basura en cualquier lado, bebiendo en las plazas y utilizando las fuentes públicas para lavarse la roña del sudor.

Bien, que la organización de las JMJ no sea capaz de admitir ni un error de planificación ni de pedir disculpas por las molestias causadas es un error, que los medios de comunicación callen las agresiones que incluso compañeros de profesión han recibido se ha convertido en algo tristemente común... lo que queda es que cuando el vecino de abajo va por su tercera noche de borrachera y juerga y yo llamo a la policía, la policía viene en masa y me pega a mí. No solo eso. Los ministros del gobierno socialista aprovechan para atacarme en rueda de prensa. "¡Es que está provocando, con esa manía suya de intentar dormir!", justifican todas las palizas y reciben el apoyo inmediato de PP y partidos nacionalistas. IU se queja tímidamente y UPyD -el partido al que yo voto y que presume de su laicismo- se limita a mirar a otro lado y decir que todos lo estamos haciendo mal, que estamos todos locos, por igual.

La facilidad de la cúpula de UPyD -y me duele decir esto- de criticar TODO lo que hacen los demás es irritante, como si vivieran alejados de la realidad: pase lo que pase, lo haga quien lo haga, ellos lo critican. Todo está mal hecho, y solo ellos podrían hacerlo mejor. Ya lo he dicho al principio, yo no he ido a ninguna marcha laica porque me parecen absurdas las marchas laicas, tan absurdas como las marchas religiosas. Pero no quiero que la policía de mi país golpee y acorrale a ciudadanos para proteger la impunidad de grupos religiosos. Y no entiendo que UPyD no vea esa diferencia, es decir, que no salga Rosa Díez o quien sea a decir: "La marcha laica es una estupidez, no la apoyamos, nosotros haríamos otra cosa, por supuesto mil veces mejor... pero los excesos de la policía son aún más intolerables y abandonar la ciudad a la suerte de cientos de miles de chavales de 18-20 años, sin control alguno, al contrario, con todos los beneficios que los demás ciudadanos ni sueñan es un desastre".

Bien, sigo esperando, aquí en el chalet. En la plaza de toros duermen 2.500. Se sientan en corrillo en la hierba, comen sus bocatas y lo dejan todo por el suelo. Alguien lo recogerá. En el autobús de ida, copaban los asientos. El conductor, agotado de tanto cántico y tanto grito y tanto levantarse en medio del viaje como turistas en Lloret me decía, compungido: "Y además les tenemos que llevar gratis". A mí, ir a la casa de mis padres, calladito y respetuoso, me cuesta 3,50 euros. A ellos, vociferantes y banderas siempre al viento, le moleste a quien le moleste, no les cuesta nada.

Espero que todo el mundo entienda -los "peregrinos" los primeros- que criticar la falta de civismo y la persecución policial y gubernamental de derechos  básicos no es un ataque ni a los católicos ni al catolicismo. Confundir educación con religión ha sido el principal problema de incomunicación en esta semana.

viernes, agosto 19, 2011

Vida de chalet XI. El odio


Y entonces el entrevistador, o mi hijo, o alguno de mis nietos si han heredado el gen melancólico, preguntará algo parecido a "¿Qué hacías tú en esa época?, ¿qué hacías mientras la gente se gritaba en los platós de televisión y exponían sus miserias y cada espectador pedía más y más carnaza, más y más odio?, ¿qué hacías mientras las bolsas se desplomaban, las deudas lo arrasaban todo, los líderes mundiales se miraban confundidos, desconfiados... cuando las calles de Chile, Israel, Madrid, Atenas, Siria, Egipto, Londres, Túnez, Marruecos o Libia se llenaban de chavales extendiendo su frustración, cada cual a su manera... los años de los desahucios, los ansiolíticos, los tsunamis, los escapes radiactivos...?"

El chico -o la chica- me mirará con asombro, el superviviente de aquellos tiempos tan horribles y a la vez -como sucede con todo tiempo horrible- tan estéticamente sugerentes. Seguirá preguntando por las cargas policiales mientras nuestra moneda desaparecía de los mercados, por las calles tomadas por fanáticos con Rosarios y banderas de las Cruzadas, los niños tiroteados en las islas, los puñetazos en los partidos de fútbol... Inevitablemente, se interesará por esa gran plataforma del odio que fue Twitter y tendrá que preguntarse, perplejo: "¿Qué hacías tú entonces, en medio de todo ese caos?"

Y yo tendría que contestarle: "Escribía. Escribía mucho, a todas horas. Alguna gente me tomaba en serio y otra, no. A mí me daba igual porque yo necesitaba escribir y todos mis personajes huían de algo. Era una época en la que la huida se había convertido en el principal tema. Desaparecer. La respuesta a la crisis fue la desaparición, echarse a un lado. Al menos esa fue mi salida. Escribía ficciones y analizaba realidades, sin importarme si eran deportivas, políticas, culturales o religiosas. Era una carrera sin vista atrás".

Pero no le bastará, querrá saber más, querrá saber si no nos dábamos cuenta de lo que estaba pasando: los periódicos azuzando la violencia en sus portadas, las manifestaciones contradictorias, las porras, los tanques de agua, los tiros de los francotiradores, las tasas de suicidio juvenil, las autolesiones, los psiquiatras... Querrá saber si éramos conscientes de que aquello pasaría a la Historia o no... y entonces yo tendré que decirle que no, que en general no nos gustaba darnos mucha importancia. Podíamos pensar que la cosa no iba bien, pero siempre pensamos que la Historia, en general, era cosa de otros, vicios de otra época: pasada o futura..

No -le diré- yo subía en autobuses llenos de "peregrinos" y encendía un ordenador donde todo el mundo discutía y se deseaba enfermedades, muertes, veía repeticiones de gente pegándose y empujándose, números en rojo, caras de pánico... pero mi única reacción era subirme a la habitación y leer a Bellow, leer a Amis, leer a Coetzee. Eso era todo. Y, claro, él -o ella- no lo entenderá, porque para él o para ella, con 30-40 años de distancia, aquella segunda década del siglo XXI le aparecerá dentro de una lógica apabullante, como algo que pasó porque no tenía más remedio que pasar. Incluso, puede ser, sus preguntas ansiosas tengan como verdadero motivo el aburrimiento: el aburrimiento de la sociedad de 2050, todo tan establecido, tan pacífico, tan tranquilo.

Se considerará miembro de una generación perdida y mirará a su padre, a su abuelo, con una cierta admiración porque él vivió en los tiempos donde todo estuvo a punto de irse a la mierda y el padre, el abuelo, se limitará a hablar de Scott Fitzgerald, de Judt, de sus distintas novelas desesperadas y de alineaciones de equipos de fútbol, muchas alineaciones, entonadas como un mecanismo de defensa, sin reparar en más preguntas, porque la respuesta siempre sería que no, que en realidad nos perdíamos en los detalles y tratábamos de salvar los muebles. Nuestros muebles.

Que siempre había una rueda de prensa o una nueva serie a la que engancharnos y olvidarlo todo. La ficción era nuestra droga entonces, y le tendré que pedir, por favor, que no me trate como un héroe. "Nunca quise ser un héroe", diré, "yo me tumbaba en la cama y leía a Uribe, a Navarro, a Fresán, a Palahniuk, a De Lillo... eso era todo lo que hacía. Y entrevistaba a mucha gente, como otro mecanismo de defensa, pero nunca hablábamos de lo que realmente importaba".

Tendrá que creérselo. Asumir que había un enorme elefante en la habitación pero ninguno queríamos mencionar el tema y hacíamos lo posible simplemente por esquivarlo, sin importarnos siquiera quién le daba de comer para hacerlo cada día más grande, más robusto, más inevitable.