jueves, mayo 22, 2008

Virginia en el país de las maravillas

Emocionante noche en el taller. Más que emocionante, diría. La tarea era hacer un relato en el que apareciera otro compañero. No cualquier otro compañero sino uno decidido la semana anterior. Yo tenía que escribir sobre Vicky y viceversa. La puse en apuros. No por mala leche, no por gusto, sino porque yo a Vicky me la imagino así, voluptuosa y sexy en medio de un desierto arenoso, con una mochila y una moto.

Ella me imagina romántico en la barra de un bar, hablando con mis propios personajes, mis propias chicas complicadas, imposibles... Me parece un diagnóstico bastante acertado.

Pero, ¿y los demás? ¿No estuvo Pedro soberbio en su diálogo magapolesco? Eso es un corto como para grabarlo ya. Marina hizo llorar a Aroa, Aroa estuvo a punto de hacerlo con Marina, María y David estuvieron mordaces e irónicos y divertidísimos. Ernesto le echó unos huevos como melones. Si hay que escribir, seamos audaces. Peter retrató las distintas personalidades de Kika, Kika recordó a Nano de marinero, Nano convirtió a Peter en un doble agente a punto de caer en la trampa.

Magapola le regaló a Pedro una productora, un personaje y una idea. Me recuerda que yo una vez le regalé a ella un sustantivo. Lara volvió, en forma de papel y tinta y su manera tan sensual de contar las cosas, incluso los miedos. Mariona estuvo brillante y precisa, como siempre. Quirúrgica. Javi y Vega faltaron, pero sus emails están ahí listos para leer cuando acabe con esto. Estoy convencido de que me dejo a alguien que me odiará por ello...

Una noche tan especial que acabó con un triple regalo de cumpleaños: un libro firmado por todos con los ciento y pico relatos del Bremen encuadernados en tapa dura. Espectacular. Será muy complicado encontrar en el futuro -y en el presente- un libro con tanto talento. Sin duda, y en lo que a mí respecta, mis mejores textos publicados están ahí, aunque no se venda en tiendas.

En fin, nuestra pequeña cueva, nuestro pequeño Bremen. Nosotros. Nuestras lágrimas y nuestras sonrisas irónicas. Nuestros cumpleaños y nuestros bares y nuestro secretario y nuestras bodas y nuestros concursos y productoras y casualidades y nuestros juegos de ida y vuelta y nuestros días mejores y peores y la cara de entusiasmo de Pedro cuando sale de ahí, que vale por todo lo demás, desde luego.