domingo, mayo 01, 2011

La 16 con Park Avenue


Una vez escribí "todo el mundo tiene diez dedos, pero no todo el mundo sabe utilizar sus diez dedos". Algo así sucede con Amy, que acepta darme un masaje shiatsu con descuento por amigo o familiar. Ha sido un día duro y merece la pena dejarse llevar aunque sea a costa de aumentar el propio cansancio o quedarse dormido directamente de la relajación. Relajarse es tan importante: dejarse llevar. Cuando acabamos, me pregunta: "Did you go to your special place?" y yo contesto "Not exactly, but I had some strange thoughts" y es verdad, aún más extraños de lo habitual, recuerdos de mil sitios y una sensación extraña como si alguien estuviera vigilando.

En poco más de media hora vuelvo al metro: Prospect Park hasta Union Square con la 14. La mañana fue frustrante, un montón de malas casualidades y malentendidos. Había quedado a las 10 con la Chica Portada en la 41 con Broadway. A mí me parecía algo maravilloso quedar con la Chica Portada en la 41 con Broadway, algo solo para elegidos, quiero decir, fíjense en la frase entera, es una de esas cosas por las que merece la pena vivir.

Solo que la Chica Portada ya había acabado su trabajo, se había rendido al sueño y me había mandado un email diciendo que se iba a descansar a casa, que quedábamos luego. Email que nunca leí.

Así que ahí estaba yo de nuevo, igual que en 2009, en medio de Times Square y sus neones y sus noticias de los Grizzlies y sus combates de boxeo y andando un poco más adelante por Broadway, la tienda gigante de M&Ms a la que mi fisioterapeuta me tiene prohibido entrar. Muchos turistas. Es lo lógico. Creo que yo consigo no parecer turista porque llevo la cámara de fotos dentro del bolsillo y me da verguenza sacarla. Me da verguenza casi todo, es terrible. Entro en varios bares porque quiero ir al baño y al final no me atrevo a pedir en ninguno ni a colarme directamente al restroom.

Desando mis pasos y tiro para abajo. Quiero ir a mi antiguo hotel, en la 37 con Madison. Sigo las mismas rutinas, que me llevan a la Quinta Avenida y a la tienda-locutorio, donde me meto en Internet para hacer tiempo por si la Chica Portada me llama. Deambulo hacia Grand Central Station, paro en un Starbucks de Park Avenue, para tomar un descafeinado casi sin azúcar y un croissant. Al salir, hablamos. En tres cuartos de hora ella puede estar en Union Square, en lo que parece ser la 16 con Park Avenue. Ando y ando y ando. Me da tiempo incluso a pasar por un bar tipo "Happythankyoumoreplease" a preguntar si echarán el R.Sociedad-Barcelona. Mi inglés es terrible, pero sí, lo echarán. Me parece buena idea recoger a la Chica Portada, dar una vuelta y comer ahí.

Solo que la Chica Portada no aparece y cuando la quiero llamar, se apaga el móvil y pasa media hora, una hora y yo sé que obviamente ella está en otro lado, pero, dónde? Tengo miedo a moverme porque la única manera de que dos personas se encuentren es que una no se mueva, lo contrario dispara estadísticamente las combinaciones espaciales. Cuando ya parece claro que no va a llegar jamás allí subo hasta la 18 y bajo: 17, 16, 15, 14... y ahí cojo de nuevo el metro de vuelta a Prospect Park, algo abatido, sin siquiera mirar la Estatua de la Libertad al final del Río Hudson cuando paso por el Puente.

Al llegar a casa, cargo el móvil y hablamos: ella estaba en la 17, a apenas 30 metros, no más. 30 metros en Nueva York puede ser un mundo. Puede ser la diferencia entre la soledad y la frustración y la alegría y el Barcelona. Es igual, estas cosas pasan, ahora tenemos la segunda parte y el partido lo vi con Inés, que, no sé por qué le tiene manía a Pinto. Compramos una hamburguesa en un restaurante y una ensalada, luego recogimos su ropa de la lavandería -las tuberías del barrio no aguantarían lavadoras, dice- y vimos la segunda mitad.

Y luego, es decir, al final, el principio.