miércoles, julio 27, 2011

Mientras el universo ronca


Por las noches pienso en la angustia de cuando quieres dejar a alguien. La inevitable urgencia y a la vez todos los miedos: no aceptar es el primer paso para no sentirse aceptado. A nadie le gusta que le odien. Nadie quiere ser el cataclismo sentimental de otro. Luego pienso en la angustia de cuando sabes que te van a dejar, valoro si es mejor o peor y no me pongo de acuerdo. Me pasó una vez, en 2000, duró 11 días, si no me equivoco, pero la cosa no dependía de mi con lo que, de acuerdo, lo pasé mal, horriblemente mal, pero al menos tenía alguien a quien culpar y eso no es poco.

Mi imagen favorita es la del hombre que pega un portazo y con el pomo aún en la mano, fuera de la habitación, agacha la cabeza como diciendo "pero, ¿qué demonios he hecho?".

Lamento no poder ver las cosas con cierta perspectiva pero supongo que es lo habitual en esas circunstancias. Yo estuve a punto de dejar a una chica por Messenger por pura cobardía pero mi psicóloga me lo prohibió tajantemente. Creo que hizo bien.

Las mañanas varían: hoy por ejemplo he coqueteado de nuevo con el ataque de vértigo durante unos treinta minutos, sin duda producto de estas angustias insanas, luego he bajado al bar y me he tomado un desayuno de nadador olímpico porque me lo había ganado. En general, el despertar se me hace largo. Creo que ya lo he comentado antes. No sé por qué he decidido que justo la mañana es cuando me tengo que poner a escribir la novela, de ahí que las inseguridades se multipliquen porque estás escribiendo algo que, bueno o malo, te interesa lo justo en ese momento.

Lo que pasa es que me conozco y sé que si lo dejo para la noche no lo haré porque la noche no está hecha para planes sino para improvisaciones y cuando planeo, siempre, lo que sea, me bloqueo por completo y no queremos eso.

Voy a desmitificar el proceso creativo: escribo tres horas al día, me suele dar para el borrador de un capítulo. De las 11 a las 2, a veces alargo si no estoy seguro y quiero releer y releer y borrar y añadir... De esas tres horas paso escribiendo una hora, releyendo y corrigiendo otra y la tercera viendo a Michael Phelps o poniendo comentarios en Facebook o Twitter. Normalmente, en Facebook pontifico, con comentarios larguísimos que solo tienen como objeto quedarme delante del ordenador, descargando el correo cada cinco segundos para ver cuántos "me gusta" colecciono. En Twitter, no, pontificar no sirve de nada. Como dijo Miguel Rico, Twitter es ese lugar en el que te levantas por la mañana, dices buenos días y hay 10 tíos esperando para decirte "hijo de puta".

Por las tardes, depende: sueño con chocolates y azúcares, como un niño pequeño. Si creo que me he portado bien, me los concedo. Si creo que no, bebo agua de manera compulsiva para engañar al cuerpo. Releo lo escrito por la mañana y me suele gustar más porque estoy más animado. Si lo leyera por la noche directamente me daría besos en el espejo. Por eso ni escribo ni leo por la noche, me limito a ver telebasura y fantasear con dejar cosas que no tengo.