lunes, noviembre 06, 2006

La fugaz vida feliz de Paquito Fernández Ochoa

Así se levanta uno, cuando lo único que quiere es leer comentarios sobre la derrota del Madrid en el Marca. "Ha fallecido Paco Fernández Ochoa". Una noticia que me hubiera dejado bastante indiferente hace unos meses, precisamente cuando no había riesgo ni indicio alguno de su muerte. Antes del cáncer, me refiero.

Ni siquiera me era entonces un personaje simpático. Demasiado habituado a aparecer en programas de televisión absurdos, una especie de Fernando Romay pequeñito y con mucho afán por parecer gracioso sin serlo. Medalla de oro en unas Olimpiadas de invierno de las que no puedo tener ningún recuerdo, claro.

Pero el cáncer. "La terrible enfermedad", utilizando eufemismos como, sin ir más lejos, "ha fallecido". Utilizó todo su molesto carisma y sus distintos contactos mediáticos para demostrar que se podía vivir con cáncer y ser feliz. Era mentira, supongo, pero era una mentira tan necesaria para tantos cientos de miles de afectados...

Verle, deshecho por la quimioterapia pero sonriente, imitando la postura de un esquiador, recibiendo medios de comunicación, haciendo planes para el futuro, aceptando homenajes de todo tipo, repitiendo sin parar "Se puede, se puede..." igual que lo repito yo aquí cada semana. Era imposible no quererle de alguna manera, no implicarse en su lucha.

Demasiado rápido, todo demasiado rápido. Demasiados homenajes en demasiado poco tiempo. Una mala señal. Pero él sonreía, sonreía todo el rato y repetía: "Se puede ser feliz con cáncer", "no hay que tener miedo al cáncer", y su insistencia en la palabra prohibida, la palabra que todo el mundo rehuye y que se había apoderado casi por completo de su cuerpo era una muestra de orgullo, de rabia, de lucha, de tenerse en pie, de decir "Aquí estoy yo".

¿Y quién era "yo" en esas circunstancias? Un enfermo terminal, sin duda. Un hombre que veía la derrota tan cerca que se negaba más que nunca a reconocerla.

No sé si se puede vivir feliz con cáncer, no sé si se puede sonreír y luchar con gallardía incluso cuando el cuerpo no da más de sí, cuando no quedan ya células sanas a las que recurrir, cuando ni siquiera una operación de doce horas ha servido de nada...

Lo que sé es que hacía falta alguien que lo dijera, al menos. Y que lo dijera bien alto.