martes, mayo 20, 2008

Festival Dunas (y V)

El último desayuno en el hotel BlueBay. El habitual despliegue de salchichas, huevos, beicon, patatas... Desayunos a lo grande, con muy pocos bollos y muy poca leche. En la mesa, otra vez, Arturo, Miguel Ángel, Esteban, Eduardo -productor de "El Final", con la arrebatadora Xenia Tostado-, Antonio y yo. Las chicas se han ido a la playa o a la piscina, a rebañar los últimos minutos.

El hall está casi vacío y uno recuerda que el día anterior pegó un par de gritos y un par de saltos cuando el Rácing consiguió la UEFA. Los camareros le miraban raro.

Doy un último paseo. Hay tiempo. Esquivo el sol para no quemarme aún más. Tomo un par de pinchos de tortilla con Coca-Cola en un bar italiano. Los turistas pasan con sus toallas. Yo voy en vaqueros porque mi bañador no tiene bolsillos. Cuanto más cerca está la vuelta a Madrid más importancia recuperan los bolsillos, casi olvidados durante tres días.

Para evitar lo del día anterior -"overbooking" mezclado con un cierto retraso-, María nos lleva a toda velocidad al aeropuerto. Estamos casi los mismos: David, Debla, Román, Antonio... Un poco más morenos, quizás, pero muy poco. Esteban nos hace de director de producción: nos saca los billetes y nos factura las maletas. María nos explica los distintos tipos de turistas que vienen a Fuerteventura. En parte, la propia María es una turista. Una turista asimilada, no sé cómo explicarlo. Se vino desde Madrid y se quedó. O no ha explicado por qué vino o yo no lo escuché en su momento.

Los turistas, al parecer, se dividen en tres tipos y ocupan la isla todo el rato durante al menos diez meses, con la posible excepción de noviembre y mayo. El tercero es el más sorprendente y esperanzador: el de los escritores. Vienen aquí a escribir. Supongo que quien dice "escritores" puede decir "guionistas" o cualquier cosa parecida. Algo creativo. La nada sugiere, lo mismo que el caos embota los sentidos.

Miguel viene a despedirnos al aeropuerto. Él también se va. A Tenerife. El vuelo está lleno de niños, como siempre. Escribo en mi libreta cosas dispersas, sin demasiado sentido. Cosas sobre "La Surfista", cosas sobre "El Auditorio", fragmentos del relato del que hablé al principio, sobre una urbanización desierta... Leo un libro sobre maneras de comer un mango, lo cierro e intento descansar del descanso. Sin conseguirlo del todo, claro.