lunes, marzo 01, 2010

Descenso a Tribunal


Hay un grupo de Facebook muy bueno que se llama "A mí también me da tiempo a leer el Quijote en las escaleras del metro de Tribunal". Mi metro. Estoy completamente de acuerdo: subir del andén de la línea 10 a la salida de Barceló puede ser un auténtico coñazo, pero bajar puede ser peor. O no, quizá todo lo contrario.

De entrada, hay que contar con el viento. Por una cuestión de corrientes, las puertas que dan a las taquillas siempre se abren y se cierran con cierta violencia. Luego están los torniquetes. En los últimos días, de tres viene funcionando uno, ante la mirada casi cómplice de los múltiples vigilantes de seguridad y algunos de sus perros. Imaginen un fin de semana a las once de la noche con todos los chicos volviendo a sus casas, formando filas imprecisas, intentando colarse por las salidas, peleándose entre ellos...

Las primeras escaleras no suelen funcionar. Puede ser que no funcionen ni de subida ni de bajada, pero lo normal es que solo esté averiada una y la otra la dejen, lógicamente, para los que tienen que subir, así que si quieres bajar, ya sabes, a patita.

Eso para mí no es ningún problema. Al revés, casi lo prefiero. El asunto es que Tribunal no es solo parada de bohemios y borrachos. También lo es de viajeros: recuerden, la línea 1 enlaza con Atocha por un lado y con Chamartín por el otro. La línea 10 lleva a Nuevos Ministerios. Los extranjeros -la mayoría son extranjeros con hotel en Chueca o en Malasaña- se arman de paciencia y cogen a pulso sus maletas con ruedas y bajan muy lentamente, peldaño a peldaño mientras la música de abajo suena a todo volumen.

La música. En Tribunal hay toda clase de músicos, pero yo ahora mismo recuerdo tres: el negro con rastas que toca la percusión, en ocasiones acompañado por un blanco sin camiseta en plan Safri Dúo. Son muy buenos. Muy, muy buenos. El de las rastas, además, sonríe todo el rato y bromea con los vigilantes. Ya digo que, no sé la razón, los vigilantes en Tribunal no se aburren nunca y suelen estar de un excelente humor. Quizá se estén reservando para algo.

Los otros dos son un guitarrista con coleta que se ceba con los punteos de los Dire Straits y un trompetista con aire cíngaro que hoy estaba tocando "Blue moon" a las 7,30 de la mañana y de nuevo a las 13,30 cuando he vuelto de mi despido. El trompetista además cantaba: ponía voz de Louis Armstrong y se inventaba la letra, abundando en los "guapa" y los "I love you", probablemente dirigidos a la post-adolescente (¿o adolescente, sin más?) que le miraba sonriendo desde la escalera que, esta vez sí, subía.

En fin, que si uno llega a esa primera plataforma, sin maleta o con maleta, tiene que decidir si coge la uno o la diez. Coger la uno no tiene ningún mérito, así que recomiendo seguir bajando, con las corrientes de aire caliente siempre en la cara. Hay un tramo más de escaleras, luego un pasillo más o menos corto en el que se puede adelantar a los turistas que se ponen a la izquierda y da penita echarles la bronca después de la que han pasado con la maleta. Luego otro tramo para abajo -este, casi seguro, a pie- y un cuarto que da a la intersección de los dos sentidos de la línea.

Ahí, a menudo, hay yonkis o músicos. Si son músicos, tienen un punto más cutre porque, probablemente, tocar ahí sea ilegal y es todo más precario. Puede ser la típica cantante eslava o un guitarrista que imita a Sabina, eso varía. Los yonkis, en general, no son peligrosos. Se limitan a estar ahí desde que convirtieron el parque en un mercado y el mercado en un boquete inmenso.

Ya solo queda una última decisión: ir hacia Casa de Campo o hacia Hospital Infanta Sofía. La Moraleja y más allá. En cualquier caso habrá que bajar otras escaleras hasta el andén y en ese momento te darás cuenta de que todo el mundo sube -sesenta, setenta personas con mochilas, maletines y bolsas de viaje- y que el tren pita y que, por mucho que corras, solo llegarás a ver las luces de atrás marchándose hacia Alonso Martínez o Plaza de España.

Sólo entonces el luminoso también te dedicará su guiño de sarcasmo y marcará, con toda su pachorra, aquello de "Próximo tren en 7 minutos".