domingo, marzo 20, 2011

Medina 2012. Bicicleta, cuchara, manzana



Pienso en hablarle a la voz, preguntarle si ella también me escucha a mí. No tiene por qué ser así: puede que mis preguntas se escuchen en el piso de abajo en vez de en el de arriba o cualquier otra combinación. Puede que no se escuchen. Pienso en hacer ruido, sin más, demostrarle a quien sea que yo también soy capaz de hacer ruido más allá de este teclear continuo y bastante silencioso. En ocasiones, pongo a César Millán y combato ataques de ansiedad, pero la voz no se entera, desaparece sin más y luego, inopinadamente, horas más tarde, ríe a carcajadas y de nuevo no sé con quién o de quién.

Tarde de domingo en Medina del Campo. Calles peatonales. Botellas de agua a 45 céntimos. Una envidiable sensación de libertad. Recuerdo Trujillo. Me recuerdo a mí y a B. en Trujillo, navidades de 2006. Llevábamos una vida muy tranquila porque yo soy un chico muy tranquilo, de paseo y hotel, y Trujillo, no nos engañemos, se presta mucho a ello. En la plaza ponían villancicos todo el día, era agotador. Cenábamos hamburguesas y resolvíamos sudokus. En ocasiones, hacíamos el amor y luego ella leía su libro y yo el mío -"Error humano", Chuck Palahniuk, la historia del hombre que se construyó su propio cohete, "Rocket man"-.

Paseábamos de noche, completamente a oscuras, retorciendo calles hacia el castillo y sacándonos fotos de novios. Ella ponía su mejor cara de alegría porque sabía que tenía que alegrarme. Eran malos tiempos. Era el principio de los malos tiempos. Exageraba muecas de tristeza o de entusiasmo según conviniera a la foto, no sé si me sentía querido pero desde luego, y pese a sus 22 años -yo tendría, por lo tanto, 29- me sentía cuidado.

Salgo de ver "Bicicleta, cuchara, manzana", el documental sobre Pasqual Maragall y su lucha contra el Alzheimer de 2007 a 2009. Suena lejanísimo, pero es formidable. Quizás un poco largo, solo quizás. Arcadi Espada sin duda habrá sacado grandes teorías políticas al respecto del reportaje y de la situación del propio Maragall, pero ahí no se ve en ningún momento a un político sino a una persona. Arcadi ve a los políticos mejor que yo pero intuyo que yo tengo más facilidad para las personas.

Maragall, completamente desvalido. Completamente perdido. "Desinhibido", según el eufemismo. Algo de niño con cambios bruscos de humor.

¿Qué habrá pasado de 2009 a 2011? Es imposible no preguntárselo. Del final de la película al día de hoy, o al día en el que Maragall subía al escenario del Teatro Real para agradecer el Goya mientras su móvil se llenaba de mensajes ha pasado más de un año y medio. Eso, en una enfermedad tan devastadora y tan rápida. El deterioro. Veo a Maragall en cada partido del Barça, su lugar reservado en el palco. Supongo que eso me tranquiliza. Supongo que me intranquilizará dejar de verle, el día que deje de verlo, que, según el reportaje, debería de ser pronto.

Tranquiliza también ver a los médicos. En rigor, el mundo de Maragall es un mundo que no existe: ni para él ni para nadie. Un mundo sin recuerdos cercanos, ni continuidades y con médicos que te escuchan, te explican, se preocupan y te atienden. Estoy por preguntarle a la voz qué opina de los médicos, pero es una pregunta muy compleja sin dominar su idioma. Sin estar seguro de cuál es su idioma. Igual en Bélmez hay caras y en La Mota hay voces y no hay que darle más vueltas. Choca de la película la cantidad de veces que Maragall habla en inglés. Le hacía un hombre de catalán y francés. Sofisticado. Castellano, con el servicio, como hace el niño Sostres.

Pero no. En inglés. Cuando quieres que te entiendan, quieres que te entiendan.