miércoles, marzo 02, 2011

Las noches de tal y tal



Jesús Gil apareció estruendoso y ostentóreo a finales de los 80 cogido del brazo de Paolo Futre, como si temiera que en cualquier momento se le escapara. No era cualquier cosa: Futre apenas contaba con más de 20 años y era con diferencia el jugador joven más prometedor del continente, recién campeón de Europa con el Oporto. Fue su reclamo electoral y le valió: consiguió la presidencia del Atlético de Madrid, destituyó a unos cuantos entrenadores, encadenó proyectos gloriosos, pasó más tiempo en los tribunales que en los despachos y todo ello le llevó como no podía ser de otra manera al éxito en la política.

Gil fue un gran personaje noventero aunque hubiera nacido en la década de los 30. Se ajustó al tiempo como un calcetín: gran sentido del espectáculo, gusto por la prensa sensacionalista, empresario de éxito abonado al chanchullo... El Atleti fue su plataforma y Marbella su piscina. Su jacuzzi, más bien. Le adoraban en aquella ciudad. Tomó una serie de medidas dudosas y mil veces cuestionadas por la Junta de Andalucía, consolidó una reputación de machista y maleducado por fuera pero tierno y decidido por dentro y lo juntó todo en aquel engendro que Telecinco, siempre al quite, puso a su disposición: "Las noches del tal y tal".

Fue en 1991, recién llegado a la alcaldía marbellí con el GIL, ingeniosas siglas del llamado Grupo Independiente Liberal, un verano tórrido como otro cualquiera con Luis Ortiz y Gunila Von Bismarck divorciándose entre arrumacos y Espartaco Santoni abriendo un nuevo bar. Era un programa ejemplar: había invitados, a los que Gil trataba con su chabacanería habitual de dueño de restaurante, había chicas, muy guapas, en bikini y alrededor de sus inmensas grasas. Había política, claro, porque al fin y al cabo Gil era un político. Un político ganador. Ríanse de Mourinho, Gil consiguió ganar incluso con Julián Muñoz de candidato.

Las niñas italianas estaban ahí, sonriendo desmesuradamente, y en medio de sus encantos ese hombre de pelo en pecho y barriga decía cómo iba a cambiar el país. Se avecinaba una crisis pero pocos lo sabían. Eran los tiempos de Juan Guerra. Él y Berlusconi iban a salvarnos a todos. Mentalidad empresarial. Ahí estaba el Gil duro y triunfador, el de puertas para afuera. El tierno y "amigo de sus amigos" se entreveía en sus charlas con Imperioso, su caballo, al que quería como si fuera uno más de sus hijos. Qué noble. Qué corazón.

Lo dicho, Telecinco le rió las gracias un tiempo, no demasiado, es decir, "demasiado" para que se recuerde como uno de los momentos más deplorables de la historia de la televisión pero no "demasiado" si se compara con "Gran Hermano". El pueblo de Marbella fue mucho más fiel, pese a sus nuevos juicios, sus nuevos pelotazos, sus condenas, sus peleas a puñetazos, sus comentarios racistas... Gil no se fue, lo tuvieron que echar y cuando le echaron, ya digo, llegó el delfín Muñoz a hacerse cargo de las cuentas.

Vaya cuentas.

No puedo evitar hablar de Jesús Gil con cierta ironía y perplejidad, pero tampoco me sale hablar de él con odio. Era un vividor y un pícaro. A costa de quien fuera. Es un personaje tan español y tan de principios de esa década que solo queda comprenderle con una medio sonrisa y esperar que al menos hayamos aprendido una lección: los políticos que nos roben a partir de ahora que por lo menos vayan con traje de Milano y no bañador de Torremolinos.