martes, mayo 23, 2006

Las chicas de las flores blancas

Fui un post-adolescente enamorado de Ana Otero y aún ahora, cuando redifunden los episodios de "Todos los hombres sois iguales" en Paramount Comedy me pregunto que habrá sido de ella. Afortunadamente (o no), hoy he encontrado la respuesta.

La vinculación sin fisuras del mundo del artisteo con un determinado partido político supone un riesgo evidente para su credibilidad. No es que a un actor se le deba pedir credibilidad fuera del escenario -a diferencia, por ejemplo, de a un periodista- pero si esa es su pretensión, quizás lo estén enfocando mal. Alguien debería decírselo.

Partir del previo de que un gobierno o una oposición no merecen crítica alguna porque son "de izquierdas" es un error de bulto. Ser "de izquierdas" no puede ser algo religioso que implique que todo aquél fuera de la Iglesia se convierta en un infiel y que otorgue al Zapatero de turno una infalibilidad milagrosa.

Los actores quieren entrar en política. Bien. En ese caso, tendrán que asumir que el error o el acierto no son patrimonio exclusivo de una determinada ideología. Lo contrario no es ni siquiera sectarismo, es, directamente, fundamentalismo.

Y siempre cabe la posibilidad de que la hemeroteca deje luego a algunos de sus protegidos/protectores en evidencia. Aquí todos juegan, y es superfluo advertir que todos hacen trampas.