jueves, julio 28, 2011

Vicios por perfeccionar en los días raros


Pienso en la ex novia hastiada. La ex novia que no puede evitar meterse aquí y aguantar todos mis recuerdos sobre ella y las demás. La ex novia que no sabe si sentirse especial o sentirse masa, depende del día, pero que en cualquier caso no le hace demasiada gracia reconocerse en algunas frases, algunos gestos, algunas situaciones.

¿Pero cómo enfadarse? Al fin y al cabo mi pasado es el suyo y su nombre no aparece y lo que no es excentricidad es cariño. Parezco un chico tan solitario que supongo que a veces le dan ganas de matarme y a veces le dan ganas de abrazarme y decirme “todo irá bien, no te preocupes, todo irá bien” y cuando yo le pregunte: “¿Seguro?, ¿me lo prometes?”, ella tendrá que contestar que sí porque no queda otra alternativa, porque nadie pregunta esas cosas esperando la verdad sino el consuelo.

Pienso también en la ex novia enfadada. El otro día lo hablaba en una terraza de Santa Ana, hasta qué punto recuerdo los detalles y las conversaciones de mi ex novia enfadada y su enfado hace que todo sea más terrible y yo me sienta más culpable. Probablemente aquello no fuera más que otro juego doloroso de post-adolescentes. Es curioso: recuerdo los diálogos pero con los nuevos apelativos, es decir, recuerdo haber dicho: “Nos vamos a Londres, peque” cuando eso es imposible porque yo entonces no utilizaba nunca ese diminutivo, así que lo más probable es que dijera “Nos vamos a Londres, boba”.

Yo creo que ella me perdonó muchas cosas pero nunca me perdonó Londres. Yo podría decir aquí que yo tampoco perdonaría Londres y quedaría muy bien pero lo cierto es que yo he perdonado algunas cosas, que madre mía… En cualquier caso, la entiendo. Y entenderla no quiere decir que no la eche de menos. El otro día soñé que me volvía a coger el teléfono y le preguntaba si había hecho unas Oposiciones. No sólo eso, le preguntaba si había conocido a algún chico llamado Ignatius, que podría ser Ignacio o incluso Nacho. “¿Por qué me preguntas eso?”, me decía. “Porque te he soñado diciéndole a Ignatius que habías aprobado”.

Después desperté, es lo más cerca que he estado de ella en cuatro años.

Finales de julio, repuntes de una canícula que afortunadamente no ha sido lo que se esperaba. Eso está bien, aceptamos cualquier sorpresa que nos merezca la pena. Me encuentro con un poema de Bolaño, “Los perros románticos”: el primer verso dice: “En aquel tiempo, yo tenía 20 años y estaba loco” y de repente me tuve que levantar y correr a Facebook a mandarle un mensaje a Luna Miguel, algo así como “te encontré”, que espero que no se interprete como un “te estaba buscando” porque no es verdad.  Con Bolaño de padrino, todo el mundo es bienvenido a este blog.

Después volví a la cama –siempre leo en la cama, a veces en el suelo pero casi siempre en la cama- y me di cuenta de que llevaba tres días sin salir de casa ni ver a nadie, solo escribiendo, leyendo y viendo a gente en bañador lanzarse a piscinas chinas. Estas cosas me pasan a menudo y me pillan siempre desprevenido. Lo bueno es que, tarde lo que tarde yo en esconderme, el mundo al final me acabará encontrando.