domingo, abril 13, 2008

Medina del Campo (I: La aventura de Rosa)

Le repito a quien quiera oírme: “Me levanté en Valencia a las ocho de la mañana”. Todo tiene un toque de locura bohemia. Valencia, el avión, la ducha, el cambio de maleta, el tren a Medina, la siesta… Y ahora, a las 6 de la mañana, en un sitio que se llama “El Templo” y en el que ponen La Cabra Mecánica, con lo que no me queda más remedio que llamar a Lichis.

Estoy con el equipo de “La aventura de Rosa”. “La aventura de Rosa” es el cortometraje que ganó el proyecto de guiones del año pasado, igual que “Dolly” ganó el de 2006. El nexo entre ambos: David Pinillos, que dirigió el segundo y es montador del primero. En “El Templo” estamos Flora, Ángela Armero –la directora-, Álvaro Fernández-Armero –el productor-, Fran Perea –el protagonista-, Alba Alonso –la protagonista- y Marián Álvarez.

Marián ha sido la gran revelación de la noche, pidiendo a gritos “Alec Eiffel”, de los Pixies en el Flanaghan.

“La aventura de Rosa” no es un corto que me enamore, pero yo, para el amor, soy un tipo de lo más raro, eso ya lo saben, y, bueno, comparado con “Dolly”, pues me quedo con “Dolly”, pero comparado con “Macchu Picchu” y con la gran mayoría de los cortos que se proyectan en los festivales, pues me quedo con “La aventura de Rosa”. Es una historia original y a la vez sencilla: “Chico encuentra a chica”. Ya lo dije en una ocasión, fuera de esa idea, lo que quedan son dioses y monstruos, así que me parece bien empezar por las bases.

Está muy bien interpretado, especialmente Nacho Vigalondo en su papel de ex novio psicópata. Es divertido, realmente divertido. El final me deja dudas. Las dudas impiden el amor, ya saben. Vamos, depende del caso, pero a mí me impiden el amor. No el respeto. Hay algo en Ángela que sobresale y es el buen gusto. Y con buen gusto y talento se llega muy lejos.

Después del pase del corto, cena con Mar Muro y los chicos de Lolita Peliculitas: Antonio, Toni, Ceci y Noelia. Tengo todo que agradecerle a Mar: sin ella, nunca habría conocido Medina, nunca habría conocido a Xenia Tostado –espectacularmente guapa, estrella de nuevo cuño por su actuación en “Sin tetas no hay paraíso”-, ni a David Pinillos, ni a Pedro Collantes… Probablemente, no me hubiera sido tan fácil convencer a Eduardo de que me acreditara para esta edición.

Así que eso: gracias.

Nos emborrachamos con vino antes de emborracharnos con JB, como debe ser. David se autodenomina “fan número uno del Flanaghan” y eso me deja a mí como número dos envidioso. Marián se sabe las canciones y las canta. Algunas, las canta conmigo, incluso. Xenia no se las sabe. Los tres-cuatro años de diferencia se notan…

Pero Xenia es absolutamente admirable. Su sonrisa. La capacidad para hacerse 20-25 fotos en una noche con desconocidos y sonreír siempre, ser amable siempre, tener siempre una buena contestación, incluso cuando cambiamos de bar –“Trabalenguas”- y un grupo de chavales la empiezan a llamar Sheila y le regalan una piña. Así, como suena. Y Xenia, aturdida, se limita a contestar: “Vaya, ¿y qué hago yo ahora con una piña?”

Y yo me pongo en medio para que la dejen un rato en paz y poder terminar de contarle algo, vayan a saber el qué.

Emiliano nos saca un momento al coche a David, a Marián, a Xenia y a mí y nos pone sus grandes éxitos de cantante de los 70. “La mauvaise reputation” de George Brassens en versión castellana (creo que Loquillo hizo algo parecido a finales de los 80, puede que principios de los 90). Antonio quiere hacerse una foto con Fran Perea. Por supuesto, Fran Perea es la gran atracción mediática de la noche y también lo lleva con una tranquilidad pasmosa.

El acoso llega al punto en el que nos ponemos a hablar de aquella vez que nos conocimos en San Sebastián y yo le acabo diciendo: “Es jodido ser Fran Perea, ¿no?” y él se limita a contestar –cortés-: “A veces”.

Así que, bueno, Xenia se va y eso siempre es un desastre, David se va poco después, los Lolitos hacen lo propio y al rato de estar en el Templo llega todo el cansancio de golpe, en medio de una discusión sobre realismo sucio, y yo mismo me acabo yendo con Ángela y Flora –“¿Os vais con el joven?”, dice Fernández-Armero y la palabra “joven” al borde de los 31 y el amanecer me resulta un halago inmenso- rumbo al hotel, esquivando bifurcaciones y coches de policía.