viernes, marzo 25, 2011

El Mundo de Sofía


Yo quería estudiar psicología o publicidad
. Ya había descartado el periodismo, no sentí nunca que esa carrera fuera a aportarme algo que no supiera. Apenas leía pero ya me habí decidido a ser escritor. Un día, bajaba las escaleras del Palacio de los Deportes junto a Dani Pacios, mi mejor amigo. Él quería hacer matemáticas puras, quizá física. No nos decidíamos. Él estudiaba ciencias, yo letras. "¿Sabes lo que de verdad me gusta?", me dijo, casi como una confesión vergonzosa, "Filosofía".

A mí también me flipaba filosofía. La historia de la filosofía al menos. Teníamos la misma profesora de COU y seguro que eso tuvo algo que ver. Pero, ¿quién iba a estudiar filosofía? ¿De qué servía? ¿Qué salidas tenía? ¿Qué sentido se le podía dar a sacar matrícula de honor y más de un 8 en la Selectividad para acabar estudiando una carrera en la que no pedían más de un 5? Nadie se atrevería a algo así. Nadie se atrevería a hacerlo solo, me refiero. Pero los dos sí podíamos, claro. Le miré y se lo dije, sin más: "¿Con dos cojones?" y él dijo "Con dos cojones" y los siguientes cinco años fueron historia en Cantoblanco.

Recuerdo una asignatura del cuarto curso: "Historia del pensamiento español". Como Historia se quedaba cortísima porque todo era Ilustración y siglo XIX y un poco de Unamuno, pero, por ejemplo, a Ortega, ni mencionarlo y el "aquí y ahora" -la circunstancia- completamente de lado. El día anterior, Savater había aparecido en un capítulo de "Compañeros", hablando de civismo y ética. ¡Qué escándalo! El templo de la sabiduría clamaba contra el renegado populista. ¡Aparecer en televisión, en una serie para adolescentes! Hasta ahí podíamos llegar.

Se montó un pequeño debate. Por entonces, en los debates, yo participaba. Ahora, me da mucha pereza significarme, que diría Jorge Díaz. Dije lo que pensaba, que había que acercar la filosofía a la gente, que creía firmemente en la divulgación y que sin la divulgación cada vez menos gente se acercaría a aprender lo que de verdad se enseñaba en las facultades y sí, nosotros seríamos muy listos y muy profundos, pero nadie sabría de qué estábamos hablando y eso nos convertiría en unos inadaptados.

Puse otro ejemplo, el ejemplo que nadie se atrevía a mencionar: "El mundo de Sofía", de Jostein Gaarder. Era un libro horroroso, pero explicaba bien las cosas. Un libro pedagógico. Incompleto, por supuesto,  pero pedagógico. En la facultad lo odiaban todos los profesores. Ellos malviviendo con sus sueldos y ese hombre haciéndose millonario recurriendo a su especialidad. El profesor me paró los pies: "Es un libro terrible, me da miedo pensar que los jóvenes aprenden filosofía leyendo eso". Tenía parte de razón, pero insistí: "De acuerdo, eso lo sé ahora que he estudiado la carrera, entonces no lo sabía, y si no hubiera sido por ese libro, probablemente no me hubiera matriculado".

Era cierto. Influyó COU e influyó Dani Pacios, por supuesto, pero sin Jostein Gaarder, con todos sus defectos, yo no habría estudiado filosofía. El libro se escribió en 1991 pero pegó el petardazo en España en 1995, el año en el que prácticamente toda la clase se había matriculado y poco a poco empezaron a levantarse manos para darme la razón, como en aquellos anuncios de preservativos: "Yo también me matriculé por ese libro", venían a decir, y es que la novela -o lo que fuera- estaba muy mal escrita y tenía un hilo narrativo pésimo pero aportaba lo que todo estudiante de filosofía necesita para dar el paso: entusiasmo.

Gaarder o Knox o como quieran hablaba de la filosofía y sus autores con verdadero entusiasmo y cariño. Creyéndoselo. Puede que fuera más o menos agudo y estuviera más o menos acertado, pero aquello le volvía loco y nosotros teníamos 18 años y necesitábamos que algo nos volviera locos. La portada era amarilla y el tono, pedante, pero era nuestro libro, le pesara a quien le pesara. Luego ya sí, "La fenomenología del espíritu" hasta en la sopa, "El mundo como voluntad y representación", "La fundamentación de la metafísica de las costumbres" y algunos pasajes del "Tractatus Logico-Philosophicus".

Pero al principio del todo, la semillita. Sin la semillita no hay flor. Ni capullo.