martes, abril 19, 2011

Plegarias atendidas


Ellos siempre creen que hablo de ellos pero en realidad hablo de mí. Cuando digo "ellos" en realidad quiero decir "ellas", porque yo sobre todo hablo de mí cuando estoy con "ellas" y no cuando estoy con "ellos" en sentido estricto. Capote hacía lo mismo: ganaba confianza, se dejaba querer y luego acuchillaba en aquellas "Plegarias Atendidas" que le costaron la enemistad incluso de su adorada Jackie Kennedy. Yo no acuchillo pero sí, reflejo mi circunstancia, y los bares no se enfadan pero las personas miran con un gesto de desconfianza.

A las personas no les gusta ser personajes.

Capote ponía un aire de mohín borrachuzo, cerca de la muerte prematura y decía: "No sé cómo no se dieron cuenta durante todo ese tiempo de que estaban viviendo con un escritor". Paremos la cinta. La posibilidad de que un escritor no lo sea 24 horas es nula. Sólo hay una cosa que mejora al escritor con respecto al periodista: la inmediatez. Me refiero a que yo no tengo ninguna necesidad de contar hoy lo que hice contigo ayer o cualquiera de tus secretos. No necesito pronunciar tu nombre ni ser fiel al momento.

Pero dentro de diez años contaré historias de azoteas y terrazas: en una novela, un relato, un artículo... historias de veranos jugando al ajedrez y a las damas chinas y viendo partidos de Carlos Moyà en la tele. Eso haré, pero no tienes por qué odiarme. Como mucho podría odiarme tu personaje pero los personajes no odian. O al menos no odian a las personas.

Fin de semana rutinario: sigo leyendo a Coetzee en una "edición rayuela". Está mal encuadernada así que las hojas no siguen un orden fijo, hay que buscarlas. Me pregunto cómo sería leerlo todo seguido, la 155 y luego la 193 y luego la 128. No soy bueno en el desorden. Estuve en un concierto privado de Pereza cantando "Animales" a gritos, esquivando cabezas gigantes, vi un partido de fútbol con nuevos amigos, que siempre es algo bonito. El domingo me permití un pincho de tortilla en Olavide.

Eso me lleva a mi fisioterapeuta, que dice que no me descuide, que es lo mismo que decir que no me premie. Se refiere a la alimentación. Está preocupada sobre todo por el azúcar, dice que el azúcar es terrible para las mucosas y que alimenta a las bacterias. No está demostrado que yo tenga bacteria alguna, pero siempre ha sido una posibilidad. En cualquier caso, pienso, premiarse no tiene nada de malo. Al revés. El cuerpo humano debe tener algo de perro criado por César Millán: si se le premia cuando se encuentra bien, tenderá a encontrarse bien siempre.

Dicho esto, hace apenas diez minutos, en vez de una pera, me he tomado un descafeinado y una tostada. Si lo lee, me mata. Si lo lee, de hecho, se dará cuenta de que ella también es aquí un personaje, igual que el tipo que se toma descafeinados y tostadas. Y puede que se enfade también por eso pero al menos tendremos algo de qué hablar en la siguiente sesión.

Lo dejo aquí. Me voy a la sala Costello a preparar el Fuera de Contexto. No hablo ya casi nunca del Fuera de Contexto por mi tendencia a convertir lo excepcional en rutinario y quitarle glamour. Justo ahora que más me divierto sobre el escenario. No traten de entenderme. El otro día, un día de confesiones y paseos en espiral, reconocí que se me da bien conocer a la gente, descifrarla, por seguir el término inglés "figure out". Si conozco bien a la otra persona, sabré cómo no hacerle daño. Esa era la conclusión. Si no consigo conocerla del todo, si no aprecio sus debilidades a la primera, me alejo, porque en cualquier momento puedo pisar un callo y no me apetece.

No intenten descifrarme, es lo que les quería decir. No digo que estén pensando en intentarlo, pero por si acaso. Yo no lo consigo y eso me aleja de mí de una manera inevitable. De mí y de mi personaje. Tengo preparados dos relatos: uno es una locura que escribí en 2004 rumbo a Barcelona en un Talgo de los de entonces y el otro es una conversación que nunca tuve con una chica valenciana. Una chica valenciana a la que le encantaba que la convirtiera en cualquier cosa mientras fuera algo bonito.


Bend me, shape me, anyway you want me, cantaba Veruca Salt, que por otra parte era exactamente lo que hacía Capote, solo que, insisto, a él acabaron odiándolo.