miércoles, febrero 03, 2010

De parranda en Haiti


Definitivamente, hemos visto demasiadas películas de Vietnam. Nos gustan los francotiradores torturados por su pasado. La tragedia en su esplendor. Napalm y sudor frío por las noches y gritos de terror en una apacible urbanización de Kansas.

Nuestro desprecio por la tragedia real es insultante. Nuestro desprecio por la realidad, en general, no deja de preocuparme.

Vivimos demasiado bien.

Hace poco aparecieron en Facebook varias fotos como la que pueden ver arriba: son médicos cooperantes que están destinados en Haiti y que se están tomando una copa. Falta contexto, claro, y para eso tenemos los periódicos y la mala conciencia: "Ellos de parranda mientras los demás se mueren". No, claro, de parranda solo podemos estar usted y yo aquí en Madrid cuando no estamos zapeando entre bebé en ruinas y anciana mutilada, pero ellos no. Ellos tienen que ir a Haiti, salvar cientos de vida, ver el desastre, sentirlo, ser conscientes de su propia impotencia, convivir con el dolor y por las noches, dormir y no roncar.

¡No se van de copas, los muy frescos! Si supiéramos algo de tragedias de verdad, intuiríamos en qué situaciones una copa está más justificada que nunca, hasta el punto de que sin esa copa, sin esa relajación, sin ese atisbo de la comodidad perdida en sacrificio de los otros, la única solución sería subirse al monte con un cinturón de balas sobre el hombro y amenazar a esos malditos charlies.

Y fuera de la prensa, los gobiernos investigan.

Gobiernos y prensa, digo, como si fueran cosas distintas.