lunes, septiembre 11, 2006

Bret, sus hospitales

La cantidad de gente que se merece todo y que recibe tan poco. La cantidad de gente que está ahí y de la que puedes aprender mil cosas y sin embargo, no tienes tiempo o atención o vete a saber. No sé si es el caso de Dani. Me refiero a que yo siempre he cuidado mucho a Dani, aunque sólo fuera por aquello de que él era Pacios y yo Ortiz y estábamos condenados a encontrarnos en cada asignatura desde 1ºBUP.

Por entonces, él hablaba poco y ni siquiera le gustaba demasiado jugar al baloncesto. Dos grandes problemas sociales si se va al Ramiro de Maeztu. Pero era mi amigo, y de alguna manera adolescente, me preocupaba por él, y desde luego le defendía cuando se metían con él.

Luego ya no hizo falta y Dani se hizo mucho más fuerte que yo, maduró mucho más deprisa, empezó a cuidar él de mí y a preocuparse e incluso formamos juntos un equipo que fue el equipo de centenares de personas. Incluso, entonces, supo hacerse a un lado.

Quince años después de encontrarnos por primera vez, volvimos a pensar en jugar juntos, volvimos a quedar a cenar por el barrio, volvimos a contarnos nuestros cotilleos. Dani siempre me ha parecido un tipo envidiable, en muchos aspectos. Me acuerdo de que, cuando tenía 17-18 años y era terriblemente quejica -ahora soy sólo quejica, sin adverbios- pensaba en él y en todo lo que se merecía y en lo injusto que sería que yo consiguiera algo que él también quería.

Baste todo esto para explicar que quiero a Dani, que de verdad le quiero, que me gusta verle sonreír cuando me ve entrar en la puerta de su hospital -él sabe mucho de hospitales y desde una edad obscena- y que me parece increíble cómo, aun con la pierna colgando, con meses de internamiento por delante y un año y medio de rehabilitación, es capaz de sonreír y vacilarnos y dejar que la vida no sea un drama.

Porque la vida no es un drama. A ver si lo aprendo de una vez.