martes, mayo 05, 2009

Crónica del Festival de Málaga


 Aquí tienen un buen chorrazo de crónica del Festival de Málaga publicada en la revista Almiar:

Lo que no es cine
En rigor, el Festival de Málaga de Cine Español es inabarcable e imposible de explicar en pocas líneas. Demasiadas cosas pasan a la vez con demasiada gente conocida. Prácticamente toda la industria del audiovisual español pasa por ahí en dos fines de semana: desde Julio Medem al secundario más secundario de Física o Química pasando por productores, guionistas, actrices impresionantes, jóvenes promesas, figuras consagradas… 
La reacción del público y el festival ante tanta expectación es desigual. Por un lado, se agradece la implicación de toda la ciudad y todos sus habitantes en el proyecto: exposiciones que van desde la misma parada del AVE al Teatro Cervantes o los Cines Albéniz, prensa local por todas partes, salas más o menos llenas para ver las nuevas producciones españolas… 
Por otro lado, hay un punto excesivo en algunas reacciones. Por ejemplo, el primer fin de semana, con la presentación de Fuga de cerebros, una comedia con algunos de los actores más conocidos de la pequeña pantalla: Mario Casas, Alberto Amarilla, Amaia Salamanca… Por supuesto, a la película le venía bien la promoción del Festival, y al Festival le venía bien una película así para que todas las fans se volcaran, se creara un ambiente de star system y los medios de comunicación hablaran del tema. 
Pero aquello fue exagerado. Centenares de adolescentes esperando en la puerta del hotel a los chicos (y la chica), corriendo tras los coches, golpeando las ventanas, interrumpiendo el tráfico, chillando, llorando… Aquello era cualquier cosa menos cine. Por supuesto, la película se llevó el premio del público. No podía ser de otra manera. 
Desde fuera al menos daba la sensación de que ese caos fanático se potenciaba desde arriba, incluso se completaba con un pequeño caos organizativo: Málaga crece a tanta velocidad que es complicado atender a todo el mundo. El festival funciona con una especie de marcado sistema de castas a todos los niveles: las grandes estrellas, participen o no en esa edición, lo tienen todo: restaurantes, coches privados, seguridad… Los invitados a secciones paralelas tienen bastante menos. Los cortometrajistas, por ejemplo, prácticamente nada. 
El prestigio, se supone. Y una acreditación colgando del cuello. 
Algo parecido sucede con la prensa. En Málaga tienen la sana costumbre de chequear quién asiste y quién no a los pases. A veces es un poco ridículo, porque puede pasar que llegues dos minutos tarde y la chica que controla ya no esté, así que en principio y formalmente no has ido a ese pase. También puede pasar lo contrario: que llegues tan pronto que tampoco te fichen. 
Algunos periodistas tienen vales de comida, otros no. Algunos van con bolsa de la organización, otros ni siquiera saben que existe. Concertar una entrevista es un espectáculo, enterarte de cómo conseguir una entrada para una gala requiere tres llamadas… Todo funciona demasiado en torno a quién conoces. 
Lo dicho, castas. 
En la discoteca que servía de punto de reunión nocturno y a la que sólo podían asistir acreditados, el Liceo, a menudo se separaba con un cordón a los invitados de primera de los de segunda, sin llegar a saber muy bien en qué se basaba dicha distinción. Afuera, las chicas se agolpaban y se acercaban para ver si podían entrar contigo. ¿Qué esperarían encontrarse dentro? ¿A Hugo Silva? ¿Y por qué demonios toda esa gente espera que Hugo Silva les salve la vida? 
El cine: Tres dies amb la familia y La vergüenza 
Luego estaba el cine, claro. Las películas, los documentales y los cortometrajes. Multitud de celuloide. Tanto que se solapaba, que era imposible cubrir tanta oferta. Sección oficial y secciones paralelas, con sus respectivos jurados y premios y sub-organizadores. 
Tampoco es fácil juzgar el nivel competitivo de Málaga. Primero, porque esFotograma de "Tres dies amb la familia", de Mar Coll muy complicado para cualquier festival reunir quince obras de estreno de un solo país y que las quince sean buenas. Es complicado incluso que la mitad sean buenas. Este año, sólo hubo cinco que se salvaron de la quema y alguna que más o menos cumplía su objetivo. 
En mi opinión la mejor película fue Tres dies amb la familia, de la jovencísima Mar Coll (28 años). Para ella fue el premio a la mejor dirección y sus actores también vieron reconocido su trabajo: el portentoso Eduard Fernández —que consiguió participar en tres de las películas a concurso y merecerse el premio por cada una de las tres— y la sorprendente Nausicaa Bonnin, uno de esos jóvenes talentos que pasan desapercibidos por su sobriedad y profesionalidad. 
La película quizá no está apoyada por una historia realmente desgarradora o sorprendente, pero es una maravilla de narración y fluidez. 
Compitió en el palmarés con La vergüenza, ópera prima de David Planell, excelso guionista y cortometrajista que recibe por fin su oportunidad más allá de los 40. La Vergüenza narra la historia de una pareja con serios problemas para Fotograma de "La vergüenza", de David Planellconvivir con su hijo adoptivo, hasta el punto de que se plantean seriamente devolverlo. No sólo se sienten confundidos en su relación con el niño y de cada uno con el otro sino que además se sienten avergonzados de esa confusión. Como bien dice Alberto San Juan en uno de los formidables diálogos de la película: «En el bosque no te mueres de hambre ni de sed, te mueres de vergüenza por haberte perdido, por no saber pedir ayuda». 
Esta pareja ni sabe cómo pedir ayuda ni sabe a quién pedírsela. Planell consigue un resultado óptimo en el reflejo de su drama personal, combinando profundidad con sus habituales cargas cómicas y gracias a la excelente actuación de Natalia Mateo, el citado Alberto San Juan y Marta Aledo. Sin embargo, la trama se pierde un poco en ocasiones y resulta algo intermitente. 
Merecido premio, en cualquier caso. 
Pagafantas, entre otras 
Las otras tres películas que destacaron fueron Pagafantas, de Borja Cobeaga,  El niño pez, de Lucía Puenzo y Amores locos, de Beda Docampo. 
Fotograma de "Pagafantas", de Borja CobeagaPagafantas es una inteligente comedia muy bien resuelta sobre la figura del «amigo que te tiene ganas», es decir, el que paga las Fantas —o lo que haga falta— a la chica con tal de poder estar con ella un poco más. Él está completamente enamorado y ella le ve como un osito de peluche al que abrazar cuando está triste. 
Real como la vida misma. 
 Amores locos tiene un problema de marketing: toda la publicidad de la película apunta en una dirección poco atractiva. Cualquiera que vea el cartel o la sinopsis pensará en una película de época poco interesante. Sin embargo, no lo es. Es una atractiva reflexión sobre la locura en el amor desde el punto de vista de un psiquiatra —una vez más, Eduard Fernández—, un neurólogo —Carlos Hipólito— y una joven arrasada por una tragedia familiar y obsesionada con un cuadro del Museo del Prado —Irene Visedo—. 
El niño pez es innovadora sin ser cargante y tuvo el inconveniente de ser de las últimas en ser proyectadas, con los ánimos ya algo cansados. Su buen trabajo le valieron los premios de mejor vestuario y el especial del Jurado. 
Entre las decepciones están la pretenciosísima The frost, la truculenta Trash o la decadente Un buen hombre, que parte de una gran idea para ir cayendo poco a poco en una monotonía desesperante. Fuga de cerebros da exactamente lo que promete: demasiados gags seguidos, algunos graciosos, otros no; desnudos gratuitos, música power pop de los ‘90; coqueteos facilones con el hip-hop y una gran actuación de Alberto Amarilla. 
El éxito de esta película habla a las claras de uno de los grandes problemas del cine español actual: su dependencia de las televisiones. Fuga de cerebros, producto de Antena 3, apuesta por lo seguro y lo fácil. Lo que no es seguro y no es fácil no encuentra apostantes, sólo subvenciones. 
Y ya se sabe, por muy genial que seas, si te subvencionan, eres un gorrón, un protegido y un titiritero.