jueves, julio 31, 2008

El virus opositor

Esta crónica llega un par de días tarde, pero determinados martes tienen una onda expansiva exagerada. Dicen que los opositores son gente rara, obsesiva, solitaria, que sólo tienen un tema de conversación y que su vida es triste, monótona y aburrida. Vamos, eso lo he dicho yo varias veces y eso que soy opositor, o, precisamente, para intentar sentirme lo menos opositor posible.

El caso es que el martes hicimos un esfuerzo por revertir la situación y nos juntamos un grupo de opositores más o menos afortunados para "tomar algo por Malasaña" a eso de las 8. Unas cañas y a casa, debieron de pensar ellos. Un grave error. Como no conocen este blog y en el fondo no me conocen a mí, no saben que ese razonamiento no puede funcionar.

Y no funcionó. Las cañas de las 8 dieron paso a las croquetas y tortilla de patatas de las 11. Éstas, a los margaritas y mojitos de las 12. Camino del Metro nos desviamos hacia el Colonial, a eso de la 1. Cuando mis compañeros acabaron las ¿últimas? copas, a las 2-2,30, cogimos un taxi. Era una trampa del destino. Cambiando por completo el orden lógico, el taxi bajó hasta Sainz de Baranda para luego subir a Manuel Becerra y acabar en Avenida de América. Desde Malasaña, lo normal hubiera sido lo contrario.

Pero el caso es que ese cambio nos permitió a los tres opositores restantes -uno con plaza en Castilla y León, es decir, un funcionario en prácticas, otro (yo) con un puesto en la lista preferente de interinos, es decir, un serio candidato a la docencia pública, y una chica absolutamente entrañable y deliciosa sin cuya ayuda, muy probablemente, yo nunca hubiera aprobado el examen y cuyo sacrificio, como en las películas épicas, la arrastró hasta la inquietante lista complementaria- pararnos en Manuel Becerra, mirarnos a los ojos y seguir un rato más la noche. Bastante rato más, de hecho.

"Eres un virus", me decía la chica épica, con más razón que un santo. Y es que ya saben que los virus son mi especialidad, en todos los aspectos... Hay que aprovechar todas las vacantes, amigos. Absolutamente, todas.