jueves, octubre 21, 2010

Miguel Ángel Blanco


Recuerdo pasar la noche entera escuchando la SER. No tenían previsto un especial pero el especial se los llevó por delante. Era uno de esos programas de llamadas desoladas que se empezaban a poner de moda. No creo que fuera "Hablar por hablar" porque era un domingo y desde luego la chica no era Gemma Nierga. Sería cualquier otra cosa. Todas las llamadas eran sobre Miguel Ángel Blanco, deseando que se recuperara, dándole ánimos, pidiendo soluciones pero sobre todo mostrando cariño. Pocas veces hemos estado todos tan juntos, absolutamente todos.

Miguel Ángel no estaba muerto. Estaba en estado crítico en un hospital de Guipúzcoa. Nos lo recordaban los servicios informativos cada hora, junto a alguna declaración ad-hoc. Era nuestro Miguel Ángel, un chico que no llegaba a 30 años, hijo de inmigrantes gallegos, miembro de una banda de rock con una novia guapísima que no hacía más que derrumbarse. Todos se derrumbaban menos la hermana. Vivimos el ultimátum de 48 horas como nuestro ultimátum: las concentraciones del viernes, las manifestaciones del sábado, la larga espera del domingo por la mañana. Todos los presos de ETA tenían que estar en cárceles vascas a la hora de comer o el chico moriría. Matones de serie B.

Hablábamos de ello todo el rato. Yo lo hablaba con T., con mi madre, con mi abuela... no solo era indignación, era un punto de incredulidad, de decir: "Venga, es imposible, está todo el mundo en la calle, no pueden atreverse a matarlo". Pero se atrevieron. A eso de las 4 saltó la noticia: han encontrado un cuerpo con una bala en la cabeza en un bosque. Aten cabos. La última imagen de Miguel Ángel vivo es un Miguel Ángel entubado e inconsciente entrando en camilla. Una de esas imágenes furtivas que acaban pasando a la historia.



Pero no había muerto, aún no había muerto y pasaban los boletines horarios y la indignación -ahora sí, declarada- de las llamadas y la solidaridad por una vez de los nacionalistas, casi sin excepciones, y los gritos al viento de los no nacionalistas, hartos de funerales y de entierros y de tiros en la nuca. El programa se alargó todo lo que hizo falta. A eso de las 5 y algo, Miguel Ángel Blanco se murió. En parte, fue un alivio, pero desde luego fue una derrota. Una de esas cosas que aún trece años después te llenan los ojos de lágrimas de impotencia y rabia y te preguntas cómo es posible que nadie hiciera ninguna salvajada.

Diario 16 tituló "Hijos de puta". A mí me pareció algo incorrecto y poco periodístico, pero reflejaba bastante bien el pensamiento mayoritario. Bajé de la Sierra para ir solo a la manifestación de Madrid. Me asombra recordar cuánta gente iba sola, con la mirada ausente, sin saber muy bien qué esperar. Por supuesto, no esperábamos nada, absolutamente nada, quizá que los ertzainas se siguieran quitando los pasamontañas en señal de libertad o que los lehendakaris mantuvieran sus promesas de aislar por completo a los "violentos", el eufemismo preferido en el País Vasco. No esperábamos mucho más, pero pronto descubrimos que era demasiado: exactamente un año después, Arzalluz y Otegi, sonrientes, firmaban el Pacto de Lizarra.