sábado, agosto 25, 2007

Caótica Ana, Estancado Medem


En cierto modo, las películas de Medem se pueden entender como películas de gente que huye. No sólo eso, por supuesto, pero sí en parte. Gente que huye y que encuentra, que no deja de encontrar y queda la duda de hasta qué punto lo que dejan atrás no es lo mismo que se encontrarán en el futuro.

Así, Carmelo Gómez aparece en La Rioja navarra salido de un mundo de fantasmas mentales, Najwa Nimri huye al Círculo Polar hastiada de amores imposibles y Lorenzo –Tristán Ulloa- se fuga a Formentera, abrumado por la tragedia insuperable de su vida madrileña.

En "Caótica Ana" tenemos un mismo mundo de fugas constantes: un universo Medem en el que la protagonista pasa de Ibiza a Madrid, de Madrid al pasado en forma de hipnosis y por último, al cielo de Nueva York en un viaje imposible.

Toda la película bordea lo imposible, de hecho, como si a Julio Medem, un excelso cineasta lleno de talento, se le estuvieran agotando los temas y las ideas. "Caótica Ana" está cogida por los pelos de principio a final, con determinados personajes francamente prescindibles -Charlotte Rampling cumple su función al inicio del filme y no hace más que languidecer durante su transcurso- y escenas inverosímiles sacadas de una ficción retorcida.

El juego entre realidad y creación da tantas vueltas que acaba atrapado en sí mismo. Ahogado, asfixiado. Medem mezcla la muerte y las pinturas de su hermana Ana con un mundo de fantasías esotéricas y acaba con una especie de crítica social al estilo "no a la guerra" que no sólo queda algo forzada sino que llega tarde. Al menos, cuatro años tarde.

Siguen sus viejos fantasmas, por otro lado. Estéticos, en la forma de historia de amor imposible que pretende ser definitiva y mágica –los diálogos, las miradas... todo recuerda a anteriores películas- y políticos, en la reivindicación de los pueblos originarios tal y como se vislumbraba en "La Pelota Vasca". Medem dice haber sufrido mucho por las críticas a esa película, pero no se ha movido ni un milímetro de su postura. Su pájaro -en "Caótica Ana" se repite la metáfora- sigue sin alas: manco, cojo, y ahora tuerto.

En su nueva película, las reminiscencias árabes, bereberes e indias como pueblos indígenas sometidos al imperialismo -Estados Unidos, como no- dañan más que benefician a la historia. Toda la trama consiste en una búsqueda mística del origen. El intento de dar una vuelta final que explique cómo la protagonista y su transmigración de almas se cagan -literalmente- en los políticos americanos puede resultar muy excitante para el que comulgue pero, para el espectador que pretende seguir el hilo de la historia sin más, resulta al menos sorprendente.

Lo dicho: de la realidad -Ana Medem- a la ficción -la hipnosis y la reencarnación- y vuelta a la realidad, una realidad de noticiario -guerra de Irak, pueblos oprimidos- en un viaje en el que abunda la poesía y las bellas imágenes, como suele ser habitual en el cineasta vasco pero en el que, sobre todo, prima el absurdo y lo insólito. Las ideas son tan inverosímiles que asustan: pareciera que la fuente del talento de Julio se ha secado, y es terrible.

Medem es muy necesario en nuestro cine y esperamos que, tarde o temprano, esté de vuelta. De momento la ficción, la realidad y los fantasmas no le dejan ver el bosque.

Por otro lado, el descubrimiento de Manuela Vellés es notable. Está perfecta a lo largo de toda la película. Tampoco desentona Bebe. Su personaje resulta algo estereotipado y plano, en la línea de la película, pero cumple con creces. El único problema, quizás, es que Vellés recuerda demasiado a las demás actrices Medem: una mezcla entre la inocencia de Emma Suárez, la sensualidad de Silke y la pausa de Najwa Nimri.

En definitiva, una película que va de más a menos y que incluso en sus mejores momentos no está a la altura de la filmografía del director. Un pájaro tuerto que se empeña en volar sin tener bien claro hacia dónde. Un camino cortado con risas de fondo.